Jacques Derrida o "la cosa inmunda": intelectual francés, muy valorado en Estados Unidos, que saqueó la obra de Heidegger para ponerla al servicio del sistema oligárquico.
La tarea, el deber y en verdad la única cosa nueva e interesante, no es acaso el tratar de reconocer las analogías y las posibilidades de ruptura entre lo que se llama el nazismo, ese continente enorme, plural, diferenciado, aún oscuro en sus raíces, y de otra parte un pensamiento heideggeriano también múltiple y que permanecerá por mucho tiempo provocativo, enigmático, todavía por leer. No porque posea en reserva siempre oculta, una buena y tranquilizadora política, un “heideggerianismo de izquierda”, sino porque él no opuso al nazismo de hecho, a la fracción dominante, más que un nazismo más “revolucionario” y más puro.
Non parce qu’elle tiendrait en réserve, toujours cryptée, une bonne et rassurante politique, un «heideggérianisme de gauche», mais parce qu’elle n’a opposé au nazisme de fait, à sa fraction dominante, qu’un nazisme plus «révolutionnaire» et plus pur!
(Jacques Derrida)
Hemos enlazado la entrevista a Jacques Derrida "Heidegger, el infierno de los filósofos", realizada por las mismas fechas en que Victor Farías publicara Heidegger y el nazismo (1987) y desatara el verdadero "escándalo" del Rectorado de 1934, consistente no tanto en el rectorado mismo, cuanto en el hecho de que la cima del pensamiento secular hubiera militado en el partido nacionalsocialista antes y después de su dimisión como rector. Heidegger era, por tanto, un nazi. Hay que comérselo con patatas, señores heideggerianos. !Basta ya de paños calientes! El rectorado no puede seguir tachándose de error ocasional: políticamente, Heidegger se identificó con el Dritte Reich. Heidegger fue, hasta el día de su muerte, un nacionalista y socialista alemán. Su "socialismo nacional" quizá no coincidía con el nacionalsocialismo en todos los aspectos, mucho menos por lo que se refiere al "programa" del partido de Hitler (antisemitismo, racismo), pero sí compartió el enfoque y ciertos conceptos fundamentales de aquello que debe ser considerado, en consecuencia y sólo por esa razón, una opción política digna de rigurosa consideración intelectual. Ya no es suficiente vociferar que los nazis eran unos simples bárbaros analfabetos, fanáticos, iletrados... !Habrá que afinar un poco más el arsenal crítico, muchachos de la cheká! Otro tanto cabe sugerirles a los trepas friedmanitas de "La Ilustración Liberal".
Sin embargo, la pregunta más importante, siempre soslayada por temor a las represalias, es decir, al desprestigio, a la ruina de la "carrera" profesional (!en presuntos filósofos!), etcétera, no era aquélla por el vínculo personal de Heidegger, del ciudadano Heidegger, con el "mal absoluto" (=el fascismo), sino esta otra por la existencia, o no, de filosofemas "fascistas". Fascismo y filosofía. O, para decirlo con prístina claridad: la fundamentación del fascismo. Por supuesto, dicha formulación, así, tal como la expresamos en este blog, es completamente novedosa. ¿Quién se atrevería a plantear siquiera la cuestión desde la cátedra de una universidad? Digamos que la cuestión está implícita en la entrevista enlazada. Es el interrogante (Frage) que se desprende de las asombrosas afirmaciones de Derrida. Que alguien como Jacques Derrida, renombrado "intelectual" del establishment institucional filosionista, haya "admitido" todo aquello que puede leerse en dicha entrevista y en algunos de sus escritos sobre el affaire Heidegger ya es mucho en los tiempos que corren, pero Derrida nunca osó llegar hasta el final porque no era un auténtico filósofo, sino, en el fondo, un propagandista, uno más, del dispositivo oligárquico de dominación planetaria.
El nivel filosófico de Derrida se encuentra muy por encima del pedestrismo periodístico de un "comisario instructor" de Sión y chequista policial caza-nazis de la "cultura" como Victor Farías, pero la preocupación, el eje central del "pensamiento" derridiano es también, como el de Farías, político y antifascista. Estamos ante un saqueo de la obra de Heidegger con vistas a depurarla y ponerla al servicio de la oligarquía. No obstante, en esta "tarea", que Derrida denomina déconstruction ("deconstrucción") y poco tiene que ver con la heideggeriana Destruktion de la metafísica, han de insinuarse inevitablemente ciertas temáticas impensadas que, por sí solas, abren un agujero negro intelectual, político y moral todavía más inmenso y profundo que el provocado por la simple militancia o el ideario político privado, claramente nazi, del profesor Martin Heidegger.
El nivel filosófico de Derrida se encuentra muy por encima del pedestrismo periodístico de un "comisario instructor" de Sión y chequista policial caza-nazis de la "cultura" como Victor Farías, pero la preocupación, el eje central del "pensamiento" derridiano es también, como el de Farías, político y antifascista. Estamos ante un saqueo de la obra de Heidegger con vistas a depurarla y ponerla al servicio de la oligarquía. No obstante, en esta "tarea", que Derrida denomina déconstruction ("deconstrucción") y poco tiene que ver con la heideggeriana Destruktion de la metafísica, han de insinuarse inevitablemente ciertas temáticas impensadas que, por sí solas, abren un agujero negro intelectual, político y moral todavía más inmenso y profundo que el provocado por la simple militancia o el ideario político privado, claramente nazi, del profesor Martin Heidegger.
Les rogamos que antes de proseguir le echen, pues, una ojeada a la entrevista. En la siguiente entrada comentaremos las afirmaciones derridianas y algunos de sus textos citados ya aquí.
Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
2 de agosto de 2013
Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
2 de agosto de 2013
DOCUMENTACIÓN ANEXA
El siguiente texto procede de la página de Horacio Potel DERRIDA EN CASTELLANO.
HEIDEGGER, EL INFIERNO DE LOS FILÓSOFOS
Jacques Derrida
Entrevista con Didier Éribon aparecida en Le Nouvel Observateur, Paris, 6-12 noviembre 1987. Recogida en Points de Suspension, Galilée, 1992. Traducción parcial de Carlos Torres en Caronte Filosofía, Año 2, N.º 3, Buenos Aires, Septiembre de 1993.
Jacques Derrida
Entrevista con Didier Éribon aparecida en Le Nouvel Observateur, Paris, 6-12 noviembre 1987. Recogida en Points de Suspension, Galilée, 1992. Traducción parcial de Carlos Torres en Caronte Filosofía, Año 2, N.º 3, Buenos Aires, Septiembre de 1993.
- Sus
dos libros aparecieron algunos días después del de Víctor Farías que recuerda
con vigor cuáles han sido las posiciones y las actividades políticas de
Heidegger. ¿Qué piensa de sus conclusiones?
- Con
respecto a lo esencial de los “hechos”, no encontré en esa investigación nada
que no fuera conocido desde hace tiempo por aquellos que se interesan
seriamente en Heidegger. En cuanto al examen de un cierto archivo, es bueno que
los resultados estén disponibles en Francia. Los más sólidos de ellos ya eran
accesibles en Alemania, luego del trabajo de Bernd Martin y de Hugo Ott, y que
el autor pone ahora ampliamente a disposición. Más allá de ciertos aspectos
documentales y de cuestiones factuales, que llaman a la prudencia, discutiría
sobre todo -importa que la cuestión quede abierta- la interpretación que
relaciona esos “hechos” al “texto”, al “pensamiento” de Heidegger. La lectura
propuesta, si es que hay una, es insuficiente o contestable, a veces tan grosera que uno
se pregunta si el investigador leyó a Heidegger más de una hora. Se dice que
fue su alumno. Son cosas que pasan. Cuando él declara tranquilamente que
Heidegger, cito: “traduce un cierto fondo propiamente nacional-socialista” en
“formas y en un estilo que ciertamente le pertenecen” señala con el dedo un
abismo, más que un abismo, un “debajo” de cada palabra. Pero él no se acerca ni por un
momento a lo que deja entrever y no parece incluso sospechar su alcance.
¿Tiene, ese libro, material para causar tal revuelo? No, salvo en los
lugares donde se interesan muy poco en trabajos más rigurosos y más difíciles.
Pienso en aquellos que, sobre todo en Francia, conocen lo esencial de estos
“hechos” y “textos” y condenan sin equívocos el nazismo y el silencio de
Heidegger después de la guerra, pero también tratan de pensar más
allá de los esquemas confortables o convenientes, y justamente en comprender.
¿Qué? Y bien, lo que sujeta o no un pasaje inmediato según tal o cual modo de
la susodicha “traducción” entre el compromiso nazi, bajo tal o cual forma, y lo
más esencial y agudo, a veces lo más difícil de una obra que continua y
continuará dando que pensar. Pensar inclusive en la política. Recuerdo en
primer lugar los trabajos de Lacoue-Labarthe, pero también en ciertos textos,
muy diferentes entre sí, de Lévinas, Blanchot, Nancy.
¿Por qué el archivo parece insoportable y fascinante? Precisamente porque
nadie ha podido reducir toda la obra pensada de Heidegger a la de una
determinada ideología nazi. Ese “dossier” no habría despertado semejante
interés de otra manera. Luego de más de medio siglo, ningún filósofo riguroso
ha podido hacer la economía de una “explicación” con Heidegger. ¿Cómo negarlo?
¿Por qué negar que tantas obras “revolucionarías”, audaces e inquietantes del
siglo XX, en la filosofía y en la literatura, se han arriesgado, incluso
comprometido con regiones encantadas que se manifestaban como lo diabólico para
una filosofía parapetada en su humanismo liberal, y de izquierda? En lugar de
barrer o tratar de olvidar dichas regiones, ¿no sería preciso tratar de dar
cuenta de estas experiencias, es decir de nuestro tiempo, sin creer que esto es
claro de suyo para nosotros? La tarea, el deber y en verdad la única cosa nueva
e interesante, no es acaso el tratar de reconocer las analogías y las posibilidades
de ruptura entre lo que se llama el nazismo, ese continente enorme, plural,
diferenciado, aún oscuro en sus raíces, y de otra parte un pensamiento
heideggeriano también múltiple y que permanecerá por mucho tiempo provocativo,
enigmático, todavía por leer. No porque posea en reserva siempre oculto, una
buena y tranquilizadora política, un “heideggerianismo de izquierda”, sino
porque él no opuso al nazismo de hecho, a la fracción dominante, más que un
nazismo más “revolucionario” y más puro.
-Su último
libro Del Espíritu habla
también del nazismo de Heidegger. Inscribe la problemática política en el
corazón mismo del pensamiento.
-Del Espíritu, fue en primer lugar una
conferencia pronunciada en la clausura de un coloquio organizado por el Colegio
internacional de Filosofía bajo el título “Heidegger, preguntas abiertas”. Las
actas aparecerán pronto. La cuestión “política” fue abordada de modo analítico
a lo largo de numerosas exposiciones, sin complacencia: ni para Heidegger ni
para los arrebatos sentenciosos que, del lado de la “defensa” como de la
“acusación”, han logrado tan frecuentemente prohibir leer o pensar que se trata
de Heidegger, de su nazismo, o del nazismo en general. Al comienzo del libro y en
ciertos textos de Psyché, me expliqué sobre la trayectoria que me
condujo a intentar esa lectura después de tantos años. Aunque de un modo
primario, busca anudar en torno al nazismo una multiplicidad de motivos en
relación a los cuales siempre disentí con Heidegger: las preguntas por lo
propio, lo próximo y la patria (Heimat), del punto de partida de
Ser y Tiempo, de la técnica y de la ciencia, de la animalidad y de la
diferencia sexual, de la voz, de la mano, de la lengua, de la “época” y sobre
todo, es el subtítulo de mi libro, la pregunta por la pregunta, casi
constantemente privilegiada por Heidegger como la “piedad del pensamiento”.
Sobre estos temas mi lectura ha sido siempre, digamos, activamente perpleja. En
todas mis referencias a Heidegger, por más lejos que se remonten
en el tiempo, señalé mis reservas. Cada uno de los motivos de inquietud, es evidente
tienen un rasgo que se puede llamar rápidamente “político”. Pero desde el
momento en que uno se explica con Heidegger de modo crítico o deconstructivo,
¿no se debe también reconocer una cierta necesidad de su pensamiento, su
carácter inaugural en tantos aspectos y sobre todo lo que tiene de porvenir
para nosotros en su desciframiento? Esto es una tarea para el pensamiento, una
tarea histórica y una tarea política. Un discurso del nazismo que se exime a sí
mismo de pensar permanece dentro de la opinión conformista de una “buena
conciencia”.
Desde hace tiempo trato de desarmar la vieja
alternativa entre una historia o una sociología “externa”, en general impotente
para evaluar los filosofemas que pretende explicar, y, de otra parte, la
“competencia” de una lectura “interna” ciega esta vez a la inscripción
histórico-política y principalmente a la pragmática del discurso. En el caso de
Heidegger la dificultad de articular las dos “perspectivas” es particularmente
grave. El problema se presenta en su misma articulación: el nazismo, de
anteayer a mañana. Pero también en la medida que el
“pensamiento” de Heidegger desestabiliza los fundamentos de la filosofía y de
las ciencias del hombre. Busco esclarecer alguna de estas articulaciones
faltantes entre una aproximación externa y una interna. Pero esto sólo es
pertinente, eficaz, si se tiene en cuenta la desestabilización de la que
hablaba recién. Seguí de este modo el tratamiento práctico, “pragmático” del
concepto y del léxico del espíritu, tanto en los textos “mayores” como, por
ejemplo, en el Discurso del rectorado. Estudié con el mismo
detenimiento otros motivos conexos en “La mano de Heidegger” y en otros ensayos
agrupados en Psyché.
-Seguramente
no dejarán de hacerle la siguiente pregunta: ¿a partir del momento en que se
sitúa el nazismo en el corazón mismo del pensamiento de Heidegger, cómo es
posible continuar leyendo esta obra?
-La condenación del nazismo, cualquiera fuese el consenso sobre este tema,
no es aún un pensamiento del nazismo. No sabemos aún lo que es o lo que ha
hecho posible esta cosa inmunda pero sobredeterminada, trabajada por conflictos
internos (de ahí las fracciones y las facciones entre las cuales Heidegger se
sitúa - y su estrategia retorcida en el uso de la palabra “espíritu” toma un
cierto sentido cuando se piensa en la estrategia general del. idioma nazi y en
las tendencias biologizantes, estilo Rosenberg, que terminaron por triunfar).
En fin el nazismo no ha crecido en Alemania o en Europa como un champiñón...
-¿Del Espíritu es entonces tanto un libro sobre el nazismo como sobre Heidegger?
- Para pensar el nazismo no es necesario solamente interesarse en
Heidegger, pero es preciso interesarse también en él. Creer que el discurso
europeo puede tener a distancia al nazismo como a un objeto es, en el mejor de
los casos, una ingenuidad, en el peor, un oscurantismo y un error político. Es
hacer como si el nazismo no hubiera tenido ningún contacto con el resto de
Europa, con los otros filósofos, con otros lenguajes políticos o religiosos...
-Lo que
sorprende en su libro es la relación que establece entre los textos de
Heidegger y los de otros pensadores, como Husserl, Valéry...
-En el momento en que su discurso se pasa de un modo espectacular del lado
del nazismo (¿y qué lector exigente creyó que el episodio del rectorado era un
hecho aislado y fácilmente delimitable?), Heidegger retorna la palabra
“espíritu” que él mismo había recomendado evitar, saca las comillas de donde
las había colocado. Limita el movimiento deconstructivo que había comenzado
anteriormente. Sostiene un discurso voluntarista y metafísico de los cuales
sospechaba. Desde este punto al menos, al celebrar la libertad del espíritu, su
elevación se asemeja a los otros discursos europeos (espiritualistas,
religiosos, humanistas) que en general se oponen al. nazismo. Madeja compleja e
inestable que intente desenredar reconociendo los hilos comunes al nazismo y al
antinazismo, la ley de la semejanza, la fatalidad de la perversión. Los efectos
de espejo son a veces vertiginosos. Esta especulación la trato al final del
libro...
No se trata de mezclarlo todo. Sí de analizar los
trazos que prohíben el corte simple entre el discurso heideggeriano y otros
discursos europeos, ya sean antiguos o contemporáneos. Entre 1919 y 1940 (¿pero
no sucede también hoy?) todo el mundo se preguntaba: “¿en qué se va transformar
Europa?” y esto se tradujo siempre del siguiente modo: “¿cómo salvar al
espíritu?”. Se proponen frecuentemente diagnósticos análogos sobre la crisis,
sobre la decadencia o la “destitución” del espíritu. No nos limitemos a esos
discursos y a su horizonte común. El nazismo sólo se ha podido desarrollar con
la complicidad diferenciada pero decisiva de otros países, de Estados
“democráticos”, instituciones universitarias y religiosas. A través de esa red
europea creció y se elevó siempre este himno a la libertad del espíritu que
concuerda al menos con el de Heidegger, precisamente en el momento del Discurso
del rectorado y en otros textos similares. Intenté recobrar la ley
común, terriblemente contaminada, de estos cambios, divisiones, traducciones
recíprocas.
- Decir
que Heidegger lanza su profesión de fe nazi en nombre de la “libertad del
espíritu” es una manera bastante mordaz de responder a todos aquellos que
recientemente le han atacado en nombre de la “conciencia”, de los “derechos
humanos” y que le reprochan su trabajo de deconstrucción del “humanismo” y lo
clasifican como...
-
Nihilista, anti-humanista... Conozco todos los slogans. Intento, al contrario,
definir la deconstrucción como un pensamiento de la afirmación. Porque creo en
la necesidad de mostrar, en lo posible sin limitaciones, las adherencias del
texto heideggeriano (escritos y actos) a la posibilidad y a la realidad de todos
los nazismos, porque creo que no es preciso encasillar la monstruosidad abisal
en esquemas pobres y repetidos, encuentro algunas de estas maniobras ridículas
y alarmantes a la vez. Son antiguas, pero se las ve reaparecer. Alguna de ellas
toman como pretexto el “reciente descubrimiento” para exclamar: 1) “Leer a
Heidegger es una vergüenza” 2) “Saquemos la siguiente conclusión - y la escala: todo lo que,
especialmente en Francia, se refiere a Heidegger de una manera o de otra, véase
la denominada “deconstrucción” es heideggeriano”. La segunda conclusión es
estúpida y deshonesta. En la primera se lee la renuncia al pensamiento y la
irresponsabilidad política. Por el contrario, es después de una cierta
deconstrucción, en todo caso la que a mí me interesa, que podemos hacerle,
creo, nuevas preguntas a Heidegger, descifrar su discurso y situar los
riesgos políticos, y reconocer en algunas ocasiones los límites de su propia
deconstrucción. Un ejemplo, si le parece, de la confusión reinante en este
asunto y contra la cual quiero poner en guardia. Se trata del prefacio a
la investigación de Farías. Al final de una arenga para uso doméstico (¡es
todavía Francia quien habla!) se lee esto: “su pensamiento [el de Heidegger]
tiene para numerosos investigadores un efecto de evidencia que ningún filósofo
ha podido jamás igualar en Francia, exceptuando al marxismo. La ontología
finaliza en una deconstrucción metódica de la metafísica como tal”. ¡Diablos!
Si existe un efecto de evidencia sólo se presenta al autor de
estos revoltijos. No hay un efecto de evidencia en el texto
Heidegger, ni para mí ni para aquellos que he citado continuamente. Y la
deconstrucción que intento llevar a cabo no es, si se ha leído un poco al
respecto, una “ontología heideggeriana”, ni tampoco una “filosofía de
Heidegger”. Y la “deconstrucción” - que no es un “final”- no es de ningún modo
un “método”. Ella desarrolla inclusive un discurso bastante complicado sobre el
concepto de método. Estando presente la gravedad trágica de estos problemas,
¿esta explotación franco-francesa para no llamarla provincial no parece cómica
y siniestra al mismo tiempo?
-Esta
confusión se basa posiblemente en la dificultad de la lectura de sus libros. Se
dice frecuentemente que para leer a Derrida es necesario haber leído a todo
Derrida. Lo que significaría haber tenido que leer a Heidegger, Husserl,
Nietzsche...
- ¡Pero
esto es cierto también para muchos otros! Es una cuestión de economía. Esto
sería pertinente para todos los investigadores científicos. ¿Por qué
reprochárselo sólo a los filósofos?
- Esto
es particularmente cierto para su obra.
- Para
desarrollar lo implícito de tantos discursos sería preciso cada vez, una
introducción pedagógica que no es razonable pedir a cada libro. La
responsabilidad debe aquí desmultiplicarse, mediatizarse, la lectura hacer su
propia obra y la obra su lector.
- Del Espiritu está tomado de una conferencia y su estilo es
demostrativo. Pero sus obras precedentes como Parages o Ulysse gramophone se acercan quizás a
tentativas literarias sobre textos literarios.
- Me esfuerzo
siempre por ser lo más demostrativo posible. Pero es verdad que las
demostraciones están prisioneras de formas de escritura que tienen sus propias
reglas, a veces nuevas, otras producidas y deducidas. No pueden responder por
las normas tradicionales que justamente esos textos interrogan o desplazan.
- Su
libro sobre Joyce es incluso un poco desconcertante.
- Se
trataba de Joyce. Sería triste en consecuencia escribir en formas que no se
dejen afectar por las lenguas de Joyce, por sus invenciones, su ironía, la turbulencia que introduce en
el espacio del pensamiento o de la literatura. Si se quiere tener en cuenta el
acontecimiento llamado “Joyce” es preciso escribir, contar, demostrar de otro
modo, arriesgarse a una aventura formal.
-
¿Adapta su estilo al objeto que analiza?
-Sin
mimetismo, pero incorporando en alguna medida la firma del otro. Si hay suerte,
un texto diferente hace su aparición, un acontecimiento diferente, irreductible
al autor o a la obra, de la cual sin embargo es preciso hablar lo más fielmente
posible.
-
Entonces sería preciso inventar con cada libro un “tono” nuevo, como diría
Robert Pinget?
Sí, lo
más difícil es la invención del tono y con el tono que uno puede hacer, que se
deja hacer, la pose que uno toma y la que nos toma.
- ¿Se
considera un escritor?
- La
atención sobre la lengua o sobre la escritura no implica necesariamente
“literatura”. Al interrogar sobre los limites de estos espacios, la
“literatura” o la-”filosofía”, pregunto si aún es posible ser simplemente un
“escritor” o un “filósofo”. Sin duda no soy ni lo uno ni lo otro...
[...]
- En
Psyché se encuentra un texto sobre Mandela y el apartheid. Es uno de sus
raros textos políticos...
- ¿Y si
alguien sostuviera que esos dos libros sobre el alma y el espíritu son también
los libros de un militante? ¿Que los ensayos sobre Heidegger y el nazismo, sobre Mandela y el apartheid, sobre el
problema nuclear, la institución psicoanalítica y la tortura, la arquitectura y
el urbanismo, etc., son “escritos políticos”? Pero tiene razón, no he sido
nunca un “militante o un filósofo comprometido en el sentido de la figura sartriana
o incluso foucaultiana del intelectual”. ¿Por qué? Pero ya es demasiado tarde,
¿no?
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