Lo que hay de criminal en el ser cristiano crece en la medida en que uno se aproxima a la ciencia. El criminal de los criminales es, por consiguiente, el filósofo (Friedrich Nietzsche, El Anticristo).
¿A alguien se le ha ocurrido reflexionar por un momento sobre la extrema cretinez de la doctrina cristiana? ¿Se puede ser filósofo y cristiano al mismo tiempo? ¿Cómo serlo, pregunta Nietzsche, sin traicionar los más básicos principios de la honestidad intelectual? ¿Es lícito creer en un judío de Palestina que afirmó modestamente ser el hijo de dios, que supuestamente "resucitó" (según sus mendaces discípulos) y se elevó a los cielos al tercer día de su crucifixión a manos del Imperium Romanum (loado sea)? ¿Creer en un mentiroso que nos prometiera, como vulgar charlatán de feria, la vida eterna si "aceptábamos" su divinidad y nos sometíamos con humildad a la mitología utópico-profética del judaísmo...; si, literalmente, nos convertíamos en niños, humillando nuestra inteligencia ante el delirio megalomaníaco de un presunto mesías, uno de los muchos sectarios que pululaban a la sazón por la tierra de Canaán? ¿Seremos "salvados" si renunciamos -credo quia absurdum est- nuestra racionalidad y libertad griegas? ¿No farfulla así un estafador, un vendedor de "pócimas milagrosas" para ruines egoístas idiotas o analfabetos que sufren?
El Catecismo de la Iglesia Católica, documento que refleja la doctrina oficial de esta ignominiosa institución, se expresa con claridad respecto del dogma:
Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que "ha salido de Dios" (Jn 13, 3), "bajó del cielo" (Jn 3, 13; 6, 33), "ha venido en carne" (1 Jn 4, 2), porque "la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como hijo único, lleno de gracia y verdad... Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia" (Jn 1, 14.16) (Catecismo de la Iglesia Católica, Madrid, 1992, 2ª Edición, p. 99, parágrafo 423).
Bandera de guerra de Prusia
Las "pruebas" de esta afirmación son los milagros de Jesús, consignados en las Sagradas Escrituras:
¿Cómo sabemos que esos "milagros" no son puras invenciones? Pues porque las Sagradas Escrituras han sido inspiradas por Dios. ¿Y quién dice eso? La Iglesia. ¿Y cómo sabemos que la Iglesia no miente? Porque ha sido instituida por Jesús, que es el hijo de Dios. Pero ¿quién dice que lo sea? Pues las Sagradas Escrituras... A es cierto porque lo dice B, B es cierto porque lo dice C y C es cierto... porque lo dice A. En suma, un circulus in probando, una petitio principii de todo punto descarada que sólo puede convencer a un iletrado, a un cretino o a un cobarde que quiere "salvarse" y sacrifica su intelecto a cambio de un ansiolítico. Los drogadictos son espiritualmente más decentes que los creyentes cristianos, al menos no prostituyen la ciencia, la cultura, la filosofía y la razón a sus inmundas necesidades psicológicas de reaseguramiento. Veamos, en efecto, hasta qué punto de abyección intelectual es capaz de llegar el discurso catequético:
La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero "la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural" (S. Tomás de A., s. th. 2-2, 171, 5, obj. 3), "Diez mil dificultades no hacen una sola duda" (J. H. Newman, apol.) (Catecismo, op. cit., p. 44, par. 157).
¿Pero qué certeza tenemos de que la fe se funda en la "Palabra misma de Dios"? Pues la que se deriva del hecho de que lo dice la Iglesia. O sea, brevemente, que una simple afirmación de parte, y además indemostrable, es "más cierta que todo conocimiento humano"... !Menuda indecencia! !Qué forma de razonar ésta, propia de un perturbado o de un canalla! !Y circulan por ahí los llamados filósofos católicos, quienes, o bien son dementes reconocidos ellos mismos ("elogio de la locura", Erasmo dixit), o bien sinvergüenzas tout court! Y hay que someterse a ellos, siendo así que el razonamiento autónomo, libre, queda descartado desde el principio; porque si no "tragas", sólo se te ofrece, como alternativa, la hoguera, física o moral.
Ser cristiano significa así mentir conscientemente por miedo a la verdad. No busquemos razones más recónditas donde no las hay. Esta impostura es la "fe". Nada más.
Bandera nacional prusiana
El Pueblo de Dios contra las naciones ontológicas
El cristianismo no representa sólo una "creencia personal", sino que con su concepto de "pueblo de Dios" prepara el terreno a la contemporánea destrucción económica de las naciones. La fe cristiana, la idea de inmortalidad del yo y de "igualdad de todas las almas", funda el concepto de un individuo abstracto cuyo sustrato jurídico posibilitará la planetarización de las relaciones financieras capitalistas. Éstas sustituyen el vínculo comunitario por otro que, en realidad, ha usurpado con el interés del "negocio" el espacio de lo sagrado. A las relaciones de vinculación nacional, que son fácticas, no establecidas voluntariamente, radicales e irreductibles, superpone, en efecto, el cristianismo, otro vínculo presuntamente superior, el de dios, que planea sobre los pueblos y funda una presunta "comunidad divina" que subyuga la comunidad nacional originaria. Pero dicha comunidad divina o comunión no es tal: el creyente se integra en dicha organización mediante un "contrato" típicamente capitalista que, a cambio de la salvación, entrega la libertad, léase: el sometimiento a la institución. El corazón mismo de lo sagrado, que en las religiones nacionales entraña una incondicionalidad análoga a la del vínculo comunitario mismo (que no puede ser negociado, pues no cabe elegir ser españoles o alemanes, por ejemplo, de la misma manera que no podemos elegir a nuestros padres) queda así colonizado por aquéllo que en las sociedades capitalistas caracteriza la relación interhumana hegemónica: el socio, el contrato, la asociación: "si los muertos no resucitan, comamos y bebamos que mañana moriremos" (1ª Cor, 15,32). En una palabra: "me someto si me salvas". Camuflada bajo una relación paternal y por lo tanto comunitaria (Dios-padre), el nacionalismo judío nos incita a abandonar nuestra matriz comunitaria e integrarnos en esta otra postiza, arrancada de todo enraizamiento, mientras, por su parte, se guarda bien de conservar el propio. La Iglesia se apresura a intoxicar desde la más tierna infancia a sus futuros conversos para que el vínculo eclesiástico, que debería ser opcional, adquiera la apariencia orgánica, primaria, ontológica, que no tiene ni por definición puede tener jamás:
El Pueblo de Dios tiene características que le distinguen claramente de todos los grupos religiosos, étnicos, políticos o culturales de la historia: -es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero El ha adquirido para sí un pueblo de aquellos que antes no eran un pueblo: "una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa" (1 P 2, 9). -Se llega a ser miembro de ese cuerpo no por nacimiento físico, sino por el "nacimiento de arriba", "del agua y del Espíritu" (Jn 3, 3-5), es decir, por la fe en Cristo y el Bautismo. -Este pueblo tiene por jefe (cabeza) a Jesús Cristo (Ungido, Mesías): porque la misma Unción, el Espíritu Santo fluye desde la Cabeza al Cuerpo, es "el Pueblo mesiánico". -"La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo". -Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó (cf Jn 13, 34)". Esta es la ley "nueva" del Espíritu Santo (Rm 8, 2; Ga 5, 25). -Su misíón es la de ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf Mt 5, 13-16). "Es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano". -Su destino es el Reino de Dios, que él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que él mismo lo lleve también a su perfección (LG 9) (Catecismo, op. cit., pp. 186-187, par. 782).
¿Nacimiento "de arriba"? El conflicto entre la nación ontológica (aquello que somos) y la nación mesiánica de adopción (aquello a lo que nos hemos unido en interés de nuestra "salvación"), sólo puede resolverse de una manera en el alma del creyente, cuyo "ego" se ha transmutado en algo mucho más importante que la comunidad de donde surgió inicialmente su vida. Arrancados los gentiles de sus naciones naturales, puede así la extrema derecha judía convertir estas relaciones de auto-interpretación, puramente subjetivas primero, y después devenidas relaciones jurídicas objetivadas gracias al imperio de la iglesia, en terreno abonado para la expansión del capitalismo: éste crece entre "almas" que calculan "intereses". El propio Marx identificará el fenómeno:
El judaísmo alcanza su plenitud con la sociedad burguesa, pero la sociedad burguesa sólo llega a su plenitud en el mundo cristiano. Sólo bajo el dominio del cristianismo, que convierte en relaciones puramente externas al hombre todas las relaciones nacionales, naturales, morales y teóricas, podía la sociedad burguesa separarse totalmente de la vida del Estado, desgarrar todos los vínculos genéricos del hombre, suplantar esos vínculos genéricos por el egoísmo, por la necesidad egoísta, disolver el mundo de los hombres en el mundo de los individuos atomizados que se enfrentan los unos contra los otros hostilmente. El cristianismo ha surgido del judaísmo. Y ha vuelto a disolverse en él. El cristiano era desde el principio el judío teorizante; el judío es por ello el cristiano práctico y el cristiano práctico se ha vuelto de nuevo judío (Marx, K., La cuestión judía).
Marx no se engaña sobre la naturaleza del judaísmo:
No busquemos el misterio del judío en su religión, sino busquemos el misterio de la religión en el judío real. ¿Cuál es el fundamento secular del judaísmo? La necesidad práctica, el interés egoísta. ¿Cuál es el culto secular practicado por el judío? La usura. ¿Cuál su dios secular? El dinero. Pues bien, la emancipación de la usura y del dinero, es decir, del judaísmo práctico, real, sería la autoemancipación de nuestra época. Una organización de la sociedad que acabase con las premisas de la usura y, por tanto, con la posibilidad de ésta, haría imposible el judío. Su conciencia religiosa se despejaría como un vapor turbio que flotara en la atmósfera real de la sociedad. Y, de otra parte, cuando el judío reconoce como nula esta su esencia práctica y labora por su anulación, labora, al amparo de su desarrollo anterior, por la emancipación humana pura y simple y se manifiesta en contra de la expresión práctica suprema de la autoenajenación humana. Nosotros reconocemos, pues, en el judaísmo un elemento antisocial presente de carácter general, que el desarrollo histórico en el que los judíos colaboran celosamente en este aspecto malo se ha encargado de exaltar hasta su apogeo actual, llegado el cual tiene que llegar a disolverse necesariamente. La emancipación de los judíos es, en última instancia, la emancipación de la humanidad del judaísmo.
Nietzsche y Marx difieren poco aquí:
Con ese mismo fenómeno volvemos a encontrarnos una vez más, en proporciones indeciblemente agrandadas, pero sólo como copia: -en comparación con el ‘pueblo de los santos’, la Iglesia cristiana carece de toda pretensión de originalidad. Los judíos son, justo por eso, el pueblo más fatídico de la historia universal: en su efecto posterior han falseado de tal modo la humanidad, que hoy incluso el cristiano puede tener sentimientos antijudíos, sin concebirse a sí mismo como la última consecuencia judía (Nietzsche, El Anticristo, & 24).
Jesucristo representa al "padre de la mentira", YHWH: la promesa mendaz de un más allá, de una vida inmortal, de una felicidad sin sombras (Jesucristo, el "vencedor de la muerte"), es decir, del mayor instrumento de manipulación y opresión de masas (borregos, ovejas: "el señor es mi pastor") que jamás haya existido; algo sólo comparable a las versiones laicas, secularizadas, del vicio original: al genocida "paraíso terrestre" que en el siglo pasado legitimaran las tiranías comunistas -la moscovita y su larga lista de descendientes (China, Corea, Camboya...). Toda esta tropa repleta de odio impotente ante el IMPERIUM ROMANUM, ante el concepto mismo de autoridad y verdad, viene de él, de Jesús. Los típicos elementos nacionalistas judíos resentidos no sólo se detectan en el bolchevismo (como denuncia, ciega e hipócrita, la "patriótica" derecha cristiana burguesa), sino en el corazón mismo de la doctrina católica. Para refutar el comunismo como "judío" nos muestran así los ultras la larga lista de hebreos que formaban parte de la jerarquía del gulag, pero olvidan la larga lista de judíos que nutrieron, sin excepción, las fuentes mismas del cristianismo: Jesús de Nazaret, Pablo de Tarso, Pedro, el primer papa... Los apóstoles, doce, uno por cada tribu israelita. Si la abultada presencia de hebreos refuta el bolchevismo, ¿por qué no el cristianismo? Mas la Iglesia Católica confiesa sin rubor lo que sólo la derecha "nacional" niega de pura vergüenza:
Persona de una determinada etnia
Israel es el pueblo sacerdotal de Dios (cf Ex 19, 6), el que "lleva el nombre del señor" (Dt 28, 10). Es el pueblo de aquéllos "a quienes Dios habló primero" (MR, Viernes Santo 13: oración universal VI), el pueblo de los "hermanos mayores" en la fe de Abraham (Catecismo, op. cit, p. 27, par. 63).
El dios cristiano y el dios hebreo son el mismo dios. Las polémicas entre cristianos y judíos responden a una cuestión de posesión de ese dios en tanto que fuente de legitimación del poder, cuyo origen incontestablemente hebreo sólo los ultras cuestionan pretendiendo (sumando, en fin, a una impostura, otra) que Jesús era "galileo", o sea, "gálata", o sea "galo", o sea, "celta", o sea, "ario"... Judío es empero su dios, cuya raza no nos preocupa, siendo así que nos inquietan los "valores" de esa "fe" suya abominable, negación radical de la naturaleza, de la verdad y de la vida; una vida que es sagrada, aunque finita, hecho que sacraliza la finitud misma. Pero la Iglesia opina otra cosa:
Al revelar su nombre misterioso de YHWH, "Yo soy el que es" o "Yo soy el que soy" o también "Yo soy el que yo soy", Dios dice quién es y con qué nombre se le debe llamar. Este Nombre Divino es misterioso como Dios es Misterio. Es a la vez Nombre revelado y como la resistencia a tomar nombre propio, y por esto mismo expresa mejor a Dios como lo que El es, infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o decir: es el "Dios escondido" (Is 45, 15), su nombre es inefable (cf Jc 13, 18), y es el Dios que se acerca a los hombres (op. cit., p. 55, par. 206).
Ese dios no es a la postre más que un gran vacío matemático, la cadena numérica del capital, esperanza del inversor-usurero en el incremento del tiempo (la vida), pero de un tiempo-vida que ha sido arrancado de cuajo de su fuente ontológica, condensado, objetivado, devenido abstracto, desarraigado de su inmediatez fenoménica. El dinero, secreto de la teología monoteísta, no es así más que vida robada, usurpada y transformada en otra cosa en el proceso de despojo y acumulación, es decir, de constitución del fetiche. El dios cristiano no es, en suma, más que la suma de la sangre de los propios creyentes, alienados en el acto de constituirse, como vampiros, en depositarios de una "vida eterna" puramente espectral.
Creemos, más bien, nosotros, en cambio, en nuestro pueblo, en nuestra identidad histórica destinal, radicalmente (ontológicamente) opuesta al fraude mundialista. ¿Estaremos "locos" por ello? No. Dementes son quienes pretenden imponernos el extravío cristiano, la trampa hebrea que esconde el nacionalismo jerosolitano tras la máscara de lo "universal". Cebo para tontos, para ignorantes, para cobardes, quienes, a cambio de aire (="el reino de Dios"), se han traicionado a sí mismos y a los suyos en provecho del enemigo planetario (=extrema derecha judía). Ésta se arma y aniquila a sus adversarios mientras a los gentiles pídeles que pongan la otra mejilla; que renuncien a su patria en nombre del "amor" (al fondo óyense afilar los cuchillos para el anatema), es decir, de su propio interés soteriológico egoísta contrapuesto a la comunidad. ¿Existe algo tan obvio como la utilidad del cristianismo para un nacionalismo radical, racista, supremacista e imperialista que aspira a dominar el mundo? ¿Existe un camino más rápido para poner de rodillas a todas las naciones que hacerles sentir vergüenza de su orgullo, de su tradición, de su derecho a defenderse, a perpetuarse, a crecer, a desarrollarse, a ser..., reservando, por contra, ese derecho sólo para el "pueblo sacerdotal" y la "nación mesiánica"?
No hay derecha patriótica cristiana. Se ama a la patria o al dios judío. Hay que elegir. No nos engañemos ya más: toda derecha es hoy burguesa, cristiana y capitalista; por ende, siempre, necesariamente, antipatriótica por esencia. El dios judío es sólo la expresión simbólica suprema del capital, del valor de cambio... Y allí donde el cristianismo "incube sus huevos de basilisco", las larvas del "Pueblo de Dios", llámese izquierda o derecha, allí crecerá tarde o temprano el enemigo, quien nos apuñalará por la espalda, aunque nos prometa el paraíso a título individual (esa su gran arma: la oferta fraudulenta cuyo fin es separarnos de la comunidad: divide et impera).
"Todas las naciones de la tierra adorarán al Mesías en la ciudad de Jerusalén" (Zacarías, 8:2-3; 14:6).
Creemos, más bien, nosotros, en cambio, en nuestro pueblo, en nuestra identidad histórica destinal, radicalmente (ontológicamente) opuesta al fraude mundialista. ¿Estaremos "locos" por ello? No. Dementes son quienes pretenden imponernos el extravío cristiano, la trampa hebrea que esconde el nacionalismo jerosolitano tras la máscara de lo "universal". Cebo para tontos, para ignorantes, para cobardes, quienes, a cambio de aire (="el reino de Dios"), se han traicionado a sí mismos y a los suyos en provecho del enemigo planetario (=extrema derecha judía). Ésta se arma y aniquila a sus adversarios mientras a los gentiles pídeles que pongan la otra mejilla; que renuncien a su patria en nombre del "amor" (al fondo óyense afilar los cuchillos para el anatema), es decir, de su propio interés soteriológico egoísta contrapuesto a la comunidad. ¿Existe algo tan obvio como la utilidad del cristianismo para un nacionalismo radical, racista, supremacista e imperialista que aspira a dominar el mundo? ¿Existe un camino más rápido para poner de rodillas a todas las naciones que hacerles sentir vergüenza de su orgullo, de su tradición, de su derecho a defenderse, a perpetuarse, a crecer, a desarrollarse, a ser..., reservando, por contra, ese derecho sólo para el "pueblo sacerdotal" y la "nación mesiánica"?
No hay derecha patriótica cristiana. Se ama a la patria o al dios judío. Hay que elegir. No nos engañemos ya más: toda derecha es hoy burguesa, cristiana y capitalista; por ende, siempre, necesariamente, antipatriótica por esencia. El dios judío es sólo la expresión simbólica suprema del capital, del valor de cambio... Y allí donde el cristianismo "incube sus huevos de basilisco", las larvas del "Pueblo de Dios", llámese izquierda o derecha, allí crecerá tarde o temprano el enemigo, quien nos apuñalará por la espalda, aunque nos prometa el paraíso a título individual (esa su gran arma: la oferta fraudulenta cuyo fin es separarnos de la comunidad: divide et impera).
"Todas las naciones de la tierra adorarán al Mesías en la ciudad de Jerusalén" (Zacarías, 8:2-3; 14:6).
El drama de nuestra desaparición
como pueblo empezó hace veinte siglos
En honor de la auténtica universalidad -de la que Heidegger diera la señal sagrada: la cuestión del Ser-; en defensa de los pueblos como tales, sin excepción; por mor de las naciones enfrentadas al mundialismo; en nombre de una verdadera fidelidad a lo sagrado, la que merecen aquellos que han sido condenados a la extinción por el déspota de las dunas Yahvé; y contra esa plaga que se extiende como la peste bajo el estandarte de la Coca-Cola ("el desierto crece", Nietzsche dixit): maldigo aquí al cristianismo.
A todos los pueblos del mundo recordémosles así la advertencia de Nietzsche. Alcémonos frente a la opresión del adversario hereditario de las naciones, a saber, el "pueblo de Dios". Por la libertad, la justicia y la verdad: cristianismo, Caballo de Troya del ultranacionalismo hebreo contra los pueblos europeos.
28 de mayo de 2011
28 de mayo de 2011
Addenda. Hay cristianos que lo tienen claro; es de agradecer, ante todo, su sinceridad. Veámoslo: “¿Qué es lo que realmente dice la Biblia sobre los judíos? Que el pueblo judío es "la niña del ojo de Jehová, porque el que os toca, toca a la niña de su ojo" (Zac 2:8). Que el pueblo judío es aún amado por Dios: "Digo, pues: ¿ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera, porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamin" (Rom 11:1-23, 26, 30, 31). De todos los pueblos de la tierra, Dios escogió a los judíos como su "herencia personal": "Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová, el pueblo que Él escogió” (Sal 33-.12; 78:71). El pueblo judío es el "pueblo escogido" por Dios: "Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra" (Dt 7:6). Todos los que ataquen y persigan a los judíos, quedarán bajo el juicio de Dios: "Bendeciré a los que te bendijeron y a los que te maldijeron maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gen 12:3). El Pacto de Dios con el pueblo judío es eterno e incondicional (Sal 89:30,37). Los cristianos deben orar por "la paz de Jerusalén": "Pedid por la paz de Jerusalén, sean prosperados los que te aman" (Sal 122:6). Todo Israel será salvo: y luego (cuando acabe la plenitud de los gentiles) “todo Israel será salvo" (Rom 11:25-26). Todas las naciones de la tierra adorarán al Mesías en la ciudad de Jerusalén (Zac 8:2-3; 14:6)”.
!Grandiosa liberación nos prometen estas palabras cristianas que ponen fin al engaño! No hay frente patriótico de izquierda nacional sin ruptura radical con el cristianismo. Nosotros no somos ni queremos ser, en nada, judaicos. Por lo tanto, no podemos aceptar que un judío, en tanto que encarnación de un determinado sistema de valores (no en tanto que persona de una determinada etnia), sea el hijo de Dios. Nuestro dios, la Verdad, radica en nuestro pueblo, no en el suyo, que desde el principio se ha erigido en bastión de la mentira. En próximas entradas aclararemos la cuestión de la universalidad de la verdad, aparentemente incompatible con la pluralidad de las culturas y las naciones ("relativismo"). Anticipamos que la respuesta a esta pregunta no se encuentra en Nietzsche, sino en Heidegger, y constituye el meollo del problema de la racionalidad en tanto que opuesta a la mera mundialización basada en el interés genérico abstracto del capital (Yahvé).