Carl Schmitt.
Una segunda objeción, que afecta a lo dicho en el archivo del 21 de noviembre, es que el fascismo existió realmente, mientras que desde la ilustración sabemos que el demonio es una pura invención de la imaginación teológica. Cierto, de ahí que la crítica tal como la entendemos deba ir acompañada del trabajo historiográfico y, sobre todo, de un expreso cuestionamiento de los supuestos metodológicos, axiológicos y políticos en que se fundamenta la ciencia histórica.
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Una segunda objeción, que afecta a lo dicho en el archivo del 21 de noviembre, es que el fascismo existió realmente, mientras que desde la ilustración sabemos que el demonio es una pura invención de la imaginación teológica. Cierto, de ahí que la crítica tal como la entendemos deba ir acompañada del trabajo historiográfico y, sobre todo, de un expreso cuestionamiento de los supuestos metodológicos, axiológicos y políticos en que se fundamenta la ciencia histórica.
Se pondrá así en evidencia que la ideología antifascista quiere ser ante todo una narración de hechos que coloca en primer plano determinados eventos y deja otros en la penumbra, proyectando, a través de los medios de comunicación, la política y el mundo de la cultura, un amplio dispositivo de imágenes y lugares comunes de fácil asimilación psicológica (sujeto bondadoso/sujeto perverso), cuyos destinatarios no son los historiadores profesionales, sino la gran masa de los ciudadanos.
El proceso de (re)producción cotidiana de la ideología antifascista puede ser analizado como un fenómeno sociológico. La mera compresión de dicho fenómeno, su objetivación teórica, representa ya una crítica política de efectos devastadores. Bastará cotejar aquéllo que la propia historiografía admite velis nolis como un hecho probado, con el producto simbólico de las terminales mediáticas y culturales, para detectar el componente ideológico de la leyenda colectiva acuñada por la tribu occidental, o mejor dicho, como no podía ser de otra manera, por los vencedores de una guerra mundial.
Por tanto, podemos afirmar, sí, que el fascismo existió realmente, pero que para poder determinar qué fue hemos de correr el velo de la ideología antifascista que se interpone entre nosotros, ciudadanos occidentales, y la realidad histórica de unos acontecimientos que pertenecen al pasado. De ahí que un pensador nada sospechoso de fascismo, el estructuralista francés de origen judío Jacques Derrida, haya podido afirmar que "no creo que podamos todavía pensar lo que es el nazismo". Esta constatación, que es ya de por sí un escándalo -en tanto que nuestra democracia se fundamenta precisamente en el postulado que identifica no sólo el nazismo, sino el fascismo todo, con el "mal absoluto"- representa uno de los pocos gestos de valentía filosófica, si bien nimio, que podemos detectar en el mundo académico oficial posterior a 1945. Hay otros y a ellos nos referiremos a lo largo de este blog.
El fascismo existió, sin duda, pero ¿qué fue en realidad? ¿Tiene algo que ver el fascismo que nos muestra la ideología antifascista inoculada cotidianamente por los poderes públicos con el factum histórico del fascismo? Veremos que sí, pero que el fraude ideológico estriba menos en aquéllo que se dice, que en lo que no se dice tanto del fascismo cuanto de sus adversarios políticos e ideológicos (comunismo y liberalismo). De manera que, conviene aclararlo también, la burda estrategia negacionista consistente en minimizar la existencia de determinados crímenes de lesa humanidad es una caricatura de lo que aquí entendemos por crítica filosófica. Bajo el Tercer Reich perecieron millones de personas y éste es un hecho cuya negación pertenece al orden de la propaganda política ultraderechista.
La cuestión es muy otra. La cuestión es cómo sucedió realmente y por qué este caso, que ha tenido sus fiscales, jueces y condenados, es remachado una y otra vez en la conciencia pública, mientras el imaginario ciudadano -cuya pasividad aterra- ignora que otros millones de personas fueron torturadas y asesinadas bajo regímenes marxistas acusadas de "fascistas" (y de otros estigmas análogos a efectos de imputación), cuando ese acontecimiento genocida ni siquiera ha sido objeto de un proceso judicial equiparable al de Nüremberg. Por no hablar de los crímenes cometidos contra el pueblo alemán, antes y después de Auschwitz, cuyas víctimas fueron civiles inocentes y prisioneros (militares) ya desarmados. O de los innumerables genocidios, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad que jalonan la historia de los Estados Unidos de América, baluarte moral de la democracia occidental, entre otros exterminios de masas y atrocidades, coloniales o no, perpetradas por países donde impera el liberalismo.
La democracia apela a la igualdad de todos los hombres como uno de sus valores legitimadores fundamentales, pero de este principio se desprende la igualdad de las víctimas. Por tanto, un genocidio conocido y ya condenado, cuya memoria se ha promovido hasta el hartazgo, ¿no debería pasar a segundo plano mientras existan otros genocidios impunes y olvidados? Mas si esto es así desde una lógica democrática elemental, choca empero con la realidad, asaz distinta, de la ideología vigente, que es nada menos que nuestra realidad moral cotidiana. Ahora bien, ¿no nos empujará este hecho a dudar, a hurgar en la llaga de cuáles son las verdaderas motivaciones del presunto "humanitarismo" antifascista?
El cuestionamiento de tales intereses, su desenmascaramiento ético y la determinación de lo que el (anti)fascismo fue realmente, representan el haz y el envés de un mismo problema.
Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
26 de noviembre de 2007
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