Heidegger afirma, en primer
lugar, que el Dasein es “en cada caso, mío”. Yo soy Dasein, ustedes son
Dasein. El vocablo “Dasein” nombraría pues, para empezar, una autorrelación en
primera o segunda persona gramatical (“yo soy, tú eres”). A esto denomina
Heidegger la mismidad (Jemeinigkeit) del Dasein.[iv]
Por si fuera poco, esa persona sintáctica resulta ser a la postre primera o
segunda, pero del plural (“nosotros somos, vosotros sois”).[v]
El Dasein comporta, en efecto, un Mitsein (“ser con” los otros y “tú”
antes que “yo”).[vi]
Por tanto, el Dasein no es una “cosa” o, en la jerga de la ontología
fundamental, un “ser ante los ojos” (Vorhandensein) individual.[vii]
En consecuencia, el Dasein no es un cuerpo (tipo o género de cosa) y el
nosotros/vosotros tampoco un conjunto sociológico de “unidades psicofísicas”
que conforme un “grupo” (verbi gratia, la foto de fin de carrera). La
ruptura con el individualismo de sentido común (yo empírico, nosotros/vosotros
grupal en cuanto “suma” de cuerpos) ha sido practicada bien temprano por
Heidegger. Comienza en este punto, como se irá viendo, el paulatino proceso
conceptual de desmaterialización, decosificación y desubstancialización del
Dasein. [viii]
En segundo lugar, y este aspecto resulta esencial para caracterizar la función
de la muerte en la constitución del Dasein, el nosotros/vosotros del Dasein es
siempre determinado, concreto, histórico, existente, no una vaga humanidad cosmopolita
liberal o género homo antropológico. El Dasein no es nada humano en
el hombre, sino el lugar donde la verdad del ser, cuyo nuncio es la muerte,
puede manifestarse. Luego nos enteraremos de que el “nosotros/vosotros” del
Dasein fundamenta la “comunidad del pueblo” (Volksgemeinschaft), pero lo
que nos interesa ahora es la “existenciariedad” del Dasein, su historicidad o
facticidad yecta ---aquí y ahora---, finita, irreductible a cualquier forma de
abstracción. Estamos ya en el fascismo. Por
ende, en tercer lugar, el Dasein es finitud pura porque viene al mundo
angustiosamente exento de esencia: se elige a sí mismo, será lo que decida ser,
su esencia, su Sosein (“ser así”), sólo a posteriori y desde el
fundamento de la nuda existencia fáctica que él es y de una
circunstancia histórica determinada que puede hacer suya o rechazar. Hay pues una
eticidad radical del Dasein, pero de carácter heroico, es decir, nihilista
y, por ende, también fascista. Dicho esto, volvamos a preguntarnos: ¿de
qué está “hecho”, en definitiva, el Dasein si no es material ni espiritual?
Respuesta: el Dasein es proyección de sentido y está “hecho” de tiempo.
Somos/sois en cada caso un nosotros/vosotros temporario que proyecta sentido constituyente
de mundo, es decir, con rango transcendental. Aclaremos acto seguido qué
entendemos por “temporario”, “sentido” y “proyección”.
La constitución transcendental del Dasein
Tenemos frente a nosotros un
árbol. La cosa estaría ahí, según nos dicta el common sense inglés, antes
o después e independientemente de que nosotros “existamos”, pues en caso
contrario nos hallaríamos no ante un ente que “es”, sino ante una
“alucinación”, un “sueño”, una “imaginación” o algo que, en general, “no es”
(¡como si un delirio no tuviera su propia forma de ser!). Ahora bien, el
ser de la cosa varía en función del sentido proyectado por el Dasein. El árbol
puede ser, para el artista, un “modelo pictórico”; para el industrial maderero,
una “mercancía”; para el científico botánico, un “vegetal”; para el paseante
turístico, un “elemento del paisaje”; para el filósofo metafísico, un “ente”,
el famoso ente en cuanto tal, o un “objeto”; etcétera.[ix]
Pues bien, sentido significa aquí este “para” que permite mostrarse al ente
como esto o aquello… El sentido, en cuanto “para” (para pintar, para contemplar,
para investigar, para vender…) somos nosotros y el Dasein agótase en este plexo
de sentido que se proyecta hacia el existente bruto constituyendo un mundo repleto
de cosas.[x]
El Dasein es activista y la acción pura que él es precede al
pensamiento. Retumba aquí una vez más el discurso anti-intelectual del fascismo.
De manera que a las notas ontológicas características del Dasein (mismidad,
sentido, proyección, temporariedad, trascendentalidad) cabe añadir la
naturaleza práxica o pre-teórica tanto de la proyección trascendental cuanto
del ente así constituido (“ser a la mano”, utensilio, Zuhandensein).[xi]
Pero
detengámonos un momento más en el concepto de proyección de sentido (Entwurf).
El sentido no está nunca aislado, sino que forma parte de un todo, único. Por
eso hablamos de entramado, red o plexo de sentido. La mejor forma de entenderlo
es distinguir entre sentido y significado. El sentido es anterior al
significado y, por ende, al lenguaje. Del sentido brotan los significados.
Por ejemplo, un perro escucha la voz de su amo y corre a su encuentro. Es una
acción con sentido, sin duda, pero completamente ajena al lenguaje. Los perros
no hablan, no obstante expresan y comprenden sentido. En el “hombre” hay
también sentido sin lenguaje, pero no a la inversa. El lenguaje se fundamenta
en el sentido y tal constatación, dicho sea de paso, demuele por sí sola el
paradigma lingüístico de Wittgenstein a Kripke. En cada acto concreto del
Dasein está inviscerada la entera totalización del sentido, tejido
reticular del “para” (zu) determinado, en que se inscribe el acto. Por
ejemplo, un hombre abre la puerta de su oficina “para” ir a trabajar y otro
hombre abre después la puerta de la misma oficina y con la misma llave “para”
entrar a robar. El acto de abrir la puerta tiene el mismo significado (“abrir
la puerta”), pero el sentido del acto es distinto. En el “para” en cuestión
hacen acto de presencia las totalizaciones de sentido de dos Dasein
opuestos. Uno es profesor de filosofía, el otro, consumidor de drogas y
delincuente. No he elegido los ejemplos al azar. Esta totalización de sentido
se denomina en Heidegger Vorhabe (“tener previo”) de la interpretación. Cada
Dasein es un proyecto integral de vida y todos se justifican a sí mismos. Una
“ideología” subyacente (“ideal de existencia”, dice Heidegger) configura el
mundo del Dasein. Con ello accedemos bruscamente al plano normativo de
la ontología fundamental.
La muerte como instancia constituyente del Dasein
Nosotros podemos estar pensando o
no en un plan, en una agenda, pero somos proyecto, querámoslo o no, en
todo momento y en ese proyecto subyace el sentido de la vida/muerte. Todo plan
del “yo” pensante se fundamenta en la previa proyectualidad existenciaria del
Dasein. Incluso la ausencia de planes, la vivencia del sinsentido si se quiere,
es ya una proyección de sentido como “absurdo”. La proyección de sentido, en
cuanto totalización, remite, en última instancia, a la auto-interpretación del
mundo que el Dasein es. El Dasein es una creencia. El “para” no
está en el tiempo como un pez en el agua, sino que es el tiempo y consiste en
creer algo. El Dasein cree en esto o aquello, sin creencia no puede dar un paso
y ni siquiera renunciar a darlo. No son pues teorías, “ideas”, pensamientos,
son creencias en el sentido en que Ortega oponía creencias a ideas. Lo que uno
cree se pone de manifiesto no en lo que piensa o dice, sino en lo
que hace, su verdadera “ideología” o “ideal de existencia” (Vorhabe).[xii]
La proyección de sentido (“creencia”)
es temporaria, un pro-yectar inseparable del significado de “sentido”, es
decir, de dirección (por ejemplo, cuando decimos: “el coche cambió de sentido”).
El sentido en el Dasein es empero primordialmente temporal (de ahí el título de
la obra capital de Heidegger, Sein und Zeit), la proyección (el “pro”-) preconstituye
el futuro (Zukunft). De ahí Vorhabe (“tener previo”). Esta
temporalidad originaria anterior a toda representación física del tiempo es la
que Heidegger denomina ek-stasis de la temporalidad, presente, pasado y futuro,
en que se entreteje nuestra/vuestra proyección de sentido. En efecto, tiempo
no es aquí la sucesión de puntos en el espacio que nos “imaginamos” cuando “pensamos”
en el tiempo, metáfora que supone ya una espacialización o cosificación del
tiempo, sino que el tiempo es futurición, posibilidad existencial y
potencialidad vital. Una línea de puntos puede recorrerse en dos sentidos, pero
la temporalidad originaria es finita de principio (nacimiento) a fin (muerte),
tiene sólo un sentido, su signo es la fatalidad, el destino (Schicksal)
y avanza torrencialmente hacia un futuro concreto, de-finido, de-terminado, cuyo
fundamento es la de-terminación, la de-finición misma. El Dasein está “hecho”
de posibilidades concretas, aquéllo que experimentamos al hacer algo “para”
algo con sentido (por ejemplo, me ilusiona cursar la carrera de filosofía). Si
me levanto a tal hora por la mañana será “para” no demorarme, si me aseo y me
visto será “para” salir a la calle y “para” ir al trabajo o encontrarme con tal
persona… Y si trabajo será por vocación o “para” ganar dinero. Y si gano dinero
será “para” casarme y criar hijos, “para” lograr esto o aquello, “para” ser
feliz... Etcétera. Elegimos una posibilidad y descartamos otra: esta decisión
es irreversible, no se vuelve atrás. La posibilidad comporta al par una
imposibilidad y hay un no-poder inscrito en la decisión remitiendo al pasado
cumplido que prefigura la muerte como “no”, vínculo esencial entre potencia
e impotencia. Pero si persistiésemos en seguir este entramado de “para”, al
final desembocaríamos a un “para qué” postrero: para qué vivir. Y el Dasein
sigue viviendo cabe la posibilidad de morir. La muerte no es el hecho de
fallecer, sino la ontológica posibilidad de la imposibilidad que fundamenta
todas las posibilidades ónticas del Dasein.
[i]
Verdad y muerte. Filosofía frente a cosmovisión en el primer Heidegger
(1919-1929), dirigida por Miguel Ángel Granada, Universitat de Barcelona, 8
de abril de 2019. Cfr.: http://hdl.handle.net/10803/666634
[ii]
Trasladando las Gesamtausgabe a los sótanos de los archivos históricos
sobre el nazismo.
[iii]
El término “Dasein” está bien lejos de constituir una arbitrariedad
terminológica gratuita de Heidegger y si “Dasein” significara “individuo” a
secas, la adopción de un vocablo técnico equivaldría a pura pedantería y
fraude. El problema no es empero del filósofo que inventa palabras raras para
aparentar profundidad, sino nuestro, por cuanto (según Heidegger) no sabemos ni
queremos saber “qué” somos aunque hayámoslo “precomprendido” ya siempre.
[iv]
¿Qué no es, ante todo, el Dasein? En el momento en que alguien se “mira al
espejo” e identifícase con la imagen reflejada (un “él”, tercera persona), el
Dasein se aliena de sí mismo, porque el Dasein se ha esfumado y la Jemeinigkeit,
cosificado.
[v]
El sí mismo, un “yo” entrecomillado, provisional y como cogido por los pelos al
igual que el “sujeto”, la “conciencia”, “ser para sí” y otros atributos de la
individualidad liberal en sentido fuerte, remite en verdad a un más fundamental
nosotros/vosotros.
[vi]
Fenómeno que ni siquiera puede ponerse ante un espejo.
[vii]
Quede claro así mismo que “cosa” nombra aquí el ente empírico perceptible a
través de los sentidos: nada de misterioso o rebuscado; por ejemplo: esta
silla, esta mesa, este libro...
[viii]
Sin embargo, les advierto de que esta “desmaterialización” no conduce a
convalidar ningún espiritualismo religioso tradicional, oculto fundamento
metafísico del individualismo liberal laico del “yo”. El alma como materia
sutil tampoco es Dasein y, caso de existir, pertenecería al universo de las
cosas. Cuando el alma presuntamente inmortal, hecha a imagen de Dios, se separa
del cuerpo, en un claro desplazamiento espacial, para elevarse a los cielos, se
entiende que estamos ante una substancia, gaseosa, energética o tan etérea como
se quiera, pero, a la postre, cosa. A mayor abundamiento, energía es también
aquéllo que corre por el cableado eléctrico de la compañía de la luz, pero las
conexiones neuronales del cerebro humano no darían ni para encender una
bombilla. La energía de los físicos es, pues, si no materia rigurosamente
hablando, también cosa. El “yo” liberal como psique individualizada que calcula
su propio interés tampoco soporta la estrategia de Destruktion
ontológica de Heidegger: la rama cae con el tronco y, si me permiten una
observación puramente empírico-sociológica, no hay individualismo sin una
previa socialización individualista.
[ix]
No hay árbol en sí, sino que el árbol “es” siempre en relación con un sentido
que procede de otro lugar. Además, el árbol mismo se constituye como ente sobre
el fundamento de una determinación lingüística que da forma a un existente
bruto indeterminado. La “de-terminación”, “de-finición” lingüística es empero
histórica (idioma) y remite a un nosotros/vosotros, el Dasein. Hay árbol, arbre,
Baum, tree, albero… y cada uno de estos entes designa algo diferente
porque, como saben los traductores, no existe versión exacta y toda traducción
debe preservar el sentido a costa del significado.
[x]
La proyección de sentido no es el acto voluntario de un yo psicofísico (nadie
va por ahí decidiendo si proyecta o no proyecta sentido como la luz de una
linterna), sino del nosotros/vosotros en tanto que Dasein (sin
“nosotros/vosotros”, no hay “yo” que valga). Mucho menos un acto intelectual,
fruto de un pensamiento o una reflexión consciente que “crea” el “objeto”, como
pretendían, según cuenta la leyenda, los filósofos idealistas, sino un quehacer.
[xi]
El conocimiento modifica el ente y lo convierte en objeto (“ser ante los ojos”)
“para” una conciencia teórica. Pero ésta es sólo una de las prestaciones
posibles ---y derivada--- de la proyección trascendental de sentido siempre
dada previamente ahí. El “intelectual” puro en cuanto “sujeto del conocimiento”
que se relaciona con un “objeto” (“ser ante los ojos”, cosa, Vorhandensein)
tiende a creer que sólo él ostenta el valiosísimo saber respecto de un ente en
sí, “objetivo”, universalista, cosmopolita, ayuno de quizá bajos y sucios
intereses… Sin embargo, lo que ocurre es que vive de espaldas a su propio
Dasein, del cual, empero, permanece tributario aunque no lo “sepa”. Cuando
conocemos, tendemos a perder comprensión y en eso consiste la tragedia de la
filosofía o, si lo prefieren, de la metafísica onto-teológica tan denostada por
Heidegger.
[xii]
La interpretación puede ser implícita o explícita, pero si se interroga al
Dasein del caso su comprensión del ser podrá resultar sinceramente verbalizada
con mayor o menor precisión. Por ejemplo, se le pregunta al banquero por qué quiso
ser banquero y responderá, pongamos por caso, que para ganar mucho dinero; y si
se le pregunta por qué quiere ganar mucho dinero, responderá que ser rico da
acceso a la mayor parte de los placeres de la vida (no todos, pero la riqueza
es signo de elección divina para la vida eterna); y si se le pregunta por qué
los placeres de la vida son más importantes que el ascetismo o la mística, dará
alguna explicación descriptiva con valor normativo sobre lo que el mundo y la
vida presuntamente “son”. Según Heidegger, siempre iremos a parar a una
determinada comprensión del ser que autojustifica nuestro proyecto de sentido
totalizador como proyecto de vida válido. Auto-interpretación (discurso
descriptivo) y autojustificación (discurso normativo) van juntas porque el ser
del Dasein es un quehacer, es el ser de un deber-ser.
COLOQUIO POSTERIOR (FRAGMENTO):
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