«Historia de un engaño: 50 años de hegemonía estadounidense en Italia»
Publicamos hoy aquí, después del Capítulo V, el Prefacio del Autor y el Capítulo I de esta obra crucial de Vincenzo Vinciguerra. No podemos pasar por alto la deuda de gratitud con la página de Resistencia y, en especial, a pesar de las diferencias estratégicas, con los traductores.
Camaradas, adiós
PREFACIO DEL AUTOR
Volver hacia atrás en el tiempo sería tarea vana si no consiguiéramos localizar en el pasado esa línea de continuidad que lo liga, indisolublemente, al presente que, a su vez resulta válido en la medida en que sirve para construir el futuro.
A más de medio siglo de distancia desde la invasión de Europa no ha cambiado en nosotros, con relación a la batalla librada entonces por los ejércitos europeos contra las hordas estadounidenses, la exigencia de liberar al continente de la opresiva tutela de los Estados Unidos de América.
A menudo, a los vencedores se les permite decir la verdad que los vencidos se obstinan en negar. Así, por ejemplo, el senador Bob Dole ante la pregunta sobre cual sería el valor simbólico de aquellos días de junio de 1944, puede responder tranquilamente: <<En mi opinión señalan y simbolizan el comienzo del liderazgo americano en el mundo>>.
Lo sabíamos, lo habíamos sabido siempre: la segunda guerra mundial fue el conflicto donde se decidió quien debía, Europa o los Estados Unidos, escribir la historia del siglo XXI.
Perdió Europa. Hemos perdido medio siglo en reconocer al enemigo y descubrir que la continuidad con el pasado impone la ruptura con los Estados Unidos, la denuncia del Tratado de paz, la expulsión de la Alianza Atlántica y el desmantelamiento de sus estructuras secretas dentro de nuestro territorio.
La reconstrucción del pasado nos permite señalar y reconocer a los enemigos, y encontrar a los amigos con los cuales proseguir una batalla que solo idealmente ha continuado, porque en la realidad se ha detenido en mayo de 1945.
Entre los enemigos podemos – y debemos – incluir ese neofascismo y sus representantes que continúan, todavía hoy, asumiendo su elección de campo, realizada al día siguiente del final de las hostilidades, colocándose del lado del vencedor.
Un neofascismo que ha sabido hallar motivaciones, políticas, históricas, éticas para reorientar las energías de aquellos que creían en Europa contra un enemigo que representaba una amenaza – por lo demás solo hipotética – únicamente para los Estados Unidos de América.
Hoy el neofascismo, digno heredero de aquel fascismo que reveló su naturaleza el 25 de julio de 1943, saborea el gusto de la victoria, el placer de ser oficialmente reconocido e incluido entre los siervos predilectos del amo.
Nosotros que nos reconocemos en el Fascismo de los Ricci y de los Giani, de los Vezzalini, de los Koch, de los Pavolini, de las Brigadas Negras y no de la Décima Mas; de las SS y no de las Waffen SS, podemos complacernos por el final de un equívoco. (1)
El enemigo que, durante medio siglo, se ha revelado habilísimo en el uso de las armas del engaño y de la traición lo tenemos hoy ante nosotros, abiertamente enfrentado a nosotros sin que tal cosa nos alarme y nos preocupe.
Lo conocemos: es un enemigo de medio pelo.
Reconstruir la historia, denunciar el papel de los Rauti, de los Erra, de los Accame, de los Delle Chiaie no deriva de la sobrevaloración de estos, sino de la exigencia de demostrar – y dar a conocer – la guerra que Norteamérica y la OTAN han dirigido contra Europa en estos cincuenta años.
Guerra necesaria, inevitable, porque la victoria militar no era suficiente; era necesario obtener también la política, ideal, moral. Y han logrado esa segunda victoria con la ayuda de los antifascistas y los neofascistas.
No ha sido una «guerra virtual»: ha tenido sus muertos, sus heridos, sus inválidos, sus prisioneros; ha quebrado hombres y conciencias, cosechado víctimas inocentes, destrozado existencias.
El respetado (por los neofascistas, los primeros) Bill Clinton excluye de la conmemoración de la batalla de Anzio a alemanes e italianos. Para él y para América siguen siendo enemigos y como tales, son considerados medio siglo después.
No es solo una muestra de arrogancia. Solamente los pueblos que tienen memoria y aquellos que saben reconocer su propio pasado tienen un futuro. La orgullosa América no se considera obligada a inclinarse ante los vencidos, a reconocer su valor, a equipararles a sus muertos.
Y tiene razón, porque la guerra no ha terminado todavía.
Tampoco nosotros nos inclinamos ante el recuerdo de esa <<mezcla de razas bastardas y mercenarias>> que nos ha derrotado dos veces en medio siglo.
Tampoco para nosotros la guerra ha terminado. Y para hacerla no nos sirven esperanzas de victoria. Nos basta la memoria y la certeza de que aquello que vuelve a empezar es nuestra guerra, sin otros adjetivos.
Opera, 4 de junio de 1994.
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CAPÍTULO I
EL FINAL DE UN EQUÍVOCO
La Europa del odio celebra sus victorias. Fiestas y patíbulos son el contrapunto de la conmemoración del desembarco en las playas de Normandía de las fuerzas de ocupación angloamericanas. Bailes y cantos se acompasan con procesos judiciales y condenas para honrar y servir a los vencedores de ayer y a los amos de siempre.
La pálida Europa de los siervos prohíbe la repatriación del cadáver de León Degrelle, descubre que es delito expresar una opinión discrepante de la «verdad» de los vencedores sobre el «holocausto», inicia la caza de ancianos supervivientes, culpables – dice – de «crímenes contra la humanidad» los cuales, sin embargo, tras medio siglo no había advertido la necesidad de reprimir.
Solo una voz se alza para expresar una discrepancia parcial.. En Francia, a comienzos de los años noventa, el socialista François Mitterrand declara que, en su opinión, << no se puede vivir siempre de recuerdos y de rencores>> – sino que – <<es preciso al contrario olvidar las grandes tragedias nacionales >>.
Le mandan callar y da marcha atrás rápidamente. La Francia victoriosa no puede aún apropiarse de su historia y de su pasado.
La verdad sobre la Francia de Vichy y de Pétain no puede todavía ser revelada.
Una prohibición, ésta, que aparentemente no es válida para la Italia derrotada donde, desde algunos meses, se asiste a la espectacular legitimación, como fuerza política de gobierno, de un partido que se ha proclamado siempre heredero, en el plano histórico e ideal, de la República Social Italiana.
Y sin embargo, la historia de los regímenes colaboracionistas de Vichy y de Salò corre paralela y, mientras que en Francia ninguna fuerza política ha reivindicado nunca la herencia de Petain, en Italia el M.S.I. ha hecho fortuna atribuyéndose abiertamente la de Mussolini.
Los fantasmas de un pasado muerto y sepultado no pueden ser evocados en la Francia que se encamina hacia el año dos mil, porque su impacto sobre el presente sería demasiado destructivo.
Un presunto «neofascismo», vivo y coleante, con su carga de retratos de Mussolini, saludos romanos, estandartes y gallardetes es considerado en Italia tan completamente inofensivo por el poder como para quedar integrado en una coalición de fuerzas políticas de signo antifascista, y gratificado con el desempeño de cargos ministeriales a sus representantes (escrito en 1994, ndr).
Un misterio solo aparente. Francia ha ocultado la historia de Vichy: la ha olvidado y la hecho olvidar sepultándola en los más profundos pliegues de la mala conciencia de sus clases dirigentes que, hoy, habrían de admitir, si se iniciara un proceso de revisión, el haber mentido siempre, de haber falsificado conscientemente la realidad de la obra de Petain que fue tan antialemán como lo fue De Gaulle.
La clase dirigente francesa no quiere reconocer oficialmente, ante su pueblo, que no hubiera existido De Gaulle sin Petain, que no hubiese existido la espada sin el escudo. ¿A quién le interesa rescribir esta historia? ¿A quien beneficiaría narrarla? No a los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Es mejor para ellos mantener la aventura de Vichy en la oscuridad de la historia y evitar que la Francia actual descubra haber vivido durante cincuenta años en el más abyecto de los engaños. Y que pueda exigirles, a los vencedores de ayer y a los amos de hoy, cuentas.
Si Francia ha borrado la historia de Vichy, Italia ha falsificado la de Salò con la colaboración entusiástica de los dirigentes neofascistas que, de este modo, se han ganado el derecho de existir políticamente en la Italia democrática y antifascista.
Hemos escrito en otras páginas (1) (que más adelante recordaremos fragmentariamente) la historia de la República del Norte y de sus Fuerzas Armadas. Trazaremos, aquí, brevemente el recorrido de infamia y mentira seguido por los dirigentes del neofascismo italiano desde 1946 hasta hoy.
Lo haremos siguiendo, en parte, al que se ha convertido en el texto oficial de la historia del Movimiento Social Italiano, escrito por un profesor universitario, Piero Ignazi, antifascista, que ya en la elección del título ( «El polo excluido») demuestra cuán fácil le resulta a cualquiera, también a un estudioso, caer en las trampas de una propaganda sabiamente alimentada durante decenios, incluso con el concurso de todos los que sabían la verdad y la han callado.
Alguno, entre estos últimos, interviene para constatar una verdad evidente que, sin embargo, se pierde en el fragor de una campaña publicitaria que, tras la caída de la Democracia Cristiana, debe presentar a la atención de los italianos al M.S.I. como partido «limpio». Y distante ya de una pasado que no ha «traicionado ni renegado».
En respuesta a Gianfranco Fini que, ante la cercanía del aniversario del 8 de septiembre (2), se ha arrogado el derecho de afirmar que, en Italia, << no puede haber espacio para quien especula sobre la guerra civil. Para continuar colocando al margen de la política a millones de hombres cuyos padres realizaron otra elección>>, Lucio Colletti dedica un comentario sarcástico: <<…el MSI – afirma el intelectual antifascista – está en el Parlamento desde hace mucho, a pesar de que una ley (Scelba) prohibió la reconstrucción del partido fascista. Se debe pensar que no existe continuidad entre Msi y fascismo. Por lo tanto – concluye Colletti – el Msi no se identifica con los combatientes de la República Social los cuales, por otra parte, reciben subsidio del Estado>>.
Una verdad evidente, meridiana, que si se hubiera proclamado a tiempo, hace muchos años, habría evitado lutos y tragedias al país entero, porque habría salvado de la instrumentalización por parte del MSI a millares de jóvenes incapaces, no por culpa suya, de captar la profundidad del abismo al cual mediante engaño los dirigentes del MSI les estaban precipitando.
El Movimiento Social Italiano nació con la finalidad de encerrar a la masa de veteranos fascistas, liquidando sus veleidades revolucionarias, en una cárcel desde la cual dirigirlos electoralmente y, si fuera necesario física y militarmente, contra los «bolcheviques sin Dios» de Palmiro Togliatti (3) y del Frente Popular.
El magma incandescente que se desbordaba en mil torrentes del volcán fascista, no apagado aún, fue encauzado en un único río de lava hacia objetivos funcionales al reforzamiento y consolidación del nuevo régimen.
Fautores de esta cínica operación fueron, según Piero Ignazi, <<algunos expertos emprendedores políticos que canalizaron la galaxia de los grupos y de los movimientos espontáneamente surgidos en distintas partes de Italia y, por lo demás, compuestos de poquísimas personas>>.
Entre los «expertos» políticos estaban, por ejemplo, Arturo Michelini, a la sazón subjefe federal de Roma de la que, tras el 8 de septiembre de 1943, no se movió rechazando adherirse a la República de Salò.
El M.S.I. nació, en teoría, en el ánimo de los veteranos fascistas, como una <<orden de creyentes y de combatientes>>, aferrado fielmente a un pasado que, en la época, era todavía presente, con sus ideales, su historia y sus caídos. Pero, en el arco de apenas dos años, constata Ignazi, el partido de Almirante y Michelini circunscribe, sobre el aspecto interno, su <<área de referencia – a una -…derecha conservadora y populista predominantemente meridional>>.
Por más indirecta e implícita que sea – reconoce el historiador – <<la elección de campo está ya decidida>>.
Lamentablemente, Piero Ignazi dedica su análisis a la descripción de los debates, siempre vívidos y virulentos, que acompañan las discrepancias entre las distintas corrientes del MSI, pero no logra captar las conexiones, que también se manifiestan con cierta frecuencia, entre la clase dirigente misina y los representantes del poder político, económico, religioso y militar italiano nacido tras el 8 de septiembre de 1943.
Detenerse en lo que aparece en documentos oficiales, registrar solamente lo se ha dicho en campañas y en debates, escrito en la prensa del partido, para uso y consumo de los afiliados y los simpatizantes, como hace Ignazi, equivale a escribir no solo una historia incompleta sino, peor aún, una crónica de acontecimientos y de actitudes que se sitúan a menudo, si no siempre, al lado opuesto de lo que ha sido dicho y decidido en esa penumbra donde se escribió y ejecutó la verdadera política de una fuerza que, como el MSI, debía aparentar ser de «oposición» al gobierno pero ser, en realidad, soporte del poder.
Así pues, el neofascismo no como el «polo excluido» de la vida política italiana, sino como su «polo oculto» desempeñando un papel que, desde los primeros años setenta, será asumido, desde la izquierda, por el partido comunista italiano. Y la prueba fundamental se desprende del examen de las relaciones establecidas entre el MSI y aquellos centros de poder en los cuales, única y exclusivamente, reside la fuerza y la capacidad de decidir los destinos del Estado y del Nación.
De ahí que sea completamente erróneo el análisis que de las relaciones establecidas entre el MSI, única fuerza verdaderamente representativa del neofascismo italiano, y las Fuerzas Armadas, realiza Piero Ignazi.
<<La relación entre Movimiento Social Italiano y militares hasta los años sesenta – escribe el historiador – mantiene la impronta de una especie de despego e indiferencia. Las razones de este comportamiento se remiten a la historia misma del partido. El MSI, de hecho, nació como el partido de los veteranos de la República Social Italiana, de los «combatientes que no habían hecho traición» de los «no colaboradores» de los Fascists´ criminal camps.
Representa, pues – prosigue Ignazi – la (derrota) de un ejército que no había seguido a la monarquía. No por casualidad, el MSI ha sostenido durante los años cincuenta a las asociaciones de excombatientes de la República Social Italiana, desde la Unión Nacional de combatientes de la RSI (presidida por Graziani y posteriormente, tras la muerte de éste, por Borghese) a todas las de Arma. Y ha pedido la aprobación de leyes de previsión social y de jubilación para estos grupos (pensiones de guerra y reconocimiento de servicio).
La fractura – afirma Ignazi – entre los generales «badoglianos» y los partidarios del «Mariscal de Italia» Graziani no podía ser soldada en tan escaso tiempo. Se puede entonces comprender esa mezcla de indiferencia y despego que trasluce el comportamiento misino hacia las Fuerzas Armadas durante los años cincuenta: el MSI se limita a tributar un homenaje de circunstancias al «valor de las Fuerzas Armadas y a su fundamental misión».
Por ejemplo, en la moción congresual de 1956 se afirma que es preciso » restituir a las FF. AA: la consciencia de su propio destino de defensa de la Patria «: pero – concluye – nada más >>.
Sería demasiado largo resumir en estas páginas, todo lo que hemos puesto en evidencia en el libro "Historia secreta de un pueblo traicionado, 1943-45", inédito todavía por la vileza de «amigos» y voluntad de enemigos.
Aquí, solo podemos sintetizar la trayectoria unitaria que, de común acuerdo, recorrieron los altos mandos militares italianos, tanto en el Sur como en el Norte, con la intención de evitar una fractura total, no cicatrizable, dentro en el interior de las Fuerzas Armadas italianas tras el 8 de septiembre de 1943.
Consecuentemente, no existieron enfrentamientos entre militares italianos tanto del ejército regular «apolítico» de Rodolfo Graziani, como de aquél del Sur. No existió, pues, derramamiento de «sangre fraternal», y la tarea desempeñada por muchos oficiales del ejército de Salò puede ser resumida perfectamente como «alistarse para sabotear» que permitió posteriormente, terminada la guerra, a la totalidad de los mandos superiores de las Fuerzas Armadas republicanas conseguir absoluciones sin cargos o condenas irrisorias por parte de los Tribunales de Excepción que los juzgaron por «alta traición» y «colaboración con el invasor alemán».
Si alguna vez existió algún enfrentamiento en el interior de las Fuerzas Armadas tras el 25 de abril, no fue entre «derrotados» y «vencedores», entre dos distintas y contrapuestas concepciones del honor militar, entre «nordistas» y «sudistas», sino más bien entre los partidarios de la «resistencia tricolor» y los seguidores declarados de la causa de las potencias anglo-sajonas, entre dos diferentes modos de concebir y ejecutar la traición.
Es decir, entre los que atribuían a sus propios méritos la «salvación de Italia» de la ira y de la destrucción germánicas, lograda mediante una falsa adhesión al bando del Tercer Reich, y los que, viceversa, reivindicaban para sí mismo la «gloria» de haber obtenido para Italia, con su posicionamiento contra Salò y Berlín, el reconocimiento de nación cobeligerante por parte de los vencedores del conflicto.
Sin lugar a dudas, se remonta a febrero de 1946 la primera llamada a filas por parte del nuevo ejército italiano, con el único límite de doce meses de servicio militar en lugar de 18, para los «antiguos miembros de las fuerzas armadas de la RSI que tuviesen antecedentes penales».
Y, seis años más tarde, el gobierno italiano mediante «la Ley de 23 de febrero de 1952 n. 93 a efectos de hoja de servicios para los oficiales los servicios prestados en las Fuerzas Armadas de la RSI».
Con este gesto, el régimen democristiano y antifascista animado por el respaldo de las potencias aliadas vencedoras, sancionaba como auténtico el papel «resistencial» desempeñado por el Ejército de la República del Norte, bajo las órdenes del Mariscal de Italia Rodolfo Graziani... Dando público y formal reconocimiento a esa «Salò tricolor» en cuyo nombre afirmaban haber combatido los soldados «gris verde» de la Armada Liguria, de la Guardia Nacional Republicana y de las otras formaciones regulares de la República Social Italiana.
No es producto de la casualidad que, en el momento en el cual quedaba ratificada la pacificación en el interior de las Fuerzas Armadas, con el reingreso en la carrera de los oficiales hasta entonces excluidos del reconocimiento de su «patriotismo» y de su fidelidad a la Nación (contrapuesta a la facción), en la presidencia del M.S.I. estuviera Rodolfo Graziani, cuyo puesto será significativamente ocupado, tras su muerte, por el príncipe Junio Valerio Borghese.
Semejante reconocimiento por parte de un régimen que identificaba como suyos los principios y los valores del antifascismo liberal y católico no podía por menos que reflejarse, pues, sobre la fuerza política – el MSI – de la cual los militares, mediante dos de los más prestigiosos representantes de su casta (Graziani y Borghese), se habían convertido en garantes de su definitiva ruptura con la ideología y con la historia del último fascismo.
De este forma, el régimen admitía de modo oficial, mediante la rehabilitación del Ejército regular republicano y de sus figuras más representativas, a las cuales se les reconocía tanto en sede política como judicial la licitud de la opción escogida el 8 de septiembre de 1943, al Movimiento Social Italiano en el nomenclátor de las fuerzas políticas nacionales legitimadas para actuar también dentro del marco constitucional.
Los dirigentes del MSI, por su parte, habían llevado a cabo desde el principio su abjuración respecto a esa «Salò negra» encarnada por Alessandro Pavolini y por sus Brigadas Negras, haciendo así explícita su opción a favor de la «nación» y contra la «facción»: representada la primera por las Fuerzas Armadas, garantes de la unidad nacional; y la segunda por el fascismo republicano del cual renegaron en lo que respecta a sus ideas, su alternativa y su historia.
Todavía en 1973, Giorgio Almirante, en su autobiografía reafirmaba la validez de esa elección haciendo dimanar su decisión de adherirse a la República de Salò, en octubre de 1943, no del discurso de Benito Mussolini, tras la liberación del Gran Sasso y, mucho menos, del llamamiento de Alessandro Pavolini, sino del discurso pronunciado por Rodolfo Graziani, en Roma, en el Teatro Adriano, a principios de aquel mes de octubre de hace más de cincuenta años.
No debe, pues, provocar estupor el hecho de que, en 1954, Virgilio Spigai, un oficial de la Marina de Guerra, destinado a ascender hasta los grados más altos de las Fuerzas Armadas durante los años 60 y 70, pudiera escribir un libro sobre las empresas militares de la X Flotilla Mas y de su comandante, hasta el 8 de septiembre de 1943, mientras que un ex infante de marina de la división «Decima», Adriano Bolzoni, en una obra autobiográfica, haya querido recordar que, junto a sus camaradas de la «Barbarigo», cantaba una cancioncilla cuyo estribillo repetía: <<Fuego por Dios contra los bárbaros, fuego contra las Brigadas Negras>>.
Resulta, por ello, obvio que de la memoria histórica del ambiente neofascista haya sido literalmente borrada la figura humana y política de Alessandro Pavolini, de forma tan radical que el único en escribir una biografía sobre él, no exenta de expresiones de sincero respeto, fuera un historiador antifascista.(4)
De esta manera, los jefes del neofascismo italiano parlamentario y extraparlamentario, han erradicado de la conciencia de las jóvenes generaciones el recuerdo de la «facción», junto a sus principios y a su patrimonio ideal. En compensación, le han dado la «nación», la misma que, tras medio siglo, gracias también a su determinante colaboración podemos definir como la prostituta Italia.
Con estas premisas, la petición avanzada por Gianfranco Fini por parte del MSI, Giulio Cesco Baghino, por la Unión de Combatientes de la RSI, y Luigi Poli, por la Asociación Nacional de la Guerra de Liberación, en septiembre de 1993 (y obsesivamente repetida hasta hoy), de << confirmar la «pacificación» entre el Ejército del Sur, que permaneció fiel al rey tras el armisticio y el del «Norte», que se unió con Mussolini a Salò>>, se configura como una propia y verdadera estafa histórica y política.
La «pacificación nacional» propuesta por estos tres mercachifles y sus cómplices, deberá en realidad verificarse entre pensionistas y jubilados del mismo Estado, que desde hace medio siglo nada ni nadie separa.
Por lo demás, toda la historia del neofascismo italiano, desde los comienzos hasta hoy, no es otra cosa que el desarrollo de más por cincuenta años de un engaño que todavía no ha sido desenmascarado, simplemente porque hacerlo acarrearía la necesaria violación de demasiados secretos de Estado por parte de un poder que tiene todo el interés en mantenerlos a salvo para garantizarse su propia supervivencia.
Fuentes:
Para el Prefacio: https://resistenciatextos.wordpress.com/2016/08/08/libro-camaradas-adios-de-v-vinciguerra-prefacio-del-autor/
Para el Cap. I: https://resistenciatextos.wordpress.com/2016/08/08/libro-camaradas-adios-de-v-vinciguerra-cap-1o-el-final-de-un-equivoco/
Primera entrada de esta serie de FILOSOFÍA CRÍTICA sobre "Camerati, addio": https://nacional-revolucionario.blogspot.com/2024/04/adios-camaradas-vincenzo-vinciguerra.html
(Continuará con el Cap. II).