En la "Introducción" a su bodrio editorial Contra Revolución. Análisis y propuestas de la contra-revolución (2017), una obra de humor que no en vano comienza con un lamento sobre "lo que queda de la contrarrevolución" ---o sea, nada---, Ernesto Milá hace pública su profesión de fe contrarrevolucionaria y se declara fiel a la monarquía y a la iglesia. Sostiene, sin sonreír, que el rey es un ser superior. Además, para terminar esta sesión de terapia masturbatoria con el más espantoso bochorno, este "analista político" manifiesta que el enemigo contra el que lucha ---en el sentido que Carl Schmitt da a la dicotomía amigo/enemigo--- es, ¡agárrense!..., la UNESCO. No la oligarquía financiera, no el Pentágono, no el Mossad, ni siquiera el FMI, sino esta "infernal" agencia de la ONU.
Milá es el mismo personaje que afirma desconocer el significado de la palabra "nacional-revolucionario" o asevera, por ejemplo, que Ramiro Ledesma no puede ser considerado un político de izquierda nacional porque era fascista y, por tanto, reaccionario. Al parecer, no se ha enterado Milá del significado de la palabra fascismo, puesto que si desconoce el del género nacional-revolucionario, tiene por fuerza que, como poco, malinterpretar su especie. Para Milá sólo existen dos campos políticos, a saber, el revolucionario y el contra-revolucionario. Entonces, ocurre que los nacional-revolucionarios estarán, por definición, en el campo revolucionario. La divisoria entre unos y otros es la actitud valorativa e ideológica respecto de la revolución de 1789. O, en otros términos, la posición adoptada frente al jacobinismo (=izquierda) define en qué campo está cada uno de los actores. Pues bien, el señor Milá ignora que el fascismo se encuentra en el campo revolucionario. Esta sería, por si fuera poco, una tesis de Julius Evola cuando escribe El fascismo visto desde la derecha,* que es tanto como decir "el fascismo visto desde la contrarrevolución", porque para Evola la verdadera derecha sólo puede ser contrarrevolucionaria.
Milá es el mismo personaje que afirma desconocer el significado de la palabra "nacional-revolucionario" o asevera, por ejemplo, que Ramiro Ledesma no puede ser considerado un político de izquierda nacional porque era fascista y, por tanto, reaccionario. Al parecer, no se ha enterado Milá del significado de la palabra fascismo, puesto que si desconoce el del género nacional-revolucionario, tiene por fuerza que, como poco, malinterpretar su especie. Para Milá sólo existen dos campos políticos, a saber, el revolucionario y el contra-revolucionario. Entonces, ocurre que los nacional-revolucionarios estarán, por definición, en el campo revolucionario. La divisoria entre unos y otros es la actitud valorativa e ideológica respecto de la revolución de 1789. O, en otros términos, la posición adoptada frente al jacobinismo (=izquierda) define en qué campo está cada uno de los actores. Pues bien, el señor Milá ignora que el fascismo se encuentra en el campo revolucionario. Esta sería, por si fuera poco, una tesis de Julius Evola cuando escribe El fascismo visto desde la derecha,* que es tanto como decir "el fascismo visto desde la contrarrevolución", porque para Evola la verdadera derecha sólo puede ser contrarrevolucionaria.
Así las cosas, parece que Mussolini, incluso en su etapa más derechista, a saber, la del Ventennio, no está de acuerdo con Milá. Espero que la autoridad del Duce sea suficiente a efectos de determinar el significado de la palabra "fascismo" incluso para alguien tan irracional ---o, digamos, "mágico"--- como el Sr. Ernesto Milá Rodríguez:
Si quien dice liberalismo dice individuo, quien dice fascismo dice Estado. Pero el Estado fascista es único, y es una creación original. No es reaccionario, sino revolucionario, pues anticipa las soluciones de determinados problemas universales tal como en otros países plantean el fraccionamiento de los partidos en el campo político, la prepotencia del parlamentarismo, la irresponsabilidad de las asambleas, y en el campo económico las funciones sindicales cada vez más numerosas y poderosas así en el sector obrero como en el industrial, sus conflictos y sus acuerdos; y en el campo moral, las necesidades del orden, de la disciplina, de la obediencia a los dictámenes morales de la patria. El fascismo quiere el Estado fuerte, orgánico y a la vez apoyado en la más amplia base popular. El Estado fascista ha reivindicado para sí también el campo de la economía, y, por intermedio de las instituciones corporativas, sociales y educacionales que ha creado, el sentido del Estado llega hasta las últimas ramificaciones, y en el Estado circulan, encuadradas en las respectivas organizaciones, todas las fuerzas políticas, económicas, espirituales de la nación. Un Estado que se funda en millones de individuos que lo reconocen, lo comprenden, dispuestos a servirlo, no es el Estado tiránico del señor medieval. No tiene nada en común con los Estados absolutistas antes o después de 1789 (La doctrina del fascismo, XI. La unidad del Estado y las contradicciones del capitalismo, 1932).
Sin pretender ser exhaustivos, conviene recordar que el libro editado por Milá, cuya función de manifiesto personal onanístico queda clara en la Introducción, afirma cosas tan jugosas como la siguiente:
Los contrarrevolucionarios son, en cambio, individualistas. Quien haya intentado alguna vez organizarlos, habrá podido observar que estas personas tienden siempre a situar sus intereses personales por encima de cualquier pertenencia a ninguna organización (Contra Revolución, op. cit., p. 95).
Aquí Molnar hace una perfecta descripción del colaborador de las cloacas, cuya "causa" es siempre su propio y mezquino beneficio en forma de sobre sepia todos los días 20 de cada mes. ¿Cómo describe, en cambio, a los revolucionarios?
(...) los grupúsculos revolucionarios, sean cualesquiera los slogans anarquistas que proclamen, terminan siempre vestidos de uniforme, a pesar de que lo lleven para ridiculizarlo como lo hicieron los hippies en los años sesenta. La inspiración colectivista es inseparable de la disciplina, y la disciplina, a su vez, de la jerarquía (ibídem).
Pero luego Milá reivindica, precisamente, la jerarquía. Me ne frego. El revolucionario "es militarista en el fondo", pero "lleva el uniforme para ridiculizarlo": curioso militarista. Creo que Molnar necesita tratamiento de algún tipo porque no comprende que sus frases, a dos líneas vista, son contradictorias. Mas, ¿qué le importa la lógica a un contrarrevolucionario? El libro editado por Milá está repleto de este tipo de aporías, de manera que al final no se sabe en qué consiste ser contrarrevolucionario excepto por el hecho de pensar como un rematado imbécil o como un esquizofrénico con problemas de división de la personalidad. La ideología contrarrevolucionaria es una papilla que disuelve el cerebro de sus correligionarios con el fin de que sus víctimas dejen de razonar y sólo obedezcan órdenes, incluso si no las comprenden ---y, sobre todo, si no las comprenden. El "contrarrevolucionario" de Milá es el perfecto colaborador (lobotomizado) de los servicios de inteligencia occidentales. Nada más.
Jaume Farrerons
Figueres, Marca Hispánica, 19 de julio de 2019.
* El verdadero título de esta obra es Il Fascismo. Saggio di una analisi critica dal punto di vista della destra [Roma, Volpe, 1964]. Quienes lo publican bajo el título "Más allá del fascismo" están manipulando la obra de Evola.
Leer también:
https://nacional-revolucionario.blogspot.com/2019/07/mussolini-responde-evola-la-doctrina.html
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