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El papa Francisco con el supremo rabino genocida Ovadia Yosef |
Decláranse patriotas y heraldos de la identidad europea frente al judaísmo, el cual representaría nada menos que el demonio, Satán, el mal absoluto. Pero los ultraderechistas católicos encarnan en verdad lo contrario. Créanme, como ya dije, y ahora desarrollo la idea, si uno desconoce el judaísmo, se puede encontrar algún día con la sorpresa de que era judío sin saberlo. Aquéllo que la extrema derecha reivindica normalmente, incluso en términos virulentamente antisemitas, no son otra cosa que milenarias ideas judaicas. La fe en un dios todopoderoso, la vida eterna, la resurrección de la carne, el desprecio de la sexualidad, el machismo y el patriarcalismo, la creencia en el alma individual (el ego, inmortal por supuesto), la deshumanización y diabolización del enemigo, el racismo supremacista, el elitismo, el ocultismo, el irracionalismo, el autoritarismo político... Todo, todo, todo, judaico de raíz, pero esgrimido contra "los judíos".
Por otra parte, ¿qué pretenden los ultra-católicos erradicar? La democracia, el estado de derecho y, en resumidas cuentas, la modernidad, que incluye: la ilustración, la revolución, el laicismo, el ateísmo, la ciencia, el progreso, el socialismo, la izquierda, la racionalidad...; instituciones que proceden de la herencia greco-romana, es decir, europea. Peroran los ultra.católicos, empero, que todo eso, tan "decadente", apareció en la historia en forma de conspiración contra la Iglesia católica (tesis del abate Barruel) y constituye esencialmente una amenaza para los supuestos "valores cristianos" que sustentan la "civilización occidental". ¿Se puede ser más inepto?
Pues realmente "eso" re-apareció en la historia durante el Renacimiento, que se auto-interpretó como un retorno a Grecia y Roma después de siglos de oscurantismo medieval. Surgió además, también, cuando Lutero, tras visitar Roma, se dio cuenta de que el Papado y la iglesia en general se habían convertido en un lupanar donde los sacerdotes traficaban con el más allá y el perdón de los pecados ("indulgencias") a cambio de dinero. Eso no ocurrió por influencia de la masonería ni de "los judíos", sino que la propia institución católica se cubrió de infamia (a los ojos de su rebaño) como consecuencia de la dinámica interna de los valores cristianos, es decir, judaicos, que secularmente la rigen. Y continúa haciéndolo como queda en evidencia, entre otras cosas, por los miles de casos de pederastia consentida y ocultada por el Vaticano. ¿Qué autoridad, qué ejemplaridad, puede en efecto ostentar la institución católica para presentarse como depositaria de unos valores "morales" frente a hechos como la extensión ideologizada y politizada de la homosexualidad, por poner un ejemplo sabroso, cuando la propia Iglesia practica y luego encubre el abuso sexual a niños? Pero, por otra parte, ¿debe sorprender que sea así desde el momeno en que el cristianismo, esto es, desde los mismísimos orígenes de la comunidad apostólica, no fue otra cosa que una particular secta judía y nunca una genuina alternativa, una enmienda a la totalidad respecto del judaísmo?
EL FRACASO DE LA MODERNIDAD MASÓNICA
Pero, se dirá, la modernidad ha fracasado. La modernidad conduce a la disolución de la sociedad y al derrumbamiento de la civilización occidental, o sea, de la civilización por excelencia. Ciertamente, es así, pero no por culpa de la propia modernidad, sino porque la modernidad ha sido incapaz de asumir y llevar hasta sus últimas consecuencias los imperativos de valores que han hecho posible el progreso desde los "buenos tiempos" católicos medievales del siervo de la gleba y el derecho nobiliario de pernada a los "malvados tiempos" de la seguridad social, la igualdad ciudadana ante la ley y los derechos de la mujer. Porque la modernidad, en lugar de asumir la verdad racional en tanto que valor supremo, ha secularizado los valores judeo-cristianos y teológicos. ¡En eso ha consistido esta "modernidad" por lo que atañe a los valores últimos de la vida humana! No ha tenido el coraje de consumar la racionalización, sino que ha pretendido bajar el imaginario reino de dios del cielo a la tierra erigiendo, en definitiva, la actual e infame "sociedad de consumo" como sucedáneo del "paraíso" soteriológico. Para decirlo muy brevemente, la herencia judeo-cristiana envenenó la modernidad ilustrada desde su (re)-nacimiento europeo y, por tanto, el antídoto contra la decadencia no puede buscarse, sin actuar como un rematado cretino, en esa misma herencia.
A fin de sabotear la modernidad, la fe ha utilizado instrumentos como, verbi gratia, la masonería. Se cuenta entre la ultraderecha católica contemporánea, los sectarios del abate Barruel, que la masonería promueve el ateísmo, pero esto es falso: la masonería es teísta y su proyecto se resume en un intento de coordinar las tres religiones abrahamánicas o noájidas de procedencia judaica (judaísmo, cristianismo e islam) utilizándolas como un arma para que la modernidad auténtica, de entraña grecorromana y germánica, no pueda realizarse jamás. La masonería es así tan creyente en el dios Yahvé como los propios ultras católicos que la denostan con fruición.
Por otra parte, tampoco los nacionalistas judíos, a diferencia de los judíos asimilados, querían una modernidad cuya consumación, la muerte de Dios, habría acabado con la nación judía tal como ellos la entienden. Así que la extrema derecha judía ha hecho todo lo posible, en colaboración con la masonería, para hacer fracasar el proceso de modernización y llevarlo al callejón sin salida en el que finalmente se encuentra atascado. Hoy, cuando ya el tiempo comienza a correr hacia atrás y, en vez de progreso, vamos de regreso a la Edad Media, el judaísmo ha ganado. La Edad Media, sí, pero esta vez conscientemente cabalista y talmúdica como la quiere el filósofo judío Emmanuel Levinas.
EL RETORNO DE LA EDAD MEDIA ESTÁ OCURRIENDO ANTE NUESTROS OJOS
Al descrédito moral del mundo moderno subyace la promoción de versiones pervertidas y caricaturescas de la modernidad para que la propia masa ciudadana se vuelva contra ella y suscriba el "retorno de las religiones" fundamentalista que se está ya produciendo a escala mundial. Con él va también, en el mismo paquete, el desmantelamiento de los derechos sociales y de la democracia, que la oligarquía, con pasos de paloma, está perpetrando ante nuestros propios ojos. En ello consiste la esencia de la política neoliberal, que es de sustancia religiosa, no económica, como nos pretenden hacer creer.
Tampoco puede ocultarse que la Iglesia católica colabora con el judaísmo para facilitar este desmantelamiento del proyecto ilustrado. Aunque la estupidez ultra no lo pueda entender, el Papa es perfectamente consecuente cuando se sienta, en calidad de humilde ayudante, a la derecha del supremo rabino sefardita de Israel. "Nuestros hermanos mayores en la fe", así se refirió a los judíos el papa Benedicto XVI, como antes Juan Pablo II y convalidó el papa Francisco. Porque la Iglesia católica es tan judía como la Iglesia evangélica y la consumación mesiánica de los tiempos coincide para ella con la mostración expresa de su oculta matriz original.
El Papa sería también consecuente por su presunto filomasonismo, si lo hubiere, debido a las similares razones, ya expuestas. Diría yo que, no se sorprendan, el Papa es consecuente incluso cuando encubre la pederastia, porque, en el fondo, los valores hedonistas del materialismo terrestre y los valores hedonistas del materialismo celeste son sólo dos variantes teológicas de una axiología común, la judaica, que pone el "bienestar" del yo por encima de la verdad. Una forma de hacer, ésta, que los ultracatólicos, cuyo desprecio por la verdad es poco menos que idiosincrásico, practican con abundancia torrencial. Esta axiología o escala de valores se resume en un pasaje bíblico, el cual explica cómo funciona la plataforma giratoria del judeo-cristianismo en tales periódicas oscilaciones entre el materialismo celeste y el materialismo terrestre o mundano: "Si los muertos no resucitan comamos y bebamos que mañana moriremos" (1ª de Corintios 15,32). O sea que si resucitan nos esperamos al paraíso para disfrutar del festín, pero si no resucitan lo celebramos ipso facto porque no tiene sentido demorarse más. Hete aquí la "diferencia" entre "materialismo" ateo y "espiritualismo" cristiano: en última instancia, ninguna. una cuestión meramente circunstancial o accidental de oportunidad, un cálculo de my business..
Por lo que atañe al islam, y precisamente en él como en ninguna otra confesión, evidénciase el carácter axiológico unitario de la fracasada modernidad y de las religiones neo-fundamentalistas que en nuestros días intentan finiquitarla. Cuando un terrorista islámico ataca un hotel de rameras que, como tal, es considerado un lugar de "pecado" para "infieles", el guerrero de la yihad pretenderá matar a todos los clientes e inmolarse por Alá, sin embargo, ¿adónde espera elevarse inmediatamente después? Pues al paraíso de las huríes, otro hotel, aunque en este caso "celeste", donde podrá gozar de los mismos placeres; por si fuera poco, multiplicados hasta el infinito.
Buena contabilidad moral y negocio del "creyente", que es "judío" incluso cuando no cuenta las monedas de Judas y asalta un supermercado kosher. Hete aquí, en efecto, el fin, el motivo, aquéllo que tiene en la cabeza dicho energúmeno, quien se siente moralmente superior a los adolescentes de la discoteca antes de asesinarlos. ¿Lo será al menos por su fe? No, en absoluto: antes bien, es igual que ellos, quiere lo mismo que ellos e incluso acrecentado, pero es además un rematado idiota, o sea, peor que sus víctimas, porque el hotel celeste ni siquiera existe y, al menos, los ateos de la discoteca no fueron estafados cuando disfutaron de esa cópula tras el abono de una cantidad pecuniaria. En consecuencia, los mismos valores imperan entre fervorosos terroristas de la fe y ciudadanos consumistas demócratas sin alma. Ninguna diferencia fundamental separa tampoco en este aspecto al yihadista y, en general, al musulmán, de los creyentes cristianos y judíos.
La verdadera diferencia es la que opone Grecia vs. Judea. Brilló un momento con el surgimiento de la democracia ateniense, la ciencia, la filosofía y la figura del héroe trágico. Allí, y no en la iglesia católica, duerme la espada del rey, el verdadero modelo de los nacional-revolucionarios europeos, que espera al ente capaz de empuñarla para poder reconstruir en Europa la autoridad y, con ella, el fundamento moral de la vida civilizada.
LA ALTERNATIVA NACIONAL-REVOLUCIONARIA NEO-MODERNA A LA VETERO-MODERNIDAD FRACASADA
La alternativa a la vetero-modernidad cristiano-secularizada se resume en un nuevo Renacimiento de Grecia, una neo-modernidad post-monoteísta radical. Precisamente aquéllo que filósofos como Levinas (y sus seguidores actuales en las universidades católicas) quieren impedir. Pero el Vaticano, la iglesia, no tiene que arder como en el 36, sino quedarse vacía, y vaciarse también la sinagoga y la mezquita. O convertirse en aulas universitarias para el pensamiento ilustrado, un monumento en honor de la mayoría de edad del hombre. Pues el hombre debe aceptar su finitud y en ello consiste el principio de la civilización superior en todos los órdenes de la cultura y de la política.
Matar por la salvación y la vida eterna constituye, ante todo, una vergonzosa estupidez que degrada a quien la comete por debajo de los animales. Idéntica cobardía espiritual impregna, empero, la mentalidad de la extrema derecha europea, siendo así que todos los idearios soteriológicos de oriundez abrahamánica (como documenta e ilustra el famoso episodio de Isaac) son ultras, violentos e intolerantes por naturaleza. "Matar al moro", incluso matar al yihadista, significa hacer lo que éste espera de nosotros: que nos convirtamos también en terroristas. Y no en vano a tales efectos le paga la oligarquía judaica que promueve los atentados. Nada más fácil para los ultras católicos (quienes llevan décadas deseando una nueva cruzada y en el fondo deberían agradecer a la yihad la oportunidad de satisfacer por fin sus deseos) que dar ese paso hacia la anhelada guerra civil de religión. Porque integristas islámicos y ultras católicos son "lo mismo": el odio y el miedo a cualquier forma de laicidad ilustrada y pensamiento libre que no encubra la verdad de la existencia. Los ultracatólicos aplauden así cada atentando llenos de ilusión y esperando el día en que ellos mismos puedan perpetrarlo contra las mezquitas con total impunidad.
Ser europeo no es una identidad basada en la raza. Tampoco ser judío. El judaísmo poco tiene de étnico-racial aunque lo quiera creer y hacer creer en su imaginario nacionalista; y el blondo Trump es un judío en el sentido más exacto y profundo de la palabra mientras que Marx no lo fue o sólo lo fue a su pesar.
GRIEGO O JUDÍO: HETE AQUÍ LA CUESTIÓN
Griego o judío. Hete aquí la cuestión. Y ser griego consiste en actuar de una determinada manera. El antisemita por excelencia, el antisemita cristiano que acusa a los judíos de demonios y mal infernal, es así un judío. De hecho no difama a los judíos, sino a los fariseos, otra secta judía y tan judía como la suya. Cristianos y fariseos, insisto en este punto, son únicamente dos sectas judías. Nada más. Ya de tales sectas hubo y hay todavía unas cuantas otras (saduceos, zelotas, sicarios, escribas, terapeutas, samaritanos, esenios, hasidim...). Violentándose entre ellas, las sectas judías actúan como judías y se acusan mutuamente de encarnar el demonio. Otro tanto ocurre en el seno del islam entre chiítas y sunitas. Es la forma judía de existir. Pero, precisamente por ello, actuar así resulta incompatible con ser europeo en el sentido radical y axiológico del término. Las pautas de conducta que nos convierten en griegos son las que corresponden a la racionalidad, la verdad, la democracia, la ciencia, el pensamiento ilustrado y la ética trágico-heroica resumida en la máxima "la verdad hasta las últimas consecuencias".
Ahora bien, la verdad absoluta es la muerte, filosofema que funda el "fascismo" para horror de todas las sectas de Yahvé. Las cuales designan dicho filosofema ("Auschwitz") con las sobadas denominaciones sectarias de la demonología bíblica. La verdad significa, también, que es menester arrancar del solar histórico europeo, y hacerlo de raíz, el tronco del árbol monoteísta (las religiones judía, cristiana e islámica son sólo sus ramas) si queremos que algún día nuestros bosques sagrados vuelvan a florecer.
¿Cómo se conseguirá eso? ¿Por la violencia? No. ¡Jamás! Sino haciendo predominar la filosofía, la ciencia, la democracia y la razón como pautas de conducta en nuestras existencias individuales y colectivas. Será la verdad, es decir, la muerte misma y la muerte en cuanto verdad, la que liquide silenciosamente a Yahvé y vacíe a la postre las sinagogas, las iglesias y las mezquitas del continente europeo. Hete aquí el verdadero "exterminio" del judaísmo, no hay otro. Y tiene que acontecer primero en nuestros corazones, en los corazones de los propios judíos y en los corazones de los presuntos adversarios antisemitas de Sión, los ultraderechistas cristianos, quienes en realidad, como resulta tan fácil de demostrar, se cuentan entre los más fanáticos seguidores del cruel y genocida dios de la Biblia.
Jaume Farrerons
La Marca Hispánica, 29 de junio de 2017