Martin Lutero |
En el presente post quisiera ilustrar algunas de las cuestiones que he planteado en el primero y segundo de esta serie sobre las causas del holocausto. Para empezar, convendría tener muy claro que hasta el más feroz antisemita se considera hijo de Abraham, o sea, descendiente de Israel. Su discurso consiste en negar a los judíos tal condición. El colmo del ridículo se alcanzó por este camino cuando los nazis cristianos negaron que Jesús fuera hebreo, afirmando que, en realidad, era racialmente "ario". ¿También Abraham? Véase al respecto, en primer lugar, las afirmaciones de Lutero sobre la descendencia demoníaca de los judíos y la negativa a admitir que los goyim (gentiles) deban avergonzarse de su estirpe, siendo así que precisamente ellos serían los verdaderos hijos de Israel:
"Nadie les puede sacar el orgullo de su sangre y de su descendencia de Israel. En el Viejo Testamento perdieron muchas batallas en guerra sobre este tema, pero ningún judío entiende esto. Todos los profetas lo censuraron, porque delata una presunción arrogante y carnal vacía de espíritu y fe. Ellos también fueron asesinados y perseguidos por esta razón. San Juan Bautista los atacó severamente por ello, diciendo, "No piensen que podrán alegar: `tenemos a Abraham por padre'. Porque les digo que Dios es capaz de sacarle hijos a Abraham incluso de estas piedras" (Mateo 3:9). Oh, eso fue muy insultante para la noble sangre y raza de Israel, y ellos declararon 'tiene un demonio'" (Mateo 11:18). Nuestro señor los llama "camada de víboras". Aun más Juan 8:39 dice: "Si fueran hijos de Abraham, harían lo mismo que él hizo. Ustedes son de su padre, el diablo". Fue intolerable para ellos escuchar que no eran hijos de Abraham sino del diablo, ni tampoco soportan escuchar esto hoy" (Martin Lutero, Sobre los judíos y sus mentiras, 1543, Cap. I).
Tipo racial de Jesucristo. |
Observemos cuál fue el comportamiento de las secularizaciones bolcheviques y anarquistas de la religión judeocristiana con, por poner un ejemplo, los sacerdotes católicos durante la Segunda República y la Guerra Civil españolas (1936-1939). La pauta de conducta ontoteológica (Heidegger) se reproduce una vez más en forma de exterminio masivo del clero y quema de iglesias o lugares sagrados romanos. Los adeptos al abrahamanismo, secularizado o no, insisto en ello, se asesinan los unos a los otros como lo hacen los musulmanes chiítas y sunnitas, los cristianos católicos y protestantes, etc. No puede ser de otra manera, porque "elegidos" sólo pueden serlo quienes ostenten el dogma correcto que abre las puertas de la salvación. Y ésta hay que entenderla (no nos ngañemos: tanta pasión no es por la idea) en los términos más groseros de placer eterno. Otro tanto cabe afirmar de las versiones secularizadas del judaísmo (el sionismo) y del cristianismo (anarquismo, socialismo, liberalismo). Las "idea modernas" de las que hablaba Nietzsche: bienestar, felicidad, confort, placer, orgasmo incluso (Wilhelm Reich). El anticlericalismo rojo tiene un claro carácter escatológico, porque lo que está en juego es nada menos que el "paraíso social", proyección histórico-política del mesianismo judío y cristiano, el "final de la historia". Comunistas y anarquistas, también se masacraban mutuamente. Y entre los comunistas, los estalinistas masacraban a los trotskystas, pero el POUM antiestalinista dispuso de chekas (=cámaras de tortura policial) propias. Ya hemos hablado en otros lugares de la sorprendente sobrerrepresentación de los judíos en el partido bolchevique y, singularmente, en la dirección del gulag soviético: la secularización del judeocristianismo es literalmente secularización de la religión cristiana y de la religión judía. Sionismo y marxismo son las versiones hebreas de las "ideas modernas" que se remontan a Moses Hess, primer sionista y, a la vez, maestro de Marx. En definitiva, los judíos asesinan a los goyim (Jericó), los cristianos asesinan a los judíos, los bolcheviques (judíos secularizados) asesinan a los cristianos, los cristianos (nazis) asesinan a los judíos (holocausto), los judíos asesinan a los alemanes cristianos antisemitas (plan Morgenthau) y a los musulmanes palestinos (plan Dalet). Todo esto, lo subrayaré mil veces, pertenece a la tradición ontoteológica que comienza en Egipto y exprésase tempranamente de forma genocida con la idea-matanza de Jericó. Ahora bien, aquello que pretende el "fascismo" originario del 13 de mayo de 1919 (que brota como reacción de horror ante las atrocidades genocidas de los bolcheviques rusos) es cortar el eslabón comunista de la cadena ontoteológica, que no son los judíos como pueblo (versión antisemita, ergo cristiana) sino el sistema de valores monoteísta expresado en el proyecto escatológico-mesiánico de un final de la historia donde reinaría la felicidad e incluso la muerte habría sido abolida por un ente omnipotente. Es este delirio, o mejor dicho, la pretensión de poseer en exclusiva las llaves de acceso al plano soteriológico del bienestar infinito, la raíz de tanta violencia. Pero, visto de cerca, el profetismo es un cuento para niños que pertenece a la infancia de la humanidad y que, por el bien de todos, será menester que abandonemos pronto, arrancándolo de cuajo de nuestras conciencias en lo que respecta, por ejemplo, al mercado mundial de la globalización, versión liberal del paraíso comunista. Dicho proyecto es inseparable del racismo sionista y de los afanes expansionistas y mesiánicos de Tel Aviv. Las ansias israelitas (Eretz Israel) siguen vivas en Oriente Medio y es muy posible que, esta vez, terminen desencadenando una hecatombe nuclear. Para evitarlo, el hombre debe alcanzar la madurez espiritual que le permita comprender y rechazar la candidez, el fraude de todas las promesas de paraísos, tanto religiosos cuanto político-seculares o estupefacientes (consumo de drogas). La humanidad debe hacer suya la verdad de la muerte. Más no otro es el camino de la filosofía, la otra tradición occidental, griega ésta, que no se ha presentado a su última cita con la historia, que ha fracasado en la misión de poner al existente ante el ser. Como también fracasó en su día el fascismo. Heidegger nos explica el porqué.
Jaume Farrerons
27 de septiembre de 2010
Jaume Farrerons
27 de septiembre de 2010