Leo Strauss, supremo ideólogo de la oligarquía: la mentira sistemática y la ocultación del horror como instrumentos de dominación.
Definición metapolítica del "fascista":
A continuación reproducimos en su integridad el Capítulo XIII del libro La manipulación de los indignados (2012). Antes de continuar conviene leerse los siguientes artículos sobre Leo Strauss:
http://izquierdanacionaltrabajadores.blogspot.com.es/2011/10/leo-strauss-patriarca-neocon.html
Y el Informe Petras, de James Petras, sobre el control sionista de la política estadounidense:
http://izquierdanacionaltrabajadores.blogspot.com.es/2011/01/informe-petras-6-9-2010.html
El texto reproducido en la presente entrada nos permite ilustrar la siguiente afirmación: el capitalismo (Marx), el proyecto de globalización (mundialización) del mercado y el neoliberalismo no son sólo fenómenos económicos, sino ante todo manifestaciones concretas y parciales de la ideología oligárquica amparada por mendaces tecnicismos de una ciencia económica inexistente.
El "capitalismo", pese a los diagramas matemáticos propuestos por los "expertos" en "economía" (los sacerdotes mistéricos de la "sociedad de consumo"), es un irracionalismo de extrema derecha, racista y demencial, que adora a cierto ente imaginario -Yahvé-, dios del pueblo judío inventor del anatema, es decir, del genocidio étnico legitimado mediante conceptos teológicos. En nuestro tiempo, personajes como el (pseudo) filósofo Bernard Henri Lévy se encargarán de borrar las huellas de las clarísimas pistas que conducen de los genocidios modernos a la tradición bíblica. Al amparo de una complicidad sistémica sólo superada en indignidad por la hedionda desfachatez "humanitaria" del típico supremacista hebreo, veremos que Lévy considerará las "Sagradas Escrituras", contra toda evidencia, como el único antídoto contra los "totalitarismos" seculares, de los que, sin pestañear, denuncia su oriudez griega... !Estamos hablando del "pensador" más "importante" de Francia! Por si fuera poco, el Libro -matriz de tantas abyecciones- pasará a convertirse en fundamento teórico último del antifascismo, que Lévy había reivindicado expresamente en la página 12 de su obra El testamento de Dios (1978) como el objeto de su reflexión toda:
Hete aquí, por tanto, la mentira consciente, perpetrada por un antifascista convicto y confeso, de etnia judía, para encubrir a los numerosísimos admnistradores judíos, también antifascistas, de los campos de concentración comunistas, endosándoles los delitos de éstos a los propios torturados "fascistas"; utilizando, en fin, como los criminales de la GPU y de la NKVD, la jerga criminógena del estalinismo con idénticos fines: manipular a todos aquellos que pudieran despertar repetinamente, ante la simple evidencia de la verdad, de la cloroformización ideológica impuesta por el poder.
Así las cosas, semejante estafa moral e intelectual nos conduce derechito al teórico máximo de la patraña oligárquica: Leo Strauss. Entenderemos las razones filosóficas que fuerzan a producir la fraudulenta narración de "el Holocausto" y el gulag imperante en la actualidad. Strauss nos explica los motivos: ocultar el horror que acompañó al nacimiento de nuestra sociedad, el relato de la tribu occidental. La filosofía straussiana configura la legitimación confesa del derecho a engañar en nombre del bienestar espiritual de los súbditos idiotizados. La narración mítica oficial constituye la aplicación oligárquica espontánea del straussianismo a escala histórico-mundial. Y Hessel, en un momento en que arrecia la "crisis económica", encarnará al fontanero reparador de las redes simbólicas dañadas, al propalador, entre las masas adocenadas, del ideario narcótico oligárquico más eficaz: la suprema maldad de un "fascismo" mítico.
El "islamofascismo": nueva
coartada para la masacre oligárquica.
B. Henri Lévy: "Pretendo -y probaré- que los autores del Libro son también los inventores de la moderna idea de Resistencia". Hessel entero está aquí comprimido en una sola frase.
La lectura de este capítulo de La manipulación de los indignados, donde por primera vez realízase un corte transversal de todos los estratos tectónicos del universo simbólico oligárquico (que va desde la superficie aparentemente inocua del movimiento indignado 15 de mayo a las profundidades de la experiencia de la nada), debe preparar para la comprensión (verstehen) de futuras entradas de este blog, donde se abordará la continuación de las series "Milton Friedman y la ideología oligárquica", "El mayor genocidio de la historia", "Causas de la Segunda Guerra Mundial" y "Los postulados fascistas", y el inicio de "Los nuevos filósofos". En ésta última, analizaremos con detalle cómo organizaron los intelectuales de la oligarquía la mencionada incorporación del factum del gulag o Kolymá al escenario periodístico, político y cultural antifascista, siendo así que la "película del Holocausto" debía conservar el máximo protagonismo en la categoría de "victimización" que ampara todas las tropelías del Estado de Israel, sin negar ya abiertamente, empero, que los mayores criminales de la historia no habrían sido los nazis, sino los comunistas.
El concepto de "fascismo", profundamente manipulado, retorcido ad nauseam hasta cargar a sus espaldas con la responsabilidad por los millones cadáveres acumulados en el armario de Yahvé, resultará muy útil para colocar "a cero" el sangriento contador genocida de los asesinos anatémicos y posibilitar no sólo que el déspota divino pueda seguir expoliando y matando impunemente como en tiempos del Libro de Josué, sino que las nuevas fechorías de la oligarquía se cometan en nombre de "la idea moderna de Resistencia" (Lévy, B. H., op. cit., p. 13). !Con lo cual Wall Street encarnaría la Resistencia, esta vez contra el islamofascismo o fascislamismo! Un tal fraude moral y filosófico, que en España sustentan "intelectuales" ex marxistas y prosionistas como Gabriel Albiac (con toda la tropa de "liberales" de Libertad Digital), explica que Stéphane Hessel y el movimiento 15 de mayo hayan apelado a la Resistencia Francesa (antifascista) para recrear, a pesar de lo inverosímil de este planteamiento, la lucha contra el supuesto "corporativismo" (=fascismo) de "los mercados financieros". Siendo así que Wall Street representaría, precisamente, la alta instancia que proyecta esa imagen ectoplásmica y fantasmal de (pseudo) "Resistencia", con el fin de controlar desde el poder oligárquico los códigos básicos de formación simbólica de toda posible oposición y contestación al dominium hemisférico de la ultraderecha judía, cuya existencia es impensable sin la aculturación bíblica y cristiana inoculada en occidente a lo largo de 20 siglos.
Alternativas a la ideología oligárquica:
http://nacional-revolucionario.blogspot.com.es/2011/01/la-construccion-del-hecho-historico.html
CAPÍTULO DECIMOTERCERO
Bernard Henri Lévy.
James Petras, socialista americano
de procedencia griega.
Carl Schmitt, militante "nazi" y
una de las cimas del pensamiento
jurídico y político contemporáneo.
Heidegger: la muerte
es la verdad de la existencia.
"Las sociedades deben permanecer “cerradas” en este sentido. Deben permanecer ajenas a su intolerable verdad. La realidad desagradable debe cubrirse con un púdico velo."
Definición metapolítica del "fascista":
"La literatura exotérica presupone la existencia de verdades básicas que ningún hombre decente debería pronunciar en público, porque dañarían a muchas personas que, a causa de ello, tenderían naturalmente a dañar a su vez a quien pronuncia tan desagradables verdades" (Strauss, Leo, La persecución y el arte de escribir, 1952, versión castellana, Buenos Aires, 2009, pp. 46-47).
A continuación reproducimos en su integridad el Capítulo XIII del libro La manipulación de los indignados (2012). Antes de continuar conviene leerse los siguientes artículos sobre Leo Strauss:
http://izquierdanacionaltrabajadores.blogspot.com.es/2011/10/leo-strauss-patriarca-neocon.html
Y el Informe Petras, de James Petras, sobre el control sionista de la política estadounidense:
http://izquierdanacionaltrabajadores.blogspot.com.es/2011/01/informe-petras-6-9-2010.html
El texto reproducido en la presente entrada nos permite ilustrar la siguiente afirmación: el capitalismo (Marx), el proyecto de globalización (mundialización) del mercado y el neoliberalismo no son sólo fenómenos económicos, sino ante todo manifestaciones concretas y parciales de la ideología oligárquica amparada por mendaces tecnicismos de una ciencia económica inexistente.
El "capitalismo", pese a los diagramas matemáticos propuestos por los "expertos" en "economía" (los sacerdotes mistéricos de la "sociedad de consumo"), es un irracionalismo de extrema derecha, racista y demencial, que adora a cierto ente imaginario -Yahvé-, dios del pueblo judío inventor del anatema, es decir, del genocidio étnico legitimado mediante conceptos teológicos. En nuestro tiempo, personajes como el (pseudo) filósofo Bernard Henri Lévy se encargarán de borrar las huellas de las clarísimas pistas que conducen de los genocidios modernos a la tradición bíblica. Al amparo de una complicidad sistémica sólo superada en indignidad por la hedionda desfachatez "humanitaria" del típico supremacista hebreo, veremos que Lévy considerará las "Sagradas Escrituras", contra toda evidencia, como el único antídoto contra los "totalitarismos" seculares, de los que, sin pestañear, denuncia su oriudez griega... !Estamos hablando del "pensador" más "importante" de Francia! Por si fuera poco, el Libro -matriz de tantas abyecciones- pasará a convertirse en fundamento teórico último del antifascismo, que Lévy había reivindicado expresamente en la página 12 de su obra El testamento de Dios (1978) como el objeto de su reflexión toda:
El antifascismo es una idea nueva tanto en Occidente como en Oriente: es esta idea, este reto, lo que, modesta pero firmemente, quisiera realzar aquí.Para legitimar semejante impostura hubo que convertir el antifascismo de Iosef Stalin y los campos de trabajo esclavo soviéticos dirigidos por judíos bolcheviques en las expresiones más puras y originales del fascismo, y a los damnificados por el discurso antifascista (instrumento simbólico de opresión acuñado personalmente por el propio tirano moscovita) en víctimas de un "verdadero fascismo", esencial y estructuralmente asesino, que sólo podría ser combatido mediante los valores de la Torah. En suma, la total subversión de la realidad de los hechos. Ninguna crítica relevante ha provocado, empero, tamaña falsificación pseudo historiográfica, que sigue rodando por las redacciones de los periódicos, las televisiones y el "mundo de la cultura". El comisario político de la cheká, lleno de odio contra el "fascismo", convirtióse así por arte de birlibirloque en el fascista par excellence (más "fascista" incluso que Hitler, un simple imitador), y los pobladores del gulag, por ejemplo Solzhenitsyn, en carne de "nuevas" "imágenes estremecedoras" de la "barbarie fascista" que terminaron reforzando el imaginario de Hollywood y la causa de los "marines" o del Tsahal.
Hete aquí, por tanto, la mentira consciente, perpetrada por un antifascista convicto y confeso, de etnia judía, para encubrir a los numerosísimos admnistradores judíos, también antifascistas, de los campos de concentración comunistas, endosándoles los delitos de éstos a los propios torturados "fascistas"; utilizando, en fin, como los criminales de la GPU y de la NKVD, la jerga criminógena del estalinismo con idénticos fines: manipular a todos aquellos que pudieran despertar repetinamente, ante la simple evidencia de la verdad, de la cloroformización ideológica impuesta por el poder.
Así las cosas, semejante estafa moral e intelectual nos conduce derechito al teórico máximo de la patraña oligárquica: Leo Strauss. Entenderemos las razones filosóficas que fuerzan a producir la fraudulenta narración de "el Holocausto" y el gulag imperante en la actualidad. Strauss nos explica los motivos: ocultar el horror que acompañó al nacimiento de nuestra sociedad, el relato de la tribu occidental. La filosofía straussiana configura la legitimación confesa del derecho a engañar en nombre del bienestar espiritual de los súbditos idiotizados. La narración mítica oficial constituye la aplicación oligárquica espontánea del straussianismo a escala histórico-mundial. Y Hessel, en un momento en que arrecia la "crisis económica", encarnará al fontanero reparador de las redes simbólicas dañadas, al propalador, entre las masas adocenadas, del ideario narcótico oligárquico más eficaz: la suprema maldad de un "fascismo" mítico.
El "islamofascismo": nueva
coartada para la masacre oligárquica.
B. Henri Lévy: "Pretendo -y probaré- que los autores del Libro son también los inventores de la moderna idea de Resistencia". Hessel entero está aquí comprimido en una sola frase.
La lectura de este capítulo de La manipulación de los indignados, donde por primera vez realízase un corte transversal de todos los estratos tectónicos del universo simbólico oligárquico (que va desde la superficie aparentemente inocua del movimiento indignado 15 de mayo a las profundidades de la experiencia de la nada), debe preparar para la comprensión (verstehen) de futuras entradas de este blog, donde se abordará la continuación de las series "Milton Friedman y la ideología oligárquica", "El mayor genocidio de la historia", "Causas de la Segunda Guerra Mundial" y "Los postulados fascistas", y el inicio de "Los nuevos filósofos". En ésta última, analizaremos con detalle cómo organizaron los intelectuales de la oligarquía la mencionada incorporación del factum del gulag o Kolymá al escenario periodístico, político y cultural antifascista, siendo así que la "película del Holocausto" debía conservar el máximo protagonismo en la categoría de "victimización" que ampara todas las tropelías del Estado de Israel, sin negar ya abiertamente, empero, que los mayores criminales de la historia no habrían sido los nazis, sino los comunistas.
El concepto de "fascismo", profundamente manipulado, retorcido ad nauseam hasta cargar a sus espaldas con la responsabilidad por los millones cadáveres acumulados en el armario de Yahvé, resultará muy útil para colocar "a cero" el sangriento contador genocida de los asesinos anatémicos y posibilitar no sólo que el déspota divino pueda seguir expoliando y matando impunemente como en tiempos del Libro de Josué, sino que las nuevas fechorías de la oligarquía se cometan en nombre de "la idea moderna de Resistencia" (Lévy, B. H., op. cit., p. 13). !Con lo cual Wall Street encarnaría la Resistencia, esta vez contra el islamofascismo o fascislamismo! Un tal fraude moral y filosófico, que en España sustentan "intelectuales" ex marxistas y prosionistas como Gabriel Albiac (con toda la tropa de "liberales" de Libertad Digital), explica que Stéphane Hessel y el movimiento 15 de mayo hayan apelado a la Resistencia Francesa (antifascista) para recrear, a pesar de lo inverosímil de este planteamiento, la lucha contra el supuesto "corporativismo" (=fascismo) de "los mercados financieros". Siendo así que Wall Street representaría, precisamente, la alta instancia que proyecta esa imagen ectoplásmica y fantasmal de (pseudo) "Resistencia", con el fin de controlar desde el poder oligárquico los códigos básicos de formación simbólica de toda posible oposición y contestación al dominium hemisférico de la ultraderecha judía, cuya existencia es impensable sin la aculturación bíblica y cristiana inoculada en occidente a lo largo de 20 siglos.
Alternativas a la ideología oligárquica:
http://nacional-revolucionario.blogspot.com.es/2011/01/la-construccion-del-hecho-historico.html
CAPÍTULO DECIMOTERCERO
Sobre la
ideología oligárquica
A pesar de
tantas ingenuidades refutadas e ilusiones perdidas, de tantos horrores observados
y amargos balances, mi certidumbre sigue intacta: todo cuanto merece ser
deseado se convierte en realidad. El privilegio de poder observar el mundo y su
movimiento con una mirada confiada constituye, en buena medida, ese favor que
el destino me ha concedido. Y cuanto más amplio es el período observado, más
reconfortante es ese optimismo.[1]
Compara Hessel
las cavernas con una sauna y adormécese tranquilo. ¿Por qué no compara esa
misma caverna con una bomba de hidrógeno arrojada sobre una ciudad repleta de
ancianos, mujeres y niños? Estamos ya en condiciones de acceder a la matriz de
aquello que denominaré aquí “ideología oligárquica”, y que incluye, como hemos
visto, dos estratos diferenciados: una cáscara, cada vez más superficial, de
humanismo, y un núcleo, oculto a las miradas, de “fascismo”. Esta dualidad
humanismo-“fascismo” correspóndese con la dicotomía entre el exterior (el
estuche) y su resorte oculto (la verdad del poder) del fundamento filosófico;
en otras palabras: entre lo exotérico y lo esotérico del discurso oligárquico.
En toda
esta cuestión, esencial será siempre establecer la relación entre la ideología
oligárquica y el (anti)fascismo. De
hecho, ya hemos visto que la figura histórica del fascismo fue derrotada desde
el punto de vista militar, pero no político y, mucho menos, espiritual. De
alguna manera, el “fascismo” sigue vivo y ha sido incorporado por la oligarquía,
en una determinada versión X, a su
propia memoria. La ideología
oligárquica fija una estricta separación entre significante y significado que
recodifica la dualidad (sionismo-liberalismo) mencionada más arriba. Así, el significante “fascismo” se corresponde
connotativamente con el mal absoluto, de suerte que el sistema oligárquico
defínese como antifascista y la diabolización poco menos que infantil del
fascismo –antítesis del liberalismo- constituye el resumen más pedestre y
vulgarizado de su discurso. Pero el significado
de “fascismo” –aunque, repito, en una formulación mediatizada-, ha sido integrado por la oligarquía en la dimensión esotérica de su doctrina del poder, hecho
“indiciariamente” evidente por sus efectos,
verbi gratia, por las prácticas del
Estado de Israel y la política imperial estadunidense al servicio del sionismo.
De manera que hemos podido hablar de una caracterización ideológica de la
cultura, la política y la sociedad contemporáneas en términos de “época del (anti)fascismo”, es decir, de una suerte
de unidad dialéctica entre fascismo y
antifascismo, producto de la síntesis de ambos conceptos en una realidad superior que constituye la clave filosófica de nuestro
tiempo. La presente exposición del tema tiene una finalidad simplemente
propedéutica y no pretende, desde luego, resucitar a Hegel, siendo así que,
precisamente, es esta “figura del espíritu”, el (anti)fascismo, la que pone más
en evidencia la quiebra de la filosofía hegeliana del progreso en que se basa
el “optimismo” de Hessel.[2]
André Glucksmann.
Una vez
definido el perfil doctrinal del enemigo político, es decir, la ideología
oligárquica, se aclarará por sí sólo el misterio de cuál debería ser la orientación ideológica general de los indignados, que nada tiene que ver, sino todo lo contrario,
con sus actuales cánticos optimistas y hesselianos en favor de la “felicidad” y
la reconstrucción de la sociedad consumista en crisis. El fascismo –el viejo y
el nuevo- ha terminado para siempre con la noción misma de progresismo, como
poco en su sentido metafísico. Lamentablemente, estas nociones han sido detectadas
tempranamente, pero sólo para ser pervertidas, por los filósofos de la
oligarquía. Por ejemplo, André Glucksmann, en La cocinera y el devorador del hombres (1975), ya ponía en
evidencia la escandalosa continuidad entre el gulag y el proceso de constitución de las instituciones totales
occidentales (cárcel y fábrica) pensado por Foucault, pero sólo para recaer rápidamente
en el uso vulgar, propio de un comisario político comunista, de la palabra
“fascismo”. Dicho en otros términos, la incapacidad o la negativa a pensar el fascismo limitándose a
reproducir el lenguaje de Stalin en el mismo momento en que supuestamente se
denuncia el estalinismo, documenta una y otra vez, hasta la náusea, la
respuesta del stablishment cultural y
académico frente a aquellos problemas axiológicos de fondo que corroen la
sociedad liberal:
Nuestro
siglo ha pagado tan caro sus escasas luces sobre el fascismo: ¿cómo no reconocerle
en los osarios del Gulag, en el régimen que los esconde y mantiene? Que la URSS
sea capitalista y fascista (es cierto que se trata de un fascismo más sutil,
más cultivado, más dialéctico que el de los nazis, vulgares imitadores) lo
leemos con todas las letras en Archipiélago
Gulag y en el cuerpo de los torturados.[3]
Los nazis
serían vulgares imitadores del fascismo, pero no del italiano, sino del
soviético. Desde luego era mucho más fácil y cómodo, para un “intelectual” parisino,
sostener este absurdo ya entonces, que reconocer la “sencilla y oronda” verdad,
a saber: los fascistas fueron, por lo que respecta al racismo y al crimen de
masas, vulgares imitadores del judeobolchevismo
y del sionismo. Y aquello en que no
lo fueron es precisamente la cuestión que resta por pensar –la esencia del fascismo- y explicaría por
qué el antifascismo –discurso acuñado
por la cheka- se erigió en ideología oficial
e incuestionable de los mayores criminales de la historia, “democracias”
liberales incluidas. Por si fuera poco, y como obedeciendo a un infalible
resorte, el nacionalista hebreo Gluksmann apresúrase (1977) a rastrear la
genealogía de ese fascismo en Alemania, donde los “maestros pensadores” Fichte,
Hegel, Marx y Nietzsche serán considerados, en primer lugar, alemanes, no filósofos, todo ello con el
fin de borrar precipitadamente la escandalosa “huella olfativa” que conduce del
gulag al cristianismo secularizado y
de éste a la tradición bíblica:
Al hacer,
a lo Hegel, de la cuestión judía la
cuestión de la propiedad privada, el joven Marx no se sale de la lógica al
convertir la propiedad privada en la nueva cuestión judía: el propietario será
expropiado para que la sociedad encuentre su coherencia, lo privado será
expulsado para que el mundo vuelva a ser común, comunista –mundo de los
“productores asociados”, dirá a continuación. Al denunciar la “nacionalidad
quimérica del judío” como “nacionalidad del comerciante, del hombre de dinero”,
el joven judío Marx hegelianiza y se limita a pasar su examen de ingreso en lo
que más adelante denomina los cafés berlineses.[4]
El
fascismo y Alemania pagan también la
cuenta pendiente del gulag y los
consumidores pueden seguir dormitando confortablemente en su poltrona existencial.
Pero quien evidentemente no se sale de la “lógica”, aunque en este caso “antifascista”,
es el propio Glucksmann: se limita a pasar el examen de ingreso en las jaurías
de propagandistas de la oligarquía sionista. Glucksmann no puede explicar que
las víctimas del gulag fueran
acusadas, precisamente, de “fascistas”, y que él, ideólogo antifascista, comparta la jerga policial de los carceleros comunistas
y no, precisamente, la crítica del antifascismo (fundada por Solzhenitsyn, al
que cita empero el impostor y falsario Gluksmann) propia del “cuerpo de los
torturados”.
Pero el
personaje que conduce esta dinámica manipuladora del pensamiento hasta sus últimas
consecuencias es Bernard Henri Lévy, multimillonario judío y encarnación viva
de los noveaux philosophes franceses
en la estela de Glucksmann. Nacionalista hebreo también, incluso a costa de su
presunta patria, Francia, a la que acusa (1981) de la paternidad del fascismo enmendándole la plana a Glucksmann, Lévy
será el encargado de la demolición simbólica controlada del comunismo y su arrinconamiento a través de los
cauces del (anti)fascismo hollywoodiense. Estrategia que incluye, de forma
necesaria, una torticera manipulación del concepto de “pesimismo” crítico, que
aquí hemos reivindicado, así como una recuperación indecente de lo bíblico en
tanto que único antídoto posible contra la recurrente “amenaza fascista”.
Respecto
del pesimismo, Lévy es claro, la tarea del filósofo consiste en “explicar el
nuevo totalitarismo de estos Príncipes sonrientes quienes, de vez en cuando,
por añadidura, prometen la felicidad a los pueblos”. Y añade:
Si fuese
anticuario, me gustaría poder disecar esos célebres despojos, esos cadáveres
demacrados que imperaban e imperan todavía en los cielos del optimismo. (…) No
he intentado otra cosa en este libro que pensar el pesimismo en la historia.[5]
¿Qué
oponer al optimismo criminal, genocida, que promete paraísos y del que hemos
expuesto largamente hasta aquí sus corrompidas vísceras de cadáver? Lévy
publica nada menos que El testamento de
Dios (1978) para explicárnoslo. El (anti)fascismo alcanza en este punto su
máxima expresión filosófica que, no podía ser de otra manera, representa quizá
el nádir de la filosofía francesa del siglo XX: la reducción del otrora célebre
“pensamiento parisino” a pura propaganda bíblica encubridora del Estado de
Israel. Así se contonea, en efecto, Lévy ante el lector en una presentación de
sí mismo (con foto de aristócrata dieciochesco) literalmente megalomaníaca:
Ante el
derrumbe de la Política y de las Ideologías, de pie ante al abismo que
representan las desilusiones y la mediocridad, Lévy trata de construir una
moral a la altura del Hombre y del Absoluto. Su meta: darle una oportunidad a
la esperanza de los pueblos, unificando todos aquellos valores desordenados que
emergen de las protestas tumultuosas.[6]
Bernard Henri Lévy.
La
oligarquía entra en acción, grandilocuente, mediocre, con una torpeza
propagandística que produce vergüenza ajena en un presunto libro de filosofía vendido como elixir curalotodo de un
charlatán de feria:
¿Cuáles
son hoy en día los fundamentos reales de un antitotalitarismo consecuente? ¿Se
puede aún edificar sobre un mundo signado por la barbarie que canibaliza las
ideas?
¡Pero él,
precisamente, es un ejemplo de aquello que critica! O sea, la política, la
ideología, la mediocridad y la barbarie canibalizando las ideas en tiempo real
a golpe de talonario y marketing de
empresa editorial:
Lévy ha
encontrado la respuesta en los textos bíblicos. La extrae de la palabra
inmemorial de Moisés. Propone y demuestra que los profetas fueron los
fundadores de la idea de resistencia frente al avasallamiento de ideas y de
pueblos. Carecemos de ojos para ver, de oídos para escuchar los infinitos
recursos de una tradición que salvó al Hombre, salvando así a Dios. ¿Dios ha
muerto, dicen los voceros de la destrucción? En esta era de la muerte de Dios
–y de las cámaras de gas y los campos de concentración- nunca hubo tanta
necesidad de retornar al viejo testamento monoteísta.
¡Retornar
al Viejo Testamento! Para ese viaje no hacían falta las pesadas alforjas y esforzados
trabajos de la crítica. Después de la teatral puesta en escena, Bernard Henri Lévy
explica, en primera persona, cuáles son los objetivos de un libro que deja en
ridículo a la filosofía francesa como merecido castigo por su oportunismo y cobarde
entrega a los intereses políticos de la oligarquía. Ahora ya no son filósofos
franceses los que trabajan para los oligarcas, es un oligarca judío el que
decide hacer sus patéticos pinitos como filósofo y encuentra en los medios de
comunicación, dóciles, serviles, obedientes…, la caja de resonancia para
convertir sus descaradas loas de sí mismo en la consagración mediática de un
“gran pensador”:
Yo mismo
no escribí no hace mucho una Barbarie con
rostro humano en la que, viendo tantos fascismos saldar sus monstruos en el
gran mercado de la Esperanza, yo concluía con una llamada a la más
intransigente, a la más “negativa”, quizá, de las lucideces críticas.[7]
¿Cómo
pasar de esas lucideces a la apología
del veterotestamentario Jehová de los Ejércitos, raíz última del tronco
genocida occidental? Auténtico salto mortal, éste de Lévy, que requerirá, ante
todo, una buena dosis de cinismo, por no hablar de la impunidad y el amparo que
le otorga un aparato institucional, cultural, político…, totalmente cómplice
ante cualquier impostura y deseoso de pisotear de una vez para siempre la
arrogancia griega de la filosofía:
El
antifascismo es una idea nueva tanto en Occidente como en Oriente: es esta
idea, este reto, lo que, modesta pero firmemente, quisiera realizar aquí.[8]
La fuente
de tamaña idea “nueva” (¡inventada por Stalin!) es el Antiguo Testamento y su
autoría, sus derechos de propiedad intelectual, corresponden, “por supuesto”,
al pueblo judío:
Es seguro
también que este propósito no hubiese apenas sido pensable si no me hubiera
acordado también de una tradición más antigua, más alta si cabe. Una insumisión
intemporal, a decir bien inmemorial, que afirma constantemente la más terca y
más tenaz de todas las negativas que hayan ilustrado hasta nuestros días la
crónica de la humanidad. Un caso absolutamente único, rebelde a toda lógica, a
toda prescripción, a todo genocidio a veces, de obstinación en decir no, en
desmentir el veredicto de los hechos, en desafiar la máquina de los siglos con
todo su cortejo de advertencias y de fatalidades asesinas. Una experiencia tan
singular, tan inaudita, que se inscribe en las Tablas de una santa Ley para la
cual el Tiempo se desplaza apenas, que no ha cesado de afectar, de inquietar y
de destituir a la misma Historia y a sus pretendidos imperativos. Me refiero al
pueblo judío, por supuesto. A este pueblo indomable cuya perseverancia en ser
queda como uno de los más profundos enigmas que se plantean a la conciencia
contemporánea. A esta comunidad errante, pero también comunidad de luz y de
confianza que, llevada por el destino a los límites del dolor, no ha abdicado
jamás del simple orgullo de ser hombre. Yo me identifico, sin ambigüedades esta
vez, con esta comunidad. Y opto ardientemente, con orgullo, por llevar e
ilustrar sus colores. Pretendo –y probaré- que los autores del Libro son
también los inventores de la idea moderna de Resistencia.[9]
El propio Lévy
aclara que con el término Resistencia se refiere a la Resistencia francesa contra
la ocupación nazi. Y es aquí, en este libro al que Hessel parece ignorar (más bien discretamente disimular
como hacen algunos genios con sus
auténticas fuentes), donde conviene buscar las claves del paradigma
resistencial escogido por el mentor filosófico de los indignados:
(…) es
quizás allí, en el recuerdo del Dios-Uno y de su pasión de Ley, donde reside
toda posibilidad de dar realidad a la moral de la Resistencia, al antifascismo
consecuente al que el Siglo nos obliga.
En una
palabra: la religión judía, articulada como ideología civil del antifascismo y
de “el Holocausto”, ocupa el lugar de la filosofía, del pensamiento, de la verdad,
oriundas de Grecia, es decir, de aquel otro pueblo cuya simple existencia
histórica niega las pretensiones de elección divina de los judíos. La tradición
griega de Europa, que coloca la verdad como fundamento de toda ley, es
extirpada en beneficio de una ley – ¿la ley Gayssot?- que dictará, a partir de
ese momento, en qué consiste o qué puede ser aceptado como “verdad”. La ley
establecida por Yahvé, pantalla chinesca feuerbachiana donde se proyecta como
subjetividad abstracta la voluntad de la comunidad judía organizada y del
sionismo en cuanto proyecto histórico-mundial, pasa a ser “la verdad” judicialmente
blindada, es decir, “la ley”.
Del punto
de la fugaz pero estupefaciente confluencia entre nazismo y sionismo brota el
hecho histórico que permite explicar la realidad política actual a partir del
fenómeno del (anti)fascismo. El sentido filosófico de dicha identidad pasará de
Carl Schmitt, jurista nacionalsocialista, a Leo Strauss, judío alemán emigrado
a Estados Unidos “huyendo” de los nazis pero
discípulo que aquél. Será Strauss el que formule los fundamentos filosóficos de
la ideología neoconservadora y sionista (Ziocons)
que en la actualidad rige la política del país más poderoso de la tierra en
beneficio de Tel Aviv. Leo Strauss nos explica, desde la perspectiva del poder, y aun a costa de tener que
descifrar su lenguaje esotérico, cuál sería el meollo del pensamiento y la praxis oligárquica. Transcribe Strauss la
“verdad” esotérica de la exotérica doctrina filosófica de Bernard Henri Lévy. Pasamos
de lo manifiesto a lo oculto, pero
también del plano teórico al plano práctico en que se expresa la política real
de ese sionismo que Lévy diseña en forma de marketing
cultural y Strauss qua “verdad
interna” del nacionalista radical hebreo. ¿Qué otra cosa que la evidencia de la “banda de Stern”, el Irgún y de Deir Yassin podemos hallar al
final de una cadena que empieza con la lectura del Libro de Josué por Moses
Hess, continúa con el imperialismo consciente
de Strauss y concluye en el Plan Dalet? Este factum sangriento ha de ser siempre el punto de referencia orientativo
que nos impida perder de vista aquello de lo que realmente se trata cuando Lévy
exhuma el cadáver del dios bíblico.
Nos
remitiremos, en primer lugar, al testimonio fáctico del sociólogo de izquierdas James Petras, al que ya nos
hemos referido más arriba, para argumentar el carácter sionista de la política
estadounidense a pesar de que Petras se niegue expresamente a aceptar que
Strauss encarne al ideólogo de la oligarquía por excelencia;[10] no puede
aceptarlo porque ello pondría en cuestión los fundamentos de su propia ideología
antifascista. Precisamente, este
hecho ofrece, empero, una garantía de que Petras
no puede ser acusado de antisemita y ningún tipo de complicidad política le
vincula con la extrema derecha o el nazismo, siendo así que llega a calificar
literalmente de neofascista al máximo representante de la directriz imperial de
los Estados Unidos en Oriente Medio:
Los
extremistas sionistas alentaron la fragmentación de Iraq en diferentes regiones
étnico-religiosas y el uso de la tortura y las técnicas israelíes de guerra
urbana. La política de guerra, ocupación y desmembramiento de Iraq fue
ejecutada por los militaristas civiles del Pentágono, fundamentalmente
extremistas sionistas, contra la opinión de muchos militares profesionales. La
fabricación y difusión de falsos pretextos para la guerra –armas de destrucción
masiva, lazos con Al Qaeda, etc.- fue todo obra de los extremistas sionistas,
que encubrían así sus planes explícitos o implícitos, según los casos, de
promover el Gran Israel. Las mentiras políticas sirvieron a su máximo objetivo.[11]
Voilà el Yahvé
de Lévy mostrando su auténtico rostro. Habría que añadir aquí la función del
11-S en la legitimación de las políticas imperialistas y las mentiras que han acompañado siempre la
versión oficial sobre dicho atentado, harto útil a efectos de justificar
agresiones y legitimar crímenes. Concluye Petras:
El
descubrimiento de las mentiras y la colaboración desleal con un Estado
extranjero no condujo a ningún despido ni dimisión, ni a una sola comparecencia
pública, como es habitual cuando una guerra se convierte en un costoso
desastre. La razón es el apoyo unánime e incondicional que reciben los
extremistas sionistas de la organizada sociedad civil judía y su hegemonía
sobre las instituciones políticas. Por otra parte, quienes desafiaron o
criticaron a los sionistas del Estado imperial desde dentro –legisladores,
académicos y medios de comunicación- fueron acusados de antisemitas,
penalizados, marginados y en algunos casos despedidos. Como resultado, los
extremistas sionistas conservan sus puestos o incluso han ascendido a otros más
influyentes, como, por ejemplo, Elliot Abrams, neofascista y delincuente
convicto, que dirige ahora la política de Oriente Próximo en el Departamento de
Estado.
Súmase así
Petras al sonsonete antifascista evacuado por la propia oligarquía, sin darse
cuenta, al parecer, de que con su ligereza verbal refuerza los mecanismos
simbólicos que fundamentan el dominio oligárquico. Pero, insistamos en ello, no
nos interesa aquí este aspecto de la cuestión, sino la denuncia anti-sionista
de Petras, la cual, en boca de un antifascista –hecho que precisamente queremos
subrayar ahora- no puede ser desautorizada con las habituales acusaciones de
“nazi”, las cuales saltan como un resorte en los cerebros intoxicados por la propaganda
de Hollywood cada vez que alguien osa criticar algún aspecto del judaísmo. Así,
según Petras: “la élite sionista dicta la política de EEUU en Oriente Próximo”.
El entreguismo americano alcanzaría para Petras extremos ridículos:
El
ejército estadounidense sirve a los intereses colonial-expansionistas de Israel
incluso a costa de sus propias e importantes compañías petrolíferas, que por
esta razón no pueden firmar contratos petroleros de miles de millones de
dólares con Irán y otros países ricos en petróleo enfrentados a Israel.[12]
En la obra
de Petras, la oligarquía es identificada con el término técnico “clase
dominante”, CD. Esta sigla responde a la pregunta “¿quién manda en los EEUU?”
Para plantearla correctamente se debe “especificar el momento histórico y lugar
en que se encuentra la economía mundial”. Sin embargo, el propio Petras
reconoce cierta estabilidad de carácter sociológico, más allá de los cambios
económicos, en el núcleo familiar central
del poder oligárquico:
Por eso,
aunque pueda cambiar el poder entre los sectores económicos, las principales
agrupaciones de clase pueden no perder ni bajar en el escalafón. Simplemente,
reasignan sus inversiones y se adaptan a las nuevas y más lucrativas
oportunidades creadas por el sector emergente.[13]
Sobre
aquello que Petras no abriga duda alguna es que ese componente sociológico está
evolucionando, en Estados Unidos, hacia un mayor peso del denominado “lobby sionista”, en realidad toda una
red organizada de la comunidad civil judía que ha llegado a controlar el
entramado político-institucional del país y su política exterior:
El sector
de la CD fuertemente alineado con el Estado de Israel apoya una política
belicosa hacia los enemigos del Estado judío (Irán, Siria, Hezbolá y
Palestina), mientras que otro sector de la CD busca un acercamiento diplomático
que refuerce los vínculos con las élites árabes y persas. Con el viraje hacia
una fuerte militarización de la política exterior de los EEUU (debido sobre
todo al ascenso de los ideólogos neoconservadores, la fuerte influencia del
lobby sionista y la inestabilidad y los fracasos de sus políticas en Oriente
Próximo y China), la CD presiona para conseguir controlar directamente la
política económica en el extranjero.[14]
Petras
argumenta tensiones internas, en el seno de la oligarquía, entre liberales y Ziocons, pero no señala expresamente el
extraño paralelismo entre el creciente peso del capitalismo financiero en el
conjunto de la economía americana –que va acompañado del retroceso de la
economía “productiva”- y el asalto sionista a las palancas del poder. Dicho
paralelismo queda, empero, claramente “insinuado”:
Aunque el
sector financiero ha compartido grandes ganancias con los sectores inmobiliario
y comercial, han sido los grupos financieros, y en especial los bancos de inversión, quienes han llevado la
voz cantante y se han asegurado el liderazgo político.[15]
Según
Petras, el “capital financiero” no se puede contraponer a la economía
productiva,[16]
pero él mismo no duda en calificar de “parasitaria” a la élite financiera:
Dentro de
la CD, la elite financiera es su miembro más parasitario y supera en riqueza y
ganancias a los máximos directivos y ejecutivos (…) y a la mayoría de los
empresarios, aunque no alcanza los ingresos anuales de los empresarios super
ricos como William Gates y Michael Dell.[17]
Por “parásitos”,
hemos de entender, en consecuencia, los sionistas y filosionistas. En cualquier
caso, es la élite financiera la que controla el mundo de la política, según
Petras:
La CDF
(clase dominante financiera) está constituida por estas elites multimillonarias
de los fondos de cobertura, los fondos de inversión cotizados o no en bolsa y
sus socios en las grandes y prestigiosas firmas de asesoría jurídica y
contabilidad. A su vez, todos están vinculados a los altos cargos del aparato
judicial y legislativo gracias a nombramientos políticos y contribuciones
económicas de los partidos, y a su posición central en la economía nacional.[18]
En pocas
palabras, los (filo) sionistas compran a los políticos financiándoles sus
campañas electorales y colocan a sus peones y testaferros en distintos enclaves
del entramado institucional público y privado. A medida que incrementan su
poder, la capacidad de presionar al mundo de la política o de dirigirla
descaradamente en beneficio propio aumenta de manera exponencial:
Presionan,
negocian y diseñan la legislación más completa y favorable a sus estrategias
(liberalización y desregulación) y políticas sectoriales (reducción de
impuestos, presiones gubernamentales sobre países como China para que “abran”
sus servicios financieros a la penetración extranjera, etcétera). Presionan a
los gobiernos para que “refloten” a las compañías especuladoras en quiebra o en
suspensión de pagos, y para que equilibren el presupuesto reduciendo gastos sociales
y no aumentando los impuestos sobre ganancias especulativas “inesperadas”.[19]
En líneas
generales, algo muy parecido a aquéllo que afirmaba Hitler respecto de la alta
finanza, aunque haciéndolo extensivo erróneamente a todos los judíos, sin
excepción, y encima fundamentando esta imputación en una cuestión biológica de
raza (pretensión que, ocioso es subrayarlo, no se sostiene). En cualquier caso,
Hessel ha ocultado cuidadosamente a sus indignados estos aspectos de la
cuestión. Cuando habla de que “los bancos” están poniendo en riesgo las
condiciones de vida de los ciudadanos, se olvida de añadir que esos “bancos”
son entidades (filo) sionistas que
trabajan al servicio del imperialismo israelí. De manera que los indignados
no observarán ninguna contradicción entre las superficiales críticas de Hessel
al mundo de la finanza y sus halagos pro-israelíes, a pesar de que dicha
contradicción existe a poco que nos informemos sobre cuáles son los fines y
consecuencias políticas, ya
detectables, del asalto final al poder institucional por parte del capital
financiero pro-israelita en los EEUU. Petras no deja lugar a dudas: los
sionistas, además de dedicarse al expolio de sus compatriotas americanos “gentiles”,[20] son
asesinos de masas, genocidas sin escrúpulos, encubiertos, precisamente, bajo el
paraguas de la doctrina de los “derechos humanos”, la “felicidad de la mayoría”,
el “progreso” hacia el “paraíso” y demás fábulas infantiles que Hessel se
dedica a comercializar. El afán de dominación y violencia racial del sionismo es tal que pone en peligro las bases económicas
mismas del sistema “liberal”, ése que ha permitido a los sionistas encaramarse
a la cima como explotadores parasitarios del mundo occidental:
Lo que
está meridianamente claro a los ojos de muchos especialistas críticos en
política internacional es que una de las principales amenazas para los mercados
mundiales –y para la salud de la clase dominante financiera- sería un ataque
militar israelí contra Irán. Una acción de estas características extendería la guerra
por toda Asia y el mundo islámico y dispararía los precios de la energía hasta
niveles desconocidos hasta ahora, causando una recesión grave y, probablemente,
el hundimiento de los mercados financieros.[21]
La conclusión
de Petras no resulta nada tranquilizadora, pues parece evidente que la
oligarquía, así definida, no responde a meros cálculos economicistas, sino a intereses puramente ideológicos –y en su
caso, de índole religiosa, o sea, irracionales- que entran en contradicción incluso
con una “previsible” lógica utilitaria del negocio:
La
paradoja es que algunos de los más ricos y poderosos beneficiarios de la
supremacía del capital financiero son precisamente la misma clase de gente que
está financiando su propia autodestrucción.[22]
De ahí que
resulte tan importante determinar con cierta exactitud la naturaleza de la ideología oligárquica, que está vinculada a los
fines del sionismo y a la construcción del Gran Israel, circunstancia que, a su
vez, perfílase en un contexto de interpretación de la religión judía y del
estado de conciencia o figura del espíritu alcanzada en la época del
(anti)fascismo.
Todos
estos factores doctrinales, axiológicos y filosóficos, que ya hemos esbozado en
los capítulos anteriores, condénsase en “hechos históricos” concretos de
idiosincrasia indiscutiblemente genocida:
Un
influyente grupo de sionistas norteamericanos, en estrecha alianza con Israel y
con gran lealtad hacia ese Estado, ha formulado una estrategia de guerra
permanente en Oriente Próximo basada en el uso unilateral del poder militar de
EEUU a fin de potenciar el poder del Estado de Israel.[23]
En medio
de este sombrío panorama, Petras no descarta el uso de armamento nuclear contra
Irán, circunstancia apocalíptica que, a su entender, abriría por primera vez
los ojos de la gente corriente –es decir, de nosotros, los indignados- respecto
de la esencia del Estado de Israel:
Probablemente,
será una catástrofe, como un ataque nuclear israelí contra Irán apoyado por la
Casa Blanca, lo que haga estallar el tipo de crisis capaz de provocar una
profunda y amplia respuesta popular contra el ejército, los financieros y todo
lo hecho en Israel.[24]
Petras no
se atreve a cuestionar a Israel y se limita a un prudente “todo lo hecho”, como
si la construcción de la entidad israelí en Palestina no se incluyera en ese
“todo” y afectara a la legitimidad misma del Estado, es decir, a su mera existencia en cuanto tal. Pese a esta
contención, el propio Petras caracteriza los rasgos de la subjetividad ideológica del sionista con trazos asaz contundentes,
que justifican en buena parte el hilo conductor de nuestra propia
argumentación:
(…) viven
y trabajan en un mundo de ideólogos exaltados e instituciones ideológicas
cerradas, y se relacionan con políticos extremistas que piensan lo mismo que ellos.
(…) Siguen, sin vacilar, una política de asesinatos en masa, con absoluta
indiferencia ante cualquier acusación de genocidio o de crímenes de guerra.
Tienen fe absoluta en que estos asesinatos masivos se justifican como medios
para aumentar el poder político de su propio imperio y el de su ‘madre patria’
adoptiva. / Muchos actúan movidos por una visión religiosa y cuasirreligiosa
que ignora cualquier razón económica. La virulenta arrogancia y superioridad en
su estilo es tan reveladora como el contenido protofascista de sus políticas.
Cien mil muertos iraquíes no significan nada para la mentalidad de un asesino
profesional que actúa en nombre de una ‘causa sagrada’ que es lo más grande que
hay. (…) El origen de la mentalidad sionista refleja cuán íntimamente comparten
los métodos de dominación que ejercen los israelíes sobre los palestinos:
desplazamientos masivos de población y destrucción de sus medios de vida y sus
instituciones, castigos colectivos, torturas, encarcelamientos sin juicio
durante largos períodos, ataques militares indiscriminados a los núcleos de la
población civil y matanzas completamente impunes.[25]
Recordemos
una vez más que es un “antifascista”, y no Hitler, quien está haciendo estas explosivas
afirmaciones sobre el Estado de Israel y sus aliados sionistas y filosionistas
occidentales. Hace ya mucho tiempo que, ante la crudeza de los hechos, los
ciudadanos dispuestos a saber qué es lo que está sucediendo “en realidad” en el
mundo debieron perder la inocencia sobre las lágrimas de “el Holocausto”. Pero
hacer extensivo este interrogante, esta
duda, a la Segunda Guerra Mundial y a las narraciones oficiales sobre la misma
es un paso que incluso Petras, Chomsky, Finkelstein y demás no se atreven a dar.
Repiten una y otra vez que los dirigentes occidentales son unos criminales y
unos mentirosos, llegan a cuestionar las versiones oficiales de hechos tan
enormes como el 11-S, sin embargo, al parecer hay algo sobre lo cual los
mendaces asesinos filosionistas habrían dicho la verdad: la versión “oficial”
de la historia anterior a 1945, que
permanece siempre intocada. Y ello a despecho del principio metodológico de duda
sistemática cartesiana que rige –con razón- el discurso de los sociólogos de extrema
izquierda. Ahora bien, si los poderosos nos han podido engañar sobre tantas
cosas, incluido el 11-s, ¿por qué no sobre Auschwitz, Hitler y el fascismo? Con
semejante inconsecuencia, estos críticos, que siguen presos de la cómoda magia doctrinal
antifascista, abonan dicha narración fraudulenta y, con ella, refuerzan por
omisión el pilar fundamental en torno al cual pivota la ideología oligárquica
toda. Pues, como hemos visto, sólo el
cuestionamiento de los mitos esenciales del antifascismo puede inquietar a los
oligarcas. Al calificar de protofascistas
las actuaciones de EEUU e Israel en Oriente Medio, la crítica de las mismas
pierde toda su fuerza por el uso mismo de
dicho adjetivo, dado que el fascismo, y no la Biblia, permanece en el fondo
incuestionado como identidad original del mal absoluto. De manera que quienes
ahora exterminan a los palestinos o iraquíes resulta que en su día nos salvaron
del “verdadero” infierno, léase: de “el Holocausto”; cometieron y cometen quizá,
los sionistas, cierto es, en su épica lucha, excesos que guardan cierto parecido
con los perpetrados por los propios fascistas (proto-fascistas) pero, en última instancia, actuando siempre por el
bien de la causa antifascista que Petras o Chomsky, increíblemente, parecen
compartir por defecto con Bush, Aznar
y Blair.
Y sin
embargo, en algo tienen razón Petras, Chomsky y los demás críticos: existe una
secreta vinculación entre las políticas filosionistas de occidente y el “estado
de conciencia” que diera lugar al fascismo histórico. La cuestión es en qué
consiste dicha vinculación, pero los sociólogos de izquierdas se niegan a
pensarla, temen incluso pensarla, por dos motivos: 1/ el fascismo procede de la
propia izquierda; 2/ no se puede “pensar” la naturaleza “fascista” del
“imperialismo” filosionista (en algún sentido de la palabra que queda por
determinar) sin entrar a cuestionar la “composición de lugar” de la izquierda
radical actual, su identidad y sentido aceptado por el propio sistema
oligárquico.
El núcleo
ideológico de la oligarquía es así el (anti)fascismo que, como hemos dicho,
constituye la unidad dialéctica de fascismo y antifascismo. Éste opera como
hilo conductor en el análisis crítico de la ideología oligárquica. Leo Strauss,
doctrinario neocon, nos acompañará ahora
un tramo en nuestro recorrido. Nos remitiremos a la lectura de Strauss que
desarrolla Stephen Holmes en su obra Anatomía
del antiliberalismo (1993) para justificar nuestro enfoque interpretativo fundamental.
Ni qué decir tiene que aceptamos sólo en parte la interpretación de Holmes,
pero no es éste el lugar de abundar en los contradictorios motivos de una
crítica del supuesto “conservadorismo” de Strauss desde posiciones liberales, las cuales, como sabemos,
forman la fina película exterior retórica del estuche que contiene –y oculta-
“el anillo del poder” en la modernidad cristiano-secularizada. Según Holmes, la
pregunta fundamental de Strauss, sería la siguiente:
(…) cómo
se comportará una multitud no filosófica caso de dejar de creer en dioses que
castigan la falta de patriotismo y la piedad filial.[26]
Para Strauss,
el peligro estriba en la razón. Ésta,
librada a sus últimas consecuencias,
conduce a Hitler.[27] La
afirmación de que el racionalismo desemboca en el nazismo puede sorprender,
pero abona todo lo que hemos venido sosteniendo hasta aquí en relación al “fascismo”
como figura del espíritu, consecuencia necesaria e inevitable, pero no última, de la civilización occidental en tanto que proceso de racionalización.
El “fascismo” nombra un “estado de conciencia” cultural por el que hay que
pasar necesariamente; un “plexo de
sentido” que no se puede dejar atrás incurriendo en fraude intelectual (y
espiritual), es decir, construyendo, para rehuirlo, un mito que soslaye o eluda
la responsabilidad de afrontar la verdad. Sin embargo, tal es precisamente la
propuesta de Strauss. Para Strauss, en efecto, “la ciencia debe ser privilegio
de una pequeña minoría; debe quedar fuera del alcance del hombre común”.[28] Los
filósofos tienen que apoyar públicamente las “estúpidas creencias de las masas”
y desarrollar un lenguaje críptico que les permita comunicarse entre ellos (y
con los políticos) sin que la información resulte accesible a los ciudadanos.
Los filósofos, por tanto:
Distinguirán
entre la verdadera enseñanza, esotérica, y la enseñanza de utilidad pública, o
exotérica. Mientras se busca que la enseñanza exotérica sea fácilmente
accesible al común de los lectores, la enseñanza esotérica será revelada sólo a
los lectores verdaderamente atentos y minuciosamente entrenados en un
prolongado y concentrado estudio.[29]
En suma, los
ciudadanos deben ser engañados. ¿Por qué? Es aquí donde entra en juego la
cuestión del “optimismo” y el “pesimismo” que, de forma harto simplificada pero
a la par extremadamente eficaz, desempeña su papel político narcotizador en el
discurso de Hessel. La doctrina “optimista” que el mago Hessel comercializa perversamente,
como manzana envenenada para uso de los indignados, resume aquello que la oligarquía considera que las masas deben aceptar como imperceptible
o subliminal contenido filosófico. La matriz de esta ideología “exotérica”,
o envoltorio exterior del estuche en nuestra exposición, es la religión monoteísta secularizada; de la
“fe” en el mesías, el paraíso, el reino de Dios y constructos similares procede
el utillaje conceptual de los lenguajes del progreso-desarrollo en cuanto ancha
avenida histórica del poder (=gestión
pudiente de la “felicidad”):
(…) las
historias fantásticas sobre la vida futura con que cuenta la religión animan a
obedecer la ley al inducir al miedo a los castigos del infierno. Reconcilia
asimismo al pobre con su pobreza dándole esperanza en una compensación
celestial. Pero todas estas explicaciones de la utilidad social de la religión
parecen toscas y superficiales cuando se las compara con un punto más: la
religión puede amortiguar el miedo primigenio del hombre ante la muerte y la
terrorífica sordera del infinito vacío del universo. / (…) la religión es
socialmente útil porque infantiliza a la mayoría de los seres humanos e
insensibiliza frente a la angustia que la contemplación sin censuras de la
naturaleza produce en los espíritus débiles.[30]
El tema central,
el tema político por excelencia, es así
el de la muerte, la finitud, la nada…, que colocaría a los filósofos –elitistas por instinto- en el
bando de la minoría oligárquica. Según Allan Bloom, discípulo de Strauss y
mester filosófico de la casta política estadounidense:
La
diferencia innegociable que separa al filósofo del resto de los hombres
concierne a la muerte y al morir. Ningún estilo de vida salvo el filosófico
permite digerir la verdad en relación con la muerte.[31]
Para
Strauss, el cosmos es “un abismo absolutamente terrorífico”. El problema
cultural ligado a la conciencia pública de la verdad del fascismo sería éste, precisamente, añadimos nosotros.
Strauss, sin reconocerlo expresamente, lo resume en antológica frase:
La
bibliografía exotérica presupone que existen verdades básicas que ningún hombre
decente formularía en público, pues harían daño a mucha gente que, herida,
tendería naturalmente a dañar a quien manifiesta verdades tan desagradables.[32]
Con lo
dicho tocamos las raíces del antifascismo, que son anteriores al propio
“fascismo” en cuanto factum histórico.
En realidad, el “fascista” se identificaría, en el imaginario progresista, con la
mera posibilidad existencial, teórica
y política de ese personaje “indecente” que osaría sostener en público
justamente aquello que la “buena gente” repleta de “tiernos sentimientos” azucarados
(“humanos”) no quiere oír. Que semejante sujeto virtual o, por decirlo así,
sujeto X –individual o colectivo- haya recibido de hecho el apelativo de “fascista” y no cualquier otro, depende de complejos factores históricos que
no podemos explicar aquí y que nada tienen que ver con los crímenes
cometidos, efectivamente o no, por los fascistas “reales”, siendo así que,
como se puede demostrar y se ha demostrado en otro lugar, los fascistas
encarnaron “el mal absoluto” mucho antes de que perpetraran genocidio alguno
(y, en cualquier caso, mucho antes de que pudiera hablarse siquiera de “Auschwitz”).[33]
Pero el
horror que los políticos oligárquicos, con la ayuda de los filósofos, tendrían el
“deber” de ocultar a las masas, no es sólo existencial, sino que él mismo es ya
un horror de idiosincrasia política que se corresponde –como no podía ser menos-
con el horror fundamental de la naturaleza y de la historia:
Según
Maistre, todas las sociedades se erigen sobre el sacrificio humano. De modo más
sosegado, cínico, Strauss pensaba que todas las sociedades se erigen sobre el
crimen. (…) Que los regímenes se construyen sobre el expolio es otra verdad
escandalosa que debe hurtárseles a los cerebros de los siervos (…) Si el grueso
de los ciudadanos se diese cuenta de que los fundadores de sus países son el
equivalente moral de una banda de atracadores no respetaría las leyes y se
negaría a morir en la guerra. (…) Piénsese en la leyenda americana de los
fundadores –figuras sin tacha moral que creían que “todos los hombres” habían
sido “dotados” de idénticos derechos “por su Creador”. La cruda verdad es, por
supuesto, bien diferente. Los primeros colonizadores arrebataron las tierras y
asesinaron brutalmente a sus inocentes moradores. Tal fue la auténtica
fundación.[34]
Cabe
preguntarse, al hilo de esta cuestión, por los orígenes del Estado de Israel,
análogos a los orígenes de la patria estadounidense; y también, por el
nacimiento de la oligarquía transnacional que gobierna el hemisferio occidental
desde el año 1945. ¿Dónde queda, entonces, “el Holocausto”? ¿Qué función
cumple? Sabemos, a tenor de lo expuesto en capítulos anteriores, que dicha
historia no es la que se nos cuenta, sino una historia de crímenes de masas
que, en cuanto crímenes de los vencedores, no sólo permanecen impunes, sino
ocultos a la conciencia pública, a esa “opinión publicada” que regulan los
medios de comunicación propiedad de la oligarquía:
El mito de
la fundación divina ha resuelto tradicionalmente este problema: los dioses, o
los grandes legisladores en contacto con los dioses, han fundado la sociedad.
En una
sociedad post-religiosa la narración histórica debe ser protagonizada por
figuras seculares. Los dioses ceden su lugar a los grandes políticos y
legisladores; en el caso de la oligarquía transnacional actual, a los
protagonistas anglosajones de la Segunda Guerra Mundial. En una lucha contra
los demonios (los fascistas), es decir, contra unos seres uniformados de negro,
cuyo símbolo fuera no en vano la calavera y pretendían construir el infierno en
la tierra (las cámaras de gas y los hornos crematorios), lugar espantoso donde
inocentes víctimas (los judíos, ángeles de la libertad) iban a ser exterminados,
los guapos, valientes y simpáticos hijos de América salvaron a la humanidad del
“mal absoluto”. El desembarco de Normandía, en efecto, derrotó a Satán-Hitler e
inmediatamente comenzó la edad de oro, la sociedad actual. Los incomparables
guerreros eran “santos y soldados” que se sacrificaron en la playa Omaha para
socorrer a un continente oprimido por la sombría y diabólica tiranía de Hitler.
En sus mochilas portaban con ellos la fórmula de la felicidad, la pócima Hessel. Los grandes legisladores del
paraíso postfascista son los funcionarios y políticos de la ONU, quienes
instituyeron la declaración de los derechos humanos. Hessel, miembro de la
heroica resistencia antifascista francesa, judío y víctima del infierno de
Buchenwald, es uno de esos legisladores, héroe y ángel a la vez, súmmum de la
humanidad. Con su discurso, Hessel dirige a los indignados hacia la imperturbable
luz de una renovada lucha contra el fascismo para la recuperación del deteriorado
mito. No una lucha contra los banqueros, no una lucha contra la oligarquía,
sino una lucha contra los perversos neonazis que, no se sabe cómo, se oponen a
la benéfica política liberal de inmigración; que obstaculizan la construcción
de aquel paraíso utópico-profético –extendido al fin a todo el planeta- en el
que la totalidad de los pueblos de la Tierra, en sana mescolanza y hermanado
mestizaje, serán gobernados por la raza sacerdotal, es decir, por el pueblo
elegido, con Israel como Vaticano hebreo de la nueva universalidad laica
histórico-mundial.
(…) desde
un punto de vista político, es necesario que la mayoría de la gente sienta un
“compromiso incondicionado” con la superioridad moral de su país. Las
sociedades deben permanecer “cerradas” en este sentido. Deben permanecer ajenas
a su intolerable verdad. La realidad desagradable debe cubrirse con un púdico
velo.
De la
matriz de dicha narración histórica, de esa mitología fundacional del mundo
occidental de posguerra, emana el discurso de Hessel a los indignados. La
fábula corría ahora peligro. Hemos conocido las atrocidades de los liberadores,
el racismo israelí, la descomposición de la máscara criminal que encubría la
opulencia de las sociedades de consumo, a saber, el endeudamiento que pone a los
gobiernos en manos de la alta finanza… Van saliendo a la luz, paralelamente,
las verdades ocultadas por la memoria histórica oficial… Hessel se apresta a
parchear esas grietas en el decorado de cartón piedra levantado trabajosamente
durante décadas de lavado de cerebro
colectivo. La tarea de Hessel es adormecer a los ciudadanos con la nana de
los viejos mitos antifascistas y ocultar el terrible cuadro que se deja ya entrever
tras la tramoya cinematográfica, a saber: que
los mayores criminales de la historia nos han elegido ahora a nosotros, los
trabajadores europeos, en calidad de próximas víctimas propiciatorias. De
ahí que la liberación de los ciudadanos no pueda consistir en la legitimación
de ese discurso optimista nutrido por los poderes oligárquicos, cuya esencia
consiste en la incesante reinversión del capital y en el supuesto “progreso”
(=ganancia) hacia la consecución del mítico mercado mundial. El arma
revolucionaria por excelencia es la verdad. Hacer pública la doctrina esotérica
de la oligarquía, sacar a la luz aquello que encubre la palabra “fascismo”, a
saber, la posibilidad de una conciencia
pública de la verdad: no otra es la única fuente posible de crítica
racional y, por ende, el requisito
cultural de una genuina democracia.
El análisis
de la ideología oligárquica nos permite detectar las contradicciones en que ésta
se agita agónicamente; configuran, dichas aporías, las claves intelectuales de
nuestra defensa como ciudadanos sometidos a la opresión de la oligarquía,
siempre que seamos capaces de comprender dichas incoherencias y hundir en ellas,
sin contemplaciones (o con las mismas contemplaciones que los oligarcas tienen
con nosotros los ciudadanos), el puñal de la crítica. Si la oligarquía puede
caer, será hurgando cruelmente en las heridas ya abiertas en su indigno corpachón corrupto de torturador con
corbata y acelerando la dinámica que éstas imprimen al devenir histórico
contra la voluntad de los propios oligarcas.
es la verdad de la existencia.
La primera
contradicción es objetiva. Opone el
imperativo de verdad en que se fundamenta la ciencia y, por tanto, el
desarrollo tecnológico occidental, y el imperativo de acumulación de capital,
es decir, los intereses económico-financieros y su cultura hedonista de masas
basada en la negación, punto por punto, de la verdad científica. En otros
términos, una incompatibilidad de
principio –que se revela, no obstante, sólo a largo plazo- entre la
“sociedad de producción” y la “sociedad de consumo”. Dicha aporía no se resuelve, como pretendió
uno de los inspiradores de la actual doctrina neocon, el sociólogo conservador Daniel Bell, con la recuperación y
reinstitucionalización de los valores ascéticos originarios del proyecto
calvinista, puesto que esos valores, en tanto que religiosos, también entrarían
en colisión permanente con la ciencia. Una sociedad que depende de la
tecnología para subsistir no puede permitirse el lujo de estar erosionando
permanentemente la institución científica, no puede pretender, por un lado, la utilidad práctica de la verdad y, por
otro lado, el engaño masivo, la
cínica manipulación de la soberanía popular en la cima de las instituciones
políticas (Leo Strauss), siendo así que dicho fraude tiene que pasar de forma
necesaria, en algún momento, por la falsificación
consciente de las tareas científicas
y filosóficas. Ésta es ya harto evidente en ciencias sociales y humanas como la
historiografía, pero termina afectando a disciplinas de importancia vital para
la organización técnica de la sociedad como la economía política. A través de las
ciencias humanas, la ideología oligárquica se transmite al derecho de las
instituciones, las cuales, mediante normas que condicionan el sentido mismo de
la investigación, pervierten las ciencias biológicas y de la naturaleza,
traduciéndose en una suerte de incompetencia
estructural que desencadenará, tarde o temprano, el colapso del sistema
capitalista. Estamos asistiendo ya a ese colapso y se trata de comprender en
qué consiste la famosa “crisis”, pero
semejante problemática escapa a toda especialidad científica, ¡es la filosofía la que debe aquí asumir su
tarea en diametral oposición a las pretensiones de Leo Strauss! Creer que la
filosofía no se encuentra tan condicionada como el resto de las disciplinas universitarias
constituye empero un error, porque la universidad, pública o privada, decide quién será filósofo y filtra a los
profesionales en función de los mismos dogmas que éstos, en conciencia,
deberían reducir a polvo cósmico. Si llegan a ser “profesionales de la
filosofía”, docentes en suma, es porque, de alguna manera, han interiorizado el
imperativo ideológico, la prohibición de denunciar el fraude y, por ende, han desertado de la filosofía; si osan
criticar la dogmática, entonces, ni siquiera llegan a ser “profesionales” y se
les despoja de antemano de toda autoridad para producir “verdad”, circunstancia
que conlleva la caída en una suerte de “círculo infernal” a la hora de acometer
los problemas críticos de la sociedad contemporánea.
Un nódulo
decisivo de esta constelación de aporías letales es el tema ecológico y la
finitud de los recursos naturales racionalmente cotejados con las exigencias
del negocio capitalista. No creo que sea necesario abundar en las consecuencias
que se siguen de la instrumentalización política de las informaciones y
evaluaciones científicas cuando éstas no satisfacen las exigencias de la
acumulación y reinversión constantes del capital por lo que a la ecología
respecta. Este tipo de cortocircuitos “ciencia/política” ya se detectó, en una
versión caricaturesca, bajo las dictaduras comunistas. Famoso fue, por ejemplo,
el caso Lysenko. Pero sería un error confiar ingenuamente en que este tipo de
sucesos no afectan a las “sociedades liberales”, cuya cohesión interna está
regida por “compulsiones a la conformidad” tanto o más feroces –por mucho que
las vías de exclusión social del desafecto o “disidente” sean otras- que
las de un estado totalitario-policial clásico.
A este
tema de la contradicción “objetiva” del sistema nos referiremos con cierto
abundamiento en el Manifiesto por una Izquierda
Nacional, de próxima publicación.
La segunda
contradicción es subjetiva. Bien
entendido que se trata aquí de la subjetividad de los propios oligarcas como individuos y como grupo, guarda una
relación esencial con la anterior. En efecto, no podemos dar por supuesto que
esa capacidad de asumir la verdad característica, según Leo Strauss, de los
filósofos sea compartida por los oligarcas como tales, quienes no son
filósofos, precisamente, sino magnates económicos y políticos. Como sabemos, la
cúspide de la oligarquía
transnacional es la suma exacta del lobby
pro-israelí norteamericano y la casta dirigente del Estado de Israel. El resto
de las oligarquías, hasta llegar al último escalón local, están subordinadas a
Sión en forma de invisible cadena jerárquica. Pero entre estas gentes se
cuentan creyentes bíblicos ultraortodoxos y, en general, puede decirse que ni
siquiera los sionistas strictu sensu
forman un grupo homogéneo. Existen, en fin, entre los oligarcas, diferencias
internas nada irrelevantes, como en todas las ideologías. La diferencia
fundamental es la que opone a nihilistas y religiosos. La combinación de ambos
es explosiva, nunca mejor dicho, porque para los nihilistas el único criterio de
conducta es el ejercicio del poder sin límites, que conlleva la indecencia más
absoluta con respecto a la veracidad, mientras que para los religiosos habría
que tomarse en serio la llegada del mesías hebreo, factor que añade a la “inmoralidad
sionista” una “irracionalidad ultraortodoxa” de alcances imprevisibles. Máxime si
nos percatamos de que viene combinada con la posesión de armas nucleares. Israel,
en efecto, es el único país al que “se le ha tolerado” vulnerar el TNP, o sea,
que se lo ha permitido a sí mismo,
siendo así que, dentro del hemisferio occidental, por encima de Tel Aviv no
quedaría ya, en realidad, instancia soberana
alguna a la que apelar. No vamos a abordar aquí el jugoso tema de las angustias
existenciales que deben de desgarrar a los kierkegaardianos ejemplares humanos de
la oligarquía, oscilantes, en su fuero interno, entre las convicciones de
aterradoras perspectivas nihilistas y las necesidades soteriológicas o anhelos
religiosos de vario pelaje, compartidos con el resto de los creyentes monoteístas
de todas las épocas. Nos interesa más, en este punto, señalar sólo de forma
sumaria cómo se manifiesta políticamente esta dolencia en el alma del grupo
oligárquico. El escritor argentino Norberto Ceresole ilustra los conflictos
internos del universo sionista, clave para explicar decisivos fenómenos de la
reciente historia occidental.
Evidentemente, si la oligarquía transnacional es la instancia última que
decide en nuestro hemisferio, las más
insignificantes diferencias entre sus corrientes internas o personalidades
destacadas pueden tener consecuencias nada desdeñables para el resto de la
humanidad. No digamos ya si esas diferencias, lejos de toda insignificancia,
oponen filosofemas aparentemente tan alejados e incompatibles como el sionismo nacionalista
“laico” (=nihilistas) y la extrema derecha
religiosa (=ultraortodoxos). Ceresole habla de una “fractura teológica” que se
remonta al reino davídico en tanto que Estado político:
Las nuevas
formas que adopta el terrorismo intrajudío son hoy decididamente antiseculares.
Más específicamente: se trata de reacciones antiseculares contra una historia
ideológica que ahora es considerada como subordinada a una “modernidad”, que es
percibida, por los nuevos sujetos históricos, como el peligro más letal que
existe para el mantenimiento de su propia identidad. Es así como surgen, entre
otros, los principales grupos terroristas judíos (especialmente a partir de la
conmoción que origina la guerra del Yom Kipur, según ya hemos señalado): como
una reacción violenta contra una historia anterior del judaísmo que ya había
adoptado la forma de un sionismo modernizador y globalizante.[35]
Pero
Ceresole no llega a tocar al fondo del asunto, a saber, la cuestión de la
humana relación con la verdad planteada por Leo Strauss. Y no puede hacerlo
porque el propio Ceresole se declara católico. Es frente a esa verdad de la nada que reacciona la
ultraortodoxia judía provocando el deslizamiento de las posiciones sionistas
laicas hacia las mesiánicas del “nacional-judaísmo”. La propia oligarquía no
puede interiorizar esa verdad que Strauss exige asumir a la élite oligárquica.
Los oligarcas tienen que engañarse a sí mismos para seguir existiendo como
oligarcas. La mentira ha de ser entonces tan enorme, que ellos “crean”
mientras, al mismo tiempo, “no creen”, según el concepto del doblepensar de Orwell en la novela 1984. Esta noción apunta a la esencia de
la oligarquía e identifica tanto su punto más vulnerable cuanto el de mayor
riesgo para el género humano en su conjunto. Las contradicciones subjetiva y
objetiva de la sociedad contemporánea, aporías que también interaccionan como
dialéctica entre subjetividad y objetividad, van a colocar, en efecto, al
sujeto con creencias mesiánicas pero que, al mismo tiempo, experimenta y rehúye
la nada en una radical escisión espiritual, frente al mayor poder tecnológico
de destrucción que la historia contempla, el armamento nuclear, de manera que
la subordinación de la ciencia a los “intereses” adopte la fórmula irracional
extrema de instrumentación del terror técnico por parte de una locura soteriológica
y escatológica de procedencia bíblica. El fondo del estuche sale ahora a la
superficie y la subjetividad de Yahvé
en cuanto negación del mundo se
consuma en forma de destrucción
apocalíptica.
[1]
Hessel, S., Mi baile con el siglo,
Barcelona, Destino, 2011, p. 12.
[2] La
cita que encabeza este capítulo es un resumen de dicho hegelianismo, al que nos
atenemos en la medida en que el propio Hessel se autointerpreta a partir de él.
[3]
Glucksmann, A., La cocinera y el
devorador de hombres. Ensayo sobre el estado, el marxismo y los campos de
concentración, Barcelona, Mandrágora, 1977, pp. 193-194.
[4]
Glucksmann, A., Los maestros pensadores,
Barcelona, Anagrama, 1978, p. 89.
[5] Lévy,
B-H., La barbarie con rostro humano,
Caracas, Monte Ávila, 1978, pp. 10-11.
[6] Lévy,
B-H., El testamento de Dios, Buenos
Aires, 1979, p. (4).
[7] Op.cit.,
p. 11.
[8] Op. cit.,
p. 12.
[9] Op. cit., pp. 12-13.
[10]
Petras, J., Economía política del
imperialismo contemporáneo, Madrid, Maia, 2009, pp. 116: “es absurdo buscar
las raíces de las prácticas imperialistas totalitarias de estos políticos
sionistas en los escritos de mediocres y oscuros politólogos aficionados a la
astrología (Leo Strauss), cuando en toda su vida política activa se han formado
y comprometido profundamente con las políticas terroristas del Estado de
Israel, del que han tomado sus referencias ideológicas y aprendido sus
lecciones políticas”.
[12] Petras,
J., op. cit., pp. 10-11.
[13] Op. cit.,
p. 15.
[14] Op. cit.,
p. 17.
[15] Op. cit.,
p. 18.
[16] Op. cit.,
p. 19.
[17] Op. cit.,
pp. 20-21.
[18] Op. cit.,
p. 22.
[20] “La
desigualdad en la distribución de la renta en los EEUU es la peor de todo el
mundo capitalista desarrollado” (op. cit., p. 32).
[26] Strauss, L., Liberalism Ancient and Modern, Nueva
York, Basic Books, 1968, p. 100, citado por Holmes, op. cit., p. 91.
[29] Strauss, L., The Rebirth of Classical Political
Rationalism, p. 234; Persecution and
the Art of Writing (Glencoe, Ill., Free Press, 1952), p. 24; Natural Right and History (Chicago,
University of Chicago Press, 1953), pp. 260, 220; What is Political Philosophy? (Glencoe Ill., Free Press, 1959), pp.
221-222. Citado por Holmes, S., op. cit., p. 92.
[31] Bloom, A., The Closing of the American Mind (Nueva
York, Simon and Schuster, 1987), p. 285.
Citado por Holmes, S., op. cit., p. 93.
[32] Strauss, L., Natural Right and History, p. 81; Liberalism Ancient and Modern, p. 85; Persecution and the Art of Writing, p.
36. Citado por Holmes, S., op. cit., p. 93.
[33]
Farrerons, J., “Heidegger y la criminalización del fascismo”, Disidencias,
Madrid, Ed. Barbarroja, núm. 9, 2009, pp. 11-58.