Nota: el aparato crítico de citas que fundamenta el presente ensayo ha sido publicado en el núm. 10 de la revista "Disidencias". Remitimos allí a los estudiosos y profesionales académicos que pretendan verificar las afirmaciones vertidas en nuestro escrito.
El concepto filosófico de la presunta “singularidad de Auschwitz” se ha ido convirtiendo, desde los años 60 del siglo pasado y ante la evidencia de los genocidios, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad perpetrados por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, en la clave de bóveda del discurso sobre el holocausto, el cual, a su vez, funciona como columna vertebral de la “ideología antifascista” en la sociedad globalizada. Consecuentemente, dicho concepto ha devenido decisiva fuente de legitimidad de un poder político plutocrático a escala mundial que sólo puede esgrimir el mito propagandístico de la singularidad para, a marchas forzadas, exonerar la criminalidad, corrupción, incompetencia y mendacidad que lo caracterizan. En este sentido, el dispositivo oligárquico filosionista de dominación pública planetaria ha alcanzado hogaño la cima de su descrédito y por ello no debe extrañarnos el frenesí e indecencia con que agita la imagen de los “niños con el pijama a rayas”, la “perversión” de los “malditos bastardos” (=fascistas) o narraciones similares. La evidencia de las atrocidades del sistema liberal-burgués debe ser relativizada: pero ante el “infierno nazi”, ese mal “absoluto” de cartón piedra fabricado por las pantallas de Hollywood, la guerra de Iraq se queda en poca cosa. Evidenciar la aporética de tal auténtica escolástica del Holocausto constituye el deber más imperioso de la crítica racional. Se lo debemos a todas las víctimas olvidadas, pero también a los niños palestinos que, aun vivos al escribir estas líneas, morirán mañana ametrallados por las tropas israelíes con el beneplácito de la lacra ultraderechista judía enquistada en las instituciones democráticas. Ahora bien, la tarea de fijar la supuesta diferencia metafísica cualitativa entre el Holocausto y los meros “excesos” de los poderes “antifascistas” dominantes se ha abordado en muchas ocasiones y sin demasiado éxito, siendo así que existen tantas versiones de este dogma ideológico como autores deseosos de mostrar su celo “moral”, lealtad sistémica y valía o perspicacia intelectual en la determinación del canon de lo que dicha supuesta “matización” debiera significar desde el punto de vista político. Tales construcciones compiten sólo en la endeblez argumental que las caracteriza sin excepción:
“Todos los teóricos del Holocausto están de acuerdo en señalar que el Holocausto es algo único, pero pocos, si es que hay alguno, se ponen de acuerdo al explicar los motivos de que así sea. Cada vez que un argumento en pro de la singularidad del Holocausto es refutado, enseguida se aduce otro para sustituirlo. Y el resultado de esto es, según Jean-Michel Chaumont, que hay múltiples argumentos contradictorios que se anulan entre sí.”[1]
No es nuestra intención entrar aquí en un análisis del interminable catálogo de imposturas con que se ha pretendido fundamentar la liturgia farisaico-victimista de los mayores asesinos y genocidas de la historia. De ello se ha ocupado ya Jean-Michel Chaumont, llegando a conclusiones demoledoras:
“El conocimiento no se acumula. Por el contrario, el argumento nuevo que trata de superar al anterior siempre parte de cero.”[2]
Según Steven Katz, autor de The Holocaust in Historical Context (1994), donde ha estudiado “casi cinco mil títulos en el primero de los tres volúmenes proyectados para su estudio” (Finkelstein): “el Holocausto es fenomenológicamente único en virtud del hecho de que nunca antes había sucedido que un Estado se propusiera tanto en el plano de los principios intencionales como en el de la política práctica, aniquilar físicamente a todo hombre, mujer y niño pertenecientes a un pueblo concreto”[3] Chaumont concluye que el estudio de Katz “no es más que ‘ideología’ disfrazada de ‘ciencia’”. La valoración de Finkelstein resulta todavía más severa: “el estudio de Katz es un sinsentido fenomenal”.[4] En realidad, basta consultar cualquier manual de historia para acreditar que la afirmación principal de Katz no se sostiene. Cuando entramos en terreno del análisis historiográfico, es decir, allí donde dicha singularidad debería poder verificarse, el caos conceptual imperante adquiere proporciones cósmicas. La consigna más habitual es que en el Holocausto no hay nada que comprender porque es incomprensible y en eso consiste su singularidad (aleluya de Elie Wiesel).
Pero, al margen de este tipo de planteamientos “agnósticos”, la contradicción flagrante es la norma, como si se quisiera abundar en la incognoscibilidad por una suerte de “vía negativa”. Así, según Reyes Mate, pope filosófico del holocausticismo español, “el hitlerismo no es una locura sino el sueño de los sentimientos elementales” que rompen con la tradición occidental definida por el judaísmo, el cristianismo y el liberalismo: “estos sentimientos expresan la primera actitud de un alma frente al conjunto de lo real, es decir, prefiguran el sentido de la aventura a la que el alma está expuesta en el mundo, si no logra desprenderse de esa elementalidad mediante el pensamiento, es decir, si no se atreve a pensar.” [5] No obstante, unas líneas más abajo, la causa del holocausto ya no será la elementalidad emotiva, sino el idealismo filosófico que, al parecer, estigmatizaría para siempre a Grecia desde el preciso momento en que Tales de Mileto osara afirmar que “todo es agua” y fundara de esta guisa el totalitarismo.[6] Nada que decir sobre las harto tempranas incitaciones de Yahvé, el dios judío, al exterminio de masas: los fragmentos presocráticos sobre el arjé resultarían infinitamente más incriminadores que el mandato divino directo de matar a hombres, mujeres y niños en tanto que documentos ilustrativos del genocidio intelectualmente legitimado, pero se omite explicar el porqué. No obstante, ¿cómo reconciliar consigo misma esta risible “exégesis” que, sin inmutarse, pone en un lado los sentimientos elementales y, en otro, la abstracción conceptual de la filosofía? ¿Qué hacer, además, para que esta vacilante hermenéutica se compadezca con las afirmaciones de Habermas relativas al idealismo alemán “de los filósofos judíos” que posibilitara la utopía crítica? Pero reclamar la más mínima coherencia en el campo de los “estudios del Holocausto” es empresa vana. Aquí todo está permitido mientras el postrero “balance emocional” del texto, convenientemente experimentado por el lector, sea rotundo: total inocencia de los judíos, culpabilidad de los nazis y, por ende, de Europa/Grecia en su conjunto, cuya deuda debe abonar la impunidad del Estado de Israel y de la comunidad judía organizada en general, situándola en un limbo moral victimista allende toda crítica. El Holocausto “quizá no se deba comprender, porque comprender es justificar” (Primo Levi); en el Holocausto “pese a todos estos argumentos ‘racionales’, tiene que haber algo más, algo que no se sabe, algo que hace tan singular esa singularidad” (Elie Wiesel); el Holocausto no se deja nombrar (“cette dont on hésite à nommer le nom s’appelle Auschwitz”: V. Jankelevich); respecto del Holocausto “no se trata de probar que eso ha tenido lugar (…) sólo importa el acto de la transmisión y no captar o reproducir alguna inteligibilidad, es decir, ningún saber verdadero preexiste a la transmisión” (Claude Lanzmann). Amén.
Pero quizá el argumento más significativo es el de Primo Levi cuando sostiene que lo propio del Holocausto es que no podemos ponernos en el lugar de los perpetradores.[7] Ahora bien, tal imperativo implicaría otro, a saber, el de la universalidad y univocidad de la óptica existencial de las víctimas, excepción hecha de los ejecutores “nazis” (“expulsados”, éstos, de la humanidad, cuyos límites deberán así determinarse desde entonces en función del factum de Auschwitz). Sin embargo, obviando incluso que no podemos por definición universalizar una experiencia que se quiere exclusivamente judía y en cuanto tal inaccesible a los “gentiles”, ¿qué experimentaría un habitante de Kolymá, un súbdito de Yagoda o del resto de los “peces gordos” policiales del gulag soviético –mayoritariamente judíos-, al ponerse en el lugar de las víctimas hebreas del holocausto? ¿Qué experimentaría un palestino contemporáneo colocado en esa misma perspectiva? ¿Hasta dónde podría llegar la mutación de tal hipotética víctima en perpetrador, pero precisamente en calidad de víctima, de la misma manera que en los campos de la posguerra los “nazis” (y no nazis) pasaron de guardianes a presos y, en muchos casos, se convirtieron en objeto de una cruel y letal venganza? ¿Puede la subjetividad del victimario “absoluto” y la de la víctima “absoluta” confundirse en las mismas personas?[8] ¿O sostendremos que los perpetradores de Auschwitz, en tanto que abstraídos del concepto de una humanidad universal, ya no pueden considerarse sujetos de derecho y, por ende, sus victimarios pueden y deben permanecer impunes hagan lo que hagan? ¿Desde cuándo la inocencia de la víctima se ha convertido en una autorización para vulnerar esa misma ley que nos permite fijar la condición de víctima en cuanto tal? Ésta y no otra es la infame conclusión a la que al que al parecer se ha llegado de facto. Se trataría, quizá, de revestir a posteriori este hecho ignominioso de la imprescindible cobertura discursiva. A los efectos de nuestra investigación, conviene subrayar que semejante “cortocircuito intelectual”, o aporía, es otra consecuencia del imperativo adorniano que prescribe el carácter “ofensivo” de la exigencia racional de fundamentar el “dogma anamnético” (imperativo de ‘no-olvidar’). Cabe así escribir libros y artículos sobre el Holocausto –¿cómo si no difundir la nueva religio cívica mundial?-, mas siempre que se haya renunciado de antemano a toda pretensión de rigor y uno manifieste su fervorosa disposición a zambullirse alegremente en el lodazal del más vergonzante irracionalismo. Semejante burla representa la evidencia palmaria de que la “fe secular hebreocéntrica universal” se ha auto instituido por encima de la razón (léase: de “Grecia”, esa herida incurable en el narcisismo enfermizo de Yahvé) y contra la misma, pero ejemplifica también uno de los métodos de provocación utilizados para fomentar el antisemitismo, es decir, el “odio a los judíos” del que el discurso sionista se nutre secretamente con deleite.
Nuestra intención en el presente trabajo es interpretar la postura del filósofo más importante del siglo XX, Martin Heidegger, expresada en las famosas conferencias de Bremen, la cual supone no tanto una negación tout court del holocausto, como se ha pretendido en ocasiones, cuanto el rechazo del dogma de la singularidad de Auschwitz. Quede claro que no nos limitamos a glosar textos de Heidegger, sino que desarrollamos el concepto crítico de modernidad que de los mismos se desprende para poner en evidencia su extraordinaria fecundidad ilustrada, racional y hasta “progresista”. A continuación analizaremos en primer lugar la problematicidad metodológica del hecho Auschwitz en cuanto objeto de una investigación científica historiográfica. En segundo lugar, abordaremos el tema de la imposibilidad de una interpretación válida de la singularidad del holocausto. Finalmente, demostraremos que incluso en aquéllas exégesis inspiradas por una cuestionable determinación de los facta constitutivos del relato escatológico de “Auschwitz”, característico de la propaganda emanada de las instituciones (pseudo) “democráticas” vigentes, la evidencia muestra que tales interpretaciones no soportan la más simple comparación ética y filosófico-racional con la realidad (esta así, incontestada e impune) del gulag soviético.
Auschwitz como “hecho” u objeto de investigación historiográfica
Mientras los intérpretes debaten sobre su significado antropológico y metafísico, el holocausto en cuanto hecho histórico “se encoge” materialmente a medida que pasa el tiempo, a la par que emergen a la luz pública los crímenes contra la humanidad, genocidios y crímenes de guerra de los “simpáticos” y viriles defensores de la “libertad” tantas veces retratados por Hollywood mascando chicle. La compulsión frenética de la oligarquía en orden a remachar una “memoria histórica ortodoxa” que se tambalea frente a la ciencia historiográfica, crece así, de forma comprensible, en proporción inversa al sentido ético de la verdad en la historia, un imperativo inseparable del concepto de racionalización. Las autoridades académicas oficiales tuvieron, en efecto, que reconocer ya en los años sesenta[9] que campos de concentración como Dachau y, en general, todos los situados en el lado occidental del “telón de acero” (por cierto, los únicos en los que a la sazón se podía en teoría verificar ‘hechos’ de forma objetiva) no habían estado nunca equipados con cámaras de gas homicidas, y ello a pesar de las declaraciones de los correspondientes testigos en el juicio de Nüremberg. Es a partir de ese momento que se fija la distinción entre campos de concentración y campos de exterminio, reservándose esta última denominación para seis asentamientos ubicados en Polonia: Auschwitz-Birkenau, Treblinka, Belzec, Sobibor, Kulmhof y Lublin. El lógico cuestionamiento del valor de los testimonios y de las confesiones, obtenidas en algunos casos bajo coacción, amenaza o tortura[10] y en otros totalmente contradictorias o fantasiosas,[11] afecta cautelarmente no sólo a los perjuros de Dachau y del resto de los campos del oeste, sino, por ende, a la mayoría de las fuentes hasta ahora consideradas fidedignas en la narración del holocausto.[12] Nos limitaremos a citar autoridades de total confianza para poner de manifiesto nuestros escrúpulos científicos (y morales) frente a la versión oficial del genocidio judío todavía vigente. Dice la pensadora judía Simone Veil:
“En el curso de un juicio entablado contra Faurisson por haber negado la existencia de las cámaras de gas, los que demandan tienen la obligación de aportar la prueba formal de la realidad de las cámaras de gas. Ahora bien, todo el mundo sabe que los nazis destruyeron esas cámaras de gas y eliminaron sistemáticamente a todos los testigos.”[13]
¿Cómo "lo sabe", entonces, “todo el mundo”? Dispondríamos, empero, de pruebas documentales. Sin embargo, tampoco en este respecto puede fundamentarse el relato oficial, porque, según el judío León Poliakov (y otros investigadores antifascistas[14] confirman esta afirmación): “No quedó ningún documento, ni quizás haya existido jamás ninguno.”[15] Las conclusiones que se derivan de estas declaraciones en orden a la autentificación de la narración que fundamenta la identidad moral del mundo occidental actual son devastadoras. Si admitimos lo dicho por Veil y Poliakov, sólo podrían tener valor probatorio los testimonios de los propios “perpetradores”, es decir, de los oficiales alemanes encargados de ejecutar el genocidio. De ahí los métodos brutales empleados para obtener sus confesiones.
Así las cosas, la caída del comunismo nos deparó, por otra parte, nuevas sorpresas, por ejemplo, la circunstancia de que las cifras de víctimas en los campos reconocidos ahora como de exterminio, es decir, los antaño situados fuera del territorio del Reich, también se redujeran de forma no ya considerable, sino literalmente escandalosa. Así, en Auschwitz no perecieron 4 millones de judíos, según afirmaban hasta 1989 las autoridades comunistas, sino a lo sumo un millón.[16] Y sin embargo, un historiador respetable como Arnold Toynbee citaba en 1983 la siguiente confesión de Rudolf Höss: “en el campo de Auschwitz solamente, el mismo comandante nazi informó que habían muerto por gas dos millones y medio de personas, en su mayoría judíos, y que otro medio millón murieron por hambre y enfermedades.”[17] Por lo que respecta a las cámaras de gas de Auschwitz, el testimonio de Höss[18] sigue siendo la fuente principal de obras canónicas como La destrucción de los judíos europeos (1961) de Raul Hilberg, quizá el más reputado historiador de la Shoah. Además de Höss, la narración cuenta con dos testigos entre las víctimas, a saber, los judíos eslovacos P. Müller, autor de la obra Sonderbehandlung (1979), y Rudolf Vrba, quien firma el libro I Cannot Forgive (1964). Sin embargo, por los motivos expuestos más arriba, aquí sólo tomaré en consideración a Höss. Así, según Hilberg:
“En medio de este fermento, se introdujo en Auschwitz una nueva cuestión: la de la solución final del problema judío. Höss recordó que en el verano de 1941 fue convocado a Berlín por el propio Heinrich Himmler. En pocas palabras, Himmler le habló de la decisión tomada por Hitler de aniquilar a los judíos. (…) Eichmann se encargaría de proporcionar a Höss los detalles de esta misión. Habiendo impuesto esta carga sobre los hombros de Höss, Himmler añadió: “Las SS debemos cumplir esta orden. Si no se lleva a cabo ahora, después los judíos destruirán al pueblo alemán”.”[19]
Véase a continuación la nota a pie de página núm. 56 de la obra de Hilberg, que “fundamenta” la veracidad de la narración de los hechos realizada en el fragmento anterior.
„Rudolf Höss, Kommandant in Auschwitz, Múnich, 1978, pp. 157 y 180-181. Véase también la declaración que prestó en el Tribunal Militar Internacional, Trial of the Major Criminals, Nuremberg, 1947-1949, vol. 11, p. 398. La fecha precisa de la reunión con Himmler no recuerda Höss, aunque en una de sus declaraciones, que es también la más confusa, menciona junio. Véase la declaración jurada que prestó el 14 de marzo de 1946, NO-1210. Dado el desarrollo de la solución final, es improbable que fuera junio. Julio quizá también pueda descartarse. Richard Breitman, revisando los viajes de Himmler, especifica que el 13-15 de julio fueron las únicas fechas en las que éste permaneció en Berlín. Véase Richard Breitman, Architect of Genocide, Nueva York, 1991, p. 295. Danuta Czech, Kalendarium der Ereignisse im Konzentrationslager Auschwitz-Birkenau 1939-1945, cit., entrada correspondiente al 29 de julio de 1941, pp. 106-107.” [20]
El texto describe un momento importantísimo en la narración ideológica del sistema oligárquico: el inicio del holocausto con una decisión de Hitler que parece coincidir en el tiempo con la publicación en los Estados Unidos del libro de Theodore N. Kaufmann (volveremos a esta cuestión en otro artículo) donde se reclama y planifica el exterminio del pueblo alemán mediante esterilización masiva. En cualquier caso, en la nota a pie de página, Hilberg debería, por razones que ahora expondremos, haber discutido la fiabilidad del testimonio de Höss. El autor apela al documento NO-1210, o sea, a la confesión de Höss con fecha de 14 de marzo de 1946, base de su testimonio en Nüremberg. Podemos afirmar, no obstante, que Hilberg ignora los hechos deliberadamente al no decir ni una palabra sobre los métodos que se utilizaron para obtener la firma de Höss en un texto repleto de contradicciones, aunque Hilberg admite que una de las declaraciones es “la más confusa”. ¿Lo eran también las demás? ¿Por qué? ¿No merece este tema una mayor atención por parte de un historiador serio? Pero estamos hablando del clásico par excellence del holocausto en el instante en que debe documentar mediante la única fuente fiable el más importante acontecimiento de la Shoah desde el punto de vista historiográfico, a saber, la decisión y el acto de su desencadenamiento. En el libro Legions of Death (1983), el escritor inglés Rupert Butler, basándose en el relato de primera mano del sargento británico Bernard Clarke, reconoce cómo se obtuvo la confesión de Höss.[21] El uso del maltrato y la extorsión por parte de norteamericanos y británicos es un hecho de conocimiento público que no debería sorprendernos después de Guantánamo y Abu Grahib.[22] La declaración del comandante de Auschwitz constituyó una pieza de convicción esencial y el pilar de la narración oficial: hoy podemos, empero, dudar razonablemente de su valor probatorio. Pero el suyo no es el único caso.[23]
Aceptar que Höss y el resto de los testigos alemanes pudieron haber sido objeto de torturas, amenazas u otras coacciones durante la posguerra, cuando en la actualidad los investigadores revisionistas sufren todo tipo de presiones y represalias, es una medida metodológica cautelar digna de crédito. La impostura consciente, por otro lado, tampoco es inhabitual en las publicaciones sobre el tema. Ya hemos visto que actualmente se ha reconocido oficialmente la inexistencia de cámaras de gas homicidas en Dachau, Buchenwald, Mauthausen y en el resto de los campos de Alemania. No obstante lo cual, en la obra Nuremberg (2006), se puede contemplar una foto con el siguiente pie: “una montaña de cuerpos apiñados en una estancia del campo de concentración de Dachau y encontrados por los soldados norteamericanos en 1945. Los prisioneros habían muerto gaseados y sólo restaba incinerar los cadáveres.” [24] El autor miente y lo sabe. Por lo que respecta al tema del holocausto, la historiografía profesional parece que deja de serlo en cuanto le aplicamos la lupa filosófica. Ahora bien, afirmaciones como la citada generarán legítimos interrogantes en cualquier persona honesta. ¿De dónde surge, en efecto, esta acreditada necesidad de manipular y mentir por parte de historiadores supuestamente serios si tan luminoso es el relato de Nüremberg? La lista de testimonios contradictorios, fraudulentos y literalmente imposibles según las mismísimas leyes de la física o el simple sentido común se haría aquí interminable, pero podemos hacernos algunas preguntas, por ejemplo, ¿por qué, aunque los alemanes, como se sostiene, dinamitaran las cámaras de gas de Auschwitz, no se practicó en Nüremberg una simple pericial sobre las ruinas de por lo menos una de ellas (que sigue ahí) a fin de detectar los restos de Zyklon B? Otro tanto puede afirmarse respecto de las pilas de cadáveres que muestran las fotografías, supuestos gaseados a los que una simple autopsia habría convertido en pruebas irrefutables del delito. Dichos documentos gráficos son impresionantes, pero al contrario de lo que pudiera creer la opinión popular, no “demuestran” el holocausto, sino que lo refutan por fraude procesal. El hecho de que se eludieran cierto tipo de piezas de convicción objetivas y se buscara en cambio el testimonio escrito del comandante de Auschwitz a base de darle patadas en los testículos no dice mucho a favor de las tesis oficiales. Me parece poco menos que incuestionable que las archiexplotadas pilas de cadáveres no estaban impregnadas de Zyklon B porque, quizá, como sostienen los revisionistas con mucho acierto, fueron víctimas de las epidemias de tifus que se desataron en los campos hacia el final de la guerra, cuando una Alemania descompuesta, que ya no podía atender a las necesidades de los propios ciudadanos alemanes, abandonó a su suerte a los internos de los campos. Renunciamos a abundar en el tema. Nos limitaremos a reconocer que existen dudas más que anecdóticas en relación con mucho de lo que hasta hoy se nos ha contado sobre el Holocausto. No otra es la conclusión del reputado historiador judeoamericano Arno J. Mayer, de la Universidad de Princeton:
“Muchas preguntas permanecen incontestadas (…) Después de todo, ¿cuántos cuerpos fueron incinerados en Auschwitz? ¿Cuántos murieron allí? ¿Cuáles y cuántos fueron muertos por motivos nacionales, religiosos y étnicos en aquella comunidad de víctimas? ¿Cuántos de ellos fueron condenados a una muerte natural y cuántos fueron deliberadamente asesinados? Simplemente, no tenemos respuestas para todas estas preguntas hasta ahora. (…) Desde 1942 hasta 1945, ciertamente en Auschwitz, pero probablemente en todas partes, muchos más judíos fueron muertos por las llamadas “causas naturales” que por las “no naturales”.[25]
Y añade: “la mayor parte de lo que se sabe se basa en las confesiones de oficiales y verdugos nazis en juicios de la posguerra y en memorias de supervivientes y espectadores. Estos testimonios deben ser cuidadosamente examinados, toda vez que pueden estar influenciados por factores subjetivos de gran complejidad (…) Las fuentes para el estudio de las cámaras de gas son, a la vez, raras y poco serias.”[26] Creo que estas conclusiones pueden ser asumidas pacíficamente sin incurrir en ningún tipo de “negacionismo”, siendo así que no se cuestiona la existencia de campos de concentración, persecución judía y millones de víctimas inocentes, sino el cómo, el cuánto y el porqué de estos hechos, en abierto conflicto con la versión narrativa institucionalizada tras el juicio de Nüremberg.
Dudas fundadas de los historiadores sobre la naturaleza y sentido del holocausto
Tomaremos la postura de Arno J. Meyer, un historiador oficial, como punto de partida para una reflexión que ya no entrará en el terreno de los facta, sino de su interpretación. Pero antes echaremos una ojeada al fenómeno del revisionismo y, sobretodo, a las significativas reacciones de los “demócratas” frente a las peticiones de diálogo, debate y objetividad por parte de quienes no aceptamos el dogma.
Como consecuencia de este hecho ya incontrovertible, a saber, la duda creciente, en la conciencia académica y pública, relativa la cuestionable exactitud y a la muy posible exageración de la versión institucionalizada de ‘Auschwitz’, desde los años cincuenta se viene desarrollando el movimiento revisionista, que ha producido una literatura historiográfica alternativa de valía muy dispar[27] y reclama un debate objetivo (=científico) sobre cuestiones que en Nüremberg fueron ante todo materia propagandística orientada a prevenir un resurgimiento ideológico del nacionalsocialismo. Pensemos, por ejemplo, en la masacre de Katyn, falsamente atribuida a los alemanes mediante fraudulentos métodos probatorios, unas pautas de conducta procesal totalmente incompatibles con el derecho democrático pero practicadas por magistrados que decían defender la justicia y el humanitarismo. La presencia de los genocidas, criminales y falsarios soviéticos entre los fiscales y jueces de Nüremberg resta toda credibilidad a dicha farsa pseudo judicial. Pero, por otro lado, ¿qué lecciones de derechos humanos podían dar a los nazis los británicos y los norteamericanos después de Dresde, Nagasaki, la aplicación del plan Morgenthau y los “campos del Rhin”? En general, cabe sostener que los pocos jueces que han intentado actuar de forma imparcial en el tema del holocausto han sido inmediatamente suspendidos por las autoridades, vulnerando con ello los principios más elementales del Estado de Derecho.[28] La respuesta a ésta y otras pretensiones de discusión libre sin coacciones –comunidad de diálogo: Habermas- consiste, sin embargo, en el rechazo taxativo a “tratar” con los revisionistas y, por si fuera poco, en la persecución policial y penal, las amenazas, la ruina económico-profesional e incluso el atentado y la muerte física de los críticos.[29] Todo ello con el fin de enmudecer a investigadores que, en algunos casos, son académicos[30] y, en otros, personas de “intachable” pasado progresista y hasta antifascista.[31] Ahora bien, semejante respuesta represiva y violenta cuestiona el carácter democrático de nuestras sociedades y pone en entredicho la libertad de palabra de todos los testimonios, siendo así que si treinta años después de los hechos objeto de discusión se intimida a las personas hasta llegar el asesinato, ¿qué no sucedería, cabe suponer, en la inmediata posguerra con los militares alemanes prisioneros? ¿Cuánto vale, en suma, el testimonio de Höss y del resto de los oficiales alemanes, los únicos testigos posibles a falta de otros documentos y pruebas fiables? ¿Estamos tratando con jueces, periodistas y políticos “democráticos”, honestos “hombres de bien”, como nos han hecho creer, o con auténticos mafiosos cuya perversidad y deshonor rebasa la de los peores “nazis”? Ahora bien, la clase política actual está formada por una banda de criminales. Esta es una realidad ya incontestable cuando hace medio siglo que permanecen impunes todos los genocidios, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad perpetrados por los vencedores.[32] No hay, por tanto, en la actualidad, ni puede existir bajo el poder vigente, “investigación objetiva” alguna sobre el “hecho” Auschwitz y, por tanto, argumentar entorno a una supuesta “singularidad del holocausto” constituye un fraude intelectual que se hace patente desde el mismo punto de partida metodológico, a saber, la determinación de las dimensiones y características reales del objeto a conocer e interpretar.
Por mucho que se detecte en el seno del revisionismo la presencia de “neonazis” y ultraderechistas, algo que, por lo demás, resulta bastante natural, este dato no basta para desacreditarlo sin examen; pensemos que el fundador del movimiento fue el ex prisionero del campo de concentración de Buchenwald y diputado socialista Paul Rassinier. En las invectivas contra los revisionistas que se lanzaron en el coloquio internacional sobre el holocausto de la Sorbona (29 de junio de 1982), se les calificó de “anarco-comunistas”; en realidad, iban dirigidas contra personas como Jean-Gabriel Cohn-Bendit, Serge Thion y “otros libertarios, algunos de ellos judíos” (R. Faurisson). Pierre Guillaume, director de la “Revue d’Histoire Révisioniste” afirma que “el revisionismo no es ninguna doctrina particular, ni una escuela histórica que desarrolle sobre la historia un punto de vista específico cualquiera. El revisionismo es el trabajo normal del historiador. Su método es el método crítico. Por lo tanto, si el revisionismo existe enfrentado a una cierta historiografía dominante es únicamente porque en ciertos temas y sobre ciertos períodos de la historia las pasiones de toda clase impiden que se cumpla el trabajo normal del historiador.”[33] Por lo que respecta a la cuestión que más “pasiones” levanta, a saber, la narración histórica del fascismo, la Segunda Guerra Mundial y el holocausto, Guillaume es taxativo:
“El revisionismo constituye una amenaza para el sistema sólo si los revisionistas tienen razón. A juzgar por la enorme movilización antirrevisionista, nuestros adversarios consideran el revisionismo como una amenaza seria. Lo esencial de la tesis revisionista se resume en una proposición: las cámaras de gas hitlerianas son un mito. Todo lo demás se desprende de ello. Este mito ha nacido de los horrores reales de la guerra, el sistema concentracionario y la persecución de los judíos. Ha habido una persecución antijudía, no ha habido exterminio, ni siquiera tentativa de exterminio.”[34]
Ahora bien, a nuestro entender, que ha habido exterminio es algo indudable gracias a lo que sabemos sobre los Einsatzgruppen, la cuestión consistiría más bien en determinar el contexto y la forma en que se produce este hecho, así como sus dimensiones reales. Pero aquí los “datos” objetivos parecen escabullirse entre flagrantes aporías. En medio de este inquietante panorama, observamos, en efecto, que, por ejemplo, el monto global de víctimas, el guarismo simbólico y dígito satánico de los seis millones, unido al dogma filosófico de la singularidad, permanece intacto a pesar de los sucesivos recortes críticos.[35] La inevitable pregunta es la siguiente: con los citados ajustes, ¿no estamos ante una validación tácita de un cierto revisionismo? ¿A dónde han ido a parar, por poner un ejemplo, las 200.000 víctimas de Dachau que ahora sabemos que nunca lo fueron? ¿Y el testigo que “vio” las cámaras de gas y hornos crematorios de Mauthausen y admite a posteriori que no sabe de dónde pudo haber sacado semejante idea? ¿Cómo computar esos 3 millones de judíos “de más” supuestamente gaseados en Auschwitz y clasificados después como mera inflación propagandística del comunismo? ¿6-3=6? ¿O 6-3=3? ¿Cuándo y de qué manera concluye este proceso de contracción volumétrica y cualitativa del Holocausto, de simultáneo crecimiento de la criminalidad imputable a los “cruzados” antifascistas y de presión pseudo legal -e ilegal- contra los “desafectos” al “dogma”? Es en este contexto que se sitúa el reconocimiento, por parte de Daniel Goldhagen, de la “muy exagerada eficacia de las cámaras de gas”[36] y el lamento sobre el hecho de que la narración vigente entorno al holocausto se haya aceptado de forma totalmente acrítica:
“Todos estos criterios, que configuran básicamente la comprensión del Holocausto, se han sostenido sin discusión, como si fuesen verdades evidentes por sí mismas. Han sido prácticamente artículos de fe, procedentes de fuentes distintas de la investigación histórica, han sustituido el conocimiento fidedigno y han distorsionado el modo de entender este período.”[37]
Ignoro si Goldhagen, uno de los más belicosos defensores de la culpabilidad colectiva alemana por el holocausto, es consciente del alcance de sus palabras, pero en cualquier caso conviene extraer de ellas las oportunas consecuencias, que no pueden consistir tampoco en negar la existencia de los enormes crímenes del nazismo, pero sí, por mor de la verdad y de la libertad, en atreverse a “falsar” (en el sentido metodológico popperiano) la ideología del Holocausto, léase: el discurso coactivamente amparado, pero indiciariamente tanto más endeble cuanto más violenta fuere la represión policial y mafiosa contra quienes lo cuestionan, de un plan estatal alemán de exterminio sistemático de los judíos mediante cámaras de gas y hornos crematorios, con 6 millones de víctimas hebreas, que representaría “el mayor genocidio de la historia” y la encarnación del “mal absoluto”. La libre investigación del holocausto no va a rehabilitar el nazismo, un régimen totalitario que no requiere de fábulas demonológicas para ser políticamente repudiado; en cambio, el dispositivo represivo construido alrededor del núcleo central la ideología antifascista sí amenaza con destruir la democracia desde dentro, si no la ha destruido ya.
Dicho esto, conviene, no obstante, recordar las limitaciones y contradicciones del revisionismo negacionista. Existen, en efecto, infinidad de hechos que los negacionistas no pueden explicar (actuando en muchos casos con una mala fe[38] que cuestiona sus auténticas intenciones) y que es preciso subrayar, entre ellas: 1/ el diario de Hans Frank, quien admite sin embozo una inequívoca voluntad de exterminar judíos; 2/ el diario de Goebbels, con dos entradas cuyo valor probatorio está fuera de duda a menos que se demuestre la falsedad del documento (algo que, por ahora, nadie ha osado afirmar); 3/ el discurso de Himmler de 4 de octubre de 1943, donde se admite que hubo exterminio; 5/ la declaración de Adolf Eichmann en el proceso de Jerusalén (1961); 6/ las actuaciones de exterminio de los Einsatzgruppen alemanes en el frente ruso, que no son negadas ni siquiera por los revisionistas y que incluyen la matanza de niños judíos, con centenares de miles de víctimas hebreas; 7/ las declaraciones de Himmler de enero de 1941,[39] en las que manifestaba que 30 millones de personas deberían “desaparecer”, es decir, ser expulsadas, en el Este de Europa. No se trata aquí de testigos con un interés personal evidente en difamar a Alemania, ni siquiera de testigos “nazis” que pudieran haber sido coaccionados, de forma directa o indirecta, por la violencia de los vencedores, tan brutal como la del propio nazismo.
Es cierto que, por lo que respecta a Eichmann, y a tenor del hecho ya incuestionable de que las condiciones de garantía judicial de dicho procedimiento fueron más que sospechosas (Eichmann resultó a la postre condenado por un régimen que no sólo estaba perpetrando crímenes contra la humanidad, sino que había conseguido falsificar la historia para suprimir toda memoria pública de este hecho), el entero relato depende ahora de la veracidad de sus memorias, redactadas antes del secuestro ilegal[40] del oficial “nazi” en Argentina a manos del Mossad, pero, ¿qué decir del resto de los casos citados?
Cabe concluir, en consecuencia, que el negacionismo del holocausto carece de fundamento; no así, empero, un revisionismo científico y filosófico que tienda a fijar, en un clima despolitizado de calma y objetividad favorable a la verdad, las auténticas dimensiones de la masacre. Ésta es también la opinión de Ernst Nolte, quien, además de haber argumentado que las medidas de internamiento de los judíos en campos de concentración tienen su equivalente en las adoptadas por todos los bandos contendientes,[41] considera que: “sigue siendo lamentable que la regla más elemental de la ciencia, auditur at altera pars, parezca haber sido abolida en forma tan sensible por la literatura seria.”[42] Y añade:
“Cuando las reglas de examen de testigos se hayan generalizado y ya no se evalúen las declaraciones objetivas de acuerdo con criterios políticos, sólo entonces se habrá construido una base sólida para el esfuerzo por lograr objetividad científica respecto a la “solución final”.”[43]
Sea cual fuere el resultado del balance final sobre los “logros” del revisionismo, siempre se podrán citar, al lado de las pruebas aportadas, nombres de ex prisioneros de Auschwitz de etnia judía que niegan la existencia en ese campo de cámaras de gas. Es el caso de Benedikt Kautsky[44] y de Esther Grossmann:
“Y como la verdad es indivisible, he de decir también que en aquéllos años difíciles encontré ayuda y consuelo de varios alemanes y que no he visto ninguna cámara de gas ni oí nada sobre ellas –mientras estuve en Auschwitz- sino que supe de éstas por primera vez después de mi liberación. Por eso entiendo las dudas tan a menudo expuestas actualmente y considero importante realizar un examen definitivo, pues sólo la verdad puede ayudarnos a entendernos mutuamente, ahora y en las generaciones futuras.”[45]
En definitiva, no habiéndose fijado una narración de los hechos que resulte pacífica y coherente, ¿podemos establecer algún juicio sobre la singularidad de Auschwitz? Sí, pero sólo en el caso de que entendamos por la palabra “holocausto” el equivalente de una innegable persecución antisemita que se tradujo en millones de víctimas, sin entrar en más detalles sobre el número de fallecidos (asesinados o no) y sobre las causas concretas de la muerte (hambruna y epidemias descontroladas en los campos al final de la guerra, explotación y maltrato, exterminio sistemático de los inútiles para el trabajo, etc.). Esta era la versión de la Enciclopedia Británica diez años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, es decir, cuando el relato escatológico de la Shoah todavía no se había elevado a la categoría de religión civil planetaria.[46] La persecución nacionalsocialista de los judíos, sostenemos, ha sido uno de los mayores crímenes de Estado de la historia, pero no el único y, a nuestro entender, tampoco “el peor” si esto significa, como significa actualmente, olvidarnos de todos los demás y, por ejemplo, legitimar regímenes genocidas autorizando la organización de unas olimpiadas. Pero no otra cosa significa “la ideología del Holocausto”: aquéllo que está en juego no es la dignidad de las víctimas judías del nazismo, sino el olvido de las víctimas del comunismo asiático y del liberalismo occidental, la justificación de los crímenes aliados y la muerte de la ilustración a los pies de una ideología racista, supremacista y reaccionaria, a saber, el sionismo como expresión doctrinal de la extrema derecha judía. Cuestionar la versión oficial del holocausto significa, pues, no tanto “negarlo”, cuanto ponerlo en conexión con el resto de las atrocidades políticas del siglo XX para que puedan establecerse las comparaciones pertinentes y detectar las auténticas causas del desastre. Lo que se decide en este tema, lo que nos estamos jugando al cuestionar el testimonio de Höss, por ejemplo, es la independencia de la ciencia frente a la política y, por ende, la libertad de pensamiento que es el presupuesto de la crítica como condición de posibilidad de la democracia. Ahora bien, si aceptamos el dogma de la “singularidad de Auschwitz”, dicho análisis resulta imposible.
Del revisionismo positivista al revisionismo hermenéutico heideggeriano
El revisionismo, cuya necesidad no cuestiono ante la palmaria criminalidad de los vencedores (que contamina toda supuesta evidencia, todo debate, toda determinación objetiva de la realidad factual), no puede limitarse a la prueba del hecho, sino que supone una recontextualización de los innegables crímenes nazis y la historización de la memoria relativa a las atrocidades perpetradas por los antifascistas liberales y comunistas. Este ha sido el camino emprendido por el historiador Ernst Nolte, discípulo de Martin Heidegger, y que nosotros también seguimos:
“Para los revisionistas los crímenes nazis han sido injustamente singularizados, afirmación utilizada en los medios políticos para reivindicar el derecho de los alemanes a identificarse positivamente con el estado en el que viven y a poner punto final a la esquizofrenia en que se ha encontrado el ciudadano alemán al enfrentarse a su historia reciente. Este argumento sirve también para dar el primer paso en el sentido de cuestionar la tesis de la culpabilidad alemana y, como ha hecho el historiador Ernst Nolte, presentar los crímenes nazis como una reacción defensiva ante la barbarie bolchevique; una tesis que ha gustado en ciertos medios intelectuales franceses, en especial Jean François Revel. La concesión en junio de 2000 a Nolte, por el conjunto de su obra, del Premio Konrad Adenauer de literatura, uno de los galardones literarios más importantes del país, ha venido a avivar en Alemania el debate ideológico sobre su pasado. Sobre todo porque con motivo de la entrega del premio, adjudicado por la Fundación Alemania con sede en Munich, Nolte ha reiterado un argumento doloroso para muchos y base de una agria polémica con Jürgen Habermas: existe una base “racional” en la persecución de los judíos por los nazis ya que el enemigo más poderoso de Alemania era el bolchevismo y éste, supuestamente, era un movimiento con gran apoyo de la comunidad judía. El hecho de que el discurso de presentación del galardonado corriera a cargo del historiador Horst Moller, director del Instituto de Historia Contemporánea, ha llevado las voces de varios profesores universitarios a las páginas de los grandes diarios alemanes.”[47]
Por tanto, dejando ya de lado las pertinentes averiguaciones generales sobre la narración objetiva de los hechos, que no son asunto de nuestra competencia, los filósofos deberíamos estar en condiciones de pensar el tema de la “diferencia cualitativa”, una cuestión no sólo historiográfica, sino también crítico-ilustrada –y, a la luz del contexto expuesto, un problema ético de primera magnitud- que ha de ser abordada con los métodos específicos de la filosofía moral. Se objetará una vez más: ¿cómo podemos emitir un juicio válido sobre la presunta “singularidad de Auschwitz” si los facta que habrían de justificarlo o desmentirlo siguen sujetos a discusión? La respuesta ya la hemos dado: sólo podemos pronunciarnos en relación con la existencia innegable de una persecución de los judíos –con una cantidad de víctimas que se cifra en millones-, bajo el régimen de Hitler, pero sin arriesgar por el momento una caracterización global más exhaustiva. Toda conclusión al respecto tiene, por consiguiente, un valor meramente provisional, siempre a la espera de que el día de mañana, y en concordancia con los valores ilustrados y democráticos a los que apelan los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, se pueda fundar una “comunidad de diálogo” lo más próxima posible al ideal de la ética dialógica, algo que, por el momento, resulta del todo impensable en lo tocante a la temática de la Shoah.
Antes de emprender este análisis limitado que las circunstancias vergonzosamente nos imponen sesenta y cinco años después de la conclusión del conflicto armado, estamos empero obligados, habiéndonos basado en algunas de las ideas que Nolte ha propuesto en calidad de historiador profesional, a exponer aquí también su versión filosófica del holocausto.
Según Nolte, lo que haría del holocausto algo diferente serían las motivaciones de los perpetradores y, singularmente, la idea que Hitler se hacía de los judíos como responsables y, al mismo tiempo, como encarnación, a sus ojos “monstruosa”, de la “decadencia biológica” inherente al “progreso” urbano. Nolte cita unas palabras de Hitler procedentes de sus célebres conversaciones (o monólogos) de sobremesa:
“El judío es un catalizador que enciende los combustibles. Un pueblo que carece de judíos ha vuelto al orden natural. (…) Si el mundo fuera puesto en manos de un profesor alemán durante varios siglos, después de un millón de años se pasearían puros cretinos por aquí: cabezas gigantescas sobre un cuerpecito de nada.”[48]
Aquello que parece determinante en los fatales designios del Führer de los alemanes es un concepto de la historia y la voluntad de subvertirlo eliminando al presunto sujeto de ese proceso, a saber, el pueblo judío. De ahí la conclusión de Nolte:
“Por consiguiente, lo que Hitler en realidad quería decir con la palabra “judío” no era otra cosa que la idea denominada progreso, con implicaciones positivas, por casi todos los pensadores del siglo XIX, ese complejo de creciente dominio de la naturaleza y alienación de ella, industrialización y libertad de acción, emancipación e individualismo, que primero Nietzsche y después de él algunos filósofos prácticos como Ludwig Klages y Theodor Lessing, declararon una amenaza contra la vida. Desde el punto de vista de Hitler, esta vida era idéntica al orden natural, es decir, a la estructura simultáneamente campesina y guerrera de la sociedad, que en su opinión aún estaba dada de la manera clásica en el Japón moderno, mientras que en Europa había sido perjudicada primero por la utopía de paz del cristianismo y luego por una industrialización desmesurada, con todas sus manifestaciones de crisis y degeneración.”[49]
Sin embargo, adelantamos que esta interpretación no puede explicar los aspectos modernistas, e incluso futuristas, del fascismo y del nacionalsocialismo. En realidad, más que el progreso per se, lo que parece rechazar el nazismo es aquello que en otro lugar[50] hemos calificado como concepción utópico-profética de la modernidad cristiano-secularizada, pero, de forma harto inconsecuente, en nombre de otra utopía o proyecto de “sociedad feliz” basada en modelos éticos tradicionales que debían armonizarse –no se sabe cómo- con la ciencia, el capitalismo, el socialismo y el desarrollo tecnológico:
“El nazismo perteneció a occidente en la medida en que es absolutamente erróneo describir a Hitler como un Tamerlán o un Gengis Khan. (…) El nazismo llevaba dos lógicas de la modernidad a su extremo más bárbaro: la de la industrialización expansionista, con su apetito insaciable y su interés exclusivo por el rendimiento, con total desprecio (…) por los costos humanos, y la del capitalismo, con un desdén manifiesto por los explotados. Éstos, como hemos visto, son elementos constitutivos modernos y occidentales. Por otra parte, la lógica de la democracia quedaba excluida por principio del nazismo, y en este sentido era un enemigo de primer orden de Occidente. Tan diametralmente opuestos a todo a todo enunciado del proyecto ilustrado, incluso el más débil, fueron dos elementos esenciales del proyecto nazi –a saber, el mito de la raza y la superioridad racial y el restablecimiento del trabajo esclavo-, que una vez que Occidente, tras mucha vacilación, tuvo que enfrentar los hechos, no quedaba el menor margen para una esperanza de reconciliación.”[51]
Con respecto al fascismo:
“hablamos aquí del nazismo y no del fascismo por varias razones a las que sólo podemos aludir de paso. El fascismo italiano fue una dictadura brutal (…) pero no fue nunca un régimen genocida.”[52]
Resulta, empero, difícil de admitir que el mito de la superioridad racial, en el que se basó el colonialismo occidental, así como el trabajo esclavo, muy anterior al nazismo y perfectamente integrado tanto en las prácticas del mercado como en las del gulag, fueran motivos determinantes en la lucha aliada contra el nazismo. Otro tanto cabe afirmar de la democracia, siendo así que los países occidentales se vincularon a una dictadura tan atroz o más que el propio nazismo en una época en que el régimen bolchevique ya había incurrido en genocidio (con 13 millones de víctimas) y el nazismo, en cambio, no era responsable de tamañas masacres. Sin embargo, nos parece incontestable la tesis de Ágnes Heller de que el nazismo pertenece a la modernidad y “es un derivado de Occidente, pero no parte integrante del mismo”, siempre que identifiquemos “occidente” con “liberalismo”. En cualquier caso, Heller abona la idea del “fascismo” en general como la posibilidad de una modernidad alternativa en que la democracia quedaría excluida, lo que haría irrecuperable el fascismo desde el punto de vista de una racionalidad integral en tanto que ideología totalitaria, por mucho que el motivo de los valores trágico-heroicos, eludido por Heller, permanezca vigente en orden a explicar la alianza occidental con el comunismo, que de otra forma no se entiende. En este punto, el rechazo del “judío” tendría, en efecto, un sentido “espiritual” como ataque al concepto decimonónico-burgués y, en el fondo, cristiano, del progreso humano en cuanto avance paulatino hacia la paz universal, pero no a la modernidad científico-tecnológica y racional como tal, de la que el fascismo constituye una manifestación muy clara frente a las fuerzas sociopolíticas tradicionalistas. La persecución del judío representaría, en cualquier caso, el correlato simétrico biológico del proyecto bolchevique de un exterminio social “de clase” que precede, provoca y finalmente desencadena la reacción “fascista”:
“los bolcheviques proclamaban de manera expresa el propósito de extender la desaparición de la burguesía rusa a la “burguesía mundial”. ¿Cómo se hubiera podido evitar que surgiese un clima general de preocupación y miedo, aun cuando la solidaridad efectiva de la burguesía europea con la rusa era reducida? (…) Muy pronto nació en algunos círculos la interpretación de que los hechos ocurridos en Rusia habían constituido un genocidio incluso en el sentido literal, porque los judíos habían asesinado a los grupos dirigentes compuestos por rusos y alemanes bálticos a fin de ocupar su lugar.”[53]
El vínculo entre la revolución rusa, la destrucción del muy antisemita imperio zarista y ‘los judíos’ era un lugar común de la época; la presencia desproporcionada de hebreos en la cúspide del partido bolchevique no ha sido cuestionada y cuenta con testimonios como el del propio Winston Churchill:
“Este movimiento no es nuevo entre los judíos. Desde los días de Spartakus Weishaupt hasta los de Karl Marx y Trotski (Rusia), Bela Kun (Hungría), Rosa Luxemburgo (Alemania) y Emma Goldman (Estados Unidos), está tomando fuerza la conspiración mundial apuntada a destruir la civilización y reestructurar la sociedad a partir de un desarrollo frenado, rivalidad envidiosa y una igualdad imposible (…) (Este movimiento) fue el móvil que impulsó todas las corrientes subversivas del siglo XIX, y ahora la misma banda de personajes extraordinarios salida del inframundo de las grandes ciudades de Europa y Estados Unidos ha agarrado del cuello al pueblo ruso y prácticamente se ha convertido en el amo indiscutible de un inmenso reino.”[54]
Dichas percepciones de Churchill, lamentablemente ciertas, fueron confirmadas más tarde por Aleksandr Solzhenitsin, quien no dejará de reconocer el extraordinario papel de individuos de etnia judía en la dirección del partido y de los campos de concentración comunistas. En efecto, ¿será antisemita el Premio Nobel Aleksandr Solzhenitsyn cuando denuncia que el principal “dinamizador” [55] del gulag, Naftalí Arónovich Frénkel, era judío, pero que también lo eran la mayoría de los responsables administrativos del “archipiélago”?
“Pero yo me he limitado a dar los nombres de las personas que dirigían entonces los destinos del Gulag, de los jefes de la NKVD, de los directivos de la Construcción del Canal del Mar Báltico. Aquí están los principales (Frenkel, Finn, Uspensky, Aaron Solts, Jacobo Rappoport, Matvei Berman, Lazar Kogan, Genrikh Yagoda). Yo no tengo la culpa de que todos ellos sean de procedencia judía. No se trata de una selección artificial realizada por mí. La separación la ha hecho la historia.” [56]
“Hitler está haciendo mucho por Alemania, sus intentos de reconciliar a los alemanes, la creación de un Estado espartano, basado en el patriotismo, la limitación del régimen parlamentario tan inadaptado al carácter alemán; todo esto es bueno.”[60]
No se trata de una anécdota, sino de una impresión generalizada en los gabinetes occidentales,[61] que se hacía extensiva al régimen de Mussolini en Italia. Para éste tuvo Churchill palabras muy elogiosas.[62] A tenor del contexto histórico no debe extrañarnos que el nacionalista Heidegger se afiliara al partido de Hitler. Reprocharle a él, patriota alemán, haber aceptado aquello que era una evidencia y casi un tópico de la época, a saber, la existencia de la criminal amenaza comunista vinculada a los judíos y la necesidad de frenar su avance, que pasaba necesariamente por Alemania, nos parece demasiado pedir a la clarividencia política del filósofo. Heidegger no se afilió al NSDAP con el fin de provocar un genocidio, sino de evitarlo. Todo el movimiento fascista es en su motivación inicial una respuesta a la patencia del horror bolchevique, que se pretende detener. Olvidar esta dimensión “humanitaria” del primer fascismo constituye un acto de propaganda de guerra elevado a categoría académica. Con todo, la tesis de Nolte, que saca las consecuencias de una obviedad, a saber: el gulag precedió a Auschwitz y lo provocó al justificar la reacción fascista, ha sido objeto de toda clase de críticas por parte de la intelectualidad “progresista”, siendo así que viene a ofrecer una “explicación racional” de lo que, hasta hace bien poco, se pretendía mantener bajo una clave interpretativa harto más simplista, a saber, la mera “maldad” de los “fascistas”. Sea como fuere, los motivos “espirituales” de Hitler en tanto que fuente exegética del holocausto no trascienden los motivos “ideológicos” de Lenin y Stalin en el exterminio de los cosacos o de los kulaks. No son más “espirituales” los ataques a los judíos en cuanto encarnación judeocristiana de la modernidad, que los ataques a los “fascistas” en cuanto encarnación de una “reacción” contra ciertos supuestos factores patógenos del “progreso”. Todos los intentos de singularizar Auschwitz topan, en fin, con la evidencia de que la persecución y exterminio de los judíos es sólo un episodio más del monstruoso siglo del genocidio provocado por la corrupción del liberalismo en sus secuelas comunista y fascista.
“Ese pensar de más, para poner freno a la aventura de los sentimientos elementales, es lo que ha hecho la civilización occidental, gracias a las tres grandes tradiciones que la han conformado: el judaísmo, el cristianismo, el liberalismo. El hitlerismo supone, por tanto, la ruptura de estos diques civilizatorios y, por tanto, el enfrentamiento total con las tradiciones que los han conformado”[63]
Ahora bien, en 1990 la estrategia ha cambiado. Ya no se trata de reivindicar a occidente frente a la barbarie, sino de legitimar una tradición judía que se habría opuesto a la civilización occidental. Estamos ante un giro de trescientos sesenta grados, pero ya sabemos, porque lo hemos verificado ad nauseam, que en este dudoso negocio de la producción doctrinal del Holocausto todo está permitido siempre que se respeten determinadas consignas básicas:
“si en el año 1934, fecha en que el escrito fue redactado, el hitlerismo aparecía como la negación de la civilización occidental, en 1990, cuando lo reedita, añade una postdata en la que esa barbarie aparece como una dimensión oculta de la susodicha civilización y no ya como su negación pura y simple. Lo que entretanto ha ocurrido ha sido una lectura crítica de toda la filosofía, ‘desde los jónicos hasta Jena’ (desde los presocráticos hasta Hegel), como decía su maestro Franz Rosenzweig, que muestra a la venerable filosofía canónica cual ideología de la guerra.” [64]
Aquéllo que entretanto ha ocurrido realmente es que la sospecha del papel que la tradición judía del Jehová de los Ejércitos enquistada en la cultura occidental ha representado en el desenlace catastrófico secular del proyecto profético-utópico es tan evidente, que conviene curarse en salud a fin de salvaguardar dicha tradición y salir al paso de la crítica racional que, temen los afectados, tarde o temprano habrá de llegar y sentar a una cosmovisión originalmente hebraica en el banquillo de los acusados. Se trata, en definitiva, de emponzoñar el sujeto de dicha revisión ilustrada de la herencia monoteísta, a saber, la filosofía, a fin de amordazarla y privarla de toda autoridad moral. El ataque a Heidegger es inseparable de esta estrategia impostora que debe permitir la perpetuación e inmunización del crimen absoluto, este sí, en su actual formulación en tanto que “olvido del ser”. No debe extrañar así que, en la portada de su obra Autrement qu´être ou au-delà de l’essence (1978), Lévinas se permita el cinismo de incluir la siguiente cita bíblica para mayor escarnio de los que no han perdido todavía la facultad de pensar:
“El Eterno le dijo: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén y pon por señal una tau en la frente de todos los que se duelen de todas las abominaciones que en medio de ellos se cometen. Y a los otros les dijo: pasad en pos de él por la ciudad y herid. No perdone vuestro ojo ni tengáis compasión: viejos, mancebos y doncellas, niños y mujeres, matad hasta exterminarlos, pero no os lleguéis a ninguno de los hombres marcados. Comenzad por el santuario. Ez 9, 4-6.” [65]
Las instrucciones de Yahvé son fácilmente reconocibles aún sin la ayuda de la cita, porque en ellas siempre aparece la inocente figura de algún niño al que conviene exterminar por mandato teocrático. Lo vergonzoso del asunto es que Lévinas se ufane de tal inmundicia doctrinal y nos muestre su Plan Dalet universal con tamaña soberbia y desvergüenza, mientras en la página anterior dedica el libro “a la memoria de los seres más próximos entre los seis millones de asesinados por el nacionalsocialismo, al lado de los millones y millones de humanos de todas las confesiones y todas las naciones, víctimas del mismo odio del otro hombre, del mismo antisemitismo”.[66] ¿Se burla Lévinas de todos nosotros o simplemente abusa de su impunidad en el terreno intelectual de la misma manera que Israel se burla de las resoluciones de la ONU? Este discurso no se sostiene, estamos ante una impostura monumental que nos conduce al colapso intelectual y moral del sistema democrático, un fraude que la crítica filosófica tiene el deber de denunciar.
Dentro de los límites del presente trabajo, aceptaremos como paradigma de los intentos filosóficos de “singularización de Auschwitz” el de Philippe Lacoue-Labarthe en La ficción de lo político, pero sólo por el doble motivo de ostentar un carácter filosófico y por la expresa relación que establece el autor entre dicha cuestión y la filosofía de Heidegger, todo ello en la misma línea que Lévinas, que el autor francés desarrolla para aplicársela al filósofo de la Selva Negra. El planteamiento de Lacoue-Labarthe niega que estemos facultados para emitir juicio ético alguno pero pretende
“considerar como admitido, y sin cuestionamiento, que ser nazi era un crimen. Este lenguaje se puede sostener políticamente, y personalmente es el que yo sostengo.”[67]
Si ser “nazi” era un crimen (aunque no se hubiera cometido delito alguno), entonces Heidegger es un criminal. Conviene subrayar aquí que, cuando el autor habla de “sostener políticamente”, se entiende, en el marco contextual de su exposición, que dicha postura es compatible con la situación de hecho de un nihilismo ético derivado, a su vez, del factum de Auschwitz (la sombra de Adorno se reconoce con facilidad). Y, por lo tanto, estaríamos ante un postulado que se afirma “sin cuestionamiento”, como él mismo señala de forma poco menos que chulesca, al estilo de los soldados americanos que, apresado el sociólogo alemán Niklas Luhmann cuando éste se rindió a los “libertadores” en el frente occidental, lo primero que se hizo con él fue robarle el reloj y, acto seguido, pegarle una paliza.[68] Es el lenguaje de la posguerra, el lenguaje de Nüremberg y, ante todo, el lenguaje de los criminales que inflan el holocausto para mejor minimizar sus propias atrocidades: Dresde, Kolymá, Hiroshima… Lacoue-Labarthe, al igual que Farías, E. Faye y Quesada, se erige, pues, en portavoz de la clase política vencedora empleando el tono y el vocabulario de la fuerza, y como tal debe ser respondido, pues si ser nazi es un crimen en tales términos, también lo es, y hoy ya en mucha mayor medida a la vista de la acreditada impunidad, hacer obscena ostentación de un “antifascismo” de comisario político comunista y de una bravuconería impropia de un verdadero filósofo. Así, según Lacoue-Labarthe, Heidegger habría admitido en las conferencias de Bremen “la fabricación de cadáveres en los campos de exterminio” (¡da por supuesto que se refiere a los Konzentrationsläger alemanes, como si Kolymá y el entero gulag o la “revolución cultural” china no existieran!), pero
“Esta frase es escandalosamente insuficiente. No es insuficiente en lo que supone acercar la técnica a la exterminación en masa. Desde este ángulo es, al contrario, absolutamente justa. Pero es escandalosa, y en consecuencia piadosamente insuficiente, porque omite señalar que, para lo que es esencial, en su versión alemana (¿pero qué nación europea dejó de mostrarse atenta? Ni siquiera Francia, ni los países de la Mitteleuropa, ni los del fascismo latino), el exterminio en masa fue el de los judíos, y eso constituye una diferencia inconmensurable con la práctica económico-militar de bloqueos o incluso con el uso del armamento nuclear, por no hablar de la industria agro-alimentaria… Que Heidegger no pudo, ni probablemente quiso, pronunciar esta diferencia, he aquí lo que resulta estrictamente –y para siempre- intolerable.”[69]
“Diferencia intolerable”: ¡qué finísimo y delicado matiz kosher, que contrasta con la burda insensibilidad que muestra hacia las víctimas de otras masacres! En definitiva, exterminar judíos en masa –con cámaras de gas o sin ellas, pues aquí ya no se hace referencia a los “medios”- entraña una diferencia “intolerable” respecto de matar japoneses en masa, bombas atómicas mediante, o de cualquier otro genocidio. Ya hemos visto además que, en el estilo de Adela Cortina, aquí no se admite “cuestionamiento” alguno, siendo así que se trata de una imposición política ajena a la ética. Pero, si ser nazi era un crimen, ¿será un crimen permitir que Israel siga exterminando a los palestinos? ¿Será un crimen persistir en el antifascismo “de resorte” obviando las escalofriantes realidades de los regímenes comunistas? ¿Será un crimen ser demócrata habiendo dejado deliberadamente en la impunidad la totalidad de los genocidios del siglo XX, con excepción del perpetrado –¡oh casualidad!- por los vencidos –y únicamente por ellos? Bendito humanismo. Las argumentaciones que el autor ofrece generosamente a continuación deben, pues, leerse como una piadosa propina filosófica para todos aquellos que, perplejos y hasta estupefactos, no acabamos de entender la naturaleza moral del dogma sionista, al que el filósofo francés libra sus fuerzas intelectuales cual cordero en ofrenda con el fin de devenir más agradable a los ojos de Yahvé. No sabemos si este músico de la “banda” de Stern busca también algún tipo de consideración especial; en cualquier caso, es seguro que, de resultas de lo dicho, no tendrá problemas con la judicatura o las bandas terroristas israelitas: el riesgo que corre por verter sus opiniones vergonzantemente racistas en perjuicio de las víctimas del “progreso” rusas, alemanas, ucranianas o japonesas…, es el mismo que el de un antisemita bajo el régimen de Hitler. Ahora bien, a modo de autorizada ilustración, quisiera recordar aquí las opiniones de Marx sobre el judaísmo:
“La emancipación de los judíos es, en última instancia, la emancipación de la humanidad del judaísmo. Fijémonos en el judío real que anda por el mundo; no en el judío sabático, sino en el judío cotidiano. No busquemos el misterio del judío en su religión, sino busquemos el misterio de la religión en el judío real. ¿Cuál es el fundamento secular del judaísmo? La necesidad práctica, el interés egoísta. ¿Cuál es el culto secular practicado por el judío? La usura. ¿Cuál es su dios secular? El dinero. Pues bien, la emancipación de la usura y del dinero, es decir, del judaísmo práctico, real, sería la autoemancipación de nuestra época. Una organización de la sociedad que acabase con las premisas de la usura y, por tanto, con la posibilidad de ésta, haría imposible el judío.” [70]
Nada menos que Hannah Arendt niega el antisemitismo de Marx,[71] porque distingue, a nuestro entender correctamente, entre una postura antijudía y una postura antisemita como planteamientos –crítico el uno, irracional el otro- fundamentalmente diferentes. También Nietzsche critica duramente el judaísmo, pero no vacila ni un momento a la hora de repudiar el antisemitismo como subproducto pseudo cultural de orden cristiano. La crítica del judaísmo no es ni puede ser un crimen y habrá que determinar, en cada caso, qué corresponde al libre ejercicio de la razón y qué al racismo antisemita incluso entre aquellos que militaron en movimiento nacionalsocialista. Principio general que vale sobretodo en el caso de los intelectuales y de forma enfática en el de Heidegger, un pensador acreditado. Evidentemente, el judaísmo no representa aquí para Marx una raza y ni siquiera una religión, sino una praxis (el interés egoísta del homo oeconomicus utilitarista-liberal) que ilustra la del señor Lacoue-Labarthe en sus juicios sobre el singular valor de las víctimas hebreas. Bien entendido que sostengo lo dicho “políticamente”, léase: “sin cuestionamiento”, con la mirada puesta en Dresde, Kolymá, Hiroshima y lo que sucedió después de Nüremberg en lugares como Palestina. En definitiva, entiendo que ser “nazi” antes de conocer la verdad del holocausto (una verdad que sigue abierta) no es necesariamente un crimen, pero que ser marxista estando o pudiendo estar informado sobre la realidad incontestada de la Rusia bolchevique, como ocurrió en occidente con legiones enteras de los llamados “intelectuales de izquierda”, sí lo es; entiendo que militar en el partido nacionalsocialista no habiendo cometido ningún delito, no es un crimen, pero que ser demócrata –el caso de Lacoue-Labarthe- consintiendo la exoneración deliberada del mayor genocidio de la historia humana, resta como poco toda autoridad moral a los efectos de seguir tildando de criminal –y esto es exactamente lo que Lacoue-Labarthe hace- a un filósofo de la talla de Martin Heidegger.
Aclaradas las respectivas posiciones de partida, veamos cuál es la argumentación filosófica de Lacoue-Labarthe en su defensa de la singularidad de Auschwitz. El “argumento” es sorprendentemente simple (él mismo lo reconoce: “en extremo simple”), sobretodo si lo comparamos con la exquisita complejidad y finura moral de sus matizados planteamientos entorno a la persona y la obra de Heidegger, que deben permitirle arrancarlas, una y otra, de la esfera del “fascismo”, mientras, al mismo tiempo, se las condena enérgicamente (“intolerable”, “sin cuestionamiento”, etc.) en aquéllos aspectos que no sean agradables a los poderosos del momento u ofensivos según los cánones de la tradición religiosa hebrea. Volveremos sobre ello. Por ahora, centrémonos en el novedoso y mágico artilugio conceptual que debe justificar el dogma. Así, según el autor:
“La razón es en extremo simple: es que la exterminación de los judíos (y su programación en el marco de una “solución final”) es un fenómeno que para lo esencial no proviene de ninguna otra lógica (política, económica, social, militar, etc.) que no sea la espiritual, aunque haya sido degradada, y en consecuencia, histórica. En el apocalipsis de Auschwitz se trata ni más ni menos que de Occidente, en su esencia, lo que se ha revelado –y que no cesa desde entonces de revelarse-. Y es al pensamiento de este acontecimiento al que Heidegger ha faltado”.[72]
Dejemos de lado, por un momento (el propio Lacoue-Labarthe introduce la matización entre paréntesis) el tema del presunto plan de exterminio y de los medios empleados, que no son esenciales para su explicación a pesar de que, hasta ahora, habían sido utilizados en las tareas intelectuales de fundamentación “metafísica” de la nueva religión cívica universal: ahora se trata de la “lógica”, es decir, de los “motivos” de la persecución, que ostentan dos caracteres: a/ son espirituales –como ya adelantara Nolte, y b/ revelan la esencia de Occidente. Aquí convendría señalar que no se explica por qué una lógica espiritual habría de ser más grave o “intolerable” que una lógica política o económica o militar o social a la hora de exterminar gente en masa, pero, como acostumbra a suceder en este tipo de discursos, es decir, en las salmodias de la singularización, los autores no se detienen en dar explicaciones, de tal suerte que, habitualmente, retozan con alegría en el interior de un patente círculo lógico, científicamente vergonzante pero bien remunerado. Así, cuando el holocausto resultaba ser más condenable que cualquier otro genocidio por su naturaleza industrial y planificada, a la pregunta de por qué ese dato le confería tal gravedad suplementaria y única, la respuesta acostumbraba a ser una petición de principio: porque los medios de la civilización se ponían al servicio de la barbarie. No esperemos, pues, otra explicación a la mayor gravedad de la espiritualidad en cuanto causa de la persecución judía que el postulado de que la motivación espiritual es más grave porque… es espiritual, léase: el puro circulus in probando o tautología formal, vulgar paralogismo de manual ante el que los teóricos filosionistas no se van a detener. Por tanto, será cierto que ha habido otros exterminios en la historia de Europa y del mundo, pero todos los ejemplos que se puedan citar “tienen en común el que en cada caso la masacre está relacionada con una situación de guerra o de disensión civil, existe un contexto propiamente político, económico o militar, los medios son los de la lucha armada o los de la represión judicial o policial, una fe o una razón preside la operación”. En cambio, esta circunstancia no se da en el nazismo, a juicio de Lacoue-Labarthe, a pesar de que Alemania se estaba enfrentando, poco menos que sola, a cuatro imperios mundiales en una guerra total y que dos de sus enemigos, la Rusia bolchevique y luego Inglaterra, habían cruzado por su cuenta y desde el principio el umbral de la inhibición moral en el uso sistemático de los medios militares de exterminio masivo contra civiles:
“En el caso de Auschwitz, no hay nada de eso –a pesar de las apariencias (ideología potente, estado de guerra, terror policial, organización totalitaria de lo político, capacidad técnica considerable, etc-)-. Y ello por dos razones: los judíos, en cuanto tales, no suponían en el 33 un factor de dimensiones sociales (como no fuera en la fantasía, bien entendido); no representaban ninguna fuerza política o religiosa homogénea, no ofrecían siquiera el aspecto de una cohesión social determinada. A lo sumo podríamos decir, simplificando mucho el problema de la asimilación, que ellos formaban una minoría religiosa o histórico-cultural. Pero no amenazaban Alemania como los medos amenazaban la Confederación ateniense, los heréticos la Cristiandad, los Protestantes el Estado de derecho divino, los Girondinos la revolución o los kulaks el establecimiento del socialismo.”[73]
Observemos que el autor debe luchar contra las apariencias, pero no explica por qué se trata de apariencias. Simplemente lo afirma. Debemos acostumbrarnos, en el tema del holocausto, a esta permanente festividad de la metodología científica. En segundo lugar, Lacoue-Labarthe señala que los judíos no suponían un factor de dimensiones sociales, pero aclara: “como no fuera en la fantasía”. Ahora bien, aun aceptando que esta pretensión resultase válida, por lo que respecta a los motivos políticos de un régimen, es decir, a la ideología, ¿cómo distinguir lo que pertenece a la fantasía de lo que es real si el mismo término “ideología” supone, tanto para el nazismo como para cualquier otro proyecto político, y ello por definición, un quantum de distorsión de la realidad que se confunde precisamente con la fantasía? ¿O no era “fantasía” que los comunistas calificaran a los socialdemócratas de “socialfascistas” y los exterminaran como tales a la primera ocasión? ¿No era fruto de la “fantasía” la persecución de las brujas en el occidente medieval y los “hechos”, sumarios y confesiones delirantes de los “juicios de Moscú”? ¿Y la entera represión estalinista en el siglo XX? ¿Las hace menos reales, dichas situaciones, en cuanto a los efectos de unas creencias literalmente fantásticas?
Ha sido precisamente Ernst Nolte quien ha demostrado la existencia de claras “motivaciones” que, en el contexto histórico de la amenaza bolchevique, la guerra mundial y la ideología nacionalsocialista, permiten afirmar la existencia de “una fe” y “una razón” que presidían las actuaciones de las autoridades alemanas contra los judíos independientemente de su palmaria inmoralidad (asesinar niños, mujeres y ancianos). Sin pretender agotar el tema y con el único fin de reducir al absurdo las pretensiones de Lacoue-Labarthe, recordemos que el 5 de septiembre de 1939, Chaim Weizmann, líder sionista mundial, declaró públicamente la guerra a Alemania en un artículo publicado por “Times”. Según Nolte:
“Hitler había convertido en enemigo mortal suyo a un grupo de personas que ciertamente no eran ni por mucho tan poderosas como él lo reiteraba una y otra vez, pero que sin duda ejercían gran influencia en Inglaterra y Estados Unidos.”[74]
Suscribimos totalmente esta línea de interpretación, que los acontecimientos posteriores a la Segunda Guerra Mundial y la impunidad del Estado de Israel respecto de los crímenes contra la humanidad perpetrados en Palestina por el bando sionista confirman hasta la saciedad. Un testimonio bien situado afirma, en este sentido, que esa influencia habría sido tan importante como para determinar la entrada de Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial. Así, en la página 121 de las Memorias de James V. Forrestal, y con fecha 27 de diciembre de 1945, se anota lo siguiente:
“Hoy he jugado al golf con Joe Kennedy. Le he preguntado sobre la conversación sostenida con Roosevelt y Chamberlain en 1938. Me ha respondido que la posición de Chamberlain era entonces de que Inglaterra no tenía ningún motivo para luchar y que no debía arriesgarse a entrar en guerra con Hitler. Opinión de Kennedy: Hitler habría combatido contra la URSS sin ningún conflicto posterior con Inglaterra, de no haber mediado la instigación de Bullit sobre Roosevelt, en el verano de 1939, para que hiciese frente a los alemanes en Polonia, pues ni los franceses ni los ingleses hubiesen considerado a Polonia como causa suficiente de una guerra de no haber sido por la constante y fortísima presión de Washington en ese sentido. Bullit dijo que debía informar a Roosevelt de que los alemanes no lucharían. Kennedy replicó que lo harían y que invadirían Europa. Chamberlain declaró que América y el mundo judío habían forzado a Inglaterra a entrar en la guerra”.[75]
Nadie ha negado nunca la veracidad de las declaraciones de Forrestal: simplemente, son ignoradas por el mundo académico. De ahí que no se pueda tomar en broma o como cosa baladí el sentido de las palabras de Raul Hilberg, el mayor historiador del holocausto, cuando sostiene que “durante toda la segunda Guerra Mundial, los judíos hicieron suya la causa de los aliados… y contribuyeron en lo posible al logro de la victoria final.”[76] Así, frente a la tesis de que los judíos fueron llevados a los campos de concentración como ovejas, es decir, sin ninguna resistencia por su parte, existe toda una tradición de literatura comunista que exalta la participación judía entre los grupos de partisanos que se oponían a las tropas alemanas en Rusia. Por su parte, el investigador Reuben Ainsztain “al oponerse a la imagen de ‘borregos al matadero’, pone de relieve a tal grado la actividad de la resistencia judía que ha tenido que afrontar a autores judíos según los cuales su punto de vista apoya las declaraciones nacionalsocialistas.”[77] Una vez comparadas dichas evidencias con la política del resto de los contendientes respecto de las minorías extranjeras en su país (alemanes del Volga, alemanes antifascistas en Inglaterra, japoneses en Estados Unidos, etcétera), Nolte llega a la conclusión que no “podrá ponerse en tela de juicio la legitimidad de medidas preventivas”, refiriéndose, por supuesto, al internamiento de los judíos en campos.
Finalmente, y con ello entramos en el terreno de lo “intolerable”, para justificar la singularidad de Auschwitz, Lacoue-Labarthe debe, de alguna manera, y en la medida en que acepta la comparación –algo que ya viene siendo inevitable a pesar de los baldíos esfuerzos desplegados hasta hace poco por ignorar tales “genocidios olvidados”-, justificar a los perpetradores y, singularmente, los crímenes de los vencedores. Así, Lacoue-Labarthe llega a sostener, sin enrojecer de vergüenza, que los kulaks representaban una amenaza real para el establecimiento del socialismo.[78] En la misma lógica, los habitantes de Hiroshima representarían una amenaza para los Estados Unidos a pesar de que el Japón negociaba ya con la URSS su rendición incondicional y los norteamericanos estaban perfectamente al corriente de este hecho. ¿Y qué decir de los habitantes de Nagasaki en tanto que “amenaza” después del lanzamiento de la primera bomba H? ¿Qué de los alemanes del Este y Centroeuropa exterminados por millones una vez ya derrotada Alemania? ¿Y los soldados alemanes desarmados ya en plena posguerra? ¿Y los civiles alemanes segados a millones mediante hambrunas planificadas después de la caída de Hitler? ¿Representaban también, todos estos colectivos asesinados, una amenaza? Y si era así, ¿por qué los judíos no podían, a los ojos de los dirigentes nacionalsocialistas, encarnar en período bélico una amenaza para el Tercer Reich después de que el máximo dirigente mundial del sionismo le declarara la guerra a Alemania u otro descendiente de Abraham publicara en EEUU un plan completo de genocidio del pueblo alemán? ¿No se ha reprochado a los judíos la pasividad con que aceptaron ser conducidos al matadero y no supone dicha crítica que los judíos podían virtualmente haber ofrecido resistencia? ¿No se alzaron en armas los judíos del ghetto de Varsovia? ¿Era como poco concebible la posibilidad de levantamientos locales, acciones de sabotaje, guerrilla y oposición de todo tipo por parte de la población judía? ¿Por qué encerró EEUU en campos de concentración a la minoría japonesa americana (¡también a los niños, que no podían ser separados de sus adultos!)? Justificada o no, fantástica o real, la amenaza de los judíos para el Tercer Reich era como poco de la misma índole que, verbi gratia, la de los kulaks para la Unión Soviética. Si los kulaks eran percibidos como amenazantes en algún sentido por un régimen comunista, también lo eran los judíos para el nacionalsocialista; y si esa amenaza sólo existía en la imaginación de los antisemitas, otro tanto puede decirse de los bolcheviques respecto de los kulaks, los cosacos, los anarquistas, los cadetes, los socialrevolucionarios y tantos otros. En definitiva, Lacoue-Labarthe hace depender su harto endeble argumentación de un marco conceptual tan deudor de suposiciones, postulados y definiciones ad hoc de los términos que emplea, que su empresa resulta, dicho de forma suave, sorprendentemente vulnerable.
La segunda razón esgrimida por Lacoue-Labarthe resulta ya más familiar: “los medios de exterminio no fueron, en última instancia, ni militares ni policiales sino industriales”. Pero aquí tiene que fijar también, una vez más, la definición ad hoc del término “industrial”, imprescindible para sus fines propagandísticos y anti ilustrados de legitimación. Pues hasta hace poco el adjetivo servía para caracterizar la complejidad de un sistema organizado según la legendaria precisión y eficiencia alemanas con el único objetivo de “producir muerte”. Pero, siendo así que frente a la bomba de hidrógeno (o la bomba incendiaria de Dresde), el habitual tiro en la cabeza o incluso la cámara de gas empalidecían en cuanto a sofisticación tecnológica, hubo que renunciar al argumento. Lacoue-Labarthe lo retoma, pero en un sentido tan especial, que la palabra “industrial” significa, una vez más, lo que él ha decidido que signifique, ni más ni menos, y para empezar algo que se define por oposición a lo militar, a pesar de que, en la modernidad, ocioso es decirlo, guerra e industria resultan literalmente indistinguibles. ¿Qué se quiere decir, pues, aquí, con el vocablo de marras? Veámoslo:
“Los judíos eran tratados como se tratan los deshechos industriales o la proliferación de parásitos (de donde, sin duda, la siniestra broma del “revisionismo” sobre el Zyklon B: pero decir que el Zykon B servía para el despiojamiento es la mejor “prueba” de las cámaras de gas: medios químicos y cremación). Por eso las máquinas utilizadas a este efecto, o “adaptadas” (pero no inventadas, como se inventó la Virgen de Nuremberg, la rueda o la guillotina), eran máquinas banales en nuestras zonas industriales. (…) Esta operación de pura higiene o de salubridad (no solamente social, política, religiosa, cultural, racial, etc., sino también simbólica) no tiene parangón alguno en la historia.”
¡El uso de medios químicos para el despiojamiento de los reclusos sería la mejor “prueba” de las cámaras de gas! Pero, ¿sabe siquiera el señor Lacoue-Labarthe lo que es una “prueba”? Lamentablemente, el uso del gas para fines militares se remonta a la Primera Guerra Mundial y otro tanto cabe decir del uso de la palabra “limpiar” en tanto que referencia despectiva al enemigo. Lacoue-Labarthe llega tarde con la connotancia insecticida del argot represivo: en el uso de la terminología sanitaria para referirse a sus enemigos políticos, reales o imaginarios, el bolchevismo precedió al nazismo y muchos judíos comunistas celebraron gozosos el exterminio “como piojos” de sus presuntos opositores “fascistas”. De manera que no puede tratarse aquí de una distinción fundamental cuando el propio Lenin definía su tarea revolucionaria en términos de “limpiar la tierra rusa de toda clase de insectos nocivos”.[79] Las consecuencias de este lenguaje fueron, para los kulaks, literalmente devastadoras y a la sazón únicas en la historia:
“Esta riada se distinguía de todas las precedentes, también porque ahora no andaban con eso de arrestar primero al padre y ponerse después a pensar qué hacer con el resto de la familia. Ahora quemaban inmediatamente los nidos, sólo arrestaban familias enteras, e incluso vigilaban con celo que ninguno de los hijos de catorce, diez o seis años quedara al margen: todos debían ser barridos y llevados a un mismo lugar, a un mismo exterminio común. (Esta experiencia fue la primera, por lo menos en la historia contemporánea. Luego la repetirá Hitler con los judíos, y de nuevo Stalin con las naciones infieles o sospechosas).”[80]
El testimonio de Solzhenitsyn, que Lacoue-Labarthe simplemente ignora, resulta letal para el mito de la singularidad de Auschwitz.
Lacoue-Labarthe no se caracteriza precisamente por su modestia, sino que, a partir de los escuálidos argumentos expuestos, pretende que Auschwitz –y sólo Auschwitz- representa el cumplimiento del nihilismo y la nietzscheana promesa de la muerte de Dios; pero no se refiere al Dios judío o judeocristiano, sino a un supuesto Dios “greco-cristiano”. Además, en la línea ya consabida de los Rosenzweig, Lévinas, Benjamin, Marcuse, Adorno y etcétera (la entera sinagoga parece desfilar ante nosotros), tenemos que creernos que occidente avanzaba hacia el holocausto de motu proprio y que el dios judío, el dios del Libro de Josué, el dios parricida, el dios del anatema, el dios del asesinato en masa de Jericó y de tantos y tantos pueblos de Oriente Medio, el dios de la Nakba, era precisamente el baluarte que obstaculizaba el “programa” (?) de cumplimiento de Auschwitz, pergeñado ya al parecer por los mismísimos presocráticos:
“Dios efectivamente ha muerto en Auschwitz; en todo caso, el Dios del Occidente greco-cristiano, y no es por casualidad que los que lo han querido aniquilar (sic) fueran los testigos, en este Occidente, de un origen distinto del Dios que se había venerado y pensado -si es que no se trata de un Dios distinto, libre de su captación helénica y romana y obstaculizando por ello el programa del cumplimiento.”[81]
Ahora nos enteramos, en efecto, de que el Dios cristiano que conduce al nihilismo es un dios grecorromano, no el dios judío que todos los creyentes han loado en sus dominicales lecturas del Antiguo Testamento; que Yahvé representa algo distinto del Dios occidental, de algún modo indoeuropeo, griego y latino, este sí, genocida por esencia y destinado ab ovo a la perpetración del exterminio. Empero, en el Antiguo Testamento se detectan hasta 506 actos de genocidio que son prescritos, instigados o alabados por el dios de Jerusalén y que incluyen el engaño, la violación, el uso de los poderes divinos para cegar a sus futuras víctimas y provocar que cometan los errores por los que luego serán castigadas y aniquiladas, el asesinato masivo y sistemático de inocentes, incluidos niños, la preservación de los metales preciosos como única excepción en ciudades enteras entregadas al incendio.[82] Véase, a modo de ejemplo, esta divina exhortación:
"de las ciudades de estos pueblos que Yahvé tu Dios te da por heredad, ninguna persona dejarás con vida, sino que los destruirás completamente: al heteo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, como Yahvé tu Dios te ha mandado; para que no os enseñen a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses, y pequéis contra Yahvé vuestro Dios." (Deuteronomio, 20, 16-18).
O esta otra:
“¡Vayan y pasen a cuchillo a los habitantes de Yabés en Galaad como también a las mujeres y a los niños (…)! (Jue 21, 9-14).
Apenas un año después del juicio de Nüremberg, los soldados israelíes entraban en una aldea palestina, seleccionaban a los varones mayores de 10 años y los ejecutaban. El resto de la población era expulsada de sus hogares y éstos destruidos. El saqueo y, en ocasiones, la violación, acompañaban el proceso estatalmente planificado de limpieza étnica (plan Dalet). Más de medio millar de localidades palestinas desaparecieron del mapa; los israelíes utilizaban excavadoras para derruir los edificios y sepultar luego los restos de lo que había sido un municipio árabe secular. Ochocientos mil palestinos fueron de hecho deportados de esta suerte allende las fronteras del naciente Estado de Israel (en el año 2003 se cuenta en 7 millones el número de refugiados). El lenguaje antifascista resultó muy útil para motivar a las tropas hebreas contra los árabes:
“El intento de retratar a los palestinos, y a los árabes en general, como Nazis fue una estratagema de relaciones públicas deliberada para garantizar que, tres años después del Holocausto, los soldados judíos no vacilaran cuando se les ordenara limpiar, matar y destruir a otros seres humanos.”[83]
Pero también a efectos propagandísticos:
“Los apologistas de Israel trataron por todos los medios de estigmatizar a los árabes tachándolos de nazis después de la desafortunada invasión israelí del Líbano de 1982, en los tiempos en que la propaganda oficial israelí comenzaba a ser desacreditada por los ataques de los “nuevos historiadores” de Israel.”[84]
De similar jaez fueron las estrategias para conseguir la impunidad y el olvido de estos auténticos crímenes contra la humanidad vergonzantemente amparados por la “ideología del holocausto”:
“parece ser que ninguno de los corresponsales extranjeros se atrevía a criticar abiertamente las acciones de la nación judía apenas tres años después del Holocausto.”[85]
Estamos muy cerca del centro de la cuestión, es decir, de la función ideológica del holocausto que la crítica tiene el deber, no me cansaré de subrayarlo, de poner en evidencia sin que esto suponga legitimar el régimen nacionalsocialista. La ceguera ideológica de la prensa podía ir mucho más allá y permitía a algunos periodistas hablar de:
“los cadáveres de hombres, mujeres y niños árabes desparramados tras una carga implacablemente brillante.”[86]
Otro periodista se refiere, satisfecho, a la Biltzkrieg del ejército judío en Palestina (contra civiles indefensos, añadimos nosotros).[87] Hete aquí la hipocresía antifascista en estado puro: conocíamos ya su versión comunista, singularmente la de los Lukács, Bloch, Faye y Farías, pero veremos que la versión angloamericana no la desmerece. Pues no sólo la prensa, sino también instituciones como la ONU[88] o las tropas del mandato británico[89] contemplaron impasibles cómo los soldados israelíes cometían todo tipo de tropelías, algunas de las cuales van mucho más allá del simple asesinato, siendo así que incluyen reventar a culatazos de fusil las cabezas de treinta bebés,[90] bombardear multitudes dispuestas a huir sin la menor resistencia, infectar las cañerías del agua corriente con el virus del tifus, violar niñas y luego asesinarlas… La irracionalidad de la “ideología del Holocausto” resulta, en definitiva, tan evidente,[91] tan obscena,[92] que sólo puede desatar angustia en quienquiera que ose ocupar en serio la posición epistemológica del investigador. Las pretensiones metafísicas de Lacoue-Labarthe ponen boca arriba las cartas de la impostura ultraderechista judía y, en fin, poco tenemos que añadir sobre el “pensamiento” de este escritor que no hayamos dicho ya en otros lugares.[93]
La singularidad de Kolymá como “olvido del ser”
Por otra parte, en lo que respecta a la “lógica” del exterminio, la “consumación del nihilismo” se detecta, más bien, en Kolymá con la detención y asesinato de personas cuya muerte obedecía a la única finalidad de cumplir con un “cupo” de víctimas que justificaba la existencia misma de la organización represiva:
“A menudo, los órganos de la Seguridad del Estado no tenían grandes fundamentos para elegir a quién había que detener y a quién dejar en paz. Se orientaban por una cifra de detenciones prevista. Para alcanzar esa cifra podía seguirse un procedimiento sistemático, pero también podían ponerse en manos del azar. En 1937 una mujer fue a las oficinas de la NKVD de Novocherkask para preguntar qué debía hacer con el niño de pecho de una vecina suya detenida. “Siéntese”, le dijeron, “y ya veremos”. Permaneció sentada un par de horas y luego la sacaron de recepción y la metieron en una celda: debían completar rápidamente la cifra y no tenían bastantes agentes para enviarlos por la ciudad, ¡y a aquélla mujer ya la tenían allí!” [94]
En las primeras fases de la represión “progresista”, ésta se orientó hacia colectivos determinados, primero de derechas, luego de izquierdas, más tarde a grupos sociales o profesionales como los kulaks y los ingenieros, o a minorías nacionales; finalmente a corrientes, grupos y personas del propio partido. Pero cuando todas estas víctimas caracterizables por un rasgo específico se agotaron, la pura ficción de las acusaciones, de la que eran perfectamente conscientes los policías, fiscales y jueces de instrucción, se resolvió en una universalización de la víctima que no tiene parangón alguno con la persecución de los judíos, es decir, con las actuaciones contra una minoría religiosa que –acertadamente o no- era contemplada como hostil por parte de las autoridades del Tercer Reich. En el caso de la represión estalinista a partir del año 1937-1938, los verdugos eran perfectamente conscientes tanto de la total inocencia de las víctimas cuanto de la falsedad de las acusaciones:
“la verdadera ley a que obedecían los encarcelamientos de aquellos años eran unas cifras establecidas de antemano, unas órdenes escritas, unas cuotas distributivas. Cada ciudad, cada distrito, cada unidad militar, tenía asignada una cifra que debía alcanzarse dentro de un plazo. Lo demás dependía del celo de los agentes.”[95]
La víctima es ahora el ser humano en cuanto tal, no el judío o el kulak. Y el verdadero motivo de su muerte era justificar los fracasos del régimen en la construcción del paraíso socialista que, a pesar de las promesas, no llegaba –ni iba a llegar nunca- a verse realizado. El instrumento jurídico de la represión es el artículo 58 del código penal soviético de la época, cuyo redactado conviene confrontar con los argumentos de Herbert Marcuse entorno a la muerte como límite del poder, siendo así que dicho artículo está definido en tales términos que debe permitir aplicarlo a cualquiera:
“se considera contrarrevolucionaria cualquier acción (y, según el artículo 6 del Código Penal, cualquier omisión) encaminada… a debilitar el poder.” [96]
La confrontación con la ideología de Marcuse resulta, en efecto, reveladora: “no existe la necesidad: hay solamente grados de necesidad. La necesidad revela una falta de poder: la incapacidad de cambiar lo que es.” [97] En este punto el tema de la muerte, suprema negación de la mitología progresista judeo-occidental, y la afirmación de Heidegger según la cual “la muerte es la verdad de la existencia” en cuanto “cuestión del ser” revelan súbitamente su dimensión política.[98] Según Solzhenitsyn, el carácter de los afectados por el artículo 58 terminó identificándose con los fascistas:
“Ya sabíamos que “fascistas” era el apodo de los del Artículo 58, puesto en circulación por los perspicaces cófrades y aprobado con gusto por las autoridades: en otro tiempo nos llamaban “KR” pero después el nombre perdió fuerza y se necesitaba una etiqueta más precisa.”[99]
Lo descrito no ocurre por azar. El fascismo representa la muerte en tanto que auctoritas de la verdad y límite absoluto del poder. Es así como Kolymá, símbolo del Gulag, y sus víctimas, los “fascistas”, es decir, cualquiera que representara, por el simple hecho de ser, la patencia del “obstáculo” ontológico –el mortal en tanto que Dasein o ahí encarnado de una verdad inmune al capricho despótico de Yahvé- y, a la postre, del fracaso del proyecto judeocristiano secularizado, se erige en culminación del nihilismo, y ello de tal suerte que la palabra “fascista” devendrá sinónimo de “hombre” y “verdad” a la par que de víctima inocente e impune a manos del “humanismo” hedonista moderno.[100] El propio Solzhenitsyn fijará la singularidad del servicio de seguridad del Estado soviético MGB frente a la Gestapo nacionalsocialista, pero en perjuicio de aquél, precisamente en tanto que sentido diferencial de la pregunta por la verdad o contra la verdad que define la existencia humana y fija las condiciones legítimas del poder, es decir, niega los deseos de inmortalidad/bienestar del proyecto profético-utópico judeocristiano devenido ideología política hegemónica (liberal, comunista, anarquista, socialdemócrata…, pero no “fascista”) de la modernidad occidental:
“Es imposible evitar la comparación entre la Gestapo y el MGB: hay demasiadas coincidencias, tanto en los años como en los métodos. Más natural aún es que las comparen quienes han pasado por la Gestapo y por el MGB, como Yevgueni Ivánovich Dívnich, un emigrado. La Gestapo lo acusó de actividades comunistas entre los obreros rusos de Alemania; el MGB de contactos con la burguesía mundial. Tras comparar, Dívnich saca una conclusión desfavorable para el MGB: aunque en ambas partes torturaban, la Gestapo buscaba la verdad y, cuando la acusación quedó refutada, soltaron a Dívnich. El MGB no buscaba la verdad y cuando agarraba a uno no estaba dispuesto a soltarlo de sus garras.”[101]
Algo terrible debe, empero, estar aconteciendo en el corazón mismo de nuestras democracias, oriundas de Grecia, cuando precisamente el vocablo “fascismo” identifica el “mal absoluto” y, al mismo tiempo, se intenta condenar al olvido a los 100 millones de personas víctimas del comunismo en tanto que acusadas de “fascistas”, encubriendo la “singularidad de Kolymá” tras el mito de una supuesta singularidad de Auschwitz, con el hebreo en el papel víctima por excelencia y la propuesta de recuperación del judaísmo –cuna del monoteísmo criminógeno- en tanto que antídoto contra los horrores del siglo. ¡No se pude usar gasolina para apagar un incendio!
Con lo dicho queda puesta en evidencia la insuficiencia filosófica de los actuales enfoques epistemológicos sobre la cuestión de Auschwitz. En un posterior artículo, y a fin de refutar exhaustivamente las posturas de V. Farías, E. Faye y J. Quesada, analizaremos las motivaciones políticas que desencadenaron el holocausto y que podemos resumir en los siguientes puntos: 1/ criminalidad genocida probada del régimen comunista, el cual se había aliado con las democracias occidentales y propuesto la destrucción total de Alemania (ideología genocida de Stalin); 2/ participación decisiva de los judíos en el sistema bolchevique de exterminio, con 13 millones de víctimas rusas en el momento en que Moscú pacta con la Inglaterra de Churchill; 3/ plan Kaufmann de genocidio del pueblo alemán, diseñado por un judío; 4/ confirmación política del plan Kaufmann (el plan Morgenthau) promovida por otro judío en 1944; 5/ puesta en práctica de facto de dicho plan desde el año 1941 en forma de bombardeos terroristas contra los civiles alemanes. No se puede sostener en la actualidad que se trataba de meras fantasías paranoicas o ideológicas “nazis”, porque la Alemania vencida sufrió a posteriori los rigores reales del genocidio aliado (soviético y occidental) hasta extremos que hasta ahora se han ocultado pero que, con lo que hoy sabemos, ponen en evidencia la naturaleza parcialmente objetiva del peligro denunciado por las autoridades nacionalsocialistas.
Notas bibliográficas
[1] Finkelstein, Norman G., La industria del Holocausto, op. cit., pág. 49.
[2] Chaumont, J.-M., La concurrence des victimes, París, 1997, pp. 148-149 (citado por Finkelstein, N., op. cit., p. 49).
[3] Katz, S., The Holocaust in Historical Context, Oxford, 1994, pp. 28, 58, 60 (Cfr. Finkelstein, N., op. cit., p. 50).
[4] Finkelstein, N., op. cit., pp. 50, 51.
[5] Mate, R., Memoria de Auschwitz, Madrid, Trotta, 2003, p. 11.
[6] Mate, R., op. cit., p. 13.
[7] Cfr. Levi, P., Si esto es un hombre, Buenos Aires, 2008.
[8] Cfr. “El ‘ojo por ojo’ del superviviente judío Salomón Morel”, “El Mundo”, 27 de octubre de 2003. El caso de Morel no es, naturalmente, el único de su especie: cfr. Sack, J., An Eye for an Eye. The untold Story of Jewish Revenge against Germans in 1945; Basic Books, 1993. Para más escarnio de la ideología del Holocausto, conviene señalar que, según otras fuentes, la institución polaca competente (Institute of National Remembrance) ha negado que Morel estuviera nunca preso en Auschwitz. También es interesante tener en cuenta que el libro de Sack, donde se habla de entre 60.000 y 80.000 víctimas en los campos de concentración para civiles alemanes regentados por judíos, fue perseguido y se quemaron 6000 ejemplares del mismo; así, a pesar de que Sack es judío y nunca se ha pretendido que falseara las pruebas, la presión contra su persona vuelve a patentizar el carácter antidemocrático de la ideología antifascista vigente. Y, en fin, recordemos que el Estado de Israel, pese a las evidencias aplastantes, se negó una y otra vez a extraditar a Morel para que fuera juzgado en Polonia. Cfr. Israel-Crímenes, Terra Noticias, 6 de julio de 2005: “Rechazan extraditar a judío polaco imputado muerte 1.500 alemanes. Israel ha rechazado por segunda vez extraditar a un judío polaco presuntamente implicado en la muerte de 1.500 prisioneros alemanes que habían sido internados en un campo de concentración nada más terminar la II Guerra Mundial. El ministerio de Justicia de Israel ha considerado que no existe base legal para su extradición y así se lo ha hecho saber a los demandantes polacos. Israel no tiene ningún tratado de extradición con Polonia y en 1998 rechazó una petición de extradición basada en delitos de tortura.” El asesino judío de niños alemanes Salomón Morel murió impune en Tel Aviv el 14 de febrero de 2007.
[9] Broszat, Martin, director del Instituto de Historia Contemporánea de Munich, carta al diario “Die Zeit” de 19 de agosto de 1960: “Ni en Dachau, ni en Bergen-Belsen, ni en Buchenwald se han gaseado judíos u otros presos… El exterminio masivo de judíos comenzó en 1941/42, y se ejecutó sin excepción en unos pocos lugares especialmente elegidos y dotados de instalaciones técnicas pertinentes, ante todo en los territorios polacos ocupados (pero en ninguna parte del antiguo Reich): en Auschwitz-Birkenau, en Sobibor a orillas del Bug, en Treblinka, Chelmno y Belzec”. Sin embargo, la cámara de gas de Dachau fue la única que se mostró en el juicio de Nüremberg, y los testigos de estas cámaras inexistentes y de los correspondientes hornos crematorios también inexistentes pueblan no sólo las declaraciones judiciales de la época, sino la entera literatura de la posguerra.
[10] Van Rhoden, Edward: “Los investigadores ponían una capucha negra cubriendo la cabeza del acusado y luego le golpeaban en la cara con nudillos de cobre, le pegaban puntapiés y le azotaban con mangueras de goma (…)”; (“Washington Daily News”, 9 de enero de 1949); ”Todos los alemanes excepto dos, de los 139 casos que investigamos, habían recibido patadas en los testículos con lesiones irremediables” (“Sunday Pictorial”, Londres, 23 de enero de 1949). Edward Van Rhoden fue miembro de la comisión del ejército norteamericano que investigó los métodos usados en el campo de concentración de Dachau.
[11] Cfr. Boüard, profesor de historia, decano de la Facultad de Letras de la Universidad de Caen, responsable, en el seno del Comité de Historia de la Segunda Guerra Mundial, de la Comisión de Historia de la Deportación, quien declaró que “el dossier está podrido” debido a “enormes fantasías, inexactitudes obstinadamente repetidas, especialmente en el plano numérico, amalgamas, generalizaciones” (“Ouest-France”, 2-3 de agosto de 1986, p. 6).
[12] Cfr. Finkelstein, N., op. cit.: „Numerosos judíos reinventaron su pasado con objeto de satisfacer ese requisito para recibir una indemnización. (…) Muchos estudiosos han puesto en duda la fiabilidad de los testimonios de los supervivientes. ‘Un elevado porcentaje de los errores que descubrí en mi propio trabajo –comenta Hilberg- podía atribuirse a los testimonios’.” (pp. 89-90). Los casos de fraudes escandalosos (Jerzy Kosinsky, Binjamin Willkomirski, Enric Marco, etc.) son abundantes, aunque poco conocidos por la ciudadanía.
[13] Veil, S., 7 de mayo de 1983, “France-Soir Magazine”, p. 47.
[14] Cfr. Burrin, Ph., Hitler et les juifs, París, Seuil, 1989: “No subsiste ningún documento que contenga una orden de exterminio firmada por Hitler. (…) Según toda verosimilitud, las órdenes las dieron verbalmente (…) aquí las huellas no sólo son poco numerosas y dispersas, sino también de difícil interpretación” (p. 13).
[15] Poliakov, L., Bréviaire de la haine, París, Calman-Lévy, 1974, p. 171.
[16] Hilberg, R., La destrucción de los judíos europeos, Madrid, Akal, 2005, p. 1367. La frase literal reza “hasta 1.000.000”, de manera que se está hablando de una cifra máxima y se deja así abierta la posibilidad de posteriores modificaciones a la baja.
[17] Toynbee, A., La Europa de Hitler, Madrid, Sarpe, 1985, pág. 123.
[18] Höss, R., Kommandant in Auschwitz, Munich, 1978. Esta es la edición que utiliza Hilberg en la última versión española de La destrucción de los judíos europeos, Madrid, 2005, donde la construcción de las cámaras de gas se estudia en las pp. 973-978.
[19] Hilberg, R., op. cit., p. 973.
[20] Hilberg, R., op. cit., ibidem.
[21] Butler, R., Legions of Death, Arrow Bokks Limited, 1983, p. 235 y ss. Harto significativos son los siguientes pasajes “El preso fue bajado a tirones del camastro superior, y se le arrancó el pijama. Luego fue tironeado, desnudo, a una de las mesadas del matadero, y a Clarke le pareció que los azotes y los gritos no iban a terminar nunca (…) Hicieron falta tres días hasta que pudo hacer una declaración coherente.”
[22] Cfr. “Centro de tortura en el barrio de Kensigton”, “El Mundo”, 13 de noviembre de 2005:” El Gobierno británico mantuvo un centro secreto de tortura durante la II Guerra Mundial (1939-45) para obtener información de presos alemanes, según unos archivos nacionales a los que tuvo acceso el diario 'The Guardian'. Más de 3.000 prisioneros pasaron por este centro, donde muchos fueron golpeados, se les privó de sueño y fueron obligados a permanecer de pie sin moverse durante más de 24 horas, añade el periódico. Algunos internos parece que pasaron hambre y se les sometió a temperaturas extremas en unas duchas especialmente construidas, mientras que otros se quejaron de que se les amenazó con descargas eléctricas, según los documentos revelados. La Cruz Roja no estaba al tanto de este centro, ubicado en unas casas del ahora exclusivo barrio londinense de Kensington y que siguió operando tres años después de la guerra. Un análisis posterior de los servicios secretos británicos MI5 concluyó que el oficial a cargo de este centro era culpable de una violación de la Convención de Ginebra. Los documentos califican al centro como un lugar oscuro y brutal, que causó inquietud entre oficiales británicos, quienes al parecer hicieron la vista gorda debido a la utilidad de la información obtenida”.
[23] El caso de Kurt Gernstein, un oficial alemán que suscribió varias confesiones distintas (hasta seis) y luego se “suicidó”, aunque según los revisionistas nunca se ha encontrado su cadáver y por lo tanto no se han verificado las auténticas causas de su muerte, es especialmente revelador, como demostró Henri Roques en su tesis doctoral (cfr. Chelain, André Fauit-il fusiler Henri Roques?, Polémiques, Ogmios Diffusion, 1986, pp. 345 y ss.). Alexander Solzhenitsyn, en su monumental Archipiélago Gulag, relata el caso del alemán Jepp Aschenbrenner, torturado mediante el método del insomnio hasta confesar que había estado a cargo de una cámara de gas: “Imagínese en ese estado de turbación a alguien que además es extranjero y no conozca el ruso, y que le den algo a firmar. Así fue como el bávaro Jupp Aschenbrenner firmó que había trabajado en una cámara de gas. Sólo en 1945 consiguió demostrar, ya en el campo penitenciario, que en aquella época estaba en Munich asistiendo a unos cursos de soldadura eléctrica” (Solzhenitsyn, A., Archipiélago Gulag, Barcelona, Tusquets, 1998, pág. 144).
[24] Owen, J., Nuremberg. El mayor juicio de la historia, Barcelona, Crítica, 2006.
[25] Mayer, A. J.: Why Did The Heavens Not Darken? : The “Final Solution” In History, Nueva York, Pantheon Books, 1988, pp. 366, 365.
[26] Op. cit., p. 362.
[27] Cfr. Finkelstein, N.: “No toda la literatura revisionista carece de valor, aun cuando la ideología o los motivos de quienes la practican sean denigrantes” (p. 79).
[28] Ya en el juicio de Nüremberg, el presidente del Tribunal Supremo de Iowa, Charles F. Wennersturm, se sintió moralmente forzado a dimitir ante la evidencia de la manipulación. Las protestas y la posterior muerte, en extrañas circunstancias, del general Patton, son de sobra conocidas. Más recientemente, los jueces que juzgaron en Alemania el caso del profesor Günter Deckert fueron suspendidos de forma fulminante por la ministra de Justicia Saline Leutheusser-Schnarrenberger. Se trata de evidencias tan aplastantes que sólo un impostor podría silenciarlas.
[29] El profesor de historia francés François Duprat fue asesinado el 18 de marzo de 1978 por un comando sionista autodenominado “Hijos de la memoria judía”.
[30] Es el caso de Robert Faurisson, profesor de literatura en la Universidad de Lyon, en la actualidad privado de su trabajo. Ha sido objeto de agresiones físicas en diversas ocasiones.
[31] Un ejemplo es Paul Rassinier, ex militante comunista, diputado y preso de Buchenwald que negó en los años 50 la existencia de cámaras de gas y hornos crematorios en dicho campo. Hoy sabemos que Rassinier no mentía pero sí los “testimonios” que, en Nüremberg, afirmaron haber visto tales cámaras “con sus propios ojos”.
[32] Sobre esta cuestión cfr. “Heidegger y la criminalización del fascismo”, op. cit., singularmente pág. 53; a los inmensos crímenes de los vencedores nos referiremos también en el presente artículo.
[33] Pierre Guillaume, entrevista en “La Ciudad de los Césares”, núm. 23, Santiago de Chile, 1992.
[34] Guillaume, P., op. cit.
[35] En la obra canónica sobre el Holocausto “el guarismo” es de 5 millones: “Los alemanes mataron a cinco millones de judíos”, Hilberg, R., La destrucción de los judíos europeos, op. cit., pág. 1094. A pesar ello, César Vidal afirma que “El número total de judíos asesinados por los nazis fue cercano a los seis millones de personas” (Vidal, C., La revisión del holocausto, Anaya, Mario Muchnik, Madrid, 1994, pág. 153). La diferencia de un millón de personas más o menos no se considera relevante y, sorprendentemente, en el manejo de las cifras los investigadores oficiales incurren en todo tipo de ambigüedades y contradicciones sin que este hecho tenga, al parecer, la menor importancia para ellos, de manera que el cálculo de “los seis millones” se sostiene en la esfera periodística, cultural y política del discurso sobre el holocausto al margen de lo que puedan ya decir los especialistas. No estamos ante el mero cómputo de víctimas de un genocidio, sino ante un mito ideológico intocable, siendo así que cualquier afán de rigor en este aspecto del asunto que, por otro lado, se considera hipócritamente poco importante al mismo tiempo que se lo reasegura a machamartillo, levanta inmediatamente la sospecha de que el autor de las “averiguaciones” encubre en su alma pecadora las diabólicas tribulaciones de un desafecto al dogma, es decir, de un “fascista”.
[36] Goldhagen, D., op. cit., p. 29.
[37] Goldhagen, D., op. cit.: “Existe una creencia generalizada de que las cámaras de gas, debido a su eficacia (que se exagera mucho), fueron un instrumento necesario para la carnicería genocida, y que los alemanes decidieron construir las cámaras de gas en primer lugar porque necesitaban unos medios más eficaces para matar a los judíos. (...) Todos estos criterios, que configuran básicamente la comprensión del Holocausto, se han sostenido sin discusión, como si fuesen verdades evidentes por sí mismas. Han sido prácticamente artículos de fe, procedentes de fuentes distintas de la investigación histórica, han sustituido el conocimiento fidedigno y han distorsionado el modo de entender este período” (pág. 29-30).
[38] Robert Faurisson “afirma que Hitler no ordenó ni permitió nunca que se matara a nadie por motivos de la raza o de religión”, vid.: Nolte, E., op. cit., p. 484, n. 103. Se trata sólo de un ejemplo, pero demoledor, que cuestiona la objetividad de Faurisson y un acto que ningún investigador honesto de este tema se puede permitir.
[39] Nolte, E., op. cit., p. 476.
[40] “El secuestro de Eichmann –opinaba Erich Fromm- es un acto ilegal del mismo tipo que aquellos de los que son culpables los nazis”. Nota 15: Shafir, Ambigous Relations, p. 222 (Finkelstein, op. cit., p. 24).
[41] Esta es la tesis de Nolte más conocida, a saber, que el gulag precedió a Auschwitz y que, en el contexto de la lucha contra el bolchevismo y de la declaración de guerra de Chaim Weizmann a Alemania el 1 septiembre de 1939, no “podrá ponerse en tela de juicio la legitimidad de medidas preventivas.” (op. cit., p. 480). Nolte aporta abundantes “piezas de convicción” a efectos de justificar esta polémica postura. A ellas nos referiremos más abajo.
[42] Nolte, E., op. cit., p. 484, n. 103.
[43] Nolte, op. Cit., p. 486, n. 106.
[44] Cfr. Kautsky, B., Teufel und Verdammte, Zürich, Büchergilde Gutemberg, 1946.
[45] Grossmann, E., “Deutsche Wochenzeitung”, 7 de febrero de 1979.
[46] “A fin de llevar a la práctica una solución del problema judío de acuerdo con sus teorías, los nazis llevaron a cabo una serie de expulsiones y deportaciones de judíos, mayoritariamente de origen este-europeo, de casi todos los estados europeos. Los hombres, frecuentemente separados de sus esposas e hijos, y otros de sus hijos, fueron mandados, a miles, a Polonia y Rusia Occidental. Allí fueron internados en campos de concentración, o en grandes reservas, o mandados a los pantanos, o a las carreteras, en grupos de trabajo. Muchos de ellos murieron debido a las inhumanas condiciones en que tenían que trabajar.” (Enciclopedia Británica, 1956). Esta visión, aunque atroz, nos aleja mucho de las concepciones del nazismo como “mal absoluto”, tan útil y hasta imprescindible para relativizar los crímenes del bando vencedor.
[47] Rodríguez Jiménez, José L., “El debate entorno a David Irving y el negacionismo del holocausto”, “Cuadernos de Historia Contemporánea”, núm. 22, 2000, pp. 375-385, pág. 376 y nota 4: En palabras de Heinrich Winker, profesor de Historia de la Universidad Humboldt de Berlín: “El profesor Moller se permite tomar partido en una corriente intelectual que trata de integrar las posiciones revisionistas y de ultraderecha en el discurso conservador”. Carta abierta al diario “Die Zeit”, en “El País”, 23-6-2000.
[48] Citado por Nolte, E., op. cit., p. 486.
[49] Nolte, E., op. cit., p. 486.
[50] Véase “¿Qué significa ser de izquierdas? (II)”, en la revista “Nihil Obstat”, núm. 11.
[51] Heller, A. / Feher, F., Anatomía de la izquierda occidental, Barcelona, Península, 1985, p. 22.
[52] Op. cit., p. 22, n. 6.
[53] Nolte, E., op. cit., p. 473.
[54] Nolte, E., op. cit., p. 131 y n. 114. Cfr. Schmid, A., Churchills privater Krieg. Intervention und Konterrevotution im russischen Bürgerkrieg 1918- März 1920, Zurich, 1974, p. 312.
[55] Cfr. Solzhenitsyn, A., Archipiélago Gulag, t. II, Barcelona, Tusquets, 2005: “Frénkel fue verdaderamente el nervio del Archipiélago” (p. 87).
[56] Cfr. Solzhenitsyn, A., Alerta occidente, Barcelona, Acerbo, 1978, p. 256.
[57] Cfr. Plocker, S., “Stalin’s Jews”: “We mustn’t forget that some of greatest murderer of modern times were Jewish”, YnetNews.com, 21 de diciembre de 2006.
[58] Íbidem.
[59] Cfr. Finkelstein, N. G., op. cit.: „Goldhagen argumenta que el antisemitismo está „divorciado de la realidad de los judíos”, “no es fundamentalmente una respuesta nacida de una evaluación objetiva de los actos judíos” y “es independiente de la condición y de los actos de los judíos” (p. 58).
[60] Koehn, B., La resistencia alemana contra Hitler 1933-1945, Madrid, Alianza, 2005, p. 16.
[61] Koehn, op. cit., pp. 15-16.
[62] Cfr. Heller, A. / Feher, F., op. cit., p. 21.: „también es un tópico el que los estadistas occidentales trataron de utilizar a Hitler como ‚espada de Occidente’ contra el comunismo victorioso (…) Ésa era la estrategia de Chamberlain”.
[63] Mate, R., op. cit., pp. 11-12.
[64] Mate, R., op. cit., p. 13.
[65] Lévinas, E., De otro modo que ser, o más allá de la esencia, Salamanca, 1999, p. 8.
[66] Lévinas, E., op. cit., p. 7.
[67] Lacoue-Labarthe, Ph., La ficción…, op. cit., pág. 45.
[68] Luhmann, N.: “lo primero que yo viví en el cautiverio americano fue que se me arrebató el reloj de mi muñeca y que fui apaleado”, Izuzkiza, I., La sociedad sin hombres. Niklas Luhmann o la teoría como escándalo, Barcelona, Anthropos, 1990, p. 36, n. 3.
[69] Lacoue-Labarthe, Ph., op. cit., pág. 51.
[70] Marx, Karl/Engels, F., Sobre la religión, Salamanca, Ed. Sígueme, 1979, p. 133.
[71] Cfr. Arendt, H., Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Alianza, 1981, tomo I, p. 59: “los famosos escritos antijudíos del joven Marx, que tan frecuente e injustamente han sido acusados de antisemitismo”.
[72] Lacoue-Labarthe, Ph., op. cit., pág. 50.
[73] Lacoue-Labarthe, Ph., op. cit., pág. 51.
[74] Nolte, E., op. cit., p. 311.
[75] Nolte, E., op. cit., p. 485, nota 106.
[76] Nolte, E., op. cit., p. 480.
[77] Nolte, E., op. cit., p. 485.
[78] Lacoue-Labarthe, Ph., op. cit., p. 51.
[79] Cfr. Solzhenitsyn, A., op. cit., t. I, pág. 49-50 y n. 5: Lenin, Sobranie Sochieni (Obras completas), 5ª edición, t. 35, pág. 204.
[80] Solzhenitsyn, A., Archipiélago Gulag, op. cit., t. I., pág. 80.
[81] Lacoue-Labarthe, Ph., op. cit., pp. 52-53.
[82] Rodríguez, P., Los pésimos ejemplos de Dios… según la Biblia, Madrid, Temas de Hoy, 2008, p. 30. Quizá el caso más conocido sea el de la conquista de Jericó: “la ciudad será consagrada como anatema a Yahvé con todo lo que haya en ella: únicamente Rajab, la prostituta, quedará con vida (…) Consagraron al anatema todo lo que había en la ciudad, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, bueyes, ovejas y asnos, a filo de espada” (Jos 6, 17-20); “prendieron fuego a la ciudad con todo lo que contenía. Sólo la plata, el oro y los objetos de bronce y de hierro los depositaron en el tesoro de la casa de Yahvé.” (Jos 6, 24). El exterminio de masas es una práctica habitual del judío que aparece como protagonista en las Sagradas Escrituras: “pasaron a cuchillo a todo ser humano hasta acabar con todos. No dejaron ninguno con vida” (Jos 11, 14-15), “cuando Israel acabó de matar a todos los habitantes de Ay en el campo y en el desierto, hasta donde habían salido en su persecución, y todos cayeron a filo de espada hasta no quedar uno, todo Israel volvió a Ay y pasó a su población a filo de espada. El total de los que cayeron aquel día, hombres y mujeres, fue 12.000, todos los habitantes de Ay” (Jos 8, 24-25), “Josué, con todo Israel, subió de Eglón a Hebrón y la atacaron. La tomaron y la pasaron a cuchillo, con su rey, todas sus ciudades y todos los seres vivientes que había en ella. No dejó ni un superviviente, igual que había hecho con Eglón.” (Jos 10, 36-37) Recordemos que es Yahvé “personalmente” quien da las órdenes y legitima, no sólo el genocidio, sino el racismo y el sexismo más vergonzantes: “porque de Yahvé provenía el endurecer su corazón para combatir a Israel, para ser así consagradas al anatema sin remisión y para ser exterminadas, como había mandado Yahvé a Moisés” (Jos 11, 20-21), “pasarás a cuchillo a todos los habitantes de aquella ciudad” (Dt 13, 13-19), “no dejarás a nadie con vida en las ciudades que Yahvé te da en herencia” (Dt 20, 10-18), “tampoco el mestizo será admitido en la asamblea de Yahvé, ni aun en la décima generación” (Dt 23, 3). Las mujeres y los niños no se salvan de los abusos y de las masacres sistemáticas e indiscriminadas: “!Vayan y pasen a cuchillo a los habitantes de Yabés en Galaad como también a las mujeres y a los niños (…)! (Jue 21, 9-14), “tomaré a tus mujeres ante tus propios ojos y se las daré a tu prójimo que se acostará con ellas a plena luz del sol” (2 Sm 12, 11), “Haré que se junten todas las naciones para atacar a Jerusalén. Se apoderarán de la ciudad, saquearán sus casas y violarán a sus mujeres” (Zac 14, 2). Los motivos de Yahvé son triviales, por ejemplo, su deseo de hacerse famoso y que todos se humillen ante él: “así podrás contar a tus hijos y a tus nietos cuántas veces he destrozado a los egipcios y cuántos prodigios he obrado contra ellos” (Ex 10, 1-23), “mientras los egipcios trataban de huir, Yahvé arrojó a los egipcios en el mar (…) no escapó ni uno solo” (Ex 14, 1-28), “me haré famoso a costa del faraón y de todo su ejército” (Ex 14, 4). Etc.
[83] Pappé, I., La limpieza étnica de Palestina, op. cit., pp. 108-109.
[84] Finkelstein, N. G., La industria del Holocausto, México, 2002, p. 70.
[85] Pappé, I., La limpieza…, op. cit., p. 154.
[86] Pappé, I., op. cit., p. 228. El texto es de Kenneth Bilby, de “The New York Herald Tribune”.
[87] Pappé, I., íbidem.
[88] Pappé, I., op. cit., p. 175.
[89] Pappé, I., op. cit., p. 173, p. 93. “Mientras se cometían estas atrocidades, los británicos hicieron la vista gorda”.
[90] Pappé, I., La limpieza…, op. cit., p. 263: “Los soldados israelíes que participaron en la masacre también refirieron las horribles escenas que se vivieron en la aldea: bebés con los cráneos abiertos a golpes, mujeres violadas o quemadas vivas en sus casas, hombres apuñalados hasta morir”.
[91] Cfr. Finkelstein, op. cit.: “el campo de estudio del Holocausto está repleto de disparates, cuando no de simples falacias” (p. 62).
[92] Cfr. Finkelstein, N., op. cit.: „No es el sufrimiento de los judíos el que concede su condición única al Holocausto, sino el hecho de que los judíos sufrieran” (p. 55); “Al eximir a los judíos de toda culpa, el dogma del Holocausto inmuniza a Israel y a la comunidad judía estadounidense contra la censura legítima” (pp. 59-60), “sean cuales fueren los métodos a que recurran los judíos más expeditivos, incluidas la agresión y la tortura, todo constituye una legítima defensa.” (p. 57).
[93] Cfr. Farrerons, J., “Qué significa ser de izquierdas? (II)”, “Nihil Obstat”, Molins de Rei (Barcelona),”, núm. 11, primavera/verano 2008, pp. 95-132.
[94] Solzhenitsyn, A., op. cit., t. I, pág. 32.
[95] Solzhenitsyn, A., op. cit., t. I, pp. 99-100.
[96] Solzhenitsyn, A., op. cit., t. I, p. 87.
[97] Marcuse, H., op. cit., pág. 187.
[98] Cfr. Farrerons, J., “Qué significa ser de izquierdas? (II)”, Molins de Rei (Barcelona), “Nihil Obstat”, núm. 11, primavera/verano 2008, pp. 95-132.
[99] Solzhenitsyn, A., op. cit., t. II, p. 180.
[100] Cfr. Farrerons, J., “Heidegger y la criminalización del fascismo (Respuesta a Farías, Faye y Quesada)”, Madrid, “Disidencias”, núm. 9, 2009, pp. 11-58.
[101] Solzhenitsyn, A., op. cit., pp. 179-180.
AVISO LEGAL
http://nacional-revolucionario.blogspot.com.es/2013/11/aviso-legal-20-xi-2013.html
“Todos los teóricos del Holocausto están de acuerdo en señalar que el Holocausto es algo único, pero pocos, si es que hay alguno, se ponen de acuerdo al explicar los motivos de que así sea. Cada vez que un argumento en pro de la singularidad del Holocausto es refutado, enseguida se aduce otro para sustituirlo. Y el resultado de esto es, según Jean-Michel Chaumont, que hay múltiples argumentos contradictorios que se anulan entre sí.”[1]
No es nuestra intención entrar aquí en un análisis del interminable catálogo de imposturas con que se ha pretendido fundamentar la liturgia farisaico-victimista de los mayores asesinos y genocidas de la historia. De ello se ha ocupado ya Jean-Michel Chaumont, llegando a conclusiones demoledoras:
“El conocimiento no se acumula. Por el contrario, el argumento nuevo que trata de superar al anterior siempre parte de cero.”[2]
Según Steven Katz, autor de The Holocaust in Historical Context (1994), donde ha estudiado “casi cinco mil títulos en el primero de los tres volúmenes proyectados para su estudio” (Finkelstein): “el Holocausto es fenomenológicamente único en virtud del hecho de que nunca antes había sucedido que un Estado se propusiera tanto en el plano de los principios intencionales como en el de la política práctica, aniquilar físicamente a todo hombre, mujer y niño pertenecientes a un pueblo concreto”[3] Chaumont concluye que el estudio de Katz “no es más que ‘ideología’ disfrazada de ‘ciencia’”. La valoración de Finkelstein resulta todavía más severa: “el estudio de Katz es un sinsentido fenomenal”.[4] En realidad, basta consultar cualquier manual de historia para acreditar que la afirmación principal de Katz no se sostiene. Cuando entramos en terreno del análisis historiográfico, es decir, allí donde dicha singularidad debería poder verificarse, el caos conceptual imperante adquiere proporciones cósmicas. La consigna más habitual es que en el Holocausto no hay nada que comprender porque es incomprensible y en eso consiste su singularidad (aleluya de Elie Wiesel).
Pero, al margen de este tipo de planteamientos “agnósticos”, la contradicción flagrante es la norma, como si se quisiera abundar en la incognoscibilidad por una suerte de “vía negativa”. Así, según Reyes Mate, pope filosófico del holocausticismo español, “el hitlerismo no es una locura sino el sueño de los sentimientos elementales” que rompen con la tradición occidental definida por el judaísmo, el cristianismo y el liberalismo: “estos sentimientos expresan la primera actitud de un alma frente al conjunto de lo real, es decir, prefiguran el sentido de la aventura a la que el alma está expuesta en el mundo, si no logra desprenderse de esa elementalidad mediante el pensamiento, es decir, si no se atreve a pensar.” [5] No obstante, unas líneas más abajo, la causa del holocausto ya no será la elementalidad emotiva, sino el idealismo filosófico que, al parecer, estigmatizaría para siempre a Grecia desde el preciso momento en que Tales de Mileto osara afirmar que “todo es agua” y fundara de esta guisa el totalitarismo.[6] Nada que decir sobre las harto tempranas incitaciones de Yahvé, el dios judío, al exterminio de masas: los fragmentos presocráticos sobre el arjé resultarían infinitamente más incriminadores que el mandato divino directo de matar a hombres, mujeres y niños en tanto que documentos ilustrativos del genocidio intelectualmente legitimado, pero se omite explicar el porqué. No obstante, ¿cómo reconciliar consigo misma esta risible “exégesis” que, sin inmutarse, pone en un lado los sentimientos elementales y, en otro, la abstracción conceptual de la filosofía? ¿Qué hacer, además, para que esta vacilante hermenéutica se compadezca con las afirmaciones de Habermas relativas al idealismo alemán “de los filósofos judíos” que posibilitara la utopía crítica? Pero reclamar la más mínima coherencia en el campo de los “estudios del Holocausto” es empresa vana. Aquí todo está permitido mientras el postrero “balance emocional” del texto, convenientemente experimentado por el lector, sea rotundo: total inocencia de los judíos, culpabilidad de los nazis y, por ende, de Europa/Grecia en su conjunto, cuya deuda debe abonar la impunidad del Estado de Israel y de la comunidad judía organizada en general, situándola en un limbo moral victimista allende toda crítica. El Holocausto “quizá no se deba comprender, porque comprender es justificar” (Primo Levi); en el Holocausto “pese a todos estos argumentos ‘racionales’, tiene que haber algo más, algo que no se sabe, algo que hace tan singular esa singularidad” (Elie Wiesel); el Holocausto no se deja nombrar (“cette dont on hésite à nommer le nom s’appelle Auschwitz”: V. Jankelevich); respecto del Holocausto “no se trata de probar que eso ha tenido lugar (…) sólo importa el acto de la transmisión y no captar o reproducir alguna inteligibilidad, es decir, ningún saber verdadero preexiste a la transmisión” (Claude Lanzmann). Amén.
Pero quizá el argumento más significativo es el de Primo Levi cuando sostiene que lo propio del Holocausto es que no podemos ponernos en el lugar de los perpetradores.[7] Ahora bien, tal imperativo implicaría otro, a saber, el de la universalidad y univocidad de la óptica existencial de las víctimas, excepción hecha de los ejecutores “nazis” (“expulsados”, éstos, de la humanidad, cuyos límites deberán así determinarse desde entonces en función del factum de Auschwitz). Sin embargo, obviando incluso que no podemos por definición universalizar una experiencia que se quiere exclusivamente judía y en cuanto tal inaccesible a los “gentiles”, ¿qué experimentaría un habitante de Kolymá, un súbdito de Yagoda o del resto de los “peces gordos” policiales del gulag soviético –mayoritariamente judíos-, al ponerse en el lugar de las víctimas hebreas del holocausto? ¿Qué experimentaría un palestino contemporáneo colocado en esa misma perspectiva? ¿Hasta dónde podría llegar la mutación de tal hipotética víctima en perpetrador, pero precisamente en calidad de víctima, de la misma manera que en los campos de la posguerra los “nazis” (y no nazis) pasaron de guardianes a presos y, en muchos casos, se convirtieron en objeto de una cruel y letal venganza? ¿Puede la subjetividad del victimario “absoluto” y la de la víctima “absoluta” confundirse en las mismas personas?[8] ¿O sostendremos que los perpetradores de Auschwitz, en tanto que abstraídos del concepto de una humanidad universal, ya no pueden considerarse sujetos de derecho y, por ende, sus victimarios pueden y deben permanecer impunes hagan lo que hagan? ¿Desde cuándo la inocencia de la víctima se ha convertido en una autorización para vulnerar esa misma ley que nos permite fijar la condición de víctima en cuanto tal? Ésta y no otra es la infame conclusión a la que al que al parecer se ha llegado de facto. Se trataría, quizá, de revestir a posteriori este hecho ignominioso de la imprescindible cobertura discursiva. A los efectos de nuestra investigación, conviene subrayar que semejante “cortocircuito intelectual”, o aporía, es otra consecuencia del imperativo adorniano que prescribe el carácter “ofensivo” de la exigencia racional de fundamentar el “dogma anamnético” (imperativo de ‘no-olvidar’). Cabe así escribir libros y artículos sobre el Holocausto –¿cómo si no difundir la nueva religio cívica mundial?-, mas siempre que se haya renunciado de antemano a toda pretensión de rigor y uno manifieste su fervorosa disposición a zambullirse alegremente en el lodazal del más vergonzante irracionalismo. Semejante burla representa la evidencia palmaria de que la “fe secular hebreocéntrica universal” se ha auto instituido por encima de la razón (léase: de “Grecia”, esa herida incurable en el narcisismo enfermizo de Yahvé) y contra la misma, pero ejemplifica también uno de los métodos de provocación utilizados para fomentar el antisemitismo, es decir, el “odio a los judíos” del que el discurso sionista se nutre secretamente con deleite.
Nuestra intención en el presente trabajo es interpretar la postura del filósofo más importante del siglo XX, Martin Heidegger, expresada en las famosas conferencias de Bremen, la cual supone no tanto una negación tout court del holocausto, como se ha pretendido en ocasiones, cuanto el rechazo del dogma de la singularidad de Auschwitz. Quede claro que no nos limitamos a glosar textos de Heidegger, sino que desarrollamos el concepto crítico de modernidad que de los mismos se desprende para poner en evidencia su extraordinaria fecundidad ilustrada, racional y hasta “progresista”. A continuación analizaremos en primer lugar la problematicidad metodológica del hecho Auschwitz en cuanto objeto de una investigación científica historiográfica. En segundo lugar, abordaremos el tema de la imposibilidad de una interpretación válida de la singularidad del holocausto. Finalmente, demostraremos que incluso en aquéllas exégesis inspiradas por una cuestionable determinación de los facta constitutivos del relato escatológico de “Auschwitz”, característico de la propaganda emanada de las instituciones (pseudo) “democráticas” vigentes, la evidencia muestra que tales interpretaciones no soportan la más simple comparación ética y filosófico-racional con la realidad (esta así, incontestada e impune) del gulag soviético.
Auschwitz como “hecho” u objeto de investigación historiográfica
Mientras los intérpretes debaten sobre su significado antropológico y metafísico, el holocausto en cuanto hecho histórico “se encoge” materialmente a medida que pasa el tiempo, a la par que emergen a la luz pública los crímenes contra la humanidad, genocidios y crímenes de guerra de los “simpáticos” y viriles defensores de la “libertad” tantas veces retratados por Hollywood mascando chicle. La compulsión frenética de la oligarquía en orden a remachar una “memoria histórica ortodoxa” que se tambalea frente a la ciencia historiográfica, crece así, de forma comprensible, en proporción inversa al sentido ético de la verdad en la historia, un imperativo inseparable del concepto de racionalización. Las autoridades académicas oficiales tuvieron, en efecto, que reconocer ya en los años sesenta[9] que campos de concentración como Dachau y, en general, todos los situados en el lado occidental del “telón de acero” (por cierto, los únicos en los que a la sazón se podía en teoría verificar ‘hechos’ de forma objetiva) no habían estado nunca equipados con cámaras de gas homicidas, y ello a pesar de las declaraciones de los correspondientes testigos en el juicio de Nüremberg. Es a partir de ese momento que se fija la distinción entre campos de concentración y campos de exterminio, reservándose esta última denominación para seis asentamientos ubicados en Polonia: Auschwitz-Birkenau, Treblinka, Belzec, Sobibor, Kulmhof y Lublin. El lógico cuestionamiento del valor de los testimonios y de las confesiones, obtenidas en algunos casos bajo coacción, amenaza o tortura[10] y en otros totalmente contradictorias o fantasiosas,[11] afecta cautelarmente no sólo a los perjuros de Dachau y del resto de los campos del oeste, sino, por ende, a la mayoría de las fuentes hasta ahora consideradas fidedignas en la narración del holocausto.[12] Nos limitaremos a citar autoridades de total confianza para poner de manifiesto nuestros escrúpulos científicos (y morales) frente a la versión oficial del genocidio judío todavía vigente. Dice la pensadora judía Simone Veil:
“En el curso de un juicio entablado contra Faurisson por haber negado la existencia de las cámaras de gas, los que demandan tienen la obligación de aportar la prueba formal de la realidad de las cámaras de gas. Ahora bien, todo el mundo sabe que los nazis destruyeron esas cámaras de gas y eliminaron sistemáticamente a todos los testigos.”[13]
¿Cómo "lo sabe", entonces, “todo el mundo”? Dispondríamos, empero, de pruebas documentales. Sin embargo, tampoco en este respecto puede fundamentarse el relato oficial, porque, según el judío León Poliakov (y otros investigadores antifascistas[14] confirman esta afirmación): “No quedó ningún documento, ni quizás haya existido jamás ninguno.”[15] Las conclusiones que se derivan de estas declaraciones en orden a la autentificación de la narración que fundamenta la identidad moral del mundo occidental actual son devastadoras. Si admitimos lo dicho por Veil y Poliakov, sólo podrían tener valor probatorio los testimonios de los propios “perpetradores”, es decir, de los oficiales alemanes encargados de ejecutar el genocidio. De ahí los métodos brutales empleados para obtener sus confesiones.
Así las cosas, la caída del comunismo nos deparó, por otra parte, nuevas sorpresas, por ejemplo, la circunstancia de que las cifras de víctimas en los campos reconocidos ahora como de exterminio, es decir, los antaño situados fuera del territorio del Reich, también se redujeran de forma no ya considerable, sino literalmente escandalosa. Así, en Auschwitz no perecieron 4 millones de judíos, según afirmaban hasta 1989 las autoridades comunistas, sino a lo sumo un millón.[16] Y sin embargo, un historiador respetable como Arnold Toynbee citaba en 1983 la siguiente confesión de Rudolf Höss: “en el campo de Auschwitz solamente, el mismo comandante nazi informó que habían muerto por gas dos millones y medio de personas, en su mayoría judíos, y que otro medio millón murieron por hambre y enfermedades.”[17] Por lo que respecta a las cámaras de gas de Auschwitz, el testimonio de Höss[18] sigue siendo la fuente principal de obras canónicas como La destrucción de los judíos europeos (1961) de Raul Hilberg, quizá el más reputado historiador de la Shoah. Además de Höss, la narración cuenta con dos testigos entre las víctimas, a saber, los judíos eslovacos P. Müller, autor de la obra Sonderbehandlung (1979), y Rudolf Vrba, quien firma el libro I Cannot Forgive (1964). Sin embargo, por los motivos expuestos más arriba, aquí sólo tomaré en consideración a Höss. Así, según Hilberg:
“En medio de este fermento, se introdujo en Auschwitz una nueva cuestión: la de la solución final del problema judío. Höss recordó que en el verano de 1941 fue convocado a Berlín por el propio Heinrich Himmler. En pocas palabras, Himmler le habló de la decisión tomada por Hitler de aniquilar a los judíos. (…) Eichmann se encargaría de proporcionar a Höss los detalles de esta misión. Habiendo impuesto esta carga sobre los hombros de Höss, Himmler añadió: “Las SS debemos cumplir esta orden. Si no se lleva a cabo ahora, después los judíos destruirán al pueblo alemán”.”[19]
Véase a continuación la nota a pie de página núm. 56 de la obra de Hilberg, que “fundamenta” la veracidad de la narración de los hechos realizada en el fragmento anterior.
„Rudolf Höss, Kommandant in Auschwitz, Múnich, 1978, pp. 157 y 180-181. Véase también la declaración que prestó en el Tribunal Militar Internacional, Trial of the Major Criminals, Nuremberg, 1947-1949, vol. 11, p. 398. La fecha precisa de la reunión con Himmler no recuerda Höss, aunque en una de sus declaraciones, que es también la más confusa, menciona junio. Véase la declaración jurada que prestó el 14 de marzo de 1946, NO-1210. Dado el desarrollo de la solución final, es improbable que fuera junio. Julio quizá también pueda descartarse. Richard Breitman, revisando los viajes de Himmler, especifica que el 13-15 de julio fueron las únicas fechas en las que éste permaneció en Berlín. Véase Richard Breitman, Architect of Genocide, Nueva York, 1991, p. 295. Danuta Czech, Kalendarium der Ereignisse im Konzentrationslager Auschwitz-Birkenau 1939-1945, cit., entrada correspondiente al 29 de julio de 1941, pp. 106-107.” [20]
El texto describe un momento importantísimo en la narración ideológica del sistema oligárquico: el inicio del holocausto con una decisión de Hitler que parece coincidir en el tiempo con la publicación en los Estados Unidos del libro de Theodore N. Kaufmann (volveremos a esta cuestión en otro artículo) donde se reclama y planifica el exterminio del pueblo alemán mediante esterilización masiva. En cualquier caso, en la nota a pie de página, Hilberg debería, por razones que ahora expondremos, haber discutido la fiabilidad del testimonio de Höss. El autor apela al documento NO-1210, o sea, a la confesión de Höss con fecha de 14 de marzo de 1946, base de su testimonio en Nüremberg. Podemos afirmar, no obstante, que Hilberg ignora los hechos deliberadamente al no decir ni una palabra sobre los métodos que se utilizaron para obtener la firma de Höss en un texto repleto de contradicciones, aunque Hilberg admite que una de las declaraciones es “la más confusa”. ¿Lo eran también las demás? ¿Por qué? ¿No merece este tema una mayor atención por parte de un historiador serio? Pero estamos hablando del clásico par excellence del holocausto en el instante en que debe documentar mediante la única fuente fiable el más importante acontecimiento de la Shoah desde el punto de vista historiográfico, a saber, la decisión y el acto de su desencadenamiento. En el libro Legions of Death (1983), el escritor inglés Rupert Butler, basándose en el relato de primera mano del sargento británico Bernard Clarke, reconoce cómo se obtuvo la confesión de Höss.[21] El uso del maltrato y la extorsión por parte de norteamericanos y británicos es un hecho de conocimiento público que no debería sorprendernos después de Guantánamo y Abu Grahib.[22] La declaración del comandante de Auschwitz constituyó una pieza de convicción esencial y el pilar de la narración oficial: hoy podemos, empero, dudar razonablemente de su valor probatorio. Pero el suyo no es el único caso.[23]
Aceptar que Höss y el resto de los testigos alemanes pudieron haber sido objeto de torturas, amenazas u otras coacciones durante la posguerra, cuando en la actualidad los investigadores revisionistas sufren todo tipo de presiones y represalias, es una medida metodológica cautelar digna de crédito. La impostura consciente, por otro lado, tampoco es inhabitual en las publicaciones sobre el tema. Ya hemos visto que actualmente se ha reconocido oficialmente la inexistencia de cámaras de gas homicidas en Dachau, Buchenwald, Mauthausen y en el resto de los campos de Alemania. No obstante lo cual, en la obra Nuremberg (2006), se puede contemplar una foto con el siguiente pie: “una montaña de cuerpos apiñados en una estancia del campo de concentración de Dachau y encontrados por los soldados norteamericanos en 1945. Los prisioneros habían muerto gaseados y sólo restaba incinerar los cadáveres.” [24] El autor miente y lo sabe. Por lo que respecta al tema del holocausto, la historiografía profesional parece que deja de serlo en cuanto le aplicamos la lupa filosófica. Ahora bien, afirmaciones como la citada generarán legítimos interrogantes en cualquier persona honesta. ¿De dónde surge, en efecto, esta acreditada necesidad de manipular y mentir por parte de historiadores supuestamente serios si tan luminoso es el relato de Nüremberg? La lista de testimonios contradictorios, fraudulentos y literalmente imposibles según las mismísimas leyes de la física o el simple sentido común se haría aquí interminable, pero podemos hacernos algunas preguntas, por ejemplo, ¿por qué, aunque los alemanes, como se sostiene, dinamitaran las cámaras de gas de Auschwitz, no se practicó en Nüremberg una simple pericial sobre las ruinas de por lo menos una de ellas (que sigue ahí) a fin de detectar los restos de Zyklon B? Otro tanto puede afirmarse respecto de las pilas de cadáveres que muestran las fotografías, supuestos gaseados a los que una simple autopsia habría convertido en pruebas irrefutables del delito. Dichos documentos gráficos son impresionantes, pero al contrario de lo que pudiera creer la opinión popular, no “demuestran” el holocausto, sino que lo refutan por fraude procesal. El hecho de que se eludieran cierto tipo de piezas de convicción objetivas y se buscara en cambio el testimonio escrito del comandante de Auschwitz a base de darle patadas en los testículos no dice mucho a favor de las tesis oficiales. Me parece poco menos que incuestionable que las archiexplotadas pilas de cadáveres no estaban impregnadas de Zyklon B porque, quizá, como sostienen los revisionistas con mucho acierto, fueron víctimas de las epidemias de tifus que se desataron en los campos hacia el final de la guerra, cuando una Alemania descompuesta, que ya no podía atender a las necesidades de los propios ciudadanos alemanes, abandonó a su suerte a los internos de los campos. Renunciamos a abundar en el tema. Nos limitaremos a reconocer que existen dudas más que anecdóticas en relación con mucho de lo que hasta hoy se nos ha contado sobre el Holocausto. No otra es la conclusión del reputado historiador judeoamericano Arno J. Mayer, de la Universidad de Princeton:
“Muchas preguntas permanecen incontestadas (…) Después de todo, ¿cuántos cuerpos fueron incinerados en Auschwitz? ¿Cuántos murieron allí? ¿Cuáles y cuántos fueron muertos por motivos nacionales, religiosos y étnicos en aquella comunidad de víctimas? ¿Cuántos de ellos fueron condenados a una muerte natural y cuántos fueron deliberadamente asesinados? Simplemente, no tenemos respuestas para todas estas preguntas hasta ahora. (…) Desde 1942 hasta 1945, ciertamente en Auschwitz, pero probablemente en todas partes, muchos más judíos fueron muertos por las llamadas “causas naturales” que por las “no naturales”.[25]
Y añade: “la mayor parte de lo que se sabe se basa en las confesiones de oficiales y verdugos nazis en juicios de la posguerra y en memorias de supervivientes y espectadores. Estos testimonios deben ser cuidadosamente examinados, toda vez que pueden estar influenciados por factores subjetivos de gran complejidad (…) Las fuentes para el estudio de las cámaras de gas son, a la vez, raras y poco serias.”[26] Creo que estas conclusiones pueden ser asumidas pacíficamente sin incurrir en ningún tipo de “negacionismo”, siendo así que no se cuestiona la existencia de campos de concentración, persecución judía y millones de víctimas inocentes, sino el cómo, el cuánto y el porqué de estos hechos, en abierto conflicto con la versión narrativa institucionalizada tras el juicio de Nüremberg.
Dudas fundadas de los historiadores sobre la naturaleza y sentido del holocausto
Tomaremos la postura de Arno J. Meyer, un historiador oficial, como punto de partida para una reflexión que ya no entrará en el terreno de los facta, sino de su interpretación. Pero antes echaremos una ojeada al fenómeno del revisionismo y, sobretodo, a las significativas reacciones de los “demócratas” frente a las peticiones de diálogo, debate y objetividad por parte de quienes no aceptamos el dogma.
Como consecuencia de este hecho ya incontrovertible, a saber, la duda creciente, en la conciencia académica y pública, relativa la cuestionable exactitud y a la muy posible exageración de la versión institucionalizada de ‘Auschwitz’, desde los años cincuenta se viene desarrollando el movimiento revisionista, que ha producido una literatura historiográfica alternativa de valía muy dispar[27] y reclama un debate objetivo (=científico) sobre cuestiones que en Nüremberg fueron ante todo materia propagandística orientada a prevenir un resurgimiento ideológico del nacionalsocialismo. Pensemos, por ejemplo, en la masacre de Katyn, falsamente atribuida a los alemanes mediante fraudulentos métodos probatorios, unas pautas de conducta procesal totalmente incompatibles con el derecho democrático pero practicadas por magistrados que decían defender la justicia y el humanitarismo. La presencia de los genocidas, criminales y falsarios soviéticos entre los fiscales y jueces de Nüremberg resta toda credibilidad a dicha farsa pseudo judicial. Pero, por otro lado, ¿qué lecciones de derechos humanos podían dar a los nazis los británicos y los norteamericanos después de Dresde, Nagasaki, la aplicación del plan Morgenthau y los “campos del Rhin”? En general, cabe sostener que los pocos jueces que han intentado actuar de forma imparcial en el tema del holocausto han sido inmediatamente suspendidos por las autoridades, vulnerando con ello los principios más elementales del Estado de Derecho.[28] La respuesta a ésta y otras pretensiones de discusión libre sin coacciones –comunidad de diálogo: Habermas- consiste, sin embargo, en el rechazo taxativo a “tratar” con los revisionistas y, por si fuera poco, en la persecución policial y penal, las amenazas, la ruina económico-profesional e incluso el atentado y la muerte física de los críticos.[29] Todo ello con el fin de enmudecer a investigadores que, en algunos casos, son académicos[30] y, en otros, personas de “intachable” pasado progresista y hasta antifascista.[31] Ahora bien, semejante respuesta represiva y violenta cuestiona el carácter democrático de nuestras sociedades y pone en entredicho la libertad de palabra de todos los testimonios, siendo así que si treinta años después de los hechos objeto de discusión se intimida a las personas hasta llegar el asesinato, ¿qué no sucedería, cabe suponer, en la inmediata posguerra con los militares alemanes prisioneros? ¿Cuánto vale, en suma, el testimonio de Höss y del resto de los oficiales alemanes, los únicos testigos posibles a falta de otros documentos y pruebas fiables? ¿Estamos tratando con jueces, periodistas y políticos “democráticos”, honestos “hombres de bien”, como nos han hecho creer, o con auténticos mafiosos cuya perversidad y deshonor rebasa la de los peores “nazis”? Ahora bien, la clase política actual está formada por una banda de criminales. Esta es una realidad ya incontestable cuando hace medio siglo que permanecen impunes todos los genocidios, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad perpetrados por los vencedores.[32] No hay, por tanto, en la actualidad, ni puede existir bajo el poder vigente, “investigación objetiva” alguna sobre el “hecho” Auschwitz y, por tanto, argumentar entorno a una supuesta “singularidad del holocausto” constituye un fraude intelectual que se hace patente desde el mismo punto de partida metodológico, a saber, la determinación de las dimensiones y características reales del objeto a conocer e interpretar.
Por mucho que se detecte en el seno del revisionismo la presencia de “neonazis” y ultraderechistas, algo que, por lo demás, resulta bastante natural, este dato no basta para desacreditarlo sin examen; pensemos que el fundador del movimiento fue el ex prisionero del campo de concentración de Buchenwald y diputado socialista Paul Rassinier. En las invectivas contra los revisionistas que se lanzaron en el coloquio internacional sobre el holocausto de la Sorbona (29 de junio de 1982), se les calificó de “anarco-comunistas”; en realidad, iban dirigidas contra personas como Jean-Gabriel Cohn-Bendit, Serge Thion y “otros libertarios, algunos de ellos judíos” (R. Faurisson). Pierre Guillaume, director de la “Revue d’Histoire Révisioniste” afirma que “el revisionismo no es ninguna doctrina particular, ni una escuela histórica que desarrolle sobre la historia un punto de vista específico cualquiera. El revisionismo es el trabajo normal del historiador. Su método es el método crítico. Por lo tanto, si el revisionismo existe enfrentado a una cierta historiografía dominante es únicamente porque en ciertos temas y sobre ciertos períodos de la historia las pasiones de toda clase impiden que se cumpla el trabajo normal del historiador.”[33] Por lo que respecta a la cuestión que más “pasiones” levanta, a saber, la narración histórica del fascismo, la Segunda Guerra Mundial y el holocausto, Guillaume es taxativo:
“El revisionismo constituye una amenaza para el sistema sólo si los revisionistas tienen razón. A juzgar por la enorme movilización antirrevisionista, nuestros adversarios consideran el revisionismo como una amenaza seria. Lo esencial de la tesis revisionista se resume en una proposición: las cámaras de gas hitlerianas son un mito. Todo lo demás se desprende de ello. Este mito ha nacido de los horrores reales de la guerra, el sistema concentracionario y la persecución de los judíos. Ha habido una persecución antijudía, no ha habido exterminio, ni siquiera tentativa de exterminio.”[34]
Ahora bien, a nuestro entender, que ha habido exterminio es algo indudable gracias a lo que sabemos sobre los Einsatzgruppen, la cuestión consistiría más bien en determinar el contexto y la forma en que se produce este hecho, así como sus dimensiones reales. Pero aquí los “datos” objetivos parecen escabullirse entre flagrantes aporías. En medio de este inquietante panorama, observamos, en efecto, que, por ejemplo, el monto global de víctimas, el guarismo simbólico y dígito satánico de los seis millones, unido al dogma filosófico de la singularidad, permanece intacto a pesar de los sucesivos recortes críticos.[35] La inevitable pregunta es la siguiente: con los citados ajustes, ¿no estamos ante una validación tácita de un cierto revisionismo? ¿A dónde han ido a parar, por poner un ejemplo, las 200.000 víctimas de Dachau que ahora sabemos que nunca lo fueron? ¿Y el testigo que “vio” las cámaras de gas y hornos crematorios de Mauthausen y admite a posteriori que no sabe de dónde pudo haber sacado semejante idea? ¿Cómo computar esos 3 millones de judíos “de más” supuestamente gaseados en Auschwitz y clasificados después como mera inflación propagandística del comunismo? ¿6-3=6? ¿O 6-3=3? ¿Cuándo y de qué manera concluye este proceso de contracción volumétrica y cualitativa del Holocausto, de simultáneo crecimiento de la criminalidad imputable a los “cruzados” antifascistas y de presión pseudo legal -e ilegal- contra los “desafectos” al “dogma”? Es en este contexto que se sitúa el reconocimiento, por parte de Daniel Goldhagen, de la “muy exagerada eficacia de las cámaras de gas”[36] y el lamento sobre el hecho de que la narración vigente entorno al holocausto se haya aceptado de forma totalmente acrítica:
“Todos estos criterios, que configuran básicamente la comprensión del Holocausto, se han sostenido sin discusión, como si fuesen verdades evidentes por sí mismas. Han sido prácticamente artículos de fe, procedentes de fuentes distintas de la investigación histórica, han sustituido el conocimiento fidedigno y han distorsionado el modo de entender este período.”[37]
Ignoro si Goldhagen, uno de los más belicosos defensores de la culpabilidad colectiva alemana por el holocausto, es consciente del alcance de sus palabras, pero en cualquier caso conviene extraer de ellas las oportunas consecuencias, que no pueden consistir tampoco en negar la existencia de los enormes crímenes del nazismo, pero sí, por mor de la verdad y de la libertad, en atreverse a “falsar” (en el sentido metodológico popperiano) la ideología del Holocausto, léase: el discurso coactivamente amparado, pero indiciariamente tanto más endeble cuanto más violenta fuere la represión policial y mafiosa contra quienes lo cuestionan, de un plan estatal alemán de exterminio sistemático de los judíos mediante cámaras de gas y hornos crematorios, con 6 millones de víctimas hebreas, que representaría “el mayor genocidio de la historia” y la encarnación del “mal absoluto”. La libre investigación del holocausto no va a rehabilitar el nazismo, un régimen totalitario que no requiere de fábulas demonológicas para ser políticamente repudiado; en cambio, el dispositivo represivo construido alrededor del núcleo central la ideología antifascista sí amenaza con destruir la democracia desde dentro, si no la ha destruido ya.
Dicho esto, conviene, no obstante, recordar las limitaciones y contradicciones del revisionismo negacionista. Existen, en efecto, infinidad de hechos que los negacionistas no pueden explicar (actuando en muchos casos con una mala fe[38] que cuestiona sus auténticas intenciones) y que es preciso subrayar, entre ellas: 1/ el diario de Hans Frank, quien admite sin embozo una inequívoca voluntad de exterminar judíos; 2/ el diario de Goebbels, con dos entradas cuyo valor probatorio está fuera de duda a menos que se demuestre la falsedad del documento (algo que, por ahora, nadie ha osado afirmar); 3/ el discurso de Himmler de 4 de octubre de 1943, donde se admite que hubo exterminio; 5/ la declaración de Adolf Eichmann en el proceso de Jerusalén (1961); 6/ las actuaciones de exterminio de los Einsatzgruppen alemanes en el frente ruso, que no son negadas ni siquiera por los revisionistas y que incluyen la matanza de niños judíos, con centenares de miles de víctimas hebreas; 7/ las declaraciones de Himmler de enero de 1941,[39] en las que manifestaba que 30 millones de personas deberían “desaparecer”, es decir, ser expulsadas, en el Este de Europa. No se trata aquí de testigos con un interés personal evidente en difamar a Alemania, ni siquiera de testigos “nazis” que pudieran haber sido coaccionados, de forma directa o indirecta, por la violencia de los vencedores, tan brutal como la del propio nazismo.
Es cierto que, por lo que respecta a Eichmann, y a tenor del hecho ya incuestionable de que las condiciones de garantía judicial de dicho procedimiento fueron más que sospechosas (Eichmann resultó a la postre condenado por un régimen que no sólo estaba perpetrando crímenes contra la humanidad, sino que había conseguido falsificar la historia para suprimir toda memoria pública de este hecho), el entero relato depende ahora de la veracidad de sus memorias, redactadas antes del secuestro ilegal[40] del oficial “nazi” en Argentina a manos del Mossad, pero, ¿qué decir del resto de los casos citados?
Cabe concluir, en consecuencia, que el negacionismo del holocausto carece de fundamento; no así, empero, un revisionismo científico y filosófico que tienda a fijar, en un clima despolitizado de calma y objetividad favorable a la verdad, las auténticas dimensiones de la masacre. Ésta es también la opinión de Ernst Nolte, quien, además de haber argumentado que las medidas de internamiento de los judíos en campos de concentración tienen su equivalente en las adoptadas por todos los bandos contendientes,[41] considera que: “sigue siendo lamentable que la regla más elemental de la ciencia, auditur at altera pars, parezca haber sido abolida en forma tan sensible por la literatura seria.”[42] Y añade:
“Cuando las reglas de examen de testigos se hayan generalizado y ya no se evalúen las declaraciones objetivas de acuerdo con criterios políticos, sólo entonces se habrá construido una base sólida para el esfuerzo por lograr objetividad científica respecto a la “solución final”.”[43]
Sea cual fuere el resultado del balance final sobre los “logros” del revisionismo, siempre se podrán citar, al lado de las pruebas aportadas, nombres de ex prisioneros de Auschwitz de etnia judía que niegan la existencia en ese campo de cámaras de gas. Es el caso de Benedikt Kautsky[44] y de Esther Grossmann:
“Y como la verdad es indivisible, he de decir también que en aquéllos años difíciles encontré ayuda y consuelo de varios alemanes y que no he visto ninguna cámara de gas ni oí nada sobre ellas –mientras estuve en Auschwitz- sino que supe de éstas por primera vez después de mi liberación. Por eso entiendo las dudas tan a menudo expuestas actualmente y considero importante realizar un examen definitivo, pues sólo la verdad puede ayudarnos a entendernos mutuamente, ahora y en las generaciones futuras.”[45]
En definitiva, no habiéndose fijado una narración de los hechos que resulte pacífica y coherente, ¿podemos establecer algún juicio sobre la singularidad de Auschwitz? Sí, pero sólo en el caso de que entendamos por la palabra “holocausto” el equivalente de una innegable persecución antisemita que se tradujo en millones de víctimas, sin entrar en más detalles sobre el número de fallecidos (asesinados o no) y sobre las causas concretas de la muerte (hambruna y epidemias descontroladas en los campos al final de la guerra, explotación y maltrato, exterminio sistemático de los inútiles para el trabajo, etc.). Esta era la versión de la Enciclopedia Británica diez años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, es decir, cuando el relato escatológico de la Shoah todavía no se había elevado a la categoría de religión civil planetaria.[46] La persecución nacionalsocialista de los judíos, sostenemos, ha sido uno de los mayores crímenes de Estado de la historia, pero no el único y, a nuestro entender, tampoco “el peor” si esto significa, como significa actualmente, olvidarnos de todos los demás y, por ejemplo, legitimar regímenes genocidas autorizando la organización de unas olimpiadas. Pero no otra cosa significa “la ideología del Holocausto”: aquéllo que está en juego no es la dignidad de las víctimas judías del nazismo, sino el olvido de las víctimas del comunismo asiático y del liberalismo occidental, la justificación de los crímenes aliados y la muerte de la ilustración a los pies de una ideología racista, supremacista y reaccionaria, a saber, el sionismo como expresión doctrinal de la extrema derecha judía. Cuestionar la versión oficial del holocausto significa, pues, no tanto “negarlo”, cuanto ponerlo en conexión con el resto de las atrocidades políticas del siglo XX para que puedan establecerse las comparaciones pertinentes y detectar las auténticas causas del desastre. Lo que se decide en este tema, lo que nos estamos jugando al cuestionar el testimonio de Höss, por ejemplo, es la independencia de la ciencia frente a la política y, por ende, la libertad de pensamiento que es el presupuesto de la crítica como condición de posibilidad de la democracia. Ahora bien, si aceptamos el dogma de la “singularidad de Auschwitz”, dicho análisis resulta imposible.
Del revisionismo positivista al revisionismo hermenéutico heideggeriano
El revisionismo, cuya necesidad no cuestiono ante la palmaria criminalidad de los vencedores (que contamina toda supuesta evidencia, todo debate, toda determinación objetiva de la realidad factual), no puede limitarse a la prueba del hecho, sino que supone una recontextualización de los innegables crímenes nazis y la historización de la memoria relativa a las atrocidades perpetradas por los antifascistas liberales y comunistas. Este ha sido el camino emprendido por el historiador Ernst Nolte, discípulo de Martin Heidegger, y que nosotros también seguimos:
“Para los revisionistas los crímenes nazis han sido injustamente singularizados, afirmación utilizada en los medios políticos para reivindicar el derecho de los alemanes a identificarse positivamente con el estado en el que viven y a poner punto final a la esquizofrenia en que se ha encontrado el ciudadano alemán al enfrentarse a su historia reciente. Este argumento sirve también para dar el primer paso en el sentido de cuestionar la tesis de la culpabilidad alemana y, como ha hecho el historiador Ernst Nolte, presentar los crímenes nazis como una reacción defensiva ante la barbarie bolchevique; una tesis que ha gustado en ciertos medios intelectuales franceses, en especial Jean François Revel. La concesión en junio de 2000 a Nolte, por el conjunto de su obra, del Premio Konrad Adenauer de literatura, uno de los galardones literarios más importantes del país, ha venido a avivar en Alemania el debate ideológico sobre su pasado. Sobre todo porque con motivo de la entrega del premio, adjudicado por la Fundación Alemania con sede en Munich, Nolte ha reiterado un argumento doloroso para muchos y base de una agria polémica con Jürgen Habermas: existe una base “racional” en la persecución de los judíos por los nazis ya que el enemigo más poderoso de Alemania era el bolchevismo y éste, supuestamente, era un movimiento con gran apoyo de la comunidad judía. El hecho de que el discurso de presentación del galardonado corriera a cargo del historiador Horst Moller, director del Instituto de Historia Contemporánea, ha llevado las voces de varios profesores universitarios a las páginas de los grandes diarios alemanes.”[47]
Por tanto, dejando ya de lado las pertinentes averiguaciones generales sobre la narración objetiva de los hechos, que no son asunto de nuestra competencia, los filósofos deberíamos estar en condiciones de pensar el tema de la “diferencia cualitativa”, una cuestión no sólo historiográfica, sino también crítico-ilustrada –y, a la luz del contexto expuesto, un problema ético de primera magnitud- que ha de ser abordada con los métodos específicos de la filosofía moral. Se objetará una vez más: ¿cómo podemos emitir un juicio válido sobre la presunta “singularidad de Auschwitz” si los facta que habrían de justificarlo o desmentirlo siguen sujetos a discusión? La respuesta ya la hemos dado: sólo podemos pronunciarnos en relación con la existencia innegable de una persecución de los judíos –con una cantidad de víctimas que se cifra en millones-, bajo el régimen de Hitler, pero sin arriesgar por el momento una caracterización global más exhaustiva. Toda conclusión al respecto tiene, por consiguiente, un valor meramente provisional, siempre a la espera de que el día de mañana, y en concordancia con los valores ilustrados y democráticos a los que apelan los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, se pueda fundar una “comunidad de diálogo” lo más próxima posible al ideal de la ética dialógica, algo que, por el momento, resulta del todo impensable en lo tocante a la temática de la Shoah.
Antes de emprender este análisis limitado que las circunstancias vergonzosamente nos imponen sesenta y cinco años después de la conclusión del conflicto armado, estamos empero obligados, habiéndonos basado en algunas de las ideas que Nolte ha propuesto en calidad de historiador profesional, a exponer aquí también su versión filosófica del holocausto.
Según Nolte, lo que haría del holocausto algo diferente serían las motivaciones de los perpetradores y, singularmente, la idea que Hitler se hacía de los judíos como responsables y, al mismo tiempo, como encarnación, a sus ojos “monstruosa”, de la “decadencia biológica” inherente al “progreso” urbano. Nolte cita unas palabras de Hitler procedentes de sus célebres conversaciones (o monólogos) de sobremesa:
“El judío es un catalizador que enciende los combustibles. Un pueblo que carece de judíos ha vuelto al orden natural. (…) Si el mundo fuera puesto en manos de un profesor alemán durante varios siglos, después de un millón de años se pasearían puros cretinos por aquí: cabezas gigantescas sobre un cuerpecito de nada.”[48]
Aquello que parece determinante en los fatales designios del Führer de los alemanes es un concepto de la historia y la voluntad de subvertirlo eliminando al presunto sujeto de ese proceso, a saber, el pueblo judío. De ahí la conclusión de Nolte:
“Por consiguiente, lo que Hitler en realidad quería decir con la palabra “judío” no era otra cosa que la idea denominada progreso, con implicaciones positivas, por casi todos los pensadores del siglo XIX, ese complejo de creciente dominio de la naturaleza y alienación de ella, industrialización y libertad de acción, emancipación e individualismo, que primero Nietzsche y después de él algunos filósofos prácticos como Ludwig Klages y Theodor Lessing, declararon una amenaza contra la vida. Desde el punto de vista de Hitler, esta vida era idéntica al orden natural, es decir, a la estructura simultáneamente campesina y guerrera de la sociedad, que en su opinión aún estaba dada de la manera clásica en el Japón moderno, mientras que en Europa había sido perjudicada primero por la utopía de paz del cristianismo y luego por una industrialización desmesurada, con todas sus manifestaciones de crisis y degeneración.”[49]
Sin embargo, adelantamos que esta interpretación no puede explicar los aspectos modernistas, e incluso futuristas, del fascismo y del nacionalsocialismo. En realidad, más que el progreso per se, lo que parece rechazar el nazismo es aquello que en otro lugar[50] hemos calificado como concepción utópico-profética de la modernidad cristiano-secularizada, pero, de forma harto inconsecuente, en nombre de otra utopía o proyecto de “sociedad feliz” basada en modelos éticos tradicionales que debían armonizarse –no se sabe cómo- con la ciencia, el capitalismo, el socialismo y el desarrollo tecnológico:
“El nazismo perteneció a occidente en la medida en que es absolutamente erróneo describir a Hitler como un Tamerlán o un Gengis Khan. (…) El nazismo llevaba dos lógicas de la modernidad a su extremo más bárbaro: la de la industrialización expansionista, con su apetito insaciable y su interés exclusivo por el rendimiento, con total desprecio (…) por los costos humanos, y la del capitalismo, con un desdén manifiesto por los explotados. Éstos, como hemos visto, son elementos constitutivos modernos y occidentales. Por otra parte, la lógica de la democracia quedaba excluida por principio del nazismo, y en este sentido era un enemigo de primer orden de Occidente. Tan diametralmente opuestos a todo a todo enunciado del proyecto ilustrado, incluso el más débil, fueron dos elementos esenciales del proyecto nazi –a saber, el mito de la raza y la superioridad racial y el restablecimiento del trabajo esclavo-, que una vez que Occidente, tras mucha vacilación, tuvo que enfrentar los hechos, no quedaba el menor margen para una esperanza de reconciliación.”[51]
Con respecto al fascismo:
“hablamos aquí del nazismo y no del fascismo por varias razones a las que sólo podemos aludir de paso. El fascismo italiano fue una dictadura brutal (…) pero no fue nunca un régimen genocida.”[52]
Resulta, empero, difícil de admitir que el mito de la superioridad racial, en el que se basó el colonialismo occidental, así como el trabajo esclavo, muy anterior al nazismo y perfectamente integrado tanto en las prácticas del mercado como en las del gulag, fueran motivos determinantes en la lucha aliada contra el nazismo. Otro tanto cabe afirmar de la democracia, siendo así que los países occidentales se vincularon a una dictadura tan atroz o más que el propio nazismo en una época en que el régimen bolchevique ya había incurrido en genocidio (con 13 millones de víctimas) y el nazismo, en cambio, no era responsable de tamañas masacres. Sin embargo, nos parece incontestable la tesis de Ágnes Heller de que el nazismo pertenece a la modernidad y “es un derivado de Occidente, pero no parte integrante del mismo”, siempre que identifiquemos “occidente” con “liberalismo”. En cualquier caso, Heller abona la idea del “fascismo” en general como la posibilidad de una modernidad alternativa en que la democracia quedaría excluida, lo que haría irrecuperable el fascismo desde el punto de vista de una racionalidad integral en tanto que ideología totalitaria, por mucho que el motivo de los valores trágico-heroicos, eludido por Heller, permanezca vigente en orden a explicar la alianza occidental con el comunismo, que de otra forma no se entiende. En este punto, el rechazo del “judío” tendría, en efecto, un sentido “espiritual” como ataque al concepto decimonónico-burgués y, en el fondo, cristiano, del progreso humano en cuanto avance paulatino hacia la paz universal, pero no a la modernidad científico-tecnológica y racional como tal, de la que el fascismo constituye una manifestación muy clara frente a las fuerzas sociopolíticas tradicionalistas. La persecución del judío representaría, en cualquier caso, el correlato simétrico biológico del proyecto bolchevique de un exterminio social “de clase” que precede, provoca y finalmente desencadena la reacción “fascista”:
“los bolcheviques proclamaban de manera expresa el propósito de extender la desaparición de la burguesía rusa a la “burguesía mundial”. ¿Cómo se hubiera podido evitar que surgiese un clima general de preocupación y miedo, aun cuando la solidaridad efectiva de la burguesía europea con la rusa era reducida? (…) Muy pronto nació en algunos círculos la interpretación de que los hechos ocurridos en Rusia habían constituido un genocidio incluso en el sentido literal, porque los judíos habían asesinado a los grupos dirigentes compuestos por rusos y alemanes bálticos a fin de ocupar su lugar.”[53]
El vínculo entre la revolución rusa, la destrucción del muy antisemita imperio zarista y ‘los judíos’ era un lugar común de la época; la presencia desproporcionada de hebreos en la cúspide del partido bolchevique no ha sido cuestionada y cuenta con testimonios como el del propio Winston Churchill:
“Este movimiento no es nuevo entre los judíos. Desde los días de Spartakus Weishaupt hasta los de Karl Marx y Trotski (Rusia), Bela Kun (Hungría), Rosa Luxemburgo (Alemania) y Emma Goldman (Estados Unidos), está tomando fuerza la conspiración mundial apuntada a destruir la civilización y reestructurar la sociedad a partir de un desarrollo frenado, rivalidad envidiosa y una igualdad imposible (…) (Este movimiento) fue el móvil que impulsó todas las corrientes subversivas del siglo XIX, y ahora la misma banda de personajes extraordinarios salida del inframundo de las grandes ciudades de Europa y Estados Unidos ha agarrado del cuello al pueblo ruso y prácticamente se ha convertido en el amo indiscutible de un inmenso reino.”[54]
Dichas percepciones de Churchill, lamentablemente ciertas, fueron confirmadas más tarde por Aleksandr Solzhenitsin, quien no dejará de reconocer el extraordinario papel de individuos de etnia judía en la dirección del partido y de los campos de concentración comunistas. En efecto, ¿será antisemita el Premio Nobel Aleksandr Solzhenitsyn cuando denuncia que el principal “dinamizador” [55] del gulag, Naftalí Arónovich Frénkel, era judío, pero que también lo eran la mayoría de los responsables administrativos del “archipiélago”?
“Pero yo me he limitado a dar los nombres de las personas que dirigían entonces los destinos del Gulag, de los jefes de la NKVD, de los directivos de la Construcción del Canal del Mar Báltico. Aquí están los principales (Frenkel, Finn, Uspensky, Aaron Solts, Jacobo Rappoport, Matvei Berman, Lazar Kogan, Genrikh Yagoda). Yo no tengo la culpa de que todos ellos sean de procedencia judía. No se trata de una selección artificial realizada por mí. La separación la ha hecho la historia.” [56]
¿Qué decir del hecho de que el 39% de los miembros del aparato represivo de Stalin, una cifra muy por encima de los porcentajes de la correspondiente representación étnica, fueran judíos?[57] ¿Puede sostenerse, en fin, sin impostura grave, que los judíos son siempre “víctimas inocentes” perseguidas por los antisemitas? ¿Qué hacer con la evidencia inquietante del hebreo Genrikh Yagoda, alguien que, como máximo responsable de seguridad del Estado soviético, tendría sobre sus espaldas la responsabilidad por la muerte de nada menos que 10 millones de ciudadanos rusos, el doble que las víctimas judías del holocausto según la versión de Hilberg?[58] Muchas preguntas. Pero los que deberían responderlas se limitarán, como sabemos, a acusar de antisemitas a los críticos hambrientos de saber, porque cualquier crítica de “los judíos” sería fruto del antisemitismo y éste nada puede tener que ver con las pautas reales de actuación de los miembros individuales del pueblo elegido.[59] Mas parece convincente que, en medio de semejante clima de “terror rojo” perfectamente acreditado, con millones de víctimas, no fuera de extrañar que la “burguesía mundial” saludara el surgimiento del fascismo como un “tapón” frente al amenazador avance del comunismo. El 15 de octubre de 1933 se podía leer en el “Times” el siguiente artículo:
“Hitler está haciendo mucho por Alemania, sus intentos de reconciliar a los alemanes, la creación de un Estado espartano, basado en el patriotismo, la limitación del régimen parlamentario tan inadaptado al carácter alemán; todo esto es bueno.”[60]
No se trata de una anécdota, sino de una impresión generalizada en los gabinetes occidentales,[61] que se hacía extensiva al régimen de Mussolini en Italia. Para éste tuvo Churchill palabras muy elogiosas.[62] A tenor del contexto histórico no debe extrañarnos que el nacionalista Heidegger se afiliara al partido de Hitler. Reprocharle a él, patriota alemán, haber aceptado aquello que era una evidencia y casi un tópico de la época, a saber, la existencia de la criminal amenaza comunista vinculada a los judíos y la necesidad de frenar su avance, que pasaba necesariamente por Alemania, nos parece demasiado pedir a la clarividencia política del filósofo. Heidegger no se afilió al NSDAP con el fin de provocar un genocidio, sino de evitarlo. Todo el movimiento fascista es en su motivación inicial una respuesta a la patencia del horror bolchevique, que se pretende detener. Olvidar esta dimensión “humanitaria” del primer fascismo constituye un acto de propaganda de guerra elevado a categoría académica. Con todo, la tesis de Nolte, que saca las consecuencias de una obviedad, a saber: el gulag precedió a Auschwitz y lo provocó al justificar la reacción fascista, ha sido objeto de toda clase de críticas por parte de la intelectualidad “progresista”, siendo así que viene a ofrecer una “explicación racional” de lo que, hasta hace bien poco, se pretendía mantener bajo una clave interpretativa harto más simplista, a saber, la mera “maldad” de los “fascistas”. Sea como fuere, los motivos “espirituales” de Hitler en tanto que fuente exegética del holocausto no trascienden los motivos “ideológicos” de Lenin y Stalin en el exterminio de los cosacos o de los kulaks. No son más “espirituales” los ataques a los judíos en cuanto encarnación judeocristiana de la modernidad, que los ataques a los “fascistas” en cuanto encarnación de una “reacción” contra ciertos supuestos factores patógenos del “progreso”. Todos los intentos de singularizar Auschwitz topan, en fin, con la evidencia de que la persecución y exterminio de los judíos es sólo un episodio más del monstruoso siglo del genocidio provocado por la corrupción del liberalismo en sus secuelas comunista y fascista.
De las tentativas de “singularizar” Auschwitz, la que más nos compete a los efectos de la presente investigación es aquella que vincula el genocidio judío a la filosofía en cuanto tal y, por ende, a la cultura occidental, siendo así que genera el contexto que posibilitará, a renglón seguido, deformar la faz de Heidegger, cima del pensamiento del siglo XX, transformándola en poco menos que la de un ideólogo del “crimen absoluto”. Nuestra intención es poner de manifiesto las aporías de semejante despropósito. Con este fin ya se han adelantado algunos argumentos esenciales que ahora retomaremos. En primer lugar, Reyes Mate, el más eximio representante español de la “ideología del Holocausto”, se inspira en el pensador judío Emmanuel Lévinas para sostener sin rubor que aquello que caracteriza a la civilización occidental es el judaísmo, el cristianismo y el liberalismo (¡Grecia desaparece!), de manera que el nazismo supondría una ruptura con la tradición occidental que adopta la forma de un afloramiento de los sentimientos elementales frente al pensamiento:
“Ese pensar de más, para poner freno a la aventura de los sentimientos elementales, es lo que ha hecho la civilización occidental, gracias a las tres grandes tradiciones que la han conformado: el judaísmo, el cristianismo, el liberalismo. El hitlerismo supone, por tanto, la ruptura de estos diques civilizatorios y, por tanto, el enfrentamiento total con las tradiciones que los han conformado”[63]
Ahora bien, en 1990 la estrategia ha cambiado. Ya no se trata de reivindicar a occidente frente a la barbarie, sino de legitimar una tradición judía que se habría opuesto a la civilización occidental. Estamos ante un giro de trescientos sesenta grados, pero ya sabemos, porque lo hemos verificado ad nauseam, que en este dudoso negocio de la producción doctrinal del Holocausto todo está permitido siempre que se respeten determinadas consignas básicas:
“si en el año 1934, fecha en que el escrito fue redactado, el hitlerismo aparecía como la negación de la civilización occidental, en 1990, cuando lo reedita, añade una postdata en la que esa barbarie aparece como una dimensión oculta de la susodicha civilización y no ya como su negación pura y simple. Lo que entretanto ha ocurrido ha sido una lectura crítica de toda la filosofía, ‘desde los jónicos hasta Jena’ (desde los presocráticos hasta Hegel), como decía su maestro Franz Rosenzweig, que muestra a la venerable filosofía canónica cual ideología de la guerra.” [64]
Aquéllo que entretanto ha ocurrido realmente es que la sospecha del papel que la tradición judía del Jehová de los Ejércitos enquistada en la cultura occidental ha representado en el desenlace catastrófico secular del proyecto profético-utópico es tan evidente, que conviene curarse en salud a fin de salvaguardar dicha tradición y salir al paso de la crítica racional que, temen los afectados, tarde o temprano habrá de llegar y sentar a una cosmovisión originalmente hebraica en el banquillo de los acusados. Se trata, en definitiva, de emponzoñar el sujeto de dicha revisión ilustrada de la herencia monoteísta, a saber, la filosofía, a fin de amordazarla y privarla de toda autoridad moral. El ataque a Heidegger es inseparable de esta estrategia impostora que debe permitir la perpetuación e inmunización del crimen absoluto, este sí, en su actual formulación en tanto que “olvido del ser”. No debe extrañar así que, en la portada de su obra Autrement qu´être ou au-delà de l’essence (1978), Lévinas se permita el cinismo de incluir la siguiente cita bíblica para mayor escarnio de los que no han perdido todavía la facultad de pensar:
“El Eterno le dijo: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén y pon por señal una tau en la frente de todos los que se duelen de todas las abominaciones que en medio de ellos se cometen. Y a los otros les dijo: pasad en pos de él por la ciudad y herid. No perdone vuestro ojo ni tengáis compasión: viejos, mancebos y doncellas, niños y mujeres, matad hasta exterminarlos, pero no os lleguéis a ninguno de los hombres marcados. Comenzad por el santuario. Ez 9, 4-6.” [65]
Las instrucciones de Yahvé son fácilmente reconocibles aún sin la ayuda de la cita, porque en ellas siempre aparece la inocente figura de algún niño al que conviene exterminar por mandato teocrático. Lo vergonzoso del asunto es que Lévinas se ufane de tal inmundicia doctrinal y nos muestre su Plan Dalet universal con tamaña soberbia y desvergüenza, mientras en la página anterior dedica el libro “a la memoria de los seres más próximos entre los seis millones de asesinados por el nacionalsocialismo, al lado de los millones y millones de humanos de todas las confesiones y todas las naciones, víctimas del mismo odio del otro hombre, del mismo antisemitismo”.[66] ¿Se burla Lévinas de todos nosotros o simplemente abusa de su impunidad en el terreno intelectual de la misma manera que Israel se burla de las resoluciones de la ONU? Este discurso no se sostiene, estamos ante una impostura monumental que nos conduce al colapso intelectual y moral del sistema democrático, un fraude que la crítica filosófica tiene el deber de denunciar.
Dentro de los límites del presente trabajo, aceptaremos como paradigma de los intentos filosóficos de “singularización de Auschwitz” el de Philippe Lacoue-Labarthe en La ficción de lo político, pero sólo por el doble motivo de ostentar un carácter filosófico y por la expresa relación que establece el autor entre dicha cuestión y la filosofía de Heidegger, todo ello en la misma línea que Lévinas, que el autor francés desarrolla para aplicársela al filósofo de la Selva Negra. El planteamiento de Lacoue-Labarthe niega que estemos facultados para emitir juicio ético alguno pero pretende
“considerar como admitido, y sin cuestionamiento, que ser nazi era un crimen. Este lenguaje se puede sostener políticamente, y personalmente es el que yo sostengo.”[67]
Si ser “nazi” era un crimen (aunque no se hubiera cometido delito alguno), entonces Heidegger es un criminal. Conviene subrayar aquí que, cuando el autor habla de “sostener políticamente”, se entiende, en el marco contextual de su exposición, que dicha postura es compatible con la situación de hecho de un nihilismo ético derivado, a su vez, del factum de Auschwitz (la sombra de Adorno se reconoce con facilidad). Y, por lo tanto, estaríamos ante un postulado que se afirma “sin cuestionamiento”, como él mismo señala de forma poco menos que chulesca, al estilo de los soldados americanos que, apresado el sociólogo alemán Niklas Luhmann cuando éste se rindió a los “libertadores” en el frente occidental, lo primero que se hizo con él fue robarle el reloj y, acto seguido, pegarle una paliza.[68] Es el lenguaje de la posguerra, el lenguaje de Nüremberg y, ante todo, el lenguaje de los criminales que inflan el holocausto para mejor minimizar sus propias atrocidades: Dresde, Kolymá, Hiroshima… Lacoue-Labarthe, al igual que Farías, E. Faye y Quesada, se erige, pues, en portavoz de la clase política vencedora empleando el tono y el vocabulario de la fuerza, y como tal debe ser respondido, pues si ser nazi es un crimen en tales términos, también lo es, y hoy ya en mucha mayor medida a la vista de la acreditada impunidad, hacer obscena ostentación de un “antifascismo” de comisario político comunista y de una bravuconería impropia de un verdadero filósofo. Así, según Lacoue-Labarthe, Heidegger habría admitido en las conferencias de Bremen “la fabricación de cadáveres en los campos de exterminio” (¡da por supuesto que se refiere a los Konzentrationsläger alemanes, como si Kolymá y el entero gulag o la “revolución cultural” china no existieran!), pero
“Esta frase es escandalosamente insuficiente. No es insuficiente en lo que supone acercar la técnica a la exterminación en masa. Desde este ángulo es, al contrario, absolutamente justa. Pero es escandalosa, y en consecuencia piadosamente insuficiente, porque omite señalar que, para lo que es esencial, en su versión alemana (¿pero qué nación europea dejó de mostrarse atenta? Ni siquiera Francia, ni los países de la Mitteleuropa, ni los del fascismo latino), el exterminio en masa fue el de los judíos, y eso constituye una diferencia inconmensurable con la práctica económico-militar de bloqueos o incluso con el uso del armamento nuclear, por no hablar de la industria agro-alimentaria… Que Heidegger no pudo, ni probablemente quiso, pronunciar esta diferencia, he aquí lo que resulta estrictamente –y para siempre- intolerable.”[69]
“Diferencia intolerable”: ¡qué finísimo y delicado matiz kosher, que contrasta con la burda insensibilidad que muestra hacia las víctimas de otras masacres! En definitiva, exterminar judíos en masa –con cámaras de gas o sin ellas, pues aquí ya no se hace referencia a los “medios”- entraña una diferencia “intolerable” respecto de matar japoneses en masa, bombas atómicas mediante, o de cualquier otro genocidio. Ya hemos visto además que, en el estilo de Adela Cortina, aquí no se admite “cuestionamiento” alguno, siendo así que se trata de una imposición política ajena a la ética. Pero, si ser nazi era un crimen, ¿será un crimen permitir que Israel siga exterminando a los palestinos? ¿Será un crimen persistir en el antifascismo “de resorte” obviando las escalofriantes realidades de los regímenes comunistas? ¿Será un crimen ser demócrata habiendo dejado deliberadamente en la impunidad la totalidad de los genocidios del siglo XX, con excepción del perpetrado –¡oh casualidad!- por los vencidos –y únicamente por ellos? Bendito humanismo. Las argumentaciones que el autor ofrece generosamente a continuación deben, pues, leerse como una piadosa propina filosófica para todos aquellos que, perplejos y hasta estupefactos, no acabamos de entender la naturaleza moral del dogma sionista, al que el filósofo francés libra sus fuerzas intelectuales cual cordero en ofrenda con el fin de devenir más agradable a los ojos de Yahvé. No sabemos si este músico de la “banda” de Stern busca también algún tipo de consideración especial; en cualquier caso, es seguro que, de resultas de lo dicho, no tendrá problemas con la judicatura o las bandas terroristas israelitas: el riesgo que corre por verter sus opiniones vergonzantemente racistas en perjuicio de las víctimas del “progreso” rusas, alemanas, ucranianas o japonesas…, es el mismo que el de un antisemita bajo el régimen de Hitler. Ahora bien, a modo de autorizada ilustración, quisiera recordar aquí las opiniones de Marx sobre el judaísmo:
“La emancipación de los judíos es, en última instancia, la emancipación de la humanidad del judaísmo. Fijémonos en el judío real que anda por el mundo; no en el judío sabático, sino en el judío cotidiano. No busquemos el misterio del judío en su religión, sino busquemos el misterio de la religión en el judío real. ¿Cuál es el fundamento secular del judaísmo? La necesidad práctica, el interés egoísta. ¿Cuál es el culto secular practicado por el judío? La usura. ¿Cuál es su dios secular? El dinero. Pues bien, la emancipación de la usura y del dinero, es decir, del judaísmo práctico, real, sería la autoemancipación de nuestra época. Una organización de la sociedad que acabase con las premisas de la usura y, por tanto, con la posibilidad de ésta, haría imposible el judío.” [70]
Nada menos que Hannah Arendt niega el antisemitismo de Marx,[71] porque distingue, a nuestro entender correctamente, entre una postura antijudía y una postura antisemita como planteamientos –crítico el uno, irracional el otro- fundamentalmente diferentes. También Nietzsche critica duramente el judaísmo, pero no vacila ni un momento a la hora de repudiar el antisemitismo como subproducto pseudo cultural de orden cristiano. La crítica del judaísmo no es ni puede ser un crimen y habrá que determinar, en cada caso, qué corresponde al libre ejercicio de la razón y qué al racismo antisemita incluso entre aquellos que militaron en movimiento nacionalsocialista. Principio general que vale sobretodo en el caso de los intelectuales y de forma enfática en el de Heidegger, un pensador acreditado. Evidentemente, el judaísmo no representa aquí para Marx una raza y ni siquiera una religión, sino una praxis (el interés egoísta del homo oeconomicus utilitarista-liberal) que ilustra la del señor Lacoue-Labarthe en sus juicios sobre el singular valor de las víctimas hebreas. Bien entendido que sostengo lo dicho “políticamente”, léase: “sin cuestionamiento”, con la mirada puesta en Dresde, Kolymá, Hiroshima y lo que sucedió después de Nüremberg en lugares como Palestina. En definitiva, entiendo que ser “nazi” antes de conocer la verdad del holocausto (una verdad que sigue abierta) no es necesariamente un crimen, pero que ser marxista estando o pudiendo estar informado sobre la realidad incontestada de la Rusia bolchevique, como ocurrió en occidente con legiones enteras de los llamados “intelectuales de izquierda”, sí lo es; entiendo que militar en el partido nacionalsocialista no habiendo cometido ningún delito, no es un crimen, pero que ser demócrata –el caso de Lacoue-Labarthe- consintiendo la exoneración deliberada del mayor genocidio de la historia humana, resta como poco toda autoridad moral a los efectos de seguir tildando de criminal –y esto es exactamente lo que Lacoue-Labarthe hace- a un filósofo de la talla de Martin Heidegger.
Aclaradas las respectivas posiciones de partida, veamos cuál es la argumentación filosófica de Lacoue-Labarthe en su defensa de la singularidad de Auschwitz. El “argumento” es sorprendentemente simple (él mismo lo reconoce: “en extremo simple”), sobretodo si lo comparamos con la exquisita complejidad y finura moral de sus matizados planteamientos entorno a la persona y la obra de Heidegger, que deben permitirle arrancarlas, una y otra, de la esfera del “fascismo”, mientras, al mismo tiempo, se las condena enérgicamente (“intolerable”, “sin cuestionamiento”, etc.) en aquéllos aspectos que no sean agradables a los poderosos del momento u ofensivos según los cánones de la tradición religiosa hebrea. Volveremos sobre ello. Por ahora, centrémonos en el novedoso y mágico artilugio conceptual que debe justificar el dogma. Así, según el autor:
“La razón es en extremo simple: es que la exterminación de los judíos (y su programación en el marco de una “solución final”) es un fenómeno que para lo esencial no proviene de ninguna otra lógica (política, económica, social, militar, etc.) que no sea la espiritual, aunque haya sido degradada, y en consecuencia, histórica. En el apocalipsis de Auschwitz se trata ni más ni menos que de Occidente, en su esencia, lo que se ha revelado –y que no cesa desde entonces de revelarse-. Y es al pensamiento de este acontecimiento al que Heidegger ha faltado”.[72]
Dejemos de lado, por un momento (el propio Lacoue-Labarthe introduce la matización entre paréntesis) el tema del presunto plan de exterminio y de los medios empleados, que no son esenciales para su explicación a pesar de que, hasta ahora, habían sido utilizados en las tareas intelectuales de fundamentación “metafísica” de la nueva religión cívica universal: ahora se trata de la “lógica”, es decir, de los “motivos” de la persecución, que ostentan dos caracteres: a/ son espirituales –como ya adelantara Nolte, y b/ revelan la esencia de Occidente. Aquí convendría señalar que no se explica por qué una lógica espiritual habría de ser más grave o “intolerable” que una lógica política o económica o militar o social a la hora de exterminar gente en masa, pero, como acostumbra a suceder en este tipo de discursos, es decir, en las salmodias de la singularización, los autores no se detienen en dar explicaciones, de tal suerte que, habitualmente, retozan con alegría en el interior de un patente círculo lógico, científicamente vergonzante pero bien remunerado. Así, cuando el holocausto resultaba ser más condenable que cualquier otro genocidio por su naturaleza industrial y planificada, a la pregunta de por qué ese dato le confería tal gravedad suplementaria y única, la respuesta acostumbraba a ser una petición de principio: porque los medios de la civilización se ponían al servicio de la barbarie. No esperemos, pues, otra explicación a la mayor gravedad de la espiritualidad en cuanto causa de la persecución judía que el postulado de que la motivación espiritual es más grave porque… es espiritual, léase: el puro circulus in probando o tautología formal, vulgar paralogismo de manual ante el que los teóricos filosionistas no se van a detener. Por tanto, será cierto que ha habido otros exterminios en la historia de Europa y del mundo, pero todos los ejemplos que se puedan citar “tienen en común el que en cada caso la masacre está relacionada con una situación de guerra o de disensión civil, existe un contexto propiamente político, económico o militar, los medios son los de la lucha armada o los de la represión judicial o policial, una fe o una razón preside la operación”. En cambio, esta circunstancia no se da en el nazismo, a juicio de Lacoue-Labarthe, a pesar de que Alemania se estaba enfrentando, poco menos que sola, a cuatro imperios mundiales en una guerra total y que dos de sus enemigos, la Rusia bolchevique y luego Inglaterra, habían cruzado por su cuenta y desde el principio el umbral de la inhibición moral en el uso sistemático de los medios militares de exterminio masivo contra civiles:
“En el caso de Auschwitz, no hay nada de eso –a pesar de las apariencias (ideología potente, estado de guerra, terror policial, organización totalitaria de lo político, capacidad técnica considerable, etc-)-. Y ello por dos razones: los judíos, en cuanto tales, no suponían en el 33 un factor de dimensiones sociales (como no fuera en la fantasía, bien entendido); no representaban ninguna fuerza política o religiosa homogénea, no ofrecían siquiera el aspecto de una cohesión social determinada. A lo sumo podríamos decir, simplificando mucho el problema de la asimilación, que ellos formaban una minoría religiosa o histórico-cultural. Pero no amenazaban Alemania como los medos amenazaban la Confederación ateniense, los heréticos la Cristiandad, los Protestantes el Estado de derecho divino, los Girondinos la revolución o los kulaks el establecimiento del socialismo.”[73]
Observemos que el autor debe luchar contra las apariencias, pero no explica por qué se trata de apariencias. Simplemente lo afirma. Debemos acostumbrarnos, en el tema del holocausto, a esta permanente festividad de la metodología científica. En segundo lugar, Lacoue-Labarthe señala que los judíos no suponían un factor de dimensiones sociales, pero aclara: “como no fuera en la fantasía”. Ahora bien, aun aceptando que esta pretensión resultase válida, por lo que respecta a los motivos políticos de un régimen, es decir, a la ideología, ¿cómo distinguir lo que pertenece a la fantasía de lo que es real si el mismo término “ideología” supone, tanto para el nazismo como para cualquier otro proyecto político, y ello por definición, un quantum de distorsión de la realidad que se confunde precisamente con la fantasía? ¿O no era “fantasía” que los comunistas calificaran a los socialdemócratas de “socialfascistas” y los exterminaran como tales a la primera ocasión? ¿No era fruto de la “fantasía” la persecución de las brujas en el occidente medieval y los “hechos”, sumarios y confesiones delirantes de los “juicios de Moscú”? ¿Y la entera represión estalinista en el siglo XX? ¿Las hace menos reales, dichas situaciones, en cuanto a los efectos de unas creencias literalmente fantásticas?
Ha sido precisamente Ernst Nolte quien ha demostrado la existencia de claras “motivaciones” que, en el contexto histórico de la amenaza bolchevique, la guerra mundial y la ideología nacionalsocialista, permiten afirmar la existencia de “una fe” y “una razón” que presidían las actuaciones de las autoridades alemanas contra los judíos independientemente de su palmaria inmoralidad (asesinar niños, mujeres y ancianos). Sin pretender agotar el tema y con el único fin de reducir al absurdo las pretensiones de Lacoue-Labarthe, recordemos que el 5 de septiembre de 1939, Chaim Weizmann, líder sionista mundial, declaró públicamente la guerra a Alemania en un artículo publicado por “Times”. Según Nolte:
“Hitler había convertido en enemigo mortal suyo a un grupo de personas que ciertamente no eran ni por mucho tan poderosas como él lo reiteraba una y otra vez, pero que sin duda ejercían gran influencia en Inglaterra y Estados Unidos.”[74]
Suscribimos totalmente esta línea de interpretación, que los acontecimientos posteriores a la Segunda Guerra Mundial y la impunidad del Estado de Israel respecto de los crímenes contra la humanidad perpetrados en Palestina por el bando sionista confirman hasta la saciedad. Un testimonio bien situado afirma, en este sentido, que esa influencia habría sido tan importante como para determinar la entrada de Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial. Así, en la página 121 de las Memorias de James V. Forrestal, y con fecha 27 de diciembre de 1945, se anota lo siguiente:
“Hoy he jugado al golf con Joe Kennedy. Le he preguntado sobre la conversación sostenida con Roosevelt y Chamberlain en 1938. Me ha respondido que la posición de Chamberlain era entonces de que Inglaterra no tenía ningún motivo para luchar y que no debía arriesgarse a entrar en guerra con Hitler. Opinión de Kennedy: Hitler habría combatido contra la URSS sin ningún conflicto posterior con Inglaterra, de no haber mediado la instigación de Bullit sobre Roosevelt, en el verano de 1939, para que hiciese frente a los alemanes en Polonia, pues ni los franceses ni los ingleses hubiesen considerado a Polonia como causa suficiente de una guerra de no haber sido por la constante y fortísima presión de Washington en ese sentido. Bullit dijo que debía informar a Roosevelt de que los alemanes no lucharían. Kennedy replicó que lo harían y que invadirían Europa. Chamberlain declaró que América y el mundo judío habían forzado a Inglaterra a entrar en la guerra”.[75]
Nadie ha negado nunca la veracidad de las declaraciones de Forrestal: simplemente, son ignoradas por el mundo académico. De ahí que no se pueda tomar en broma o como cosa baladí el sentido de las palabras de Raul Hilberg, el mayor historiador del holocausto, cuando sostiene que “durante toda la segunda Guerra Mundial, los judíos hicieron suya la causa de los aliados… y contribuyeron en lo posible al logro de la victoria final.”[76] Así, frente a la tesis de que los judíos fueron llevados a los campos de concentración como ovejas, es decir, sin ninguna resistencia por su parte, existe toda una tradición de literatura comunista que exalta la participación judía entre los grupos de partisanos que se oponían a las tropas alemanas en Rusia. Por su parte, el investigador Reuben Ainsztain “al oponerse a la imagen de ‘borregos al matadero’, pone de relieve a tal grado la actividad de la resistencia judía que ha tenido que afrontar a autores judíos según los cuales su punto de vista apoya las declaraciones nacionalsocialistas.”[77] Una vez comparadas dichas evidencias con la política del resto de los contendientes respecto de las minorías extranjeras en su país (alemanes del Volga, alemanes antifascistas en Inglaterra, japoneses en Estados Unidos, etcétera), Nolte llega a la conclusión que no “podrá ponerse en tela de juicio la legitimidad de medidas preventivas”, refiriéndose, por supuesto, al internamiento de los judíos en campos.
Finalmente, y con ello entramos en el terreno de lo “intolerable”, para justificar la singularidad de Auschwitz, Lacoue-Labarthe debe, de alguna manera, y en la medida en que acepta la comparación –algo que ya viene siendo inevitable a pesar de los baldíos esfuerzos desplegados hasta hace poco por ignorar tales “genocidios olvidados”-, justificar a los perpetradores y, singularmente, los crímenes de los vencedores. Así, Lacoue-Labarthe llega a sostener, sin enrojecer de vergüenza, que los kulaks representaban una amenaza real para el establecimiento del socialismo.[78] En la misma lógica, los habitantes de Hiroshima representarían una amenaza para los Estados Unidos a pesar de que el Japón negociaba ya con la URSS su rendición incondicional y los norteamericanos estaban perfectamente al corriente de este hecho. ¿Y qué decir de los habitantes de Nagasaki en tanto que “amenaza” después del lanzamiento de la primera bomba H? ¿Qué de los alemanes del Este y Centroeuropa exterminados por millones una vez ya derrotada Alemania? ¿Y los soldados alemanes desarmados ya en plena posguerra? ¿Y los civiles alemanes segados a millones mediante hambrunas planificadas después de la caída de Hitler? ¿Representaban también, todos estos colectivos asesinados, una amenaza? Y si era así, ¿por qué los judíos no podían, a los ojos de los dirigentes nacionalsocialistas, encarnar en período bélico una amenaza para el Tercer Reich después de que el máximo dirigente mundial del sionismo le declarara la guerra a Alemania u otro descendiente de Abraham publicara en EEUU un plan completo de genocidio del pueblo alemán? ¿No se ha reprochado a los judíos la pasividad con que aceptaron ser conducidos al matadero y no supone dicha crítica que los judíos podían virtualmente haber ofrecido resistencia? ¿No se alzaron en armas los judíos del ghetto de Varsovia? ¿Era como poco concebible la posibilidad de levantamientos locales, acciones de sabotaje, guerrilla y oposición de todo tipo por parte de la población judía? ¿Por qué encerró EEUU en campos de concentración a la minoría japonesa americana (¡también a los niños, que no podían ser separados de sus adultos!)? Justificada o no, fantástica o real, la amenaza de los judíos para el Tercer Reich era como poco de la misma índole que, verbi gratia, la de los kulaks para la Unión Soviética. Si los kulaks eran percibidos como amenazantes en algún sentido por un régimen comunista, también lo eran los judíos para el nacionalsocialista; y si esa amenaza sólo existía en la imaginación de los antisemitas, otro tanto puede decirse de los bolcheviques respecto de los kulaks, los cosacos, los anarquistas, los cadetes, los socialrevolucionarios y tantos otros. En definitiva, Lacoue-Labarthe hace depender su harto endeble argumentación de un marco conceptual tan deudor de suposiciones, postulados y definiciones ad hoc de los términos que emplea, que su empresa resulta, dicho de forma suave, sorprendentemente vulnerable.
La segunda razón esgrimida por Lacoue-Labarthe resulta ya más familiar: “los medios de exterminio no fueron, en última instancia, ni militares ni policiales sino industriales”. Pero aquí tiene que fijar también, una vez más, la definición ad hoc del término “industrial”, imprescindible para sus fines propagandísticos y anti ilustrados de legitimación. Pues hasta hace poco el adjetivo servía para caracterizar la complejidad de un sistema organizado según la legendaria precisión y eficiencia alemanas con el único objetivo de “producir muerte”. Pero, siendo así que frente a la bomba de hidrógeno (o la bomba incendiaria de Dresde), el habitual tiro en la cabeza o incluso la cámara de gas empalidecían en cuanto a sofisticación tecnológica, hubo que renunciar al argumento. Lacoue-Labarthe lo retoma, pero en un sentido tan especial, que la palabra “industrial” significa, una vez más, lo que él ha decidido que signifique, ni más ni menos, y para empezar algo que se define por oposición a lo militar, a pesar de que, en la modernidad, ocioso es decirlo, guerra e industria resultan literalmente indistinguibles. ¿Qué se quiere decir, pues, aquí, con el vocablo de marras? Veámoslo:
“Los judíos eran tratados como se tratan los deshechos industriales o la proliferación de parásitos (de donde, sin duda, la siniestra broma del “revisionismo” sobre el Zyklon B: pero decir que el Zykon B servía para el despiojamiento es la mejor “prueba” de las cámaras de gas: medios químicos y cremación). Por eso las máquinas utilizadas a este efecto, o “adaptadas” (pero no inventadas, como se inventó la Virgen de Nuremberg, la rueda o la guillotina), eran máquinas banales en nuestras zonas industriales. (…) Esta operación de pura higiene o de salubridad (no solamente social, política, religiosa, cultural, racial, etc., sino también simbólica) no tiene parangón alguno en la historia.”
¡El uso de medios químicos para el despiojamiento de los reclusos sería la mejor “prueba” de las cámaras de gas! Pero, ¿sabe siquiera el señor Lacoue-Labarthe lo que es una “prueba”? Lamentablemente, el uso del gas para fines militares se remonta a la Primera Guerra Mundial y otro tanto cabe decir del uso de la palabra “limpiar” en tanto que referencia despectiva al enemigo. Lacoue-Labarthe llega tarde con la connotancia insecticida del argot represivo: en el uso de la terminología sanitaria para referirse a sus enemigos políticos, reales o imaginarios, el bolchevismo precedió al nazismo y muchos judíos comunistas celebraron gozosos el exterminio “como piojos” de sus presuntos opositores “fascistas”. De manera que no puede tratarse aquí de una distinción fundamental cuando el propio Lenin definía su tarea revolucionaria en términos de “limpiar la tierra rusa de toda clase de insectos nocivos”.[79] Las consecuencias de este lenguaje fueron, para los kulaks, literalmente devastadoras y a la sazón únicas en la historia:
“Esta riada se distinguía de todas las precedentes, también porque ahora no andaban con eso de arrestar primero al padre y ponerse después a pensar qué hacer con el resto de la familia. Ahora quemaban inmediatamente los nidos, sólo arrestaban familias enteras, e incluso vigilaban con celo que ninguno de los hijos de catorce, diez o seis años quedara al margen: todos debían ser barridos y llevados a un mismo lugar, a un mismo exterminio común. (Esta experiencia fue la primera, por lo menos en la historia contemporánea. Luego la repetirá Hitler con los judíos, y de nuevo Stalin con las naciones infieles o sospechosas).”[80]
El testimonio de Solzhenitsyn, que Lacoue-Labarthe simplemente ignora, resulta letal para el mito de la singularidad de Auschwitz.
Lacoue-Labarthe no se caracteriza precisamente por su modestia, sino que, a partir de los escuálidos argumentos expuestos, pretende que Auschwitz –y sólo Auschwitz- representa el cumplimiento del nihilismo y la nietzscheana promesa de la muerte de Dios; pero no se refiere al Dios judío o judeocristiano, sino a un supuesto Dios “greco-cristiano”. Además, en la línea ya consabida de los Rosenzweig, Lévinas, Benjamin, Marcuse, Adorno y etcétera (la entera sinagoga parece desfilar ante nosotros), tenemos que creernos que occidente avanzaba hacia el holocausto de motu proprio y que el dios judío, el dios del Libro de Josué, el dios parricida, el dios del anatema, el dios del asesinato en masa de Jericó y de tantos y tantos pueblos de Oriente Medio, el dios de la Nakba, era precisamente el baluarte que obstaculizaba el “programa” (?) de cumplimiento de Auschwitz, pergeñado ya al parecer por los mismísimos presocráticos:
“Dios efectivamente ha muerto en Auschwitz; en todo caso, el Dios del Occidente greco-cristiano, y no es por casualidad que los que lo han querido aniquilar (sic) fueran los testigos, en este Occidente, de un origen distinto del Dios que se había venerado y pensado -si es que no se trata de un Dios distinto, libre de su captación helénica y romana y obstaculizando por ello el programa del cumplimiento.”[81]
Ahora nos enteramos, en efecto, de que el Dios cristiano que conduce al nihilismo es un dios grecorromano, no el dios judío que todos los creyentes han loado en sus dominicales lecturas del Antiguo Testamento; que Yahvé representa algo distinto del Dios occidental, de algún modo indoeuropeo, griego y latino, este sí, genocida por esencia y destinado ab ovo a la perpetración del exterminio. Empero, en el Antiguo Testamento se detectan hasta 506 actos de genocidio que son prescritos, instigados o alabados por el dios de Jerusalén y que incluyen el engaño, la violación, el uso de los poderes divinos para cegar a sus futuras víctimas y provocar que cometan los errores por los que luego serán castigadas y aniquiladas, el asesinato masivo y sistemático de inocentes, incluidos niños, la preservación de los metales preciosos como única excepción en ciudades enteras entregadas al incendio.[82] Véase, a modo de ejemplo, esta divina exhortación:
"de las ciudades de estos pueblos que Yahvé tu Dios te da por heredad, ninguna persona dejarás con vida, sino que los destruirás completamente: al heteo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, como Yahvé tu Dios te ha mandado; para que no os enseñen a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses, y pequéis contra Yahvé vuestro Dios." (Deuteronomio, 20, 16-18).
O esta otra:
“¡Vayan y pasen a cuchillo a los habitantes de Yabés en Galaad como también a las mujeres y a los niños (…)! (Jue 21, 9-14).
Apenas un año después del juicio de Nüremberg, los soldados israelíes entraban en una aldea palestina, seleccionaban a los varones mayores de 10 años y los ejecutaban. El resto de la población era expulsada de sus hogares y éstos destruidos. El saqueo y, en ocasiones, la violación, acompañaban el proceso estatalmente planificado de limpieza étnica (plan Dalet). Más de medio millar de localidades palestinas desaparecieron del mapa; los israelíes utilizaban excavadoras para derruir los edificios y sepultar luego los restos de lo que había sido un municipio árabe secular. Ochocientos mil palestinos fueron de hecho deportados de esta suerte allende las fronteras del naciente Estado de Israel (en el año 2003 se cuenta en 7 millones el número de refugiados). El lenguaje antifascista resultó muy útil para motivar a las tropas hebreas contra los árabes:
“El intento de retratar a los palestinos, y a los árabes en general, como Nazis fue una estratagema de relaciones públicas deliberada para garantizar que, tres años después del Holocausto, los soldados judíos no vacilaran cuando se les ordenara limpiar, matar y destruir a otros seres humanos.”[83]
Pero también a efectos propagandísticos:
“Los apologistas de Israel trataron por todos los medios de estigmatizar a los árabes tachándolos de nazis después de la desafortunada invasión israelí del Líbano de 1982, en los tiempos en que la propaganda oficial israelí comenzaba a ser desacreditada por los ataques de los “nuevos historiadores” de Israel.”[84]
De similar jaez fueron las estrategias para conseguir la impunidad y el olvido de estos auténticos crímenes contra la humanidad vergonzantemente amparados por la “ideología del holocausto”:
“parece ser que ninguno de los corresponsales extranjeros se atrevía a criticar abiertamente las acciones de la nación judía apenas tres años después del Holocausto.”[85]
Estamos muy cerca del centro de la cuestión, es decir, de la función ideológica del holocausto que la crítica tiene el deber, no me cansaré de subrayarlo, de poner en evidencia sin que esto suponga legitimar el régimen nacionalsocialista. La ceguera ideológica de la prensa podía ir mucho más allá y permitía a algunos periodistas hablar de:
“los cadáveres de hombres, mujeres y niños árabes desparramados tras una carga implacablemente brillante.”[86]
Otro periodista se refiere, satisfecho, a la Biltzkrieg del ejército judío en Palestina (contra civiles indefensos, añadimos nosotros).[87] Hete aquí la hipocresía antifascista en estado puro: conocíamos ya su versión comunista, singularmente la de los Lukács, Bloch, Faye y Farías, pero veremos que la versión angloamericana no la desmerece. Pues no sólo la prensa, sino también instituciones como la ONU[88] o las tropas del mandato británico[89] contemplaron impasibles cómo los soldados israelíes cometían todo tipo de tropelías, algunas de las cuales van mucho más allá del simple asesinato, siendo así que incluyen reventar a culatazos de fusil las cabezas de treinta bebés,[90] bombardear multitudes dispuestas a huir sin la menor resistencia, infectar las cañerías del agua corriente con el virus del tifus, violar niñas y luego asesinarlas… La irracionalidad de la “ideología del Holocausto” resulta, en definitiva, tan evidente,[91] tan obscena,[92] que sólo puede desatar angustia en quienquiera que ose ocupar en serio la posición epistemológica del investigador. Las pretensiones metafísicas de Lacoue-Labarthe ponen boca arriba las cartas de la impostura ultraderechista judía y, en fin, poco tenemos que añadir sobre el “pensamiento” de este escritor que no hayamos dicho ya en otros lugares.[93]
La singularidad de Kolymá como “olvido del ser”
Por otra parte, en lo que respecta a la “lógica” del exterminio, la “consumación del nihilismo” se detecta, más bien, en Kolymá con la detención y asesinato de personas cuya muerte obedecía a la única finalidad de cumplir con un “cupo” de víctimas que justificaba la existencia misma de la organización represiva:
“A menudo, los órganos de la Seguridad del Estado no tenían grandes fundamentos para elegir a quién había que detener y a quién dejar en paz. Se orientaban por una cifra de detenciones prevista. Para alcanzar esa cifra podía seguirse un procedimiento sistemático, pero también podían ponerse en manos del azar. En 1937 una mujer fue a las oficinas de la NKVD de Novocherkask para preguntar qué debía hacer con el niño de pecho de una vecina suya detenida. “Siéntese”, le dijeron, “y ya veremos”. Permaneció sentada un par de horas y luego la sacaron de recepción y la metieron en una celda: debían completar rápidamente la cifra y no tenían bastantes agentes para enviarlos por la ciudad, ¡y a aquélla mujer ya la tenían allí!” [94]
En las primeras fases de la represión “progresista”, ésta se orientó hacia colectivos determinados, primero de derechas, luego de izquierdas, más tarde a grupos sociales o profesionales como los kulaks y los ingenieros, o a minorías nacionales; finalmente a corrientes, grupos y personas del propio partido. Pero cuando todas estas víctimas caracterizables por un rasgo específico se agotaron, la pura ficción de las acusaciones, de la que eran perfectamente conscientes los policías, fiscales y jueces de instrucción, se resolvió en una universalización de la víctima que no tiene parangón alguno con la persecución de los judíos, es decir, con las actuaciones contra una minoría religiosa que –acertadamente o no- era contemplada como hostil por parte de las autoridades del Tercer Reich. En el caso de la represión estalinista a partir del año 1937-1938, los verdugos eran perfectamente conscientes tanto de la total inocencia de las víctimas cuanto de la falsedad de las acusaciones:
“la verdadera ley a que obedecían los encarcelamientos de aquellos años eran unas cifras establecidas de antemano, unas órdenes escritas, unas cuotas distributivas. Cada ciudad, cada distrito, cada unidad militar, tenía asignada una cifra que debía alcanzarse dentro de un plazo. Lo demás dependía del celo de los agentes.”[95]
La víctima es ahora el ser humano en cuanto tal, no el judío o el kulak. Y el verdadero motivo de su muerte era justificar los fracasos del régimen en la construcción del paraíso socialista que, a pesar de las promesas, no llegaba –ni iba a llegar nunca- a verse realizado. El instrumento jurídico de la represión es el artículo 58 del código penal soviético de la época, cuyo redactado conviene confrontar con los argumentos de Herbert Marcuse entorno a la muerte como límite del poder, siendo así que dicho artículo está definido en tales términos que debe permitir aplicarlo a cualquiera:
“se considera contrarrevolucionaria cualquier acción (y, según el artículo 6 del Código Penal, cualquier omisión) encaminada… a debilitar el poder.” [96]
La confrontación con la ideología de Marcuse resulta, en efecto, reveladora: “no existe la necesidad: hay solamente grados de necesidad. La necesidad revela una falta de poder: la incapacidad de cambiar lo que es.” [97] En este punto el tema de la muerte, suprema negación de la mitología progresista judeo-occidental, y la afirmación de Heidegger según la cual “la muerte es la verdad de la existencia” en cuanto “cuestión del ser” revelan súbitamente su dimensión política.[98] Según Solzhenitsyn, el carácter de los afectados por el artículo 58 terminó identificándose con los fascistas:
“Ya sabíamos que “fascistas” era el apodo de los del Artículo 58, puesto en circulación por los perspicaces cófrades y aprobado con gusto por las autoridades: en otro tiempo nos llamaban “KR” pero después el nombre perdió fuerza y se necesitaba una etiqueta más precisa.”[99]
Lo descrito no ocurre por azar. El fascismo representa la muerte en tanto que auctoritas de la verdad y límite absoluto del poder. Es así como Kolymá, símbolo del Gulag, y sus víctimas, los “fascistas”, es decir, cualquiera que representara, por el simple hecho de ser, la patencia del “obstáculo” ontológico –el mortal en tanto que Dasein o ahí encarnado de una verdad inmune al capricho despótico de Yahvé- y, a la postre, del fracaso del proyecto judeocristiano secularizado, se erige en culminación del nihilismo, y ello de tal suerte que la palabra “fascista” devendrá sinónimo de “hombre” y “verdad” a la par que de víctima inocente e impune a manos del “humanismo” hedonista moderno.[100] El propio Solzhenitsyn fijará la singularidad del servicio de seguridad del Estado soviético MGB frente a la Gestapo nacionalsocialista, pero en perjuicio de aquél, precisamente en tanto que sentido diferencial de la pregunta por la verdad o contra la verdad que define la existencia humana y fija las condiciones legítimas del poder, es decir, niega los deseos de inmortalidad/bienestar del proyecto profético-utópico judeocristiano devenido ideología política hegemónica (liberal, comunista, anarquista, socialdemócrata…, pero no “fascista”) de la modernidad occidental:
“Es imposible evitar la comparación entre la Gestapo y el MGB: hay demasiadas coincidencias, tanto en los años como en los métodos. Más natural aún es que las comparen quienes han pasado por la Gestapo y por el MGB, como Yevgueni Ivánovich Dívnich, un emigrado. La Gestapo lo acusó de actividades comunistas entre los obreros rusos de Alemania; el MGB de contactos con la burguesía mundial. Tras comparar, Dívnich saca una conclusión desfavorable para el MGB: aunque en ambas partes torturaban, la Gestapo buscaba la verdad y, cuando la acusación quedó refutada, soltaron a Dívnich. El MGB no buscaba la verdad y cuando agarraba a uno no estaba dispuesto a soltarlo de sus garras.”[101]
Algo terrible debe, empero, estar aconteciendo en el corazón mismo de nuestras democracias, oriundas de Grecia, cuando precisamente el vocablo “fascismo” identifica el “mal absoluto” y, al mismo tiempo, se intenta condenar al olvido a los 100 millones de personas víctimas del comunismo en tanto que acusadas de “fascistas”, encubriendo la “singularidad de Kolymá” tras el mito de una supuesta singularidad de Auschwitz, con el hebreo en el papel víctima por excelencia y la propuesta de recuperación del judaísmo –cuna del monoteísmo criminógeno- en tanto que antídoto contra los horrores del siglo. ¡No se pude usar gasolina para apagar un incendio!
Con lo dicho queda puesta en evidencia la insuficiencia filosófica de los actuales enfoques epistemológicos sobre la cuestión de Auschwitz. En un posterior artículo, y a fin de refutar exhaustivamente las posturas de V. Farías, E. Faye y J. Quesada, analizaremos las motivaciones políticas que desencadenaron el holocausto y que podemos resumir en los siguientes puntos: 1/ criminalidad genocida probada del régimen comunista, el cual se había aliado con las democracias occidentales y propuesto la destrucción total de Alemania (ideología genocida de Stalin); 2/ participación decisiva de los judíos en el sistema bolchevique de exterminio, con 13 millones de víctimas rusas en el momento en que Moscú pacta con la Inglaterra de Churchill; 3/ plan Kaufmann de genocidio del pueblo alemán, diseñado por un judío; 4/ confirmación política del plan Kaufmann (el plan Morgenthau) promovida por otro judío en 1944; 5/ puesta en práctica de facto de dicho plan desde el año 1941 en forma de bombardeos terroristas contra los civiles alemanes. No se puede sostener en la actualidad que se trataba de meras fantasías paranoicas o ideológicas “nazis”, porque la Alemania vencida sufrió a posteriori los rigores reales del genocidio aliado (soviético y occidental) hasta extremos que hasta ahora se han ocultado pero que, con lo que hoy sabemos, ponen en evidencia la naturaleza parcialmente objetiva del peligro denunciado por las autoridades nacionalsocialistas.
Notas bibliográficas
[1] Finkelstein, Norman G., La industria del Holocausto, op. cit., pág. 49.
[2] Chaumont, J.-M., La concurrence des victimes, París, 1997, pp. 148-149 (citado por Finkelstein, N., op. cit., p. 49).
[3] Katz, S., The Holocaust in Historical Context, Oxford, 1994, pp. 28, 58, 60 (Cfr. Finkelstein, N., op. cit., p. 50).
[4] Finkelstein, N., op. cit., pp. 50, 51.
[5] Mate, R., Memoria de Auschwitz, Madrid, Trotta, 2003, p. 11.
[6] Mate, R., op. cit., p. 13.
[7] Cfr. Levi, P., Si esto es un hombre, Buenos Aires, 2008.
[8] Cfr. “El ‘ojo por ojo’ del superviviente judío Salomón Morel”, “El Mundo”, 27 de octubre de 2003. El caso de Morel no es, naturalmente, el único de su especie: cfr. Sack, J., An Eye for an Eye. The untold Story of Jewish Revenge against Germans in 1945; Basic Books, 1993. Para más escarnio de la ideología del Holocausto, conviene señalar que, según otras fuentes, la institución polaca competente (Institute of National Remembrance) ha negado que Morel estuviera nunca preso en Auschwitz. También es interesante tener en cuenta que el libro de Sack, donde se habla de entre 60.000 y 80.000 víctimas en los campos de concentración para civiles alemanes regentados por judíos, fue perseguido y se quemaron 6000 ejemplares del mismo; así, a pesar de que Sack es judío y nunca se ha pretendido que falseara las pruebas, la presión contra su persona vuelve a patentizar el carácter antidemocrático de la ideología antifascista vigente. Y, en fin, recordemos que el Estado de Israel, pese a las evidencias aplastantes, se negó una y otra vez a extraditar a Morel para que fuera juzgado en Polonia. Cfr. Israel-Crímenes, Terra Noticias, 6 de julio de 2005: “Rechazan extraditar a judío polaco imputado muerte 1.500 alemanes. Israel ha rechazado por segunda vez extraditar a un judío polaco presuntamente implicado en la muerte de 1.500 prisioneros alemanes que habían sido internados en un campo de concentración nada más terminar la II Guerra Mundial. El ministerio de Justicia de Israel ha considerado que no existe base legal para su extradición y así se lo ha hecho saber a los demandantes polacos. Israel no tiene ningún tratado de extradición con Polonia y en 1998 rechazó una petición de extradición basada en delitos de tortura.” El asesino judío de niños alemanes Salomón Morel murió impune en Tel Aviv el 14 de febrero de 2007.
[9] Broszat, Martin, director del Instituto de Historia Contemporánea de Munich, carta al diario “Die Zeit” de 19 de agosto de 1960: “Ni en Dachau, ni en Bergen-Belsen, ni en Buchenwald se han gaseado judíos u otros presos… El exterminio masivo de judíos comenzó en 1941/42, y se ejecutó sin excepción en unos pocos lugares especialmente elegidos y dotados de instalaciones técnicas pertinentes, ante todo en los territorios polacos ocupados (pero en ninguna parte del antiguo Reich): en Auschwitz-Birkenau, en Sobibor a orillas del Bug, en Treblinka, Chelmno y Belzec”. Sin embargo, la cámara de gas de Dachau fue la única que se mostró en el juicio de Nüremberg, y los testigos de estas cámaras inexistentes y de los correspondientes hornos crematorios también inexistentes pueblan no sólo las declaraciones judiciales de la época, sino la entera literatura de la posguerra.
[10] Van Rhoden, Edward: “Los investigadores ponían una capucha negra cubriendo la cabeza del acusado y luego le golpeaban en la cara con nudillos de cobre, le pegaban puntapiés y le azotaban con mangueras de goma (…)”; (“Washington Daily News”, 9 de enero de 1949); ”Todos los alemanes excepto dos, de los 139 casos que investigamos, habían recibido patadas en los testículos con lesiones irremediables” (“Sunday Pictorial”, Londres, 23 de enero de 1949). Edward Van Rhoden fue miembro de la comisión del ejército norteamericano que investigó los métodos usados en el campo de concentración de Dachau.
[11] Cfr. Boüard, profesor de historia, decano de la Facultad de Letras de la Universidad de Caen, responsable, en el seno del Comité de Historia de la Segunda Guerra Mundial, de la Comisión de Historia de la Deportación, quien declaró que “el dossier está podrido” debido a “enormes fantasías, inexactitudes obstinadamente repetidas, especialmente en el plano numérico, amalgamas, generalizaciones” (“Ouest-France”, 2-3 de agosto de 1986, p. 6).
[12] Cfr. Finkelstein, N., op. cit.: „Numerosos judíos reinventaron su pasado con objeto de satisfacer ese requisito para recibir una indemnización. (…) Muchos estudiosos han puesto en duda la fiabilidad de los testimonios de los supervivientes. ‘Un elevado porcentaje de los errores que descubrí en mi propio trabajo –comenta Hilberg- podía atribuirse a los testimonios’.” (pp. 89-90). Los casos de fraudes escandalosos (Jerzy Kosinsky, Binjamin Willkomirski, Enric Marco, etc.) son abundantes, aunque poco conocidos por la ciudadanía.
[13] Veil, S., 7 de mayo de 1983, “France-Soir Magazine”, p. 47.
[14] Cfr. Burrin, Ph., Hitler et les juifs, París, Seuil, 1989: “No subsiste ningún documento que contenga una orden de exterminio firmada por Hitler. (…) Según toda verosimilitud, las órdenes las dieron verbalmente (…) aquí las huellas no sólo son poco numerosas y dispersas, sino también de difícil interpretación” (p. 13).
[15] Poliakov, L., Bréviaire de la haine, París, Calman-Lévy, 1974, p. 171.
[16] Hilberg, R., La destrucción de los judíos europeos, Madrid, Akal, 2005, p. 1367. La frase literal reza “hasta 1.000.000”, de manera que se está hablando de una cifra máxima y se deja así abierta la posibilidad de posteriores modificaciones a la baja.
[17] Toynbee, A., La Europa de Hitler, Madrid, Sarpe, 1985, pág. 123.
[18] Höss, R., Kommandant in Auschwitz, Munich, 1978. Esta es la edición que utiliza Hilberg en la última versión española de La destrucción de los judíos europeos, Madrid, 2005, donde la construcción de las cámaras de gas se estudia en las pp. 973-978.
[19] Hilberg, R., op. cit., p. 973.
[20] Hilberg, R., op. cit., ibidem.
[21] Butler, R., Legions of Death, Arrow Bokks Limited, 1983, p. 235 y ss. Harto significativos son los siguientes pasajes “El preso fue bajado a tirones del camastro superior, y se le arrancó el pijama. Luego fue tironeado, desnudo, a una de las mesadas del matadero, y a Clarke le pareció que los azotes y los gritos no iban a terminar nunca (…) Hicieron falta tres días hasta que pudo hacer una declaración coherente.”
[22] Cfr. “Centro de tortura en el barrio de Kensigton”, “El Mundo”, 13 de noviembre de 2005:” El Gobierno británico mantuvo un centro secreto de tortura durante la II Guerra Mundial (1939-45) para obtener información de presos alemanes, según unos archivos nacionales a los que tuvo acceso el diario 'The Guardian'. Más de 3.000 prisioneros pasaron por este centro, donde muchos fueron golpeados, se les privó de sueño y fueron obligados a permanecer de pie sin moverse durante más de 24 horas, añade el periódico. Algunos internos parece que pasaron hambre y se les sometió a temperaturas extremas en unas duchas especialmente construidas, mientras que otros se quejaron de que se les amenazó con descargas eléctricas, según los documentos revelados. La Cruz Roja no estaba al tanto de este centro, ubicado en unas casas del ahora exclusivo barrio londinense de Kensington y que siguió operando tres años después de la guerra. Un análisis posterior de los servicios secretos británicos MI5 concluyó que el oficial a cargo de este centro era culpable de una violación de la Convención de Ginebra. Los documentos califican al centro como un lugar oscuro y brutal, que causó inquietud entre oficiales británicos, quienes al parecer hicieron la vista gorda debido a la utilidad de la información obtenida”.
[23] El caso de Kurt Gernstein, un oficial alemán que suscribió varias confesiones distintas (hasta seis) y luego se “suicidó”, aunque según los revisionistas nunca se ha encontrado su cadáver y por lo tanto no se han verificado las auténticas causas de su muerte, es especialmente revelador, como demostró Henri Roques en su tesis doctoral (cfr. Chelain, André Fauit-il fusiler Henri Roques?, Polémiques, Ogmios Diffusion, 1986, pp. 345 y ss.). Alexander Solzhenitsyn, en su monumental Archipiélago Gulag, relata el caso del alemán Jepp Aschenbrenner, torturado mediante el método del insomnio hasta confesar que había estado a cargo de una cámara de gas: “Imagínese en ese estado de turbación a alguien que además es extranjero y no conozca el ruso, y que le den algo a firmar. Así fue como el bávaro Jupp Aschenbrenner firmó que había trabajado en una cámara de gas. Sólo en 1945 consiguió demostrar, ya en el campo penitenciario, que en aquella época estaba en Munich asistiendo a unos cursos de soldadura eléctrica” (Solzhenitsyn, A., Archipiélago Gulag, Barcelona, Tusquets, 1998, pág. 144).
[24] Owen, J., Nuremberg. El mayor juicio de la historia, Barcelona, Crítica, 2006.
[25] Mayer, A. J.: Why Did The Heavens Not Darken? : The “Final Solution” In History, Nueva York, Pantheon Books, 1988, pp. 366, 365.
[26] Op. cit., p. 362.
[27] Cfr. Finkelstein, N.: “No toda la literatura revisionista carece de valor, aun cuando la ideología o los motivos de quienes la practican sean denigrantes” (p. 79).
[28] Ya en el juicio de Nüremberg, el presidente del Tribunal Supremo de Iowa, Charles F. Wennersturm, se sintió moralmente forzado a dimitir ante la evidencia de la manipulación. Las protestas y la posterior muerte, en extrañas circunstancias, del general Patton, son de sobra conocidas. Más recientemente, los jueces que juzgaron en Alemania el caso del profesor Günter Deckert fueron suspendidos de forma fulminante por la ministra de Justicia Saline Leutheusser-Schnarrenberger. Se trata de evidencias tan aplastantes que sólo un impostor podría silenciarlas.
[29] El profesor de historia francés François Duprat fue asesinado el 18 de marzo de 1978 por un comando sionista autodenominado “Hijos de la memoria judía”.
[30] Es el caso de Robert Faurisson, profesor de literatura en la Universidad de Lyon, en la actualidad privado de su trabajo. Ha sido objeto de agresiones físicas en diversas ocasiones.
[31] Un ejemplo es Paul Rassinier, ex militante comunista, diputado y preso de Buchenwald que negó en los años 50 la existencia de cámaras de gas y hornos crematorios en dicho campo. Hoy sabemos que Rassinier no mentía pero sí los “testimonios” que, en Nüremberg, afirmaron haber visto tales cámaras “con sus propios ojos”.
[32] Sobre esta cuestión cfr. “Heidegger y la criminalización del fascismo”, op. cit., singularmente pág. 53; a los inmensos crímenes de los vencedores nos referiremos también en el presente artículo.
[33] Pierre Guillaume, entrevista en “La Ciudad de los Césares”, núm. 23, Santiago de Chile, 1992.
[34] Guillaume, P., op. cit.
[35] En la obra canónica sobre el Holocausto “el guarismo” es de 5 millones: “Los alemanes mataron a cinco millones de judíos”, Hilberg, R., La destrucción de los judíos europeos, op. cit., pág. 1094. A pesar ello, César Vidal afirma que “El número total de judíos asesinados por los nazis fue cercano a los seis millones de personas” (Vidal, C., La revisión del holocausto, Anaya, Mario Muchnik, Madrid, 1994, pág. 153). La diferencia de un millón de personas más o menos no se considera relevante y, sorprendentemente, en el manejo de las cifras los investigadores oficiales incurren en todo tipo de ambigüedades y contradicciones sin que este hecho tenga, al parecer, la menor importancia para ellos, de manera que el cálculo de “los seis millones” se sostiene en la esfera periodística, cultural y política del discurso sobre el holocausto al margen de lo que puedan ya decir los especialistas. No estamos ante el mero cómputo de víctimas de un genocidio, sino ante un mito ideológico intocable, siendo así que cualquier afán de rigor en este aspecto del asunto que, por otro lado, se considera hipócritamente poco importante al mismo tiempo que se lo reasegura a machamartillo, levanta inmediatamente la sospecha de que el autor de las “averiguaciones” encubre en su alma pecadora las diabólicas tribulaciones de un desafecto al dogma, es decir, de un “fascista”.
[36] Goldhagen, D., op. cit., p. 29.
[37] Goldhagen, D., op. cit.: “Existe una creencia generalizada de que las cámaras de gas, debido a su eficacia (que se exagera mucho), fueron un instrumento necesario para la carnicería genocida, y que los alemanes decidieron construir las cámaras de gas en primer lugar porque necesitaban unos medios más eficaces para matar a los judíos. (...) Todos estos criterios, que configuran básicamente la comprensión del Holocausto, se han sostenido sin discusión, como si fuesen verdades evidentes por sí mismas. Han sido prácticamente artículos de fe, procedentes de fuentes distintas de la investigación histórica, han sustituido el conocimiento fidedigno y han distorsionado el modo de entender este período” (pág. 29-30).
[38] Robert Faurisson “afirma que Hitler no ordenó ni permitió nunca que se matara a nadie por motivos de la raza o de religión”, vid.: Nolte, E., op. cit., p. 484, n. 103. Se trata sólo de un ejemplo, pero demoledor, que cuestiona la objetividad de Faurisson y un acto que ningún investigador honesto de este tema se puede permitir.
[39] Nolte, E., op. cit., p. 476.
[40] “El secuestro de Eichmann –opinaba Erich Fromm- es un acto ilegal del mismo tipo que aquellos de los que son culpables los nazis”. Nota 15: Shafir, Ambigous Relations, p. 222 (Finkelstein, op. cit., p. 24).
[41] Esta es la tesis de Nolte más conocida, a saber, que el gulag precedió a Auschwitz y que, en el contexto de la lucha contra el bolchevismo y de la declaración de guerra de Chaim Weizmann a Alemania el 1 septiembre de 1939, no “podrá ponerse en tela de juicio la legitimidad de medidas preventivas.” (op. cit., p. 480). Nolte aporta abundantes “piezas de convicción” a efectos de justificar esta polémica postura. A ellas nos referiremos más abajo.
[42] Nolte, E., op. cit., p. 484, n. 103.
[43] Nolte, op. Cit., p. 486, n. 106.
[44] Cfr. Kautsky, B., Teufel und Verdammte, Zürich, Büchergilde Gutemberg, 1946.
[45] Grossmann, E., “Deutsche Wochenzeitung”, 7 de febrero de 1979.
[46] “A fin de llevar a la práctica una solución del problema judío de acuerdo con sus teorías, los nazis llevaron a cabo una serie de expulsiones y deportaciones de judíos, mayoritariamente de origen este-europeo, de casi todos los estados europeos. Los hombres, frecuentemente separados de sus esposas e hijos, y otros de sus hijos, fueron mandados, a miles, a Polonia y Rusia Occidental. Allí fueron internados en campos de concentración, o en grandes reservas, o mandados a los pantanos, o a las carreteras, en grupos de trabajo. Muchos de ellos murieron debido a las inhumanas condiciones en que tenían que trabajar.” (Enciclopedia Británica, 1956). Esta visión, aunque atroz, nos aleja mucho de las concepciones del nazismo como “mal absoluto”, tan útil y hasta imprescindible para relativizar los crímenes del bando vencedor.
[47] Rodríguez Jiménez, José L., “El debate entorno a David Irving y el negacionismo del holocausto”, “Cuadernos de Historia Contemporánea”, núm. 22, 2000, pp. 375-385, pág. 376 y nota 4: En palabras de Heinrich Winker, profesor de Historia de la Universidad Humboldt de Berlín: “El profesor Moller se permite tomar partido en una corriente intelectual que trata de integrar las posiciones revisionistas y de ultraderecha en el discurso conservador”. Carta abierta al diario “Die Zeit”, en “El País”, 23-6-2000.
[48] Citado por Nolte, E., op. cit., p. 486.
[49] Nolte, E., op. cit., p. 486.
[50] Véase “¿Qué significa ser de izquierdas? (II)”, en la revista “Nihil Obstat”, núm. 11.
[51] Heller, A. / Feher, F., Anatomía de la izquierda occidental, Barcelona, Península, 1985, p. 22.
[52] Op. cit., p. 22, n. 6.
[53] Nolte, E., op. cit., p. 473.
[54] Nolte, E., op. cit., p. 131 y n. 114. Cfr. Schmid, A., Churchills privater Krieg. Intervention und Konterrevotution im russischen Bürgerkrieg 1918- März 1920, Zurich, 1974, p. 312.
[55] Cfr. Solzhenitsyn, A., Archipiélago Gulag, t. II, Barcelona, Tusquets, 2005: “Frénkel fue verdaderamente el nervio del Archipiélago” (p. 87).
[56] Cfr. Solzhenitsyn, A., Alerta occidente, Barcelona, Acerbo, 1978, p. 256.
[57] Cfr. Plocker, S., “Stalin’s Jews”: “We mustn’t forget that some of greatest murderer of modern times were Jewish”, YnetNews.com, 21 de diciembre de 2006.
[58] Íbidem.
[59] Cfr. Finkelstein, N. G., op. cit.: „Goldhagen argumenta que el antisemitismo está „divorciado de la realidad de los judíos”, “no es fundamentalmente una respuesta nacida de una evaluación objetiva de los actos judíos” y “es independiente de la condición y de los actos de los judíos” (p. 58).
[60] Koehn, B., La resistencia alemana contra Hitler 1933-1945, Madrid, Alianza, 2005, p. 16.
[61] Koehn, op. cit., pp. 15-16.
[62] Cfr. Heller, A. / Feher, F., op. cit., p. 21.: „también es un tópico el que los estadistas occidentales trataron de utilizar a Hitler como ‚espada de Occidente’ contra el comunismo victorioso (…) Ésa era la estrategia de Chamberlain”.
[63] Mate, R., op. cit., pp. 11-12.
[64] Mate, R., op. cit., p. 13.
[65] Lévinas, E., De otro modo que ser, o más allá de la esencia, Salamanca, 1999, p. 8.
[66] Lévinas, E., op. cit., p. 7.
[67] Lacoue-Labarthe, Ph., La ficción…, op. cit., pág. 45.
[68] Luhmann, N.: “lo primero que yo viví en el cautiverio americano fue que se me arrebató el reloj de mi muñeca y que fui apaleado”, Izuzkiza, I., La sociedad sin hombres. Niklas Luhmann o la teoría como escándalo, Barcelona, Anthropos, 1990, p. 36, n. 3.
[69] Lacoue-Labarthe, Ph., op. cit., pág. 51.
[70] Marx, Karl/Engels, F., Sobre la religión, Salamanca, Ed. Sígueme, 1979, p. 133.
[71] Cfr. Arendt, H., Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Alianza, 1981, tomo I, p. 59: “los famosos escritos antijudíos del joven Marx, que tan frecuente e injustamente han sido acusados de antisemitismo”.
[72] Lacoue-Labarthe, Ph., op. cit., pág. 50.
[73] Lacoue-Labarthe, Ph., op. cit., pág. 51.
[74] Nolte, E., op. cit., p. 311.
[75] Nolte, E., op. cit., p. 485, nota 106.
[76] Nolte, E., op. cit., p. 480.
[77] Nolte, E., op. cit., p. 485.
[78] Lacoue-Labarthe, Ph., op. cit., p. 51.
[79] Cfr. Solzhenitsyn, A., op. cit., t. I, pág. 49-50 y n. 5: Lenin, Sobranie Sochieni (Obras completas), 5ª edición, t. 35, pág. 204.
[80] Solzhenitsyn, A., Archipiélago Gulag, op. cit., t. I., pág. 80.
[81] Lacoue-Labarthe, Ph., op. cit., pp. 52-53.
[82] Rodríguez, P., Los pésimos ejemplos de Dios… según la Biblia, Madrid, Temas de Hoy, 2008, p. 30. Quizá el caso más conocido sea el de la conquista de Jericó: “la ciudad será consagrada como anatema a Yahvé con todo lo que haya en ella: únicamente Rajab, la prostituta, quedará con vida (…) Consagraron al anatema todo lo que había en la ciudad, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, bueyes, ovejas y asnos, a filo de espada” (Jos 6, 17-20); “prendieron fuego a la ciudad con todo lo que contenía. Sólo la plata, el oro y los objetos de bronce y de hierro los depositaron en el tesoro de la casa de Yahvé.” (Jos 6, 24). El exterminio de masas es una práctica habitual del judío que aparece como protagonista en las Sagradas Escrituras: “pasaron a cuchillo a todo ser humano hasta acabar con todos. No dejaron ninguno con vida” (Jos 11, 14-15), “cuando Israel acabó de matar a todos los habitantes de Ay en el campo y en el desierto, hasta donde habían salido en su persecución, y todos cayeron a filo de espada hasta no quedar uno, todo Israel volvió a Ay y pasó a su población a filo de espada. El total de los que cayeron aquel día, hombres y mujeres, fue 12.000, todos los habitantes de Ay” (Jos 8, 24-25), “Josué, con todo Israel, subió de Eglón a Hebrón y la atacaron. La tomaron y la pasaron a cuchillo, con su rey, todas sus ciudades y todos los seres vivientes que había en ella. No dejó ni un superviviente, igual que había hecho con Eglón.” (Jos 10, 36-37) Recordemos que es Yahvé “personalmente” quien da las órdenes y legitima, no sólo el genocidio, sino el racismo y el sexismo más vergonzantes: “porque de Yahvé provenía el endurecer su corazón para combatir a Israel, para ser así consagradas al anatema sin remisión y para ser exterminadas, como había mandado Yahvé a Moisés” (Jos 11, 20-21), “pasarás a cuchillo a todos los habitantes de aquella ciudad” (Dt 13, 13-19), “no dejarás a nadie con vida en las ciudades que Yahvé te da en herencia” (Dt 20, 10-18), “tampoco el mestizo será admitido en la asamblea de Yahvé, ni aun en la décima generación” (Dt 23, 3). Las mujeres y los niños no se salvan de los abusos y de las masacres sistemáticas e indiscriminadas: “!Vayan y pasen a cuchillo a los habitantes de Yabés en Galaad como también a las mujeres y a los niños (…)! (Jue 21, 9-14), “tomaré a tus mujeres ante tus propios ojos y se las daré a tu prójimo que se acostará con ellas a plena luz del sol” (2 Sm 12, 11), “Haré que se junten todas las naciones para atacar a Jerusalén. Se apoderarán de la ciudad, saquearán sus casas y violarán a sus mujeres” (Zac 14, 2). Los motivos de Yahvé son triviales, por ejemplo, su deseo de hacerse famoso y que todos se humillen ante él: “así podrás contar a tus hijos y a tus nietos cuántas veces he destrozado a los egipcios y cuántos prodigios he obrado contra ellos” (Ex 10, 1-23), “mientras los egipcios trataban de huir, Yahvé arrojó a los egipcios en el mar (…) no escapó ni uno solo” (Ex 14, 1-28), “me haré famoso a costa del faraón y de todo su ejército” (Ex 14, 4). Etc.
[83] Pappé, I., La limpieza étnica de Palestina, op. cit., pp. 108-109.
[84] Finkelstein, N. G., La industria del Holocausto, México, 2002, p. 70.
[85] Pappé, I., La limpieza…, op. cit., p. 154.
[86] Pappé, I., op. cit., p. 228. El texto es de Kenneth Bilby, de “The New York Herald Tribune”.
[87] Pappé, I., íbidem.
[88] Pappé, I., op. cit., p. 175.
[89] Pappé, I., op. cit., p. 173, p. 93. “Mientras se cometían estas atrocidades, los británicos hicieron la vista gorda”.
[90] Pappé, I., La limpieza…, op. cit., p. 263: “Los soldados israelíes que participaron en la masacre también refirieron las horribles escenas que se vivieron en la aldea: bebés con los cráneos abiertos a golpes, mujeres violadas o quemadas vivas en sus casas, hombres apuñalados hasta morir”.
[91] Cfr. Finkelstein, op. cit.: “el campo de estudio del Holocausto está repleto de disparates, cuando no de simples falacias” (p. 62).
[92] Cfr. Finkelstein, N., op. cit.: „No es el sufrimiento de los judíos el que concede su condición única al Holocausto, sino el hecho de que los judíos sufrieran” (p. 55); “Al eximir a los judíos de toda culpa, el dogma del Holocausto inmuniza a Israel y a la comunidad judía estadounidense contra la censura legítima” (pp. 59-60), “sean cuales fueren los métodos a que recurran los judíos más expeditivos, incluidas la agresión y la tortura, todo constituye una legítima defensa.” (p. 57).
[93] Cfr. Farrerons, J., “Qué significa ser de izquierdas? (II)”, “Nihil Obstat”, Molins de Rei (Barcelona),”, núm. 11, primavera/verano 2008, pp. 95-132.
[94] Solzhenitsyn, A., op. cit., t. I, pág. 32.
[95] Solzhenitsyn, A., op. cit., t. I, pp. 99-100.
[96] Solzhenitsyn, A., op. cit., t. I, p. 87.
[97] Marcuse, H., op. cit., pág. 187.
[98] Cfr. Farrerons, J., “Qué significa ser de izquierdas? (II)”, Molins de Rei (Barcelona), “Nihil Obstat”, núm. 11, primavera/verano 2008, pp. 95-132.
[99] Solzhenitsyn, A., op. cit., t. II, p. 180.
[100] Cfr. Farrerons, J., “Heidegger y la criminalización del fascismo (Respuesta a Farías, Faye y Quesada)”, Madrid, “Disidencias”, núm. 9, 2009, pp. 11-58.
[101] Solzhenitsyn, A., op. cit., pp. 179-180.
AVISO LEGAL
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