sábado, junio 24, 2017

GAUCHE NATIONALE: EL GIRO A LA IZQUIERDA DE MARINE LE PEN

















GAUCHE NATIONALE: EL GIRO A LA IZQUIERDA DE MARINE LE PEN. Importante reconocimiento implícito de nuestras tesis por parte de la única dirigente relevante que cuestiona las actuales políticas de inmigración. ¿Por qué ha fracasado Le Pen otra vez? Porque un giro a la izquierda nada menos que desde la extrema derecha no se puede improvisar en unas horas de forma tan oportunista y escasamente creíble para las masas obreras. Dicho cambio tiene que sustentarse en una refundación del Frente Nacional con otro nombre que incluya la palabra "izquierda" (gauche) vinculada a posiciones patrióticas a la par que sociales (nationale). Por no hablar de la laboriosa fundamentación ideológica correspondiente. La pesadilla de la oligarquía, es decir, aquello que más temen las élites financieras, podría entonces surgir en el corazón de Europa. Pero la estupidez ultra ha impedido durante décadas dar este paso histórico, que sólo nosotros hemos intentado en la más absoluta soledad. El precio a pagar por la inmadurez ideológica y política de los patriotas ha sido, empero, muy alto: una nueva derrota en la segunda vuelta de las presidenciales y la debacle más absoluta en las legislativas, con la pérdida de casi ocho millones de votos. A nuestros pueblos europeos ya no le queda, sin embargo, demasiado tiempo. Quienes desde la ultraderecha, con sus mezquinas campañas de difamaciones personales, obstaculicen el camino de la izquierda nacional, cuentan como traidores y cuando llegue el momento deberán responder por sus actos.


Marine Le Pen capitaliza la campaña con un giro a la izquierda

La candidata ultraderechista se declara "enemiga de las finanzas" y arremete contra su rival, Emmanuel Macron.
El fundador del Frente Nacional pide el voto para su hija en un deslucido acto
A Marine Le Pen ya solo le falta enarbolar la bandera roja. La candidata de la ultraderecha se ha volcado hacia la izquierda en los últimos días de campaña. Se declara "enemiga de las finanzas" y "del dinero insensible", promete mejorar los derechos sociales de los trabajadores y sigue martilleando sobre su rival, Emmanuel Macron, al que califica de "negación de la democracia". El Frente Nacional ofreció ayer sus dos caras: la del viejo Jean-Marie Le Pen, decrépito y apegado al antisemitismo y la homofobia, y la de Marine Le Pen, transformada en reina del populismo.
Jean-Marie Le Pen quiso celebrar el rito anual que él mismo instituyó hace casi 30 años: ofrenda ante el monumento a Juana de Arco y arenga incendiaria. Esta vez, sin embargo, la arenga se quedó en casi nada. A las dificultades físicas de Le Pen, un hombre de 88 años con la voz titubeante, la vista mermada y una grave sordera, se sumó un fallo técnico en su micrófono. El sonido se apagó y la escasa audiencia, unas 300 personas no demasiado jóvenes, empezó a disgregarse con Le Pen todavía en el estrado. Fue una reunión triste, quizá sintomática del cambio que se ha registrado en el Frente Nacional. Marine Le Pen, que ya no habla nunca del Frente Nacional, logró que ningún dirigente arropara a su padre y evitó toda referencia al acto en el mitin que celebró horas después.
El padre pidió el voto para su hija, "una hija de Francia". Pero también hizo lo posible por mortificarla. Hace unos días comentó que el homenaje oficial al policía asesinado en los Campos Elíseos el día 20 había sido en realidad "un homenaje a la homosexualidad". Fue una patada a los esfuerzos de Marine Le Pen por sacudirse la imagen de machismo rancio que arrastra su partido. Ayer, Jean-Marie Le Pen bromeó con "las visitas de Emmanuel Macron a los cementerios, que pueden ser de mal augurio". Se refería a los homenajes de Macron a las víctimas del Holocausto y a Brahim Bouarram, el joven marroquí al que el 1 de mayo de 1995 unos matones de ultraderecha asesinaron, arrojándolo al Sena, durante una celebración del Frente Nacional. El viejo Le Pen hace lo posible por mantener viva la tradición antisemita y xenófoba del partido que fundó.
Paralelamente, Marine Le Pen hace todo lo que puede para disimular que es la presidenta (de baja hasta el final de la campaña) del Frente Nacional. Aunque su público alcance el punto de ebullición cuando habla de "cuotas para inmigrantes", "cierre de fronteras", "proteccionismo" y "tolerancia cero" contra el terrorismo y la delincuencia común, la candidata, consciente de que los suyos van a votarla de todas formas, tiende los brazos hacia el electorado de la derecha clásica y católica y hacia el electorado de la izquierda populista. El resultado es una contorsión casi grotesca, una mezcla de tradicionalismo católico y chavismo que, de momento, carece de efecto en los sondeos. Le Pen sigue muy atrás. Su gran esperanza consiste en que el domingo la abstención sea muy alta, y para ello prodiga los ataques a Macron. Si ella no gana votos, al menos que los pierda su rival.
"Hoy, el enemigo de los franceses sigue siendo el mundo de la finanza", dijo en su mitin, celebrado en Villepinte, en pleno corazón de la banlieue parisina, para demostrar que la antigua zona roja es ya también su territorio. "Esta vez", siguió, el mundo de la finanza "tiene un nombre, un rostro, un partido y un candidato, Emmanuel Macron". Se presentó a sí misma como "la candidata de los franceses que se levantan temprano", copiando una popular frase de Nicolas Sarkozy, y calificó a Macron de "falso yerno ideal", "negación de la democracia", "enemigo de los derechos de los trabajadores", "aliado de los islamistas" e "hijo de François Hollande".
Marine Le Pen pronosticó que Emmanuel Macron engrosaría, desde el domingo, la lista de "los presidentes por derecho divino, como Alain Juppé, al que consideraban imbatible, y François Fillon, que se sentía ya designado al día siguiente de las primarias" de la derecha. Según ella, Macron estaba condenado a desempeñar el papel de Hillary Clinton. En un sistema electoral como el estadounidense, con compromisarios estatales, quizá Marine Le Pen podría repetir el éxito de Donald Trump. Pero Clinton obtuvo muchos más votos en total, y, en Francia solo cuenta el total de votos. Pese a la eficacia de su campaña, a la rabia con que ataca a Macron y a su talento oratorio, Marine Le Pen sigue siendo odiada por la mayoría de los electores.
Abrió el mitin el gaullista antieuropeo Nicolas Dupont-Aignan, el nuevo aliado e hipotético primer ministro de Marine Le Pen. Dupont-Aignan encarna la ruptura del cerco que hasta ahora separaba al Frente Nacional del resto de las fuerzas políticas y permite a la candidata hablar, con evidente exageración, de "la gran alianza patriótica" formada en torno a su figura. El aliado de Le Pen, que no llegó al 5% de los votos en la primera vuelta, se permitió criticar a "los pequeños fascistas izquierdistas del pensamiento único", sin tener en cuenta que para una parte de su audiencia el término "fascista" no constituía un insulto, sino lo contrario.

Cuando se celebró el mitin no se habían registrado aún los incidentes que dejaron varios policías heridos, uno de ellos con quemaduras graves. La maquinaria propagandística de Le Pen en las redes sociales se encargó de capitalizar el suceso, describiendo una Francia en manos de incontrolados y al borde de la guerra civil. La violencia del grupúsculo anarquista que atacó a la policía durante la manifestación sindical podría jugar a favor de una candidata cuyo primer lema electoral fue "Poner Francia en orden", que cuenta con muchos votantes entre la policía y los gendarmes (uno de cada dos, según los sondeos) y que promete más cárceles, leyes más duras y "la eliminación de la chusma".



Los obreros franceses abrazan a Marine Le Pen

La deslocalización y el paro convierten al Frente Nacional en el primer partido del cinturón industrial y minero del norte de Francia, histórico bastión socialista
La ultraderecha gana votos entre "una generación sin presente"
"Yo he hecho de todo, pero no hay manera, este hijo mío no atiende a razones. Aunque en el fondo le entiendo. En mi época las cosas eran distintas, teníamos un futuro. Su generación sin embargo no tiene ni siquiera un presente", asegura Pierre mientras le da vueltas interminables con la cucharilla al azúcar de su café con leche.
Tiene 63 años y es un soldador de Sallaumines, localidad de unos 10.000 habitantes a media hora en coche de Lille (norte de Francia), muy cerca de la frontera con Bélgica. Un paraje famoso por sus minas, aunque en los años 90 cerraron casi todas. Ha trabajado media vida en Durissotti, una compañía de la zona que produce carrocerías de automóviles, hasta que hace unos años le prejubilaron. Como buen obrero, siempre ha votado al Partido Socialista, siempre ha estado vinculado al CGT (Confederación General del Trabajo, el principal sindicato francés). Y ahora arrastra una decepción morrocotuda porque uno de sus hijos va y le sale del Frente Nacional.
"Tiene 36 años y no encuentra un trabajo en condiciones, sólo alguna chapuza aquí o allá. Está desesperado. Dice que es hora de cambiar, que así no vamos a ninguna parte", balbucea tan resignado como avergonzado.
Esta, la de Norte-Paso de Calais-Picardía, era una región 'roja' donde históricamente gobernaba siempre la izquierda. Pero ahora no. Ahora se ha vuelto azul, azul Marine. En Sallaumines, sin ir más lejos, nada menos que el 39,01% votó en la primera vuelta de estas elecciones presidenciales por el Frente Nacional (FN).
El cambio tiene una explicación muy sencilla: desindustrialización. Entre 1980 y 2007, la industria francesa perdió el 36% de sus empleos; es decir, 1,9 millones de puestos de trabajo (71.000 al año), según la Dirección General de Política Económica. Esta zona fue la más afectada, la propia Sallaumines ocupa la 22º posición en la lista de localidades más golpeadas.
El paisaje lo confirma: fábricas abandonadas, fantasmagóricas naves desmanteladas.... Del sector industrial ya sólo comen 3,1 millones de franceses y representa únicamente el 12% de la actividad económica del país, frente al 20% de 1989.
Marine Le Pen sabe muy bien qué ha ocurrido por aquí en los últimos 40 años. No es que la zona se haya desindustrializado: se ha convertido en un páramo. Y sobre el miedo y la rabia de todos esos obreros que han perdido su trabajo, o temen perderlo, comenzó a trabajar...
Fue la primera en entender que de las graves heridas que la desindustrialización y la globalización han infligido a Francia se podía sacar tajada política. Algo de lo que ni el Partido Socialista ni la CGT se percataron, a pesar de que todo discurría ante sus narices. Ahora la situación es tan agónica que Philippe Martínez, secretario general de la CGT, anda pidiendo con la boca pequeña el voto para Macron (autor de la reforma laboral tan denostada por los sindicatos) con tal de pararle los pies a Le Pen.
A sólo 10 kilómetros de Sallaumine está Hénin-Beaumont. Ambas se encuentran en el corazón de la bassin-minier, la que fuera la principal zona minera de Francia durante tres siglos. Un área de 1.200 kilómetros cuadrados al noroeste del país con unas cifras absolutamente desoladoras: una tasa de paro del 19,7% (diez puntos más que el promedio del país), un índice de pobreza del 23,1% (frente al 14,5% de Francia en general) y una esperanza de vida de seis años menos que en la región de París. El abandono escolar está a la orden del día.
Desde aquí, desde Hénin-Beaumont, empezó su escalada Marine le Pen. Con la inestimable ayuda del Partido Socialista (PS) y en concreto de Pierre Darchicourt. Hijo de un sindicalista histórico, Darchicourt fue alcalde socialista de esta localidad de 26.000 habitantes durante 13 años. Hasta 2001, cuando se vio obligado a dimitir tras un escándalo de corrupción y un agujero en las cuentas locales de 16 millones de euros. Pero en lugar de darle una patada, como se merecía, el PS siguió apoyándole. Hasta 2009, cuando la gendarmería se lo llevó esposado.
El Frente Nacional empezó a crecer en esta zona en ese preciso instante. Fue haciéndose con cada vez más ayuntamientos de la bassin-minier como por ejemplo Hayange, gobernado de toda la vida por los socialistas y donde en las elecciones municipales de 2014 ganó el FN de la mano de Fabien Engelmann. Un tipo que ilustra a la perfección el vuelco que ha tenido lugar en estas tierras: era un sindicalista de la CGT que fue candidato en las municipales de 2008 en la localidad de Thionville por el partido Lucha Obrera. Hasta que en 2009, ¡voilà!, se pasó a la extrema derecha.
¿Y quién cree que ganó en la bassin-minier en la primera vuelta de estas elecciones presidenciales? Pues sí, Marine Le Pen, claro. Se colocó en primera posición, con una fuerte ventaja sobre el resto de candidatos y sobre la media nacional, en prácticamente toda la región Norte-Paso de Calais- Picardía. Se anotó en total el 31,03 % de las papeletas, frente al 19,59 % de Melenchon y el 19,50 % de Macron. En la ciudad de Lille, no fue así. Pero es que el FN no acaba de cuajar en los centros urbanos, la burguesía de París, Lille o Lyon se le resiste. Lo suyo es la Francia rural y periférica.
Aunque probablemente el epígrafe final al socialismo aquí lo puso François Hollande. Por estas tierras nadie olvida cuando en 2012, en la anterior campaña electoral, se presentó en Florange, siempre en la zona minera, y prometió que si salía elegido aprobaría una ley que obligase a los empresarios a buscar un comprador para todas las fábricas que cerraran, a fin de evitar el desmantelamiento de los altos hornos de esa localidad. "Le creímos", se lamenta Daniel Jouvet, otra víctima de la desindustrialización de Sallaumines.
Pero después de llegar Hollande al Elíseo, llego la traición: incumplió lo prometido y los altos hornos de Florange cerraron. Y ahora la región es cada vez más azul, azul Marine.


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