Todo lo que sigue a continuación remite en última instancia al fascismo originario, es decir, al fascismo de 1919 y al prefascismo del Mussolini socialista (1905-1914), y no al régimen reaccionario que surge a partir del año 1921. Éste se denomina también fascismo, el Fascismo par excellence, la realidad histórica inapelable de lo que el fascismo fue. Pero quizá convendrá puntualizar entonces la dinámica dialéctica interna (izquierda-derecha-izquierda) del fenómeno fascista. El fascismo resulta impensable sin sus raíces izquierdistas. Son los elementos obreristas los que, adulterados hasta la náusea, es decir, hasta convertirlos en pura "coreografía de camisas azules", como denunciara otrora José Antonio respecto de la Falange, posibilitan que sean utilizados como sucedáneos de una temida revolución comunista. Esta pseudo revolución fascista debe permitir aplacar a las masas y darle un respiro a la burguesía, pero se trata, evidentemente, de un fraude. Al final, tanto los trabajadores como los fascistas revolucionarios sinceros -algunos de ellos ex comunistas- serán traicionados por la derecha cristiano-capitalista. No otro es el destino del fascismo.
De la lectura del programa fascista originario, que hemos reproducido íntegro en la entrada anterior de esta bitácora, se desprenden una serie de consecuencias flagrantes: 1/ el fascismo surge como nacionalismo de izquierda, como izquierda nacional; 2/ el fascismo reclama el sufragio universal y, por ende, la radicalización asamblearia del sistema democrático; no existe, en consecuencia, una relación necesaria entre fascismo y dictadura, como se ha pretendido hasta ahora, sino una relación puramente fáctica: fue así de hecho en la medida en que el fascismo se derechizó, pero podía haber sido de otra manera; 3/ el fascismo de 1919 reivindica un socialismo de carácter autogestionario, con la participación de los trabajadores en la cogestión de las empresas, luego el fascismo del Santo Sepulcro de Milán no era totalitario, sino sindicalista y corporativista, el fascismo diciannovista distingue entre socialización y estatalización; 4/ el fascismo propone la fundación de una milicia puramente defensiva, por tanto, cabe sostener que el fascismo fundacional no era tampoco militarista; 5/ el fascismo depurado (de escorias eclesiásticas) exige el reconocimiento de la igualdad cívica de la mujer, ergo, el fascismo, mal que le pese a Rossana Rossanda, no constituyó la expresión anacrónica de un machismo retrógrado; 6/ el fascismo mantiene una posición crítica y combativa frente al Vaticano, enemigo mortal de la nación italiana; no se identifica, en definitiva, ese fascismo originario, con la tradición ni con la cultura conservadora (católica).
Algunos se preguntarán, ¿en qué se distingue entonces el fascismo de la izquierda pura y simple? La respuesta es sencilla, pero, a la vez compleja por lo que implica su comprensión en el plano existencial: el fascismo constituye, por primera vez, una izquierda nacional que, a través del concepto de "nación", vehicula en el interior del proceso de racionalización de occidente que define la izquierda los valores trágico-heroicos de la filosofía de Nietzsche. !Dichos valores son un decantado producto de la ilustración crítica! El fascismo no asume literalmente -nota para los asnos- toda la obra de Nietzsche, aforismo por aforismo, parágrafo por parágrafo, frase por frase, palabra por palabra..., sino que perfecciona una determinada interpretación de la crítica nietzscheana a los valores cristianos, a la moral cristiana. Dicha recepción de Nietzsche sólo de puede comprender a posteriori, a partir de la obra de Heidegger, que incluye enormes trabajos sobre el filósofo de Röcken. El fascismo bebe así de otras fuentes, pero su núcleo se condensa en la exégesis de dicha crítica axiológica, la cual define el salto de la primera ilustración (s. XVIII) a la segunda (s. XX): la refundación del concepto de razón. O en otros términos: el fascismo propone un socialismo que ha rechazado la herencia cristiano-secularizada del socialismo marxista para poder apropiarse de unos fundamentos axiológicos completamente distintos, si no opuestos: ateos, paganos, anticristianos... El proceso de transvaloración de todos los valores que desemboca en el fascismo de 1919 comienza con Nietzsche y se cuece en la mente de Mussolini durante la militancia socialista marxista de éste, es decir, que el fascismo más genuino lo encontramos en la etapa en que Mussolini todavía es un dirigente socialista pero piensa ya como un nietzscheano y, a la par, como un marxista. El verdadero fascismo no supone una renuncia a la aportación de Marx, sino sólo una depuración del lastre judeocristiano que el propio Marx arrastraba y que condicionaba sus profecías utópicas, como ya viera otro teórico prefascista, a saber, el francés Georges Sorel. Lo que queda del marxismo tras la crítica nietzscheana es la lucha, la revolución, el heroísmo trágico de los combatientes revolucionarios: el paraíso como telos ha sido erradicado de cuajo de la conciencia fascista pura.
A partir del año 1921 asistimos a un proceso de derechización del fascismo del que surgirá el fascismo histórico, el Fascismo tal como lo conocemos, identificado con la reacción. Ese fascismo se convierte en un instrumento del capital para agredir a los trabajadores, en una élite sedienta de poder que pacta con la burguesía y hasta con la aristocracia, en una caterva de hipócritas que se alía con la monarquía y el Vaticano, que asume ornamentalmente los valores del cristianismo en su filosofía (véase Giovanni Gentile, filósofo oficial del Ventennio), volviendo del revés, subvirtiendo en una palabra, el proyecto originario del fascismo, que era nietzscheano y, por ende, revolucionario, luego: anticristiano. Así, vemos que a la transvaloración de los años 1908-1919 ha seguido una restauración católica vergonzante (1922-1942) que Salò ya no puede enmendar. Ni Salò ni nadie. Pero la verdadera revolución sólo puede ser "fascista", como ya viera la Escuela de Frankfurt.
Juan Colomar Albajar, un
auténtico nacional-revolucionario.
auténtico nacional-revolucionario.
En este proceso de derechización, la responsabilidad del propio Mussolini es innegable, pero en su favor hay que decir que la traición no parte de él, Mussolini simplemente la consiente, en algunos casos a regañadientes, arrastrado por los ras (jefes regionales) que convierten los fascios en partidas de la porra de la burguesía agraria del Norte de Italia y los abalanzan contra las organizaciones sindicales y socialistas de los trabajadores.
Más tarde (1943), cuando la derecha católica italiana, con la que había pactado, venda al Duce para pasarse con armas y pertrechos al bando aliado vencedor, Mussolini intentará recuperar el fascismo originario en la República Social Italiana (1943-1944). Pero será ya demasiado tarde. La derechización del fascismo ha desacreditado el significante y, desde el gran fraude de la Marcha sobre Roma (1922), no hay vuelta atrás. El fascismo es lo que es, históricamente pertenece a la extrema derecha. Pero, curiosamente, la esencia del fascismo, aquéllo que le diera fuerza y distinguiérale de las derechas tradicionales, fueron los elementos izquierdistas y a la vez nietzscheanos (anticristianos) que conservó incluso en la abyección de su cobarde postración ante Jesús. Así, cabe hablar de un "fascismo" revolucionario con plena legitimidad filosófica, pero políticamente el fascismo en su acepción histórica consolidada no sólo ha muerto de facto, sino que merece desaparecer, o sea, estarlo de iure.
Aquello que siempre ha temido la izquierda judeo-cristiana secularizada cuando habla del fascismo no es el fascismo derechizado, aunque dicha izquierda siempre insista en enarbolar la ecuación fascismo=ultraderecha para tranquilizarse (sobre todo a sí misma), sino la permanente posibilidad de un "fascismo" originario, de una izquierda nacional de los trabajadores. Ahora bien, un tal fascismo no lo teme sólo la izquierda, lo teme, con tanta o más razón, la derecha. Con una diferencia: los patriotas socialistas tenemos claro que existe un enemigo a la izquierda, el internacionalismo, pero muchos, la mayoría, fueron y son incapaces de identificar el enemigo de derecha, ese que, formado por presuntos patriotas como nosotros, avanzaba alevosamente con el crucifijo punzón preparado y que nos apuñaló, nos apuñala y nos apuñalará siempre por la espalda porque, excepto en circunstancias excepcionales de tipo táctico, un verdadero fascista debe ser más enemigo de la derecha que de la izquierda Y el derechista lo sabe, pero los Nacional-Revolucionarios, una y otra vez "usados" por la burguesía como matones callejeros contra la izquierda, no parecen darse por enterados. En la izquierda marxistoide el elemento "abrahamánico" está ya secularizado y resulta accesible al factor de la crítica racional, mientras que en la derecha cristiana dicho elemento se encuentra en estado químicamente puro, es decir, en su formulación nada menos que religiosa, y se expresa con toda la irracionalidad fideísta que le es propia, frente a la cual no cabe diálogo, debate o conciliación. El destino de un genuino "fascismo" está sellado: la Iglesia católica debe perecer para que nazca el superhombre.
Entre un verdadero fascista y un ultraderechista sólo queda el cuchillo, como sabían bien los falangistas auténticos cuando se topaban con los requetés carlistas en un callejón solitario. Pero, !ay!, en la mayor parte de los casos los acuchillados somos siempre nosotros, aunque a traición: piénsese en el destino de la Falange a manos de la derecha sociológica española y, a la postre, del Opus Dei. Nos dejamos engañar por el factor patriótico supuestamente común que al parecer nos uniría a los derechistas radicales. Lo cierto es que la única patria de los derechistas es la "comunión universal" (=catolicismo) que prepara en las "almas" el advenimiento del judeocapitalismo y que una y otra vez tiene que desembocar en la modernidad obsoleta que ya conocemos como el franquismo desembocó por su propio pie en la "sociedad de consumo" a la sombra de la bandera norteamericana.
No otro es el destino del fascismo.
El enemigo está a la derecha y con ese enemigo no hay lugar para la condescendencia. La izquierda nacional de los trabajadores, el "fascismo", tiene que aprender la lección del pasado. El ultracatólico siempre se olvida del patriotismo cuando observa que quien está a su lado en la trinchera porta en su mochila de batalla el Zaratustra o El Anticristo de Nietzsche, y no la Biblia. Aprovechará el cristiano cualquier despiste para empujarte a la cuneta "en el nombre de Dios" y de la puta madre iglesia. Mi experiencia personal me enseña que los católicos siguen siendo, ante todo, católicos, no españoles, alemanes o europeos. Puedes declararte patriota y actuar en consecuencia, pero si no eres católico, y hablo siempre desde el punto de vista político, el "creyente" no te lo perdonará: su salvación eterna está en juego, tiene que acuchillarte. Ya sabemos que Yahvé ordena exterminar a los infieles, pero no se trata aquí sólo de la muerte física, sino de la liquidación cívica, moral, del ostracismo político allí donde dos o tres o más "hermanos en la fe" puedan ponerse de acuerdo para actuar como una mafia relegando al ateo, al "pecador", al pagano..., a efectos de colocar en su lugar a uno de los "suyos". El catolicismo es la primera forma histórica de internacionalismo y, por ende, de conspiración antinacional. ¿Por qué habríamos de rechazar un internacionalismo con sede en Moscú y no aquel otro que anida en Roma y que ha construido los pilares espirituales e institucionales del cosmopolitismo burgués? Un derechista es simplemente un traidor a la nación y como tal hay que tratarlo. !No olvidemos el destino de Mussolini, de Ramiro Ledesma, de José Antonio! ¿Pero no se aliaron la derecha burguesa biempensante y el comunismo para destruir el fascismo, incluso ese fascismo derechizado que sólo conservaba en la estética los signos del Anticristo? Los nacional-revolucionarios no olvidamos. Y tampoco perdonamos.
Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
18 de junio de 2011
AVISO LEGAL
http://nacional-revolucionario.blogspot.com.es/2013/11/aviso-legal-20-xi-2013.html
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3 comentarios:
Aprovecho el tema de esta entrada para señalar un nombre que suele mencionarse como uno de las influencias en la gestación del fascismo: Maurice Barrés, reputado novelista y ardiente nacionalista francés.
Aunque no se le puede calificar de "socialista" —hasta donde conozco—, tampoco era lo que puede considerar un ultraderechista, pues se mantuvo fiel al nacionalismo jacobino y no propuso otra forma de gobierno que no fuese la república democrática.
Su obra repercutió en la intelectualidad española de la primera mitad del Siglo XX (era un hispanófilo declarado), caso de Manuel Azaña u Ortega y Gasset.
https://phte.upf.edu/dhte/frances/barres-maurice/
Como curiosidad, parece ser que inventó el término "nacional socialista" para aplicarlo a un tal Marqués de Morés, del que nada sé
https://es.wikipedia.org/wiki/Marqu%C3%A9s_de_Mor%C3%A9s
Como siempre, sus aportaciones son muy valiosas. Tendré muy en cuenta su comentario porque me quedan algunos libros que leer sobre la génesis del fascismo en Francia. Gracias.
El comentario anterior es mío.
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