Aquéllos que odien con toda su alma dicho criminal dispositivo racista de opresión mundial y aspiren a destruirlo, tienen que "negar" el relato oficial de "el Holocausto": no hay otro camino para avanzar hacia una auténtica democracia, allí donde todas las víctimas sean, por fin, iguales.
Supuesto de la presente entrada es la tesis de Norman G. Finkelstein, a saber: lo que se llama "el Holocausto" (con mayúsculas) "es una representación ideológica del holocausto nazi". Y añade el autor: "Como la mayoría de las ideologías, posee cierta relación con la realidad, aunque sea tenue" (Finkelstein, Norman G., La industria del holocausto, Madrid, Siglo XXI, 2002, p. 7). Finkelstein ha puesto el dedo en la llaga.
Vivimos en una sociedad que lo ha pisoteado todo, que permite, e incita incluso, la negación de las normas éticas, las creencias más sagradas, las ofensas étnicas, profesionales, religiosas, etc. Cualquier idea, fe, principio o cosa (el honor de las personas está protegido por la ley... si esas personas tienen dinero suficiente para la minuta del abogado) puede ser criticada (libertad de pensamiento), pero también ridiculizada (libertad de expresión). El relativismo moral, el "desenfado" de la cultura lúdica, el rechazo de que exista alguna verdad, en fin: éste es nuestro mundo, llamado liberal.
Las consecuencias no se detienen aquí: el desarrollo canceroso de los cuerpos legislativos represivos, el aumento exponencial de la población penitenciaria que generan las sociedades liberales, son fenómenos colaterales que proliferan alrededor de este proceso de descomposición axiológica. Pues al demoler los controles normativos internos, autónomos, de la persona, en aras de una abierta cultura de la transgresión donde vulnerar las reglas por sí mismas (en tanto que reglas) tiene un valor estético, la sociedad sólo puede sostenerse ya a base de controles normativos externos. La vigilancia policial y la amenaza penal crecen al mismo ritmo que la "diversión" y el expansionismo irrestricto de las pulsiones instintivas. Y cuanta más "libertad", tanto más aparato coactivo.
Supuesto de la presente entrada es la tesis de Norman G. Finkelstein, a saber: lo que se llama "el Holocausto" (con mayúsculas) "es una representación ideológica del holocausto nazi". Y añade el autor: "Como la mayoría de las ideologías, posee cierta relación con la realidad, aunque sea tenue" (Finkelstein, Norman G., La industria del holocausto, Madrid, Siglo XXI, 2002, p. 7). Finkelstein ha puesto el dedo en la llaga.
Vivimos en una sociedad que lo ha pisoteado todo, que permite, e incita incluso, la negación de las normas éticas, las creencias más sagradas, las ofensas étnicas, profesionales, religiosas, etc. Cualquier idea, fe, principio o cosa (el honor de las personas está protegido por la ley... si esas personas tienen dinero suficiente para la minuta del abogado) puede ser criticada (libertad de pensamiento), pero también ridiculizada (libertad de expresión). El relativismo moral, el "desenfado" de la cultura lúdica, el rechazo de que exista alguna verdad, en fin: éste es nuestro mundo, llamado liberal.
Las consecuencias no se detienen aquí: el desarrollo canceroso de los cuerpos legislativos represivos, el aumento exponencial de la población penitenciaria que generan las sociedades liberales, son fenómenos colaterales que proliferan alrededor de este proceso de descomposición axiológica. Pues al demoler los controles normativos internos, autónomos, de la persona, en aras de una abierta cultura de la transgresión donde vulnerar las reglas por sí mismas (en tanto que reglas) tiene un valor estético, la sociedad sólo puede sostenerse ya a base de controles normativos externos. La vigilancia policial y la amenaza penal crecen al mismo ritmo que la "diversión" y el expansionismo irrestricto de las pulsiones instintivas. Y cuanta más "libertad", tanto más aparato coactivo.
Arriba, niños judíos; abajo, niños alemanes:
la sagrada unidad de las víctimas
Pero hay algo, incluso en las sociedades liberales, que no puede ser menospreciado, criticado, ni negado: Auschwitz. ¿Por qué? En primer lugar, porque es falso que el sistema, en última instancia, sea "liberal" según lo que él mismo define como tal. El liberalismo es sólo la máquina propagandística con que el capitalismo-sionismo machaca las culturas, las creencias e identidades nacionales de todos los pueblos del mundo, mientras "Israel" preserva celosamente la suya propia. Las motivaciones económicas de la globalización y del mercado mundial no deben hacernos olvidar sus motivaciones puramente ideológicas: fomentar el multiculturalismo, el mestizaje, etc. Y tras esta agenda hay otra, el programa bíblico del Eretz Israel. Este es el "racismo institucional": la agenda de la mezcla racial al servicio de un supremacismo étnico de extrema derecha.
!La verdadera faz del "progresismo" debería inspirar pavor!
!La verdadera faz del "progresismo" debería inspirar pavor!
La persistencia incorregible del liberalismo después de que sus efectos disolventes sean patentes, incluso para los ciudadanos menos prevenidos en su contra, sólo tiene una explicación: la destrucción del tejido social es querida y beneficia a alguien. ¿A quién? Por supuesto, a la oligarquía. Y es esa misma oligarquía la que instaura el único dogma existente: el "Holocausto". Éste no puede ser transgredido y quien osa hacerlo no recibe el calificativo de "rebelde", siempre bien visto y hasta subvencionado en el marco del consumo o la "cultura", sino un "fascista", un "no-hombre".
Bien es cierto que la compulsión a la transgresión alimenta así, de paso, la existencia de "fascistas" reales que reproducen de forma mimética, para sentirse "malos" e inspirar miedo, el modelo del nazi de Hollywood. Algo frecuente entre adolescentes. Reviven el antifascismo con las inevitables agresiones, artículos de prensa sobre ataques de skin-heads, etc. Pero esta función latente u oculta del transgresivismo también estaba prevista y redunda, en última instancia, en beneficio del imaginario vigente. Los "fascistas" callejeros son producto del sistema, que con ellos se complace en una suerte de profecía autocumplida de utilidad periodística y propagandística impagable.
Por ello puede afirmarse, sin incurrir en ninguna teoría de la conspiración: la oligarquía occidental es esencialmente sionista. Que la única creencia "sagrada" de la sociedad liberal -cuyas instituciones se disuelven a marchas forzadas en la confusión relativista- sea la narración del Holocausto, y que ésta resulte protegida incluso penalmente, equivale a una demostración en toda regla de la hegemonía ideológica sionista que no requiere de más comentarios.
El sistema oligárquico (articulado por poderes financieros y sectas bíblicas delirantes como el Chabad) se pretende liberal y no puede, supuestamente, institucionalizar ideología alguna como doctrina de Estado. Sin embargo, lo ha hecho, circunstancia que genera una chirriante contradicción entre los postulados jurídicos de libertad de expresión, opinión y pensamiento, por un lado, y las actuaciones concretas de la policía, las fiscalías y los tribunales contra los opositores "fascistas", por otro. Un ejemplo bien reciente de este fenómeno es la absolución de los responsables de la librería Kalki, Ediciones Nueva República y Centro de Estudios Indoeuropeos (CEI), perseguidos durante ocho años por sus ideas, y a los que el Tribunal Supremo español ha tenido que exonerar en última instancia a pesar de la irritación del fiscal y la rabia contenida de las acusaciones particulares.
Pero no nos hagamos ilusiones: el simple procesamiento es ya un castigo; la mera intimidación generada por unos tipos penales en blanco cuya interpretación depende del tribunal de turno, en este caso una tercera instancia de casación, la ruina económica, los problemas de salud, profesionales y familiares, son ya un atentado a las presuntas libertades democráticas... Y esto significa que el sistema oligárquico, formalmente liberal, ostenta una ideología, de la cual depende su legitimidad. En suma, que sólo es liberal en apariencia, como, no obstante, ha ocurrido siempre con el liberalismo, desde sus orígenes: un fraude burgués que tiende a disimular los poderes oligárquicos reales que imperan en las sociedades capitalistas. Tópico marxista que, pese a todos los errores del marxismo, sigue vigente en la actualidad.
En consecuencia, si se demostrara la falsedad de los supuestos hechos históricos en que se sustenta dicha narración dogmática, derrumbaríase el sistema liberal-oligárquico. Sus instituciones educativas, científicas, culturales, periodísticas, políticas y hasta judiciales, quedarían literalmente desacreditadas. Es por este motivo que existen unas leyes penales que lesionan, quiéranlo o no, la libertad de los ciudadanos. El coste simbólico que implican y que el sistema está dispuesto a pagar pone de manifiesto que con ellas intenta proteger un elemento vulnerable a la vez que imprescindible para ese sistema de dominación pública transnacional que emerge en occidente después de 1945.
Recordemos que dichas normas represivas aparecen sólo en un momento de la historia reciente de Europa muy posterior a la posguerra, a saber, cuando los movimientos revisionistas empiezan a dañar el mito narrativo antifascista, y no antes. Son una reacción antiliberal desesperada que pone en evidencia la fragilidad de uno de los pilares del sistema oligárquico. Por este motivo, cabe afirmar que la oligarquía puede ser derrotada y que la estrategia revisionista resultaría, grosso modo aunque con los debidos ajustes, correcta, porque no requiere de grandes medios económicos (impedimento material), ni derramamiento de sangre (impedimento moral), para perjudicar políticamente a los mayores criminales de la historia. La crítica historiográfica y filosófica representa, a todos los efectos, una manera de proceder completamente "limpia", siendo así que sólo compromete la inteligencia, la voluntad y el coraje cívico de unos disidentes que deben aceptar la posibilidad de sufrir represalias de todo tipo, pero que a su vez, si se mantienen fieles a la verdad, dependen exclusivamente de sí mismos. Por otro lado, dichos disidentes no vulneran en ningún momentos los preceptos que el propio liberalismo dice defender. Aunque no se sientan liberales, por razones obvias, los disidentes deben empuñar los principios jurídicos del liberalismo como arma contra la oligarquía, sin que ello comporte confundir liberalismo y democracia, como hacen algunos.
Con ello ya queda dicho que la única forma de atacar el poder oligárquico es usar la gigantesca masa inercial de los derechos humanos para abalanzarla contra el racismo, el irracionalismo, el obscurantismo y el reaccionarismo de la extrema derecha judía. No se puede combatir a la oligarquía sionista desde el fascismo. La lucha está perdida de antemano. Pero la defensa de algunos de los preceptos liberales no nos obliga a aceptar todo el lote. La disidencia no implica tampoco renunciar a la democracia; no fuerza a emplear la verdad como una mera táctica. Democracia y verdad son, en Europa, anteriores al liberalismo, proceden de nuestra herencia griega e indoeuropea. El liberalismo oligárquico está afectado por su vinculación con la oligarquía, el sionismo y el capitalismo, por ejemplo por lo que respecta a sus compromisos éticos hedonistas y eudemonistas, entre otros. Podemos desprendernos de aquél sin lástima. La exigencia de verdad forma parte del liberalismo sólo en tanto que éste se quiere ilustrado y fomenta la ciencia que necesita para el "crecimiento económico", no obstante lo cual el liberalismo nunca ha asumido la verdad como valor supremo. A pesar de que las sociedades tecnológicas deben sus avances a los imperativos éticos de racionalidad y objetividad científica, éstos se ponen al servicio de una "tecnociencia" y, por ende, de un mercado capitalista cuyo canon antropológico es el del "consumidor feliz" (e idiotizado). La ciencia ha de permanecer sometida a las necesidades de la empresa que la financia, pero también de la religión, siendo así que la exigencia de felicidad inherente al sistema económico de la acumulación constante de capital coloca las creencias ansiolíticas de una vida eterna más allá de la muerte u otras funcionalmente análogas por encima de la verdad racional. La biología, la física, las matemáticas, etcétera, en cuanto disciplinas académicas, nada tienen que decir sobre dios. Dichas creencias religiosas no pueden ostentar, ciertamente, un estatus de validez capaz de poner límites al mercado (excepto en el caso, único, del delirio bíblico sionista), pero entran en la vida privada como productos o servicios "espirituales" con el mismo rango que la gastronomía o los servicios sexuales de un prostíbulo. Todo contribuye al bienestar y el mercado nos quiere "optimistas" en la "búsqueda de la felicidad" (=consumo compulsivo). Dios se usa, al igual que una puta. Pero, en todo caso, en las sociedades liberales la verdad queda, por lo que respecta al rango social, por debajo incluso de dichos "servicios" y bienes de consumo.
Más allá de la verdad científica racional
La finalidad de la legislación anti-negacionista es poner a salvo el único dogma del sistema, a saber, la religión cívica mundial del judío-víctima, que ocupa el lugar de Cristo en el centro de las creencias o conceptos límite intangibles -como la prioridad del mercado- que han de trascender de todo cuestionamiento, situándose más allá de la ciencia, de la verdad, de la racionalidad y de la crítica. !Esta subordinación de la razón a los "sentimientos" y no el "yo puro", es la definición misma del sistema! El antifascismo y la narración del holocausto generan una solución de continuidad simbólica, en el tejido social, entre el relativismo ético de la sociedad de consumo y el dogmatismo litúrgico de la religión oligárquica como tal. La fe en "el Holocausto" (Finkelstein) marca el camino de una universalización del judaísmo que ha de preservar la superioridad y separación de la raza sacerdotal sagrada en medio de una masa mundial de mestizos sin identidad nacional, de cretinos pasivos e idiotas que sólo se enciendan, como resortes, contra "los nazis" ("malditos bastardos"). Con la universalización de "el Holocausto" ingresamos poco a poco en un mundo hebreocéntrico del cual colgamos como apéndices, puesto que nosotros los gentiles no somos ni podemos ser judíos (la religión judía no es proselitista) aunque queramos. La subordinación de la ciencia a los intereses del mercado, es decir, del sistema capitalista, y la institucionalización legal del antifascismo con la normativa penal, son la cara material y espiritual de la misma negación de la verdad en que se basa el poder de la oligarquía financiera filosionista.
El sionismo (el antifascismo y la narración del holocausto), en primer lugar; las exigencias y necesidades del mercado (con el Estado como mero gestor), en segundo lugar; la (tecno)ciencia en tanto que instrumento del mercado y del poder oligárquico, en tercer lugar. Tal es el orden jerárquico de las instituciones en la sociedad liberal-oligárquica sionista mundial.
La oligarquía no puede, por tanto, tolerar que la verdad se instituya como un límite frente a su poder. Esto significa la palabra Yahvé (véanse mis entradas relativas a las pruebas sobre la inexistencia de dios). El sometimiento de la ciencia resulta fácil, puesto que las ciencias exactas o físicas, las más útiles desde el punto de vista económico, son especialidades y como tales ninguna de ellas abarca el conjunto, la totalidad de sentido existencial en que enquístase la función ideológica. Tales ciencias están indefensas intelectualmente ante el capitalismo a menos que una "teoría de la sociedad" con valor normativo, una antropología filosófica o una filosofía crítica se adhiera a ellas. Pero ya es tarde para la filosofía institucional, desarticulada desde dentro por los propios filósofos académicos. De la teoría crítica han dado buena cuenta asimismo, anticipándose a este posible peligro, los doctrinarios del sistema (por ejemplo, la Escuela de Frankfurt). Otra cosa es la filosofía no institucionalizada, independiente, una de las últimas trincheras de la resistencia anti oligárquica. Otra cosa podrían ser también las ciencias humanas como la historiografía, que afecta directamente a los intereses oligárquicos en la medida en que puede cuestionar la narración de "el Holocausto".
Ahora bien, el dispositivo de dominación debe dejar claro, aunque de forma tácita, que esta materia no está sometida a criterios de objetividad, de manera que ciertas teorías o esquemas interpretativos quedan fuera del debate y amparados por ley. Por otra parte, los historiadores profesionales tienen que hacer "como si" ellos hubieran llegado a las mismas conclusiones que las impuestas por el Estado de manera razonada y libre, aunque esto no sea cierto. La academia debe decir que el "negacionismo" es falso porque no se corresponde con los hechos, no puede confesar jamás que el "negacionismo" es falso porque de lo contrario el historiador va a la cárcel o, como poco, pierde su reputación y su puesto de funcionario público. Existe una producción científica de utilidad económica basada en los imperativos de las empresas que sufragan los departamentos de investigación, y una producción científica (las ciencias humanas y sociales) de utilidad simbólica, basada en los imperativos de fundamentación de la ideología antifascista oficial. La selección de los temas, de los objetos, de las líneas de trabajo, viene marcada por unas directrices previas. La autocensura hace el resto. Quien se sale del camino es expulsado al submundo del ostracismo y la marginalidad profesional. Las ciencias humanas y sociales se han convertido así en tecnociencias de la propaganda con el mismo valor que el periodismo, y su decadencia universitaria es tan profunda, pese a las apariencias, como la de la filosofía de cátedra. Ésta es la ciencia, hoy. Y a esto se le llama liberalismo.
Aclaremos ahora qué significa "negar el Holocausto" (con mayúsculas).
Holomodor: campesino ucraniano
víctima del bolchevismo
Consecuencias de negar el Holocausto
Si la sociedad occidental tuviera conciencia de que la narración de "el Holocausto" es falsa, el sistema oligárquico mundial se derrumbaría. Aquéllos que rechacen dicho aparato criminal de opresión y aspiren a destruirlo, tienen que negar "el Holocausto", no hay otro camino para avanzar hacia la democracia.
Pero negar el Holocausto no puede consistir en rechazar que existiera una persecución nazi de los judíos y que ésta generara millones de muertos en campos de concentración o fosas de la estepa rusa, como pretenden los revisionistas. La tarea de los revisionistas por lo que respecta a redimensionar los hechos, recortar el número de víctimas, desmontar el mito del plan de exterminio y de las cámaras de gas, etc., ha sido muy meritoria. El sistema ha quedado gravemente afectado, de ahí la legislación represiva. Pero ahora ha llegado el momento de reinterpretar la narración en su conjunto, no de analizar hechos aislados, por muy importantes que éstos sean, intentando llegar a un "cero" de criminalidad "nazi" que es francamente insostenible desde una actitud honesta.
La legislación "contra el odio" no tiene como finalidad amparar a las víctimas del holocausto, sino, ante todo, ocultar el contexto histórico en que se produce el hecho -exagerando, eso sí, sus dimensiones y características- de la persecución antisemita. Pero el contexto histórico del holocausto son otros crímenes perpetrados por la oligarquía. Las leyes que prohiben banalizar el holocausto aquello que pretenden en realidad es impedir la denuncia de los "genocidios olvidados". Las leyes anti-banalización vienen a fijar como norma la exigencia de banalizar ciertos (otros) genocidios; el mandato político antidemocrático, cuya transgresión es castigada penalmente, de no recordar los crímenes de masas de los vencedores, de minimizarlos, de justificarlos, de negarlos... La legislación liberal de derechos humanos desemboca así en... la negación de los derechos humanos; la ley contra la apología del genocidio en... la apología del genocidio (de los alemanes); las leyes liberales contra el racismo en... la institucionalización de un racismo ultraderechista judío. Estas legislaciones, en definitiva, parten del supuesto sionista de unas víctimas judías convertidas en víctimas de "primera clase" frente a otras víctimas de segunda clase, o incluso no-víctimas, que ni siquiera se merecen un juicio, que no pueden ser recordadas, equiparadas, comparadas, hermanadas con las víctimas de Auschwitz. Todo este fraude, que ya dura 60 años, es moral y políticamente gravísimo, nauseabundo, intolerable... En estos preceptos legales "antifascistas" aquello que se manifiesta, entre líneas, es el espantoso rostro exterminador de la oligarquía sionista que los palestinos sufren cada día, como único y verdadero pueblo universal actual, en su propia carne.
En consecuencia, negar el holocausto no puede consistir en afirmar simplemente que no existió, sino en denunciar los genocidios de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Se niega la narración, el marco de sentido, el "horizonte hermenéutico" (sionista) de fondo, no el factum. Sólo la evidencia y la conciencia pública de estos (otros) facta espantosos permitirá dar el "salto" exegético, a saber, la comprensión de por qué el holocausto tuvo que ser exagerado: lo fue con el fin de ocultar los horrores del "humanismo" que la historia mítica de Auschwitz había de minimizar. Dado que los genocidios, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad de los vencedores eran enormes, para hurtarlos a la conciencia pública el holocausto debía adquirir unas dimensiones cósmicas, ubicarse más allá de la razón, resultar a la postre inexplicable, encarnar el "mal absoluto", etc. Así surgió el Holocausto con mayúsculas. Antes que ofender a las víctimas de la persecución nazi, se trataría así de rescatarlas, siendo así que éstas devienen criminalmente instrumentalizadas para negar, ofender, banalizar a otras víctimas del mismo delito en cuanto tales. Un niño judío fallecido de tifus en Auschwitz está siendo utilizado como arma propagandística para asesinar por segunda vez al niño quemado vivo en Dresde. No otro es el canallesco modelo de la legislación oligárquica sobre la memoria histórica y la lucha antirracista. La verdadera ofensa contra las víctimas del holocausto es esta obscena manipulación política de un genocidio por parte de otros genocidas, del asesinato de unos inocentes, para justificar, menospreciar y, a la postre, negar, el exterminio de otros inocentes. El niño judío y el niño alemán -víctimas iguales- están más próximos entre sí de lo que lo están los sionistas y mercachifles de la industria de "el Holocausto" respecto de sus propios muertos. El genocida antisemita y los genocidas comunista, liberal o sionista forman un bloque abominable frente a la unidad moral de todas las víctimas. Y es esa unidad la que, con la narración fraudulenta de "el Holocausto", ha sido rota y mancillada a manos de los asesinos antifascistas.
Familia alemana asesinada por el ejército rojo
Por los mismos motivos, la negación política pública del Holocausto, es decir, el recuerdo de los genocidios olvidados, no puede consistir en una reivindicación del fascismo como ideología de partido (harina de otro costal es la reflexión filosófica). Pues, por mucha contextualización de los hechos a la que se quiera llegar, el holocausto (con minúsculas) existió y no se puede justificar de ninguna de las maneras. El imperativo de un compromiso con la verdad y la democracia que es anterior, humana y espiritualmente, al uso puramente estratégico de los principios "liberales" (en los que no creemos pero que podemos arrojar como arietes contra la oligarquía para abrir una brecha en el muro de su ciudadela), nos prohibe todo intento de resucitar la política fascista. Hacerlo sería entrar en el terreno del "(anti)fascismo", que conforma una polaridad dialéctica. Sería como declararnos "gentiles" frente a los judíos o "payos" frente a los gitanos. Sería como proclamarse, en la Edad Media, partidario del demonio, es decir, hacer nuestro un sistema simbólico en el que ya tenemos asignado ese lugar narrativo donde nuestras posibilidades de expresión y argumentación racional serán tasadas de antemano en beneficio de la otra parte, es decir, en el interior de su universo lingüístico clausurado. La lucha contra la inquisición no consiste en postularse seguidor de Satán, sino en negar la validez del entero dispositivo simbólico teológico a partir de uno de los elementos (la verdad racional) que ese mismo dispositivo reconoce -y se ve obligado a reconocer- sólo instrumentalmente, aunque le resulte, en última instancia, "disfuncional". Ahora bien, en el lenguaje "natural", el holocausto puede explicarse, pero quedará siempre más acá de toda posible legitimación. Cabe distinguir conceptualmente "fascismo" y "holocausto", ésta es, sin duda, una tarea teórica legítima, pero trasladar dicha distinción al lenguaje ordinario rebasa las fuerzas no ya de un hablante, sino de todos los hablantes teóricos en el supuesto impensable de que llegárase a un consenso sobre el tema. Mientras tanto "fascismo" significa "holocausto" por orden del diccionario. Ninguna política puede surgir de semejante factum lingüístico a menos que una política no fascista pero hegemónica decidiera restablecer el sentido válido de las palabras en beneficio de otro campo político distinto, es decir, como poco, presuntamente rival. Pero, ¿qué política podría hacerlo, excepto una política solapadamente "fascista"? Lo que es tanto como decir: una política imposible. El fascismo "político" no podrá así salir, jamás, de este círculo vicioso por sus propias fuerzas y la prueba de ello es que los propios fascistas, cuando aceptan tácitamente que lo son, han abandonado el vocablo; sin sacar, empero, las necesarias consecuencias ideológicas de este acto: la extinción definitiva, irreversible, del fenómeno fascista, que ellos mismos condenan a la nulidad.
Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
28 de abril de 2011
AVISO LEGAL
http://nacional-revolucionario.blogspot.com.es/2013/11/aviso-legal-20-xi-2013.html
9 comentarios:
A tenor de todo lo q afirmas como te explicas la nueva STS q como supongo sobradamente conocerás ha liberado de responsabilidades penales a cuatro NS. http://www.elmundo.es/elmundo/2011/06/03/espana/1307091394.html Según tus teorías ello fuera algo impensable en el escenario q describes.
Por otro lado tienes razón en lo q afirmas sobre el liberalismo. La democracia actual es la tiranía de las mayorías, un despotismo electivo q nada tiene q ver con el liberalismo clásico. Precisamente son los pensadores liberales aquellos q primero detectaron q las utopías son la madre de la violencia y q los intereses generales nuca deben prevalecer sobre los derechos individuales por mucho q sean legitimados a través de mayorías democráticas. También quisiera poner de manifiesto q los Ds individuales del rule of law nada tienen q ver con los DDHH. Es contraponer una visión liberal del mundo vs otra socialista. Por otro lado Jaume hablas del valor supremo de la verdad y lo enfrentas a los valores hedonistas. Esa es la crítica principal q te hago, no es del deber ser es el ser el q importa, el hombre q es... No es el hombre nuevo es el hombre actual el q debe centrar tu atención. El cuarto Ds individual del rule of law consagrado hasta en la CEUA de 1778 es el de al búsqueda de la felicidad, y ese D es fundamental pq constituye la base de toda la economía liberal. Es decir afirmar q los intereses particulares no son contrarios al interés general, aceptar q la codicia, greed, forma parte de la condición humana. Esa es una verdad elemental q ha asumido el liberalismo y q lo diferencia de cualquier quimera socialista q sacrifica en nombre del pueblo o cualquier otra entelequia las libertades de los ciudadanos. El liberalismo oligárquico al q tu te refieres es una perversión de los valores del liberalismo puro pq elimina el elemento la libre competencia q como sabrás es la esencia del sistema de libre mercado. En economía es lo q se conoce como mercantilismo, precisamente el fascismo en mi opinión es una forma de mercantilismo pq sólo permite al empresario hacer negocios bajo la tutela estatal, a mayor abundamiento mira a las repúblicas bananeras latinoamericanas. En consecuencia no puedo compartir tus críticas al pensamiento liberal. El liberalismo no pretende un mundo feliz, pretende estructurar una sociedad asumiendo la VERDAD de naturaleza humana. No pretende q los hombres son ángeles, no pretende el bien común,no pretende ningún principio moral... ni siquiera entroniza la razón, pq la razón no es nada más q un medio pero no un fin en si misma, es un instrumento más( creo q cometes ese error, al igual q lo cometieron la mayoría de ilustrados ). Cabe diferenciar también entre concepción ética y principio moral, pues la ética q pretende el liberalismo viene a ser una universalización racionalista de las emociones-sentimientos humanos pero no un código moral de conducta. Consecuentemente el hedonismo forma parte de esa verdad. Eso q tu describes como ciencia actual no tiene nada q ver con el liberalismo por mucho q comparto en términos generales el marco del escenario q has descrito y apruebo el resto de tu artículo.
"Esa es la crítica principal q te hago, no es del deber ser es el ser el q importa, el hombre q es... No es el hombre nuevo es el hombre actual el q debe centrar tu atención." (Jackobs dixit)
Es imposible separar las nociones de hombre y de deber, porque el hombre es esencialmente PROYECTO, como decía Heidegger, una corriente temporal polarizada hacia el futuro, que son sus metas y fines. de ahí que el hombre sea también un ser normativo. Su ser es precisamente, su deber-ser y el deber ser tiene su propia y característica forma de ser que define al hombre.
Fíjate que tu mismo me dices que "debo" centrarme no en el deber, sino en el ser. Si lees tu frase con atención te darás cuenta de golpe de lo que intento explicarte.
Esta noche te respondo de forma más exhaustiva, Jackobs, pero ya adelanto que existen pruebas incontestables, apabullantes incluso, de la vinculación entre el liberalismo y las posiciones éticas hedonistas, como demostraré.
Respondiendo a Jakobs sobre la sentencia absolutoria de Bau, Llopart y los otros: en el escenario que describo, hablo precisamente sobre las contradicciones entre el liberalismo y el sionismo. El propio post ya explica esto. Para que el liberalismo sea efectivo, deben existir ciertas leyes. Las leyes antirrevisionistas son contraditorias con las declaraciones constitucionales, pero la oligarquía, en muchos países, como Francia o Alemania, carga con el coste simbólico de la persecución porque teme más la revisión del holocausto que no que la acusen de haber permitido un tipo penal abusivo. No olvidemos que España es una excepción en esto.
Yo no he dicho que la democracia sea la tiranía de las mayorías. Y no puede serlo porque existen mecanismos de fabricación de la opinión pública que convierten el voto mayoritario en una mera cuestión de propaganda. Esto no es problema para la oligarquía.
Las utopías son la madre de la violencia, pero el liberalismo no sólo no ha combatido las utopías, sino que vive de ellas. Pensemos en la sociedad de consumo y el mercado mundial. Son conceptos utópicos que cuestan muy caros a la humanidad. Pensemos que el Tercer Mundo se muere de hambre a las puertas del paraíso y que para construir el mercado mundial habrá que arrasar medio planeta. El liberalismo puede haberse opuesto a la hiperfetación del Estado, pero admite otras formas de violencia.
La búsqueda de la felicidad es precisamente el motor ideológico de la reinversión y el crecimiento constante del capital. No es un valor racional, como la verdad, sino un constante jadear en busca del gran ídolo moderno, de la gran adicción moderna: la "felicidad". La traducción de esta religión a la práctica es la producción/consumo. Siempre esperando ese objeto, ese ser, que nos haga por fin "felices", cuando lo que ocurre es que el capital crece y crece, hasta el infinito, convirtiendo todo el planeta y la naturaleza entera en mercancías y desechos, mientras una cuenta abstracta en un banco ve aumentar sus dígitos y las masas claman "más, queremos más"...
!Esta es la felicidad liberal, Jakobs!
Nunca ha existido ese sistema del mercado perfecto del que hablan los liberales, Jakobs. El liberalismo siempre ha usado al Estado para sus fines y lo ha necesitado, ya sea para abrir otros mercados por la fuerza, ya para reflotar grandes empresas "de interés nacional" en quiebra, ya para otras decenas de usos fraudulentos que convierten el liberalismo puro en pura propaganda. Como en todas las ideologías, el liberalismo real no tiene nada que ver con el liberalismo teórico, pero eso también pasa con el comunismo y con el fascismo. Apelar al liberalismo "de verdad", que nunca se habría aplicado, es tan ingenuo como apelar al comunismo "de verdad", que siempre ha sido pervertido por los políticos, etc.
Eso de apelar a la verdad de la naturaleza humana no puede ser una defensa del liberalismo, sino evidenciar su principal contradicción, porque el liberalismo nos dice que el hombre es hedonista, pero intenta convencernos de ello, como si, en lugar de ser hedonistas, nos guiásemos por la verdad. Cuando alguien dice que el hombre es así o asá, no debe intentar convencer a nadie. Si "es", entonces los hechos deben patentizarlo. Pero la contradicción performativa es preciamente la pieza suelta que siempre falla en este tipo de concepciones sobre la famosa "naturaleza humana".
Dices:
"El liberalismo no pretende un mundo feliz, pretende estructurar una sociedad asumiendo la VERDAD de naturaleza humana. No pretende q los hombres son ángeles, no pretende el bien común,no pretende ningún principio moral... ni siquiera entroniza la razón, pq la razón no es nada más q un medio pero no un fin en si misma, es un instrumento más( creo q cometes ese error, al igual q lo cometieron la mayoría de ilustrados)."
Si todo son instrumentos (la razón también) entonces no puedes sostener que la verdad es un fin en sí mismo y que el liberalismo actúa en función de la verdad de la naturaleza humana. Si fuese así, la verdad sería un criterio último y no un medio para nada. Pero la verdad depende de la racionalidad, ergo la razón no puede ser un instrumento.
Si lo fuera, ¿de qué o de quién? ¿Cuál es el sujeto último de toda esta instrumentalización del universo? Los instrumentos pueden formar parte de una cadena de instrumentos, esto ya lo explica Heidegger, uso el coche para ir a comprar, allí compro un martillo, con el martillo pico un clavo en a pared, allí cuelgo un cuadro... pero al final de la cadena hay un sujeto que en sí mismo no sirve para nada, que es el fin de toda a cadena de instrumentalización. Entonces, dime quien es ese sujeto último, ese ser que justifica la devastación del planeta y la conversión del universo en un inmenso basurero.
Cuando todos los entes naturales del mundo se hayan convertido en mercancías y éstas a su vez en desechos, cuando sólo quede un gran banco con una crifra astronómica de capital acumulado rodeado de infinitas montañas de basura, se habrá consumado el proceso de acumulación de capital, pero ese capital será sólo una cifra, y el sujeto "propietario" de la cifra un esqueleto al lado de una copa de coñac vacía, el esqueleto de alguien que murió hace miles de años.
Qué desilusión, como te puedes proclamar un amante de la Verdad si dices que el holocuento "existió"; que yo sepa, murieron unos 300,000 judíos...
Nosotros aceptamos que el holocausto ha sido exagerado, rechazamos la versión oficial en los mismos términos que Finkelstein, o sea, "el Holocausto" con mayúsculas como ideología de la propaganda sionista. Pero es un hecho que hubo persecución y exterminio de judíos bajo el Tercer Reich, sólo en Rusia los Einsatzgruppen asesinaron a un millón de civiles, en decenas de miles de casos, contanto por lo bajo, se trataba de niños. Como poco otro millón de judíos perecieron en los campos a consecuencia de las durísimas condiciones de vida. En total, creo que se puede hablar de 2 millones de víctimas judías, pero hay que sumar 3 millones de prisioneros rusos y otras víctimas de maltrato sistemático en campos o a consecuencia de matanzas. ¿Cree usted que los nazis eran unos santitos? Reconocer los hechos aunque duelan no es faltar a la verdad. Lo que no vamos a hacer aquí es sustituir una versión propagandística por otra. Si eso es lo que usted entiende por "verdad", apaga y vámonos. Lamento haberle decepcionado.
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