El propósito de este libro es evocar y describir la experiencia fascista, y no el emitir juicios morales sobre la conducta de individuos o grupos determinados. En mi opinión, el fascismo es un sistema terrible, cualquier otro tipo de régimen habría sido mejor y los italianos que lucharon contra él, en el exilio o en el interior, fueron los verdaderos héroes de la época de Mussolini (Tannenbaum, E. R., La experiencia fascista, Madrid, Alianza, 1972, p. 9).
En la página 197, me encuentro con lo siguiente:
De los auténticos subversivos se ocupaba la OVRA y el tribunal especial, más que la policía regular y los tribunales. En comparación con la Alemania nazi o con la Unión Soviética en la época de Stalin, su número fue considerablemente pequeño y el trato que les dio relativamente humano. Entre 1926 y 1943 sólo fueron condenadas a muerte 25 personas, y esta cifra incluye a varios espías y extremistas eslavos (op. cit., p. 197).
Nota 86.: Las cifras que se dan proceden de Ernesto Rossi, La pupilla del Duce l'OVRA (Parma: Guanda, 1956, págs. 131 y 133), quien a su vez las tomó de Adriano Dal Pone, Alfonso Leonetti, Pasquale Maiello y Lino Zocchi, Aula IV. Tutti i processi del tribunale speciale fascista (Roma: 1961). Esta publicación describe los procesos en el Tribunal Especial; dado que sus autores representaban a las víctimas (Associazione Nazionale per Perseguitati Politici Italiani Antifascisti), es poco probable que hayan minimizado las cifras dadas (op. cit., p. 197, todos los subrayados son míos, J.F.).
Me quedo literalmente estupefacto. Quien escribe y así se expresa es un universitario, un científico "liberal" representante arquetípico de la historiografía académica, esa que normalmente se contrapone a los "aficionados" revisionistas y demás "neonazis" disfrazados de historiadores. Pero la idea sustentada por Tannenbaum no se aguanta y tal evidencia podría captarla incluso un alumno de secundaria, y quizá hasta de primaria. Resulta que el régimen fascista es lo peor que podía haberles pasado a los italianos, pero, al mismo tiempo, y sin que la cara del autor de este libro se inmute por el espiritual fulgor de la incongruencia lógica, dicho régimen resulta que era "relativamente humano". ¿Cómo puede ser lo peor "relativamente humano"? ¿Qué sentido tiene esta caracterización? Que cada cual responda como pueda a esta pregunta liberadora.
Hacia una nueva cultura de la resistencia
Por otro lado, cuando Alemania atacó la URSS, en la Rusia bolchevique ya habían sido exterminadas 13 millones de personas. Y a la muerte de Stalin, las víctimas ascendían a 20 millones como poco (según Solzhenitsyn, a 66 millones). La masacre había continuado en este desgraciado país después del juicio de Nüremberg, cuando las potencias aliadas expulsaron a Alemania de la civilización por pisotear los derechos humanos de la etnia judía, mientras esas mismas potencias aplicaban el plan Kaufman/Morgenthau de aniquilación del pueblo alemán puertas afuera del edificio donde se estaba celebrando dicho procedimiento penal ignominioso, la más horrenda comedia de justicia que la historia recuerda.
Además, la afirmación de Tannenbaum quiere sostener el mito de Lenin, ése que permitió al comunismo seguir extendiendo el crimen de masas por todo el planeta hasta la caída del muro de Berlín y más allá. Reconoce, en efecto, Tannenbaum, que el fascismo fue humano "en comparación con la Unión Soviética", aunque, eso sí, de la Unión Soviética "en la época de Stalin". Se sobreentiende entonces que Mussolini sería "peor" que Lenin. Tales absurdas pretensiones axiológicas esgrímense a pesar de que, en los primeros dos meses que Lenin gobernara Rusia, restableció la pena capital y condenó a muerte a más personas que el odiado imperio de los zares a lo largo del entero siglo XIX. Y se mantiene la mueca, la obscena impostura intelectual, a pesar de que las 25 condenas a muerte ejecutadas en la Italia fascista ni siquiera se puedan comparar, tanto en naturaleza cuanto en número, con las 1000 personas inocentes que la banda terrorista marxista-leninista ETA ha asesinado (sin otro tribunal, especial o no, que el del tiro en la nuca) desde la constitución de la democracia española actual:
Entre 1825 y 1917, los denostados tribunales zaristas dictaron 6321 sentencias de muerte que no fueron ejecutadas en su totalidad. Tan solo en un par de meses del otoño de 1918, la Cheká fusiló a un número de detenidos que se acercó a los quince mil (César Vidal, Paracuellos-Katyn. Un ensayo sobre el genocidio de la izquierda, Madrid, Libroslibres, 2005, p. 48).
El carácter terrorista y criminal del leninismo está atestiguado nada menos que por el propio Trotsky, quien reconoce que era Lenin quien se encargaba de demoler los últimos escrúpulos que pudieran quedarles a los revolucionarios a la hora de exterminar sin compasión a sus adversarios políticos, que eran "todos", incluidos los socialdemócratas y los anarquistas, también de izquierdas:
Ha sido el propio Trotsky -que tendría un papel bien destacado en el uso del terror y que incluso escribió un libro sobre el tema- el que nos ha transmitido el testimonio de un enfrentamiento entre los eseristas de izquierda y Lenin con ocasión de la decisión bolchevique de que quien ayudase o alentase al enemigo sería fusilado en el acto. Al escuchar que los eseristas encontraban tal medida intolerable, Lenin señaló: "¿Creéis realmente que podemos salir victoriosos sin utilizar el terror más despiadado?". Como el mismo Trotsky indica, aquélla era una época en la que Lenin no perdía ocasión para inculcarles que la utilización del Terror era inevitable (Vidal, C., op. cit., p. 43).
Entre 1825 y 1917, los denostados tribunales zaristas dictaron 6321 sentencias de muerte que no fueron ejecutadas en su totalidad. Tan solo en un par de meses del otoño de 1918, la Cheká fusiló a un número de detenidos que se acercó a los quince mil (César Vidal, Paracuellos-Katyn. Un ensayo sobre el genocidio de la izquierda, Madrid, Libroslibres, 2005, p. 48).
El carácter terrorista y criminal del leninismo está atestiguado nada menos que por el propio Trotsky, quien reconoce que era Lenin quien se encargaba de demoler los últimos escrúpulos que pudieran quedarles a los revolucionarios a la hora de exterminar sin compasión a sus adversarios políticos, que eran "todos", incluidos los socialdemócratas y los anarquistas, también de izquierdas:
Ha sido el propio Trotsky -que tendría un papel bien destacado en el uso del terror y que incluso escribió un libro sobre el tema- el que nos ha transmitido el testimonio de un enfrentamiento entre los eseristas de izquierda y Lenin con ocasión de la decisión bolchevique de que quien ayudase o alentase al enemigo sería fusilado en el acto. Al escuchar que los eseristas encontraban tal medida intolerable, Lenin señaló: "¿Creéis realmente que podemos salir victoriosos sin utilizar el terror más despiadado?". Como el mismo Trotsky indica, aquélla era una época en la que Lenin no perdía ocasión para inculcarles que la utilización del Terror era inevitable (Vidal, C., op. cit., p. 43).
Se cita como fuente la obra de Trotsky, Lenin, varias ediciones, p. 101 ss. Vidal no es más explícito pero no existe ninguna motivo para creer que dicho documento sea una invención.
Realmente, ¿el -relativamente humano- régimen de Mussolini era, para los italianos, "peor" que el comunismo implantado a la sazón en Rusia? ¿Y los auténticos héroes de Italia fueron en serio quienes lucharon por reproducir en el país transalpino las atrocidades que el pueblo ruso padeció hasta el exterminio étnico por parte de su propio Estado? ¿Por qué? Désenos una sola razón digna de ese nombre que justifique semejantes delirios dogmáticos. No la hay. Lo que hay es la indecente imposición burocrática de la religión antifascista, un lugar mental e institucional donde el razonamiento queda súbitamente perturbado por la amenaza penal, el oportunismo político o profesional y la irradiación psicológica del odio. Ésta es la verdad, la gran verdad de nuestras falsas democracias genocidas tuteladas por la judería.
El dogma de Tannenbaum, personaje de cuya etnia no quiero acordarme, es como una muestra de la célula germinal con que hílase el tejido cultural de la ciencia y la cultura después de la Segunda Guerra Mundial. Casi todo lo que desde entonces se ha producido y publicado "oficialmente" está contaminado por la ideología antifascista -contorsión litúrgica del racismo ultraderechista hebreo- y condenado de esta suerte a la más absoluta obsolescencia científica y moral. En un mañana no muy lejano, libros como el de Tannenbaum y muchos otros, serán contemplados cual ejemplos típicos de la impostura antifascista en una dilatada posguerra que duró décadas. Hitler dejará de encarnar el mal absoluto y personajes como Churchill harán enrojecer de vergüenza a sus propios compatriotas. El sionismo habrá quedado desacreditado para siempre, desaparecerá el Estado de Israel y el holocausto pasará a ser uno de los muchos crímenes de la historia. En cualquier caso, la ciencia historiográfica admitirá un genocidio judío de dimensiones harto más reducidas que las establecidas por esa especie de propaganda de guerra en la paz que se prolongara a lo largo de medio siglo XX -centuria del engaño-, después de que los alemanes depusieran las armas.
Balder, dios germánico
Y ya con el siglo XXI, que es también un milenio en pañales, surgen aquí y allá focos de resistencia que alumbran la inminencia de una nueva cultura post-antifascista. Las fuerzas del sistema oligárquico transnacional harán todo lo posible para ahogarla, pero, si el lugar común no se equivoca, la verdad siempre sale a flote, como un corcho en las aguas, por su propia espiritual e indomable inercia, a pesar de que la violencia física y psíquica pueda sumergirla compulsivamente durante mucho tiempo. Esta nueva cultura de la resistencia se anuncia con mil signos: nos encontramos en plena fase de transición hacia el tiempo nuevo. Ahora bien, pese al papel central que la revisión historiográfica, filosófica, política y hasta íntimamente moral del fascismo representará en la misma, no será una forma de neofascismo. Y estará bien que no lo sea, porque el fascismo falleció y, como un fantasma en pena, sólo pide ser enterrado y poder descansar en paz, con la justicia a la que todo hombre o grupo de hombres tienen derecho a pesar de los errores y hasta crímenes que hayan podido cometer. En definitiva, la superación del oprobioso antifascismo dará también el carpetazo final al expediente fascista y nos permitirá leer y comprender con libertad a los grandes pensadores del futuro, como Martin Heidegger, Ernst Jünger o Carl Schmitt, en calidad de guías filosóficos de la civilización occidental. Esa cultura racional que todavía ha de ofrecer su último y más preciado fruto, apiñada entorno a un valor ético -la ciencia- que no se confunde con la actual sociedad de consumo en decadencia. Tiene así que llegar el advenimiento de la verdad, de la finitud como respuesta a la pregunta por el sentido de la existencia humana. Noción que los primitivos germanos, y luego los griegos, ya experimentaron; significado que nosotros, a la postre, podremos ahora objetivar en forma de conceptos morales e institucionalizar como fundamento de una forma de vida totalmente inédita, aunque largamente gestada en las entrañas de ese proyecto histórico de libertad no en vano denominado occidente.
Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
2 de abril de 2011
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