miércoles, agosto 31, 2011

Retrato del antifascista en Orwell (4)

Miguel Ángel Aguilar, fiscal del odio
















"La persecución de grupos organizados con ideología neonazi es una preocupación y una ocupación constantes de la Fiscalía y mantenemos con los cuerpos y fuerzas de seguridad una excelente relación de permanente coordinación para investigarlos, reunir pruebas contra ellos y ponerlos a disposición de los tribunales, en este sentido son conocidas las exitosas operaciones llevadas a cabo contra los responsables de la Libreria Europa, Libreria Kalki, grupos de ultraderecha como el Centro de Estudios Indoeuropeos o grupos ultras vinculados al deporte."

La presente entrada desarrolla el planteamiento emprendido por Noam Chomsky sobre el tema. Tiene además, como finalidad, reunir materiales y reflexiones que permitan interponer una querella criminal contra el fiscal Miguel Ángel Aguilar, coordinador de la denominada fiscalía especial de Cataluña contra el odio. Quisiera recordar que mi sindicato, C. F. P. Manos Limpias, del que soy secretario nacional de justicia, ha denunciado y llevado a los tribunales al juez Baltasar Garzón por unos hechos que guardan cierto paralelismo con las fechorías antifascistas del fiscal Aguilar, puesto que Garzón se negó a investigar los crímenes de Paracuellos, pero luego abrió diligencias que afectaban a las represalias fraquistas por las atrocidades previas del bando republicano. En estos momentos, Garzón está imputado por prevaricación. A nuestro entender, Aguilar, como Garzón, podría haber actuado vulnerando los preceptos constitucionales más elementales de igualdad, libertad ideológica y libertad de expresión que la carta magna española garantiza en teoría pero no en la práctica (si fuera así los imputados por el caso Kalki se habrían ahorrado años de calvario).

Las citadas arriba son declaraciones del fiscal Aguilar de 2009:


Se jacta de "exitosas operaciones" que, como sabemos, han terminado en un absoluto fiasco, siendo así que el Tribunal Supremo ha declarado inocentes a varias personas "de ideología neonazi" que habían sido perseguidas, difamadas, procesadas y hasta condenadas por tribunales inferiores al TS a lo largo de ocho años:


Por supuesto, el artículo de RTVE que refleja la noticia es en sí mismo delictivo, pues insiste en atribuir a los imputados precisamente aquéllos actos de los que de manera expresa los ha exonerado el tribunal. Pero, dejando de lado por un momento el tema de la prensa, que merecería un espacio propio en esta materia de la difamación reincidente e incorregible incluso ante la evidencia de una sentencia, lo más importante aquí es que el fiscal Aguilar, en su entrevista, reconoce que persiguió a los procesados ahora absueltos por su ideología y no porque cometieran algún delito, abstracción hecha de que, como se ha visto, no cometieron ninguno. En efecto, el propio fiscal afirma que

La persecución de grupos organizados con ideología neonazi es una preocupación y una ocupación constantes de la Fiscalía.

(M. A. Aguilar, marzo 2009).


Artículo 16.1 de la Constitución Española:

Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la Ley.


Artículo 14 de la Constitución Española:

Los españoles son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.

El Tribunal Supremo que ha exonerado a los acusados del caso Kalki mantiene empero que éstos son neonazis.  Se trata de un dato importante a los efectos de nuestra argumentación. La atribución de estas ideas neonazis, sea justa o no, queda incuestionada en la sentencia. De ahí que, como parece cosa de sentido común afirmar, se pueda ser neonazi sin que ello comporte comisión alguna de delito. Coloquemos ahora una lupa encima de la declaración de Aguilar. No dice, en el mejor de los casos, que persiguiera a estas personas porque sospechara que cometían delitos, sino que los persiguió porque consideró que al ser de ideología neonazi cometerían o cometían delitos; interpretando el fragmento ad pesimam partem, los persiguió por su ideología y nada más que por su ideología. El simple hecho de ser neonazi y organizarse  en forma de asociación legal ya desencadenaba las actuaciones de la fiscalía,que el propio Aguilar califica de "persecución". Jurídicamente, sea como fuere, esto no se sostiene, pues implica que ciertas ideologías son delictivas como tales, que existe algo así como el delito de pensar de una determinada manera; que profesar la ideología X es, al parecer, ya de por sí un acto "(pre)delincuencial" (o cosa por el estilo) que justificaría una actuación de persecución por parte de las autoridades. La declaración misma atenta contra los principios constitucionales de libertad ideológica y entraña, a mi entender, una confesión de delito. De hecho, como argumentaré a continuación, afirmo que el fiscal Aguilar sería un supuesto delincuente al incurrir en el mismo tipo de transgresiones discriminatorias que se ufana de perseguir. Trátase de una situación genuinamente orwelliana. La Fiscalía contra el Odio es la fiscalía antifascista y, por tanto, en realidad, es la fiscalía del odio. Ya he explicado esta relación entre odio y antifascismo en el primer post de esta serie, al que ahora me remito:

http://nacional-revolucionario.blogspot.com/2011/07/retrato-del-antifascista-en-orwell.html

Skin-heads: el sistema los fabrica
para justificar la represión antifascista.

Insisto en que mi intención es presentar una denuncia y, precisamente, ante la fislcalía.  Dado que existen genocidios o crímenes contra la humanidad impunes y este fiscal al parecer debería perseguirlos, al no cumplir con su obligación incurre en un presunto ilícito penal (408 CP). Es la otra cara de la persecución ilegal de los "neonazis":  el móvil de la acción punible sería ideológico, pero la misma razón explica que determinados genocidios no sean perseguidos; ideológica será también, en otras palabras, la omisión punible. Todos aquellos genocidios, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad que hanse cometido bajo la excusa de que las víctimas eran "fascistas" no entran en la percepción jurídica, harto selectiva, de la justicia pseudo democrática actual. "Fascistas" son  las víctimas inocentes de Aguilar; al perseguir a los Vichinskys y a los Ehrenburgs, Aguilar se estaría persiguiendo a sí mismo desde el punto de vista de la identidad ideológica. Por supuesto, no lo hace. Aguilar no trabaja al servicio de la justicia, sino de la política de represión oligárquica; desvélase y labora para satisfacer las ansias insaciables de revancha de los vencedores antifascistas y, así, en beneficio del odio. Es el fiscal del odio.
 Véanse también:

http://nacional-revolucionario.blogspot.com/2010/11/los-asesinos-que-nos-gobiernan-2.html

http://nacional-revolucionario.blogspot.com/2010/02/la-cerd-o-los-asesinos-que-nos.html

Algunas consideraciones jurídicas

El artículo 16 de la Constitución Española garantiza la libertad ideológica como libertad de pensamiento, sin límites, y el artículo 20.1 su manifestación, es decir, la libertad de expresión. Los únicos límites al 20.1 son el orden público y el derecho a no ser obligado a declarar sobre la propia ideología (o religión). Además, el artículo 14 prohibe la discriminación por motivos de opinión, lo que es tanto como decir que, mientras no cometa delito, alguien que se considere o declare neonazi no puede ser objeto de ningún tipo de actuación restrictiva de derechos por parte de las autoridades públicas, como lo es sin duda alguna una persecución promovida por la fiscalía. La Constitución Española garantiza el respeto incluso de aquellas ideologías que sean contrarias a la propia Constitución y a los valores democráticos:

(...) la Constitución no limita la libertad ideológica, sino tan sólo su manifestación (el mantenimiento del orden público protegido por la ley), garantizándose cualquier ideología, incluso la contraria a la propia Constitución (...) El problema entonces planteado es el de si nuestra Constitución permite ideologías contrarias a esos principios democráticos, a esa especie de "ideología constitucional", cuya concretización, por otro lado, no es tarea sencilla. En principio, la respuesta ha de ser necesariamente afirmativa, salvo que se incurra en el ilícito penal correspondiente (Curso de Derecho Constitucional, I, Enrique Álvarez Conde, Madrid, Tecnos, 1996, pp. 320-321).

Por tanto, la "confesión" de que la fiscalía persigue a los grupos organizados de ideología neonazi, cosa que sabemos no se quedó en palabras por el caso Kalki, incurre, a mi modo de ver, en un delito tipificado en el art. 510.1 del Código Penal:

Los que provocaren a la discriminación, (...) contra grupos o asociaciones, por motivos (...) referentes a la ideología (...) serán castigados con pena de prisión de uno a tres años y multa de seis a doce meses.

En concreto, el fiscal Aguilar discrimina a las personas o asociaciones de ideología neonazi, a las que "persigue" por el simple hecho de declararse neonazis o -todavía más grave- serlo según la mera opinión del funcionario. Recordemos, en este sentido, la advertencia del constitucionalista Álvarez Conde relativa a la libertad ideológica:

(...) estamos en presencia de una libertad pública, duramente reprimida en épocas pasadas, como sucedió con nuestra Inquisición que sancionaba a los herejes de pensamiento, que también puede ser  objeto de frecuente violación mediante la adopción de los modernos sistemas de investigación de conductas, en manos del Estado y de determinadas entidades privadas (op. cit., p. 321).

La situación hipotética descrita es precisamente la que caracteriza las actuaciones del fiscal Aguilar, quien admite públicamente sin enrojecer de vergüenza que persigue a los neonazis por su ideología, no porque hayan cometido delito alguno. Así, en dicha entrevista, sostiene que, una vez identifica a un grupo con ideología neonazi, se pone a investigarlo de forma automática:

(...) mantenemos con los cuerpos y fuerzas de seguridad una excelente relación de permanente coordinación para investigarlos, reunir pruebas contra ellos y ponerlos a disposición de los tribunales (...)
 (M. A. Aguilar, marzo 2009)

Es evidente que, según se desprende de estas declaraciones, tales grupos o asociaciones son investigados por ser neonazis, no porque existan indicios de delito que justifiquen semejante intromisión. Y en este supuesto concurre una clara discriminación ideológica. Que semejantes fechorías totalitarias puedan suceder en una "democracia" y nadie haya movido un dedo contra Aguilar resulta sorprendente, pero no debería sorprendernos, puesto que los "fascistas", como sabemos, no somos seres humanos. ¿Quién les va a devolver a los imputados  en el caso Kalki los ocho años de vida destrozada por las fauces de Aguilar, el inquisidor y fanático antifascista que proclama a los cuatro vientos cómo pisotea la Constitución Española y no pasa nada?


Jaume Farrerons
31 de agosto de 2011

Prosigue aquí:

http://nacional-revolucionario.blogspot.com/2011/11/retrato-del-antifascista-en-orwell-5.html

AVISO LEGAL

http://nacional-revolucionario.blogspot.com.es/2013/11/aviso-legal-20-xi-2013.html


martes, agosto 30, 2011

Manifiesto por una Izquierda Nacional (I)

El presente documento debe leerse en relación con el Preámbulo:
 http://izquierdanacionaltrabajadores.blogspot.com/2010/05/preambulo-al-manifiesto-por-una.html

MANIFIESTO

El judaísmo alcanza su plenitud con la sociedad burguesa, pero la sociedad burguesa sólo llega a su plenitud en el mundo cristiano. Sólo bajo el dominio del cristianismo, que convierte en relaciones puramente externas al hombre todas las relaciones nacionales, naturales, morales y teóricas, podía la sociedad burguesa separarse totalmente de la vida del Estado, desgarrar todos los vínculos genéricos del hombre, suplantar esos vínculos genéricos por el egoísmo, por la necesidad egoísta, disolver el mundo de los hombres en el mundo de los individuos atomizados que se enfrentan los unos contra los otros hostilmente. El cristianismo ha surgido del judaísmo. Y ha vuelto a disolverse en él. El cristiano era desde el principio el judío teorizante; el judío es por ello el cristiano práctico y el cristiano práctico se ha vuelto de nuevo judío.

(Karl Marx)

La Izquierda Nacional de los Trabajadores ha de ser capaz de salvaguardar, al mismo tiempo:


1/ la integridad de la unidad nacional en el marco del Estado;
2/ los derechos sociales adquiridos por los trabajadores a lo largo de décadas de lucha sindical y política;


3/ el Estado democrático de derecho, es decir, el imperio de la ley como forma irrenunciable de gobierno.

Debe, empero, ir mucho más allá.


La supervivencia de la nación y de su paisaje, la preservación de la dignidad de los trabajadores y de su idiosincrasia como pueblo, realidades puestas en jaque por la erosión combinada de la descomposición político-moral del estado y el dogma del mercado mundial, representan sólo los puntos de partida para una transformación más radical, una auténtica respuesta integral al liberalismo capitalista burgués en la cual pretendemos abordar determinadas cuestiones axiológicas de fondo, con las miras puestas en un modelo comunitario de convivencia de nuevo cuño que deje atrás tanto la sociedad individualista basada en el contrato como la comunidad religiosa tradicional. 



La crisis como quiebra existencial de los valores burgueses


La evidencia del cortocircuito sistémico es un hecho incontrovertible que la clase política no puede ya ocultar a sus conciudadanos. Sin embargo, lo que sí les oculta son las auténticas dimensiones de la crisis y sus nulas perspectivas de recuperación a medio y largo plazo. Aunque en los próximos años se produzca algún repunte económico, el sueño del desarrollismo y del consumismo sin límites está herido de muerte y los políticos nos engañan conscientemente cuando intentan hacernos creer que, en breve, todo volverá a ser como era antes, es decir, una interminable orgía de derroche consumista.


El mundo irreal de la burbuja financiera ha desaparecido para siempre. Nuestros ridículos politicastros mienten cada vez que abren la boca a fin de no alarmar a la ciudadanía con el proceso de pauperización masiva que se avecina. La realidad es que entramos en la fase terminal del “estado social y democrático de derecho”. Para Europa, este proceso se va a traducir en un desmantelamiento del modelo pactista de "bienestar" (sin renunciar, empero, a su retórica) y en una regresión social generalizada que castigará a las clases trabajadoras, aumentando las diferencias entre ricos y pobres hasta extremos que sólo el pueblo, con su acción político-sindical de defensa organizada, decidirá hasta dónde consiente que lleguen.


Este panorama puede que se antoje poco “optimista”, pero es realista y quienes hayan aprendido la lección del pasado deberán empezar a reflexionar si, en lugar de una “sociedad de consumo” basada en la manipulación publicitaria comercial, cultural y política (marketing), aquello que en realidad valoran, como personas, trabajadores y ciudadanos, es una auténtica democracia social cuyos niveles materiales de vida, siendo suficientes, no comporten la pérdida de la dimensión existencial nacional, el envenenamiento del ecosistema, la inoperancia de la educación pública, la debacle de la institución familiar, la mercantilización de la cultura y, en general, el ocaso de aquéllos valores que hacen de la existencia humana una vida merecedora de ser vivida.

Los trabajadores luchamos, pues, por unas condiciones sociales irrenunciables, pero, ante todo, por nuestra dignidad como colectivo depositario de principios éticos. De ahí que reclamemos tanto un nuevo modelo de Estado de derecho donde la división de poderes sea real y no ficticia, como, en consecuencia, una política basada en la verdad que deje atrás décadas de fraude y opacidad informativa descarada por parte de los políticos profesionales culpables del desastre.


La crisis, además de económica, es, efectivamente, una crisis política que afecta a la credibilidad de las instituciones “democráticas” y al modelo burgués de convivencia en general, o sea, a la society mercantil. El abstencionismo electoral crece y es el único “partido” que gana las elecciones. En medio del campo de ruinas y devastación de unas organizaciones partidistas tradicionales en las que ya nadie confía, proliferan como hongos de la política los oportunistas, los demagogos y los iluminados ultraderechistas, en algunos casos auténticos analfabetos funcionales que sólo intentan pescar en río revuelto de la crisis. Parece llegada la hora de vender fórmulas milagrosas a las masas desesperadas, pero no otro es el caldo de cultivo de las tiranías históricamente conocidas.


Las promesas de felicidad constante y asegurada mediante el consumismo masivo no sólo han generado nuestros actuales problemas de colapso económico, institucional y moral, sino que amenazan con provocar otros más graves todavía. El retorno de la extrema derecha (que ahora tiene la desvergüenza de reivindicar los derechos de las mujeres frente sexismo galopante de la ley islámica) es quizá ostensible, pero no el único problema añadido. La inmigración musulmana representa la cabeza de puente de una operación de aculturación a largo plazo enderezada a la pura y simple desaparición de Europa como forma de vida de matriz grecorromana, es decir: como cultura racional, ilustrada y democrática. Y no se combate un integrismo reaccionario con otro, como la ultraderecha pretende. Antes bien, islam e integrismo cristiano (o judío) constituyen elementos equivalentes dentro del mismo proceso de regresión histórica hacia un neo-obscurantismo.


Las raíces axiológicas de la corrupción política


Para la mayoría de los ciudadanos, a saber, los trabajadores que configuran el núcleo demográfico y moral de la nación, la clase política actual está formada por una camarilla endogámica de vividores sin escrúpulos. Corruptos, incompetentes y criminales nutren tamaña casta abyecta. Ésta sirve a los intereses de los grandes capitales que la financian y ha bloqueado, en el seno de sus respectivos partidos, los mecanismos de control popular, impidiendo que las bases ejerzan la fiscalización de los cargos a la que tendrían derecho en tanto que depositarias de la soberanía. Sobre este supuesto oligárquico, existente de facto pero nunca reconocido (porque pondría en evidencia la oculta clave de bóveda del sistema, a saber, el control y la distorsión alevosa de la información), propágase como un cáncer la corrupción en el seno de los partidos, los sindicatos, los ayuntamientos y en el resto de las instituciones públicas, que incluyen los parlamentos y gobiernos estatales, locales o autonómicos.


Son éstos hechos ya reconocidos por los ciudadanos, al menos de manera difusa; pero aquello que no se acostumbra a captar con la deseable claridad y distinción es que existe una relación necesaria entre la corrupción política y el sistema de valores imperante en nuestra vida cotidiana, es decir, en el seno de la sociedad burguesa. No nos debe sorprender, en suma, que los políticos utilicen su poder para enriquecerse; derecha e izquierda burguesas se han reconciliado en ese crisol axiológico que ha sido el consumo entendido como sentido posesivo e individual de la vida.


La crisis representa ante todo, por tanto, la quiebra existencial del tipo humano burgués; una figura que nos resulta harto familiar, pero cuyos frutos envenenados empezamos a conocer sólo después de décadas de excesos y fechorías sin límite, que incluyen el genocidio. Aparentemente inocuas, tales pautas de conducta egoístas se muestran ahora como tóxicos morales de efectos lentos e irreversibles para instituciones básicas como la familia (caída en picado de las tasas de natalidad, 50% de divorcios), la educación (fracaso escolar masivo) y el trabajo (absentismo, paro, improductividad). Los políticos son, empero, quienes han dado el ejemplo social por antonomasia con la más descarada hipocresía y cinismo a la hora de aprovecharse de las instituciones.


Existen, en efecto, además de la corrupción política, otras lacras derivadas del modelo burgués predominante a escala social. El fracaso del sistema democrático, la falta de transparencia institucional, la incompetencia escandalosa, la devastación ecológica del planeta, la regresión cultural fundamentalista-religiosa, el colapso educativo, etc., son algunas de ellas, como veremos. Ahora bien, aquello que interesa subrayar aquí en este momento es que todas las lacras mencionadas implican la mentira, el engaño, la manipulación y la opacidad informativa, es decir, la negación de la verdad racional. Porque la verdad, en el sistema liberal, termina siempre subordinada a los intereses del “hombre”, en realidad, al “sujeto del capital” accionado por el mecanismo irracional de la acumulación infinita, en pos de no se sabe qué “paraíso social” que nos esperaría al final de la historia y como culminación del “progreso”. No obstante, para una sociedad basada en la tecnología y, por ende, en la ciencia; sustentada, asimismo, en un sistema político que, coherentemente con lo anterior, debe ser democrático a fin de que la información veraz con carácter vinculante pueda circular sin obstáculos allí donde la administración pública pretenda operar de forma eficiente, la subordinación de la verdad al "deseo", es decir, a las pulsiones del “beneficio” y del “bienestar”, sólo podía provocar el cortocircuito funcional sistémico, como efectivamente ha sucedido.


De la corrupción a la incompetencia


Los ciudadanos conscientes y decentes cuentan en teoría con la posibilidad de fundar partidos políticos para dirigirse al conjunto de la sociedad y luchar contra la actual clase política, pero la realidad es muy distinta de la proclamada en los textos legales: el sistema ya tiene dispuestas las correspondientes válvulas de seguridad a fin de evitar que “la política” se les vaya de las manos a los poderes financieros y a los oligopolios que realmente ejercen la dominación. La repercusión electoral de las siglas de un partido depende, en efecto, de la presencia del mismo en los medios de comunicación, la cual, a su vez, responde a los intereses económicos de las grandes empresas periodísticas. Son las televisiones, las radios y los diarios o prensa escrita en general, los que deciden qué opciones políticas cuentan o no cuentan, y cómo, ante la opinión pública que habrá de dirimir el voto. De manera que la financiación bancaria de las organizaciones y su dependencia de compañías privadas de publicidad o de comunicación, hace imposible que un proyecto político contrario a los poderes oligárquicos pueda desarrollarse, si no es con graves dificultades, en el actual marco pseudo democrático. Una vez más, vemos que es la mentira la que se yergue como factor determinante. La información ha sido colonizada por el dinero.


Nuestras “democracias” son una estafa; constituyen en realidad redes mafiosas plutocráticas que compran a los partidos políticos parlamentarios para que representen los intereses del gran capital (bancos, entidades de crédito y fondos de pensiones, multinacionales, grandes compañías energéticas, etc.) y sustenten los dogmas intangibles de las instituciones financieras (el estrato capitalista hegemónico). Los oligarcas promueven a los políticos profesionales con sus empresas mediáticas y les financian con sus bancos a cambio de obediencia lacayuna. No sólo prostituyen la información poniéndola al servicio de la ya mencionada opacidad estructural, sino que sus televisiones contribuyen decisivamente a que los políticos corruptos se instalen en las instituciones públicas y las utilicen para negocios privados.


El denominado “sistema democrático” no quiere la participación ciudadana, que implica una fiscalización de las actividades defraudadoras, al contrario, la impide y disuade: reclama sólo cada cuatro años el voto de una masa manipulada. El recurrente e impúdico "secuestro" oligárquico de la soberanía popular resume la realidad del actual aparato político de dominación pública a escala planetaria.


La ineptitud política generalizada es la consecuencia de un sistema social basado en el imperio de la alta finanza, en la manipulación de los medios de comunicación y en la traición sistemática a los intereses de la mayoría social-nacional en provecho de una minoría oligárquica ayuna de pueblo y patria. No es que existan políticos corruptos, es que el sistema liberal se basa todo él en la corrupción y expulsa fuera de sí a los políticos honestos que se nieguen a mentir. La corrupción sólo es posible como efecto querido del silencio cómplice y embustero del grueso de la casta política que, aunque en su gran mayoría no viole ninguna ley según los parámetros normativos que ella misma ha establecido, se beneficia de unos privilegios que, en una democracia real y fundada en el imperio de la razón, deberían ser tenidos por inmorales y fulminantemente abolidos.


El problema de la verdad constituye el hilo conductor para la comprensión de la crisis de 2008, pues otro tanto cabe afirmar respecto de la excelencia y la capacidad: al primar la fidelidad a los poderes fácticos, es decir, la cínica disposición a la mendacidad en la promoción de los políticos, de los gestores públicos y de los funcionarios, son auténticos buscavidas incompetentes quienes terminan controlando las palancas del poder. Se trata de una selección en negativo que sólo permite a los "peores" (intelectual y moralmente hablando) alcanzar la cima del entramado partidocrático y administrativo. Pero, a la larga, un país moderno construido sobre tales mecanismos podridos no puede funcionar. Los escándalos que, a pesar de la vergonzante complicidad política de las fiscalías y de los jueces, estallan regularmente, han puesto en evidencia la bajeza moral, pero también la incapacidad profesional y la ridícula ineficiencia de la entera élite gobernante.


Mas tales lacras no son un azar fruto de la natural limitación humana, sino la consecuencia necesaria de la institucionalización consciente y deliberada de la mentira como pauta de conducta habitual y, con ella, de la falta de objetividad y neutralidad, de la escandalosa ignorancia, de la picaresca con el dinero público, de la impericia que conlleva promover a “recomendados”, en suma, del sometimiento de lo válido, veraz y ética o legalmente debido, a los intereses del individuo o grupo que en cada caso se lucra u obtiene más poder y prestigio con la decisión fraudulenta.


La crisis afecta a los pilares del régimen, porque los ciudadanos han empezado a entender que las fechorías que desencadenaron el alud de la debacle económica son las mismas que caracterizan a los políticos de todos los partidos, quienes las consintieron y se beneficiaron de ellas de forma directa o indirecta. Por este motivo, después de la alternativa en el sentido ideológico, será necesario explicarle a la gente qué nuevo modelo de organización y funcionamiento político se va a instituir para impedir que, en el futuro, repítanse en el seno de la nueva izquierda nacional las prácticas que han definido en el pasado a varias generaciones de profesionales de la política. La respuesta a dicha cuestión son las asambleas ciudadanas libres, que han de operar como contrapeso institucional a los parlamentos, plenos municipales, sindicatos, partidos o entidades ejecutivas análogas.


Además de una crisis monetaria y estadual, la de 2008, y esto casi puede palparse en el espesor del ambiente fétido de nuestros días, es una crisis de valores, una crisis moral de la society que corroe todas sus instituciones, sin excepción. La pauta utilitarista de conducta se ha extendido a la sociedad desde la política entendida como "maquiavelismo", pero su punto de partida en occidente es la matriz cultural de una determinada concepción religiosa judeo-cristiana que experimenta la relación con lo sagrado (las cuestiones últimas de la existencia) como un mero contrato mercantil:  "El dinero es el celoso Dios de Israel, ante el que no puede legítimamente prevalecer ningún otro Dios. El dinero humilla a todos los dioses del hombre y los convierte en mercancía. El dinero es el valor general de todas las cosas, constituido en sí mismo. Ha despojado, por tanto, de su valor peculiar al mundo entero, tanto al mundo de los hombres como al de la naturaleza. El dinero es la esencia del trabajo y de la existencia del hombre enajenada de éste, y esta esencia extraña lo domina y es adorada por él. El Dios de los judíos se ha secularizado, se ha convertido en Dios universal. La letra de cambio es el Dios real del judío. Su Dios es solamente la letra de cambio ilusoria (...) El egoísmo cristiano de la bienaventuranza se trueca necesariamente, en su práctica ya acabada, en el egoísmo corpóreo del judío, la necesidad celestial en la terrenal, el subjetivismo en la utilidad propia" (Karl Marx). Lo humano mismo ha devenido negocio: la ciencia, la política, la fe, la profesión, la amistad y hasta el matrimonio resultan contaminados a la postre por la mentalidad del dinero, del lucro, del cálculo, de la ganancia... Cualquier cosa, persona o actividad, para ser considerada importante o digna de respeto, habrá de rendir alguna clase de beneficio (dividendos, instrumentos de poder, orgasmos, diversión o salvación del alma) al “sujeto”, verdadera máquina succionante de bienes. La verdad por la verdad misma carece de sentido en el contexto del modelo de vida burgués, a pesar de que la sociedad moderna depende objetivamente del respeto a dicho principio.


La reflexión sobre la crisis debe llegar así hasta las últimas consecuencias y cuestionar el tipo humano que la burguesía liberal capitalista ha convertido en pilar de nuestro actual sistema económico y social. Es este “paradigma antropológico” el que nos ha llevado al callejón sin salida en el que nos encontramos como civilización. Se trata de alguien preocupado exclusivamente por su "felicidad" privada y que concibe la existencia en términos de utilidad y bienestar individuales, sin otro horizonte histórico ante sí que la proliferación de propiedades, placeres, dignidades y ventajas.


Más profunda y determinante incluso que el modelo de socialización burgués es una opción existencial hedonista de raíces irracionales que coloca a dicho "sujeto constituyente" y a sus necesidades materiales o simbólicas en el centro del ser, que emboza la verdad de la existencia en aras de visiones utópicas seculares de abundancia, ora individual, ora colectiva; que, en definitiva, destruye el sentido del rigor en la vida humana y zambúllese en esa fiesta permanente que quiere ser la “sociedad de consumo”, la cual sólo admite como “alternativa” al materialismo económico ese otro materialismo complementario de la salvación del alma, garantía eterna de disfrute religioso en un “más allá”. Pero aquél que miente en lo fundamental, mentirá en todo lo demás. La sociedad burguesa no es más que una cadena de autoengaños que comienza en la decisión originaria de subordinar la verdad al bienestar subjetivo (el “acto de fe”) y culmina en la denominada “magia de los mercados” de la ideología bursátil, matriz antropológica del actual colapso económico.


De la incompetencia a la criminalidad


Son también valores burgueses los que han inspirado y legitimado el genocidio al que se hallan irremisiblemente vinculados tanto el liberalismo “de derechas” como la izquierda tradicional. Los peores crímenes que la historia humana registra fueron aquéllos que se perpetraron en nombre de la "felicidad del mayor número" y a la sombra del colonialismo europeo, del imperialismo angloamericano y del totalitarismo comunista. Tales han sido las causas “humanistas” de los crímenes de la izquierda radical (y de sus cómplices) que aquí rechazamos y que nos compelen a fundar una nueva izquierda y no sólo una izquierda nacional. Esta izquierda, la nuestra, contempla con horror la masacre impune y debe reflexionar sobre sus causas y motivaciones. ¿Por qué el maoísmo (responsable de cuarenta millones de asesinatos planificados), el estalinismo, Dresde o Hiroshima no han sido nunca juzgados? ¿Cómo pudieron aliarse los EEUU (capitalista) y la URSS (comunista) en la Segunda Guerra Mundial? La palabra “mentira”, la manipulación de la historia, se escribe aquí con letras de sangre. Pero la respuesta a esta pregunta es una vez más la siguiente: entre el comunismo, que la clase política actual condena pero sólo, por razones obvias, de forma harto tímida, y el capitalismo liberal, existe un secreto hilo de conexión, un tesoro compartido, a saber: los valores escatológicos irracionales.


El individualismo liberal es únicamente otra variante de una visión del mundo antropocéntrica que preserva celosamente los principios morales procedentes del bagaje religioso judeo-cristiano secularizado, tronco común de la casi totalidad de las doctrinas políticas modernas. La idea liberal de "mercado mundial" en cuanto “final de la historia” representa así el sustituto derechista de la profecía izquierdizante del paraíso en la tierra tanto como ésta fuera a la sazón la secularización de un mesianismo religioso cristiano (el “reino de Dios”) oriundo, en última instancia, del antiguo Israel. Varias ideologías (comunismo, liberalismo, socialdemocracia, sionismo) compitieron por el poder con el fascismo en el siglo XX, pero un solo proyecto las sustentaba, a saber: el que fija como sentido de la historia la realización de una sociedad donde todas las contradicciones, incluida la muerte, habrán sido abolidas y reinará una “felicidad" sin sombras, como la de los cuentos de hadas. Semejante ficción infantil o mito según el cual todos las males del universo quedaran abolidos (incluso los agujeros negros), autoriza siempre a mentir y asesinar en nombre de un “bien absoluto” tan obligatorio e incontestable como irracional -¿quién podría “oponerse” a dicho “ideal”?-, dibujando a la par en su engañosa propaganda la imagen de un “goce” generalizado “para el mayor número”.


Mas esta engañosa quimera se ha traducido, sin embargo, y no por casualidad, en su contraria, a saber: en la devastación ecológica del planeta; en la esterilización galopante (totalitaria o mercantil) del arte, del pensamiento y de la ciencia; en la liquidación física asesina de segmentos enteros de las sociedades premodernas (comunismo); en la esclavización, abierta o solapada, de una parte de la humanidad precapitalista en beneficio de una minoría metropolitana (colonialismo); en el genocidio impune (Hiroshima, Dresde, Kolymá); en descaradas agresiones militares basadas en la mentira consciente (supuestas armas de destrucción masiva iraquíes); en el asesinato legal de los no nacidos (aborto); en la expulsión, extinción o desvertebración moral de los pueblos y su sustitución migratoria (ingeniería demográfica y cultural); en la manipulación de la historia; en la subordinación de cualesquiera criterios morales, culturales y políticos a las exigencias de "crecimiento económico", desarrollo cuantitativo y consumismo; todo ello legitimado por la incontestable “utopía” soteriológica del “bienestar”, verdadero motor ideológico del incremento constante del capital en cualesquiera de sus versiones (calvinista, colonialista, capitalista, comunista, sionista, neoliberal) conocidas hasta el día de hoy.


Rama anarquista del moderno "hedonismo pueril" ha sido la "subcultura de la transgresión" basada en el consumo de drogas, quizá la forma más desesperada y nítida de la masiva huida contemporánea ante la verdad. Todavía hoy, la utopía libertaria complementa el individualismo liberal burgués en el mundo del lumpen proletariado y nutre unas cárceles en perpetua expansión con legiones de desgraciados drogodependientes, es decir, de individuos sometidos a los efectos de diversas substancias químicas idiotizantes que anticipan ad hoc las sensaciones placenteras asociadas a la imagen del “paraíso” (religioso o social); mito mil veces prometido pero nunca realizado por sacerdotes y políticos, quienes explotan la difusión de esta auténtica narración tribal de occidente siendo perfectamente conscientes de sus consecuencias nocivas y hasta destructivas para la formación ética de la juventud.


La doctrina hedonista penetra como "alegre esperanza" y "amor" (mientras los bombarderos arrasan Bagdad) todas las manifestaciones culturales de la putrefacta sociedad burguesa. La droga esboza la caricatura del sistema de valores vigente, su realización no aplazada y urgente, su reductio ad absurdum, y sólo por ello, a saber, porque su propia lógica expresa la más profunda y devastadora necesidad, que no podría ser detenida de otro modo, es decir, la verdad coherente y autodisolvente de la “sociedad de consumo” y de los proyectos escatológicos religiosos que históricamente la precedieron, ha tenido que ser prohibida por las autoridades, a la par que convertida en un suculento negocio ilegal, estéticamente “transgresivo”, y factor de regulación social para los grupos oligárquicos que la satelizan.


Otro tanto cabe afirmar respecto de la sexualidad. La transgresión sexual promovida por la vieja izquierda radical ácrata con fines políticos de desvertebración social e institucional se ha traducido en el desarrollo comercial de fenómenos como la pornografía, la pederastia, el turismo sexual y la prostitución infantil. La dinámica interna del relativismo hedonista había tarde o temprano de conducir a la peligrosa generalización de este tipo de prácticas, legitimadas por presuntos teóricos y doctrinarios del ideal liberal-libertario, es decir, de las diferentes gradaciones o fórmulas del individualismo. La satisfacción del deseo o el éxtasis sin límites resume su propuesta, harto funcional para un "sujeto del capital" entregado a la renovación constante de objetos de consumo que se lanzan al mercado espiritualmente envueltos por la "ilusión" de la estúpida ideología burguesa moderna.


Una vez más, observamos que los valores de bienestar, felicidad, placer, etc., y la negativa liberacionista a "reprimir” los impulsos, el cuestionamiento de las normas en cuanto tales, en suma, la supresión de todo aquello que pueda frustrar las pulsiones del “sujeto”, nos muestran la monstruosa faz del antiprogreso “moderno”. La pregunta es, ¿hasta dónde aceptaremos de buen grado descender por esta pendiente de humana descomposición? ¿Puede sostenerse a largo plazo una civilización que no respeta ningún principio ético excepto el carácter intocable de las apetencias individuales del consumidor convenientemente comercializadas? Y ante el patente desmoronamiento de las instituciones, ¿será la única alternativa la regresión integrista religiosa que no sólo ha acampado ya a las puertas de occidente (islam), sino que la propia oligarquía ha emprendido (ortodoxia judía, integrismos cristianos) por su propia cuenta?


La primera obligación de una alternativa política a la crisis es explicar que esta concepción del mundo entraña un criminal engaño; que el mercado y su compulsión al consumo no puede erigirse en criterio último de las decisiones políticas, porque pisotear sistemáticamente los principios morales y los intereses de las instituciones sociales fundamentales tiene también, a la larga, consecuencias corrosivas nada desdeñables; que el ciudadano de una sociedad civilizada no puede concebirse a sí mismo como un perpetuo adolescente obnubilado por sus “deseos”; que el planeta no soportará la liquidación de los recursos naturales disponibles al ritmo que la sociedad burguesa los malgasta; que es necesario, en definitiva, fijar límites jurídicos, éticos, políticos y económicos de carácter racional a la dilapidación de riqueza material por parte de la humanidad. La escasez es la determinación en virtud de la cual la realidad, la verdad, se presenta hoy en el mundo de la economía en forma de aquel aguijón que hiciera estallar en su día la burbuja financiera. Pero con ésta explota también la burbuja mental de la sociedad espectacular, esa matriz virtual cuya pantalla poblada de ficciones nos protegía frente al mundo real y las barreras insoslayables impuestas a la “pulsión deseante”, resorte psíquico de la maquinaria mercantil.


Por tanto, es menester, en primer lugar, institucionalizar un canon de existencia humana auténtica, un entramado de normas infranqueables; en otras palabras, necesitamos urgentemente un modelo educativo público anclado en valores racionales, siendo así que aceptar la idea de una society planetaria acuñada en el molde del paraíso consumista (el mercado mundial) heredado de la religión, constituye un sueño infantil de la propaganda liberal que puede costarnos muy caro como especie.


Ya fuimos, los trabajadores, estafados por el comunismo, ¿lo seremos ahora por el liberalismo? Esto sería todavía más ridículo. Ha llegado la hora de la verdad y tiene que haber políticos dispuestos a decir la verdad. La cultura del espectáculo y los mitos publicitarios correspondientes tocan a su fin. La sinceridad deviene presupuesto y principio supremo de toda acción cívica honesta. La verdad en tanto que pauta de conducta lógica y fundamentada es el valor racional supremo y fija los pilares ilustrados de una cultura ética de las instituciones públicas de espaldas a la cual los efectos destructivos de la crisis no dejarán de propagarse y ahondarse. Mas es esta exigencia de objetividad radical la que reclama poner coto, de forma inmediata, al desarrollismo y a la devastación ecológico-cultural, étnica y moral de la tierra.


Ahora bien, los trabajadores no debemos consentir que el desmantelamiento de la “sociedad de consumo” y el descrédito de su caprichosa narrativa profética arrastren consigo los avances del estado social y democrático de derecho que tanta sangre costó conquistar a nuestros padres y abuelos: se trata de conceptos muy diferentes. Para nosotros trabajadores, nuestro deber consiste en liquidar un modelo basado en el saqueo capitalista del mundo, en el hambre de los países pobres, en la destrucción de la cultura, la ética, el paisaje, etc., no empero abolir por decreto la básica justicia y los requisitos económicos que hacen posible una vida propia de pueblos civilizados.


Cabe esperar que los políticos profesionales intenten darnos gato por liebre y, mientras las oligarquías siguen revolcándose en el lujo más escandaloso y obsceno, nos instarán a que seamos "razonables" y nos "apretemos el cinturón". Pero no vamos a consentir este engaño y jamás entraremos voluntariamente a vivir en las horrendas chabolas -materiales, mentales y morales- que ya nos preparan los gestores franquiciados de la tiranía de Wall Street. La erradicación del paradigma humano liberal no ha de suponer el retorno a la barbarie industrial, a la explotación decimonónica salvaje de los obreros, a la delincuencia, sino que, por el contrario, puede y debe traducirse en una mejora de la calidad de vida de millones de trabajadores que ya no tendrán que arrastrarse por la existencia sometidos a la presión del consumismo; que ya no vivirán encadenados a la ecuación burguesa que iguala la respetabilidad y el estatus social de las personas (su valía humana, en una palabra) a la capacidad simbólica de consumo reflejada en la ostentación bien visible pero mendaz de objetos de lujo y hasta de marcas comerciales concretas. Reclamamos una dignidad cívica y moral republicana de participación real en las instituciones nacionales y democráticas, una justicia, la de los ciudadanos, que conlleva en las dos direcciones (de máximos y de mínimos) ciertos umbrales materiales infranqueables de desarrollo social, pero no, y ya nunca más, una existencia consumista.




La contradicción fundamental de la sociedad burguesa

Las directrices políticas que propone la izquierda nacional suponen así siempre, aunque no la nombren explícitamente, la promoción de valores alternativos a los de la burguesía socio-liberal (izquierda) y también, no lo olvidemos, a los de la burguesía liberal-conservadora (derecha). Pero nuestra postura no depende de una suerte de condena moral simple de la realidad en que vivimos, sino de la cruda constatación de las contradicciones objetivas insolubles que han estallado en el seno de la society. Ésta, como un charlatán de feria o un aspirante a tirano, promete la "felicidad" a cambio de la sumisión adocenada del hombre-masa, pero genera el infierno en la tierra. Pretende construir la “sociedad de consumo” sobre una base tecnológica (la “sociedad de producción”), pero el desarrollo de la ciencia, que es consustancial al progreso tecnológico, depende del respeto al valor de la verdad y termina colisionando con las exigencias hedonistas esgrimidas como discurso legitimador e interiorizadas de manera consecuente por la mayoría de la población.


Esta contradicción se plasma de manera bien visible en el problema educativo que corroe por dentro el mundo docente y convertirá los colegios e institutos en reformatorios custodiados por guardias de seguridad. La evidencia es que el desarrollo “democrático” y el crecimiento de las sociedades liberales y multiculturales de consumo van acompañados de un desplome de los mínimos de excelencia educacional y del aumento correlativo de los niveles de delincuencia, con cárceles a rebosar y un sistema penitenciario en constante situación crítica de oberbooking. En una palabra, pese a la presunta mayor “riqueza” y “libertad” de la sociedad burguesa, los estándares éticos e intelectuales de su juventud caen en picado. ¿Por qué?


La discordancia entre los imperativos de verdad y trabajo, que son ascéticos, y las exigencias hedonistas de felicidad, bienestar y satisfacción consumista sin límites, hacen imposible el funcionamiento de una estructura institucional que será, cada vez más, una “sociedad de la información” o “del conocimiento”, pero que en su forma burguesa actual no socializa personas y ciudadanos capaces de estar a la altura de los imperativos de eficacia racional que le son inherentes. De hecho, como hemos visto, carece de lo más básico: el compromiso ético con la verdad, la racionalidad y la objetividad, pilar central de todo edificio social moderno.


La “aporía moral” pudre, en primer lugar, el corazón de las propias élites burguesas, las cuales devienen corruptas, viciosas, perezosas y estúpidas (hasta el punto de buscar de nuevo su refugio existencial en las obsoletas religiones monoteístas), pero se extiende luego como una plaga a las mayorías sociales (telebasura), colapsando instituciones como la familia, la empresa, la escuela, etcétera, cuyo funcionamiento normal no se puede sustentar, pese a la propaganda, en un detestable hedonismo utilitarista que calcula a cada instante el propio placer o ventaja como pauta de conducta habitual.


La contradicción política como crisis de legitimidad


La contradicción principal de la sociedad burguesa comporta, en primer lugar, la autodestrucción de toda apariencia de sistema democrático y su transformación poco menos que chulesca en una gran oligarquía económica explícita. Los políticos se hacen ricos y los ricos, políticos. En el mundo de la política observamos, en efecto, la colisión entre las exigencias de transparencia, eficiencia, objetividad, diálogo fundamentado y pretensiones de veracidad que han de regir tanto en las instituciones políticas propiamente dichas como en sus apéndices administrativos estaduales, y los intereses económicos individuales y grupales que son los que, en la realidad del mundo capitalista, mueven en la sombra los hilos de la actividad parlamentaria, gubernamental y administrativa.


La estructura misma de los partidos debería ser asamblearia para facilitar la vehiculación de la información, la fiscalización de los liderazgos y la renovación de las cúpulas; pero ya desde el principio los partidos se articulan de modo oligárquico, vertebrándose como mafias que controlan todos los mecanismos institucionales y deciden por anticipado cuáles van a ser las resoluciones de los órganos presuntamente soberanos. Una vez convertido el partido en juguete de una oligarquía interna, es muy fácil que la sigla funcione como dócil maquinaria de fabricación de votos y pueda ser puesta en bandeja para ser vendida a la oligarquía financiera transnacional. De espaldas a las bases, este “tinglado” utilizará las instituciones públicas cual plataformas de negocio o de mera promoción personal en descarado comercio con los poderes económicos.


La financiación ilegal (informes falsos, adjudicaciones públicas a empresas del entorno oligárquico, etc.), las recalificaciones fraudulentas de terrenos por parte de los ayuntamientos y otras fechorías relacionadas con el mundo inmobiliario, son algunas de las fórmulas habituales de la corrupción institucional. Ahora bien, las oligarquías de partido sólo pueden funcionar mediante la manipulación de las bases. En otros términos: tienen que mentir siempre. Esta práctica genera, empero, ineficiencia y encarece hasta la quiebra los costes de la gestión pública. La esencia del liberalismo político vigente consiste en la subordinación de la objetividad (también en materia económica) a los denominados “intereses del partido”, en realidad las obscenas apetencias del grupo que controla la marca electoral de turno y que podemos definir como “testaferros del capital”.


Tales pretensiones se concretan a su vez en la negación del principio asambleario y en la usurpación de la soberanía de los militantes, despreciados como mera “masa borreguil” por parte de la burocracia de la organización. En definitiva, la élite oligárquica utilizará sus prerrogativas subterráneas enquistadas como relaciones de vasallaje, fidelidad y amparo mutuo de individuos “leales a X” con el fin de renovar una y otra vez en sus cargos o hacer peregrinar de un cargo a otro a unas personas cuya característica fundamental es su voluntad de engañar para encubrir al "jefe" que las protege. Los oligarcas, esencialmente ignorantes y corruptos, se han elegido de antemano a sí mismos para mandar y nunca van a ceder el poder de buen grado aunque, de manera más o menos regular, se renueven las caras de los brutales energúmenos que ocupan el primer plano.


La mafia oligárquica como tal es la que pone esos rostros en el cartel y los seguirá poniendo hasta que se rompa el ciclo de reproducción del grupúsculo. Será normalmente otro grupúsculo el que ocupe su lugar, pero no ocurriría así si se respetaran los principios democráticos y la asamblea hiciera valer sus derechos, formalmente ya reconocidos por la ley. Los postulados asamblearios resultan, sin embargo, pisoteados una y otra vez. ¿Por qué? Porque los valores burgueses imperantes incluso entre los propios perjudicados impiden que una asamblea pueda funcionar. No otro es el sentido del sistema oligárquico que, extendiendo el modelo organizativo económico-comercial a la totalidad de las instituciones públicas controladas por los partidos, desencadena la crisis de la sociedad liberal. Ésta provoca a su vez la reacción totalitaria (bolchevismo) y la respuesta, igualmente brutal, a dicha reacción (fascismo). Conocemos el nuevo totalitarismo (islamismo), la ultraderecha del siglo XXI se encuentra todavía en fase de gestación.


Sobre la base de esta doble usurpación descrita, a saber, la de la asamblea del partido por su cúpula oligárquica y, en segundo lugar, la del partido mismo por las élites económicas que lo financian e instrumentalizan, puede el sistema dar los siguientes dos pasos en orden a la definitiva liquidación de la democracia, a saber:


1/ la fundación de instituciones políticas que, como las de la Unión Europea, sólo en una parte muy reducida y anecdótica son elegidas democráticamente por los ciudadanos, pero que, en cambio, tienen la potestad de limitar de forma decisiva la soberanía de los Estados miembros;


2/ el mercado mundial, que remata el proceso de oligarquización instituyendo marcos burocráticos y procesos decisorios subterráneos en los que el voto popular no juega ya absolutamente ningún papel.


Es la misma estructura opaca que en el caso del partido, pero ahora de dimensiones macrosociales o “en grande”. Nadie, en efecto, ha “votado” la globalización, nadie ha sufragado políticamente la libre circulación de la mano de obra extranjera; a nadie se le consulta tampoco sobre las deslocalizaciones, la supresión de aranceles que arrasan las economías locales en beneficio de los productores asiáticos (quienes no respetan los derechos más básicos del trabajador y resultan por ello más "competitivos"), etcétera. Las decisiones que instituyen dichos mecanismos, cuya incidencia en la vida cotidiana de las personas es tremenda, han sido tomadas por la oligarquía de espaldas y en abierto conflicto con los legítimos intereses de una sociedad democrática. La contradicción implica, por tanto, que las prácticas oligárquicas de opacidad, desinformación y manipulación terminarán colapsando incluso la apariencia liberal de las instituciones públicas occidentales. Las heces ya rebosan por todos lados. Occidente muestra, en medio de toneladas de basura, su verdadero rostro a los pueblos “subdesarrollados” que la ONU debería “educar” pero que no en balde, ante la ofensa del insoportable hedor, deciden pasarse, armas en mano, al terrorismo islámico.


Mas, a tenor del hecho incontestable de que la supuesta existencia de la democracia y el respeto a los derechos humanos es la fuente de legitimación del régimen liberal, la evidencia obscena de la oligarquización del sistema político, la patencia de sus crímenes impunes, el escándalo de su increíble ineficiencia y putrefacción, hace acto de presencia como crisis de legitimidad, desfondamiento abismático de la soberanía añadido a la crisis económica. Ambos fenómenos desencadenan un gravísimo efecto disfuncional para la “gobernabilidad”, con un aumento galopante de la delincuencia que traduce de iure lo que constituye la realidad habitual para un estamento político que medra en el ilegalismo más absoluto, a la sombra de poderosos particulares y sin intención alguna de modificar su escandaloso "tren de vida".


La pérdida de credibilidad de la política, que paraliza el funcionamiento de la democracia en forma de abstencionismo crónico y facilita la aparición de la plaga de los demagogos, futuros tiranos y postreros beneficiarios iletrados del fenómeno oligárquico, empieza ya, empero, en el momento, al parecer insignificante, en que la asamblea de una organización política legal acepta deponer sus derechos ante el estamento de los políticos profesionales; el proceso culmina, en última instancia, con la erección de ese poder invisible de logias, clubs (Bilderberg), comisiones trilaterales y otras sectas burguesas que, sin consultar a los afectados, pretenden dirigir en silencio los flujos económicos y los destinos de los pueblos a escala planetaria.



http://izquierdanacionaltrabajadores.blogspot.com/2010/07/manifiesto-por-una-izquierda-nacional.html

IZQUIERDA NACIONAL DE LOS TRABAJADORES

lunes, agosto 29, 2011

Manifiesto por una Izquierda Nacional (Preámbulo)

No busquemos el misterio del judío en su religión, sino busquemos el misterio de la religión en el judío real. ¿Cuál es el fundamento secular del judaísmo? La necesidad práctica, el interés egoísta. ¿Cuál es el culto secular practicado por el judío? La usura. ¿Cuál su dios secular? El dinero. Pues bien, la emancipación de la usura y del dinero, es decir, del judaísmo práctico, real, sería la autoemancipación de nuestra época. Una organización de la sociedad que acabase con las premisas de la usura y, por tanto, con la posibilidad de ésta, haría imposible el judío. Su conciencia religiosa se despejaría como un vapor turbio que flotara en la atmósfera real de la sociedad. Y, de otra parte, cuando el judío reconoce como nula esta su esencia práctica y labora por su anulación, labora, al amparo de su desarrollo anterior, por la emancipación humana pura y simple y se manifiesta en contra de la expresión práctica suprema de la autoenajenación humana. Nosotros reconocemos, pues, en el judaísmo un elemento antisocial presente de carácter general, que el desarrollo histórico en el que los judíos colaboran celosamente en este aspecto malo se ha encargado de exaltar hasta su apogeo actual, llegado el cual tiene que llegar a disolverse necesariamente. La emancipación de los judíos es, en última instancia, la emancipación de la humanidad del judaísmo.


La patente situación de colapso político, moral y socio-económico que se está viviendo desde el estallido en 2008 de la llamada burbuja financiera, invita a reflexionar a todas las personas, pero singularmente a aquellos ciudadanos que se sientan comprometidos con el futuro de Europa. Urgen propuestas rigurosas que vinculen nuestro sentimiento del deber. Éstas reclaman, a su vez, los oportunos marcos asamblearios de debate y actuación. El presente documento debe entenderse como un paso adelante en ese sentido.

¿Por qué una izquierda nacional? En la política, lo nacional y lo social se han concebido hasta el día de hoy como ideas contrapuestas e incompatibles representadas por los llamados “partidos de la alternancia”. Se estaría forzado a elegir el uno o el otro, de manera que el "pueblo de la nación", ora bajo el concepto de pueblo (si triunfa la derecha), ora bajo el concepto de nación (si lo hace la izquierda), pierda siempre las elecciones. Semejante fraude debe ser denunciado. La nación y el pueblo no se oponen, sino que se identifican. Por un lado, toda política nacional debe ser necesariamente social; un patriotismo que aplasta a su propio pueblo (y ésta ha sido la eterna historia de la derecha) no merece el nombre de popular o nacional. Por otro lado, la política social es sólo una forma de contribuir a la dignificación de la nación; cuando lo social consiste en la negación de la nación (y ésta ha sido la eterna historia de la izquierda), entonces es al pueblo al que se ataca y no puede seguir hablándose de socialismo. Del enérgico cuestionamiento de la impostura oligárquica que se esconde tras la falsa dicotomía entre lo nacional y lo social brota la joven idea de la izquierda socialista y nacional: un proyecto político que se compromete a promover los intereses morales y materiales de los trabajadores en tanto que sustancia humana de una nación milenaria.

La izquierda nacional no se concibe a sí misma, empero, como una mera alternativa electoral, recetario de propuestas económicas más o menos socializantes e incluso como un régimen político de recambio. Será todas esas cosas, por supuesto, pero sólo porque pone su meta última en fijar un canon antropológico que, frente al individualismo burgués, permita superar el modelo anglosajón de society vigente y construir la comunidad del pueblo de carácter nacional y popular. Tamaña mutación axiológica entraña que los valores hedonistas y eudemonistas (que absolutizan como fines últimos de la vida el placer y la felicidad y que se articulan entorno al fenómeno del “consumo”) se subordinen a otro valor fundamental, a saber, la verdad racional, condición de posibilidad de todas las conquistas históricas de occidente. La verdad racional representa así el valor ético supremo del que, según la izquierda nacional de los trabajadores, debe emanar la recuperación de la auténtica memoria histórica y la regeneración de la nación, rigiendo no sólo en la academia y la ciencia, sino en el resto de las instituciones públicas; también, pero aquí ya de forma libremente elegida, en la vida privada de las personas.

Valores son aquéllos principios que definen la identidad de un proyecto político. Los programas pueden y deben cambiar cada cuatro años. Las ideologías (estructura del Estado, modelo económico, marco comunitario, etc.) tienen también fecha de caducidad, aunque de dimensión secular. En cambio, los valores son constitutivos e irrenunciables. Es necesaria, en un movimiento de estas características, la producción de textos que reflejen y de órganos que amparen dichos principios ante las inevitables compulsiones oportunistas de la estrategia y la táctica. El manifiesto de un proyecto político de pretendidos alcances históricos debe así reflejar sus valores sin hacer concesiones al marketing electoral.

Conviene aclarar que cuando hablemos de la verdad como valor ético no nos referiremos a un contenido doctrinal concreto, sino a la pauta de conducta formal de la persona o grupo que acepta acatar en cada caso lo verdadero aunque entre en conflicto o perjudique sus intereses, inclinaciones, gustos, creencias u opiniones. Según el liberalismo, los valores son subjetivos y, por ende, relativos; el relativismo moral se convierte en el terreno abonado para que los conceptos-límite del mercado (individualismo, utilitarismo, hedonismo) se impongan de manera incontestable en nombre de una “libertad” que se reduce en el fondo al arbitrio abusivo de los grandes poderes económicos y financieros. Pero la verdad es un valor racional, quizá el único, y la doctrina liberal no puede rechazar esta evidencia sin pretender que las razones esgrimidas en su argumentación sean, ellas mismas, verdaderas y determinantes. Entendemos, por tanto, que sólo desde una actitud humana básica, a saber, el respeto a la verdad racional como valor supremo, puede emprenderse el necesario proyecto de reconstrucción nacional, que deberá adoptar una postura estrictamente neutral en materia de creencia religiosa.

Nuestra idea de racionalidad, empero, es mucho más amplia y profunda de aquello que se entiende por “racionalidad” en las sociedades liberales. Hoy en día, cuando hablamos de racionalidad, damos por supuesta la legitimidad de determinados valores y la política, la ciencia o la técnica se ponen a su servicio. La razón, entonces, deviene mero instrumento: sólo nos indica los medios que debemos utilizar para hacer realidad estos fines ya prefijados. Pero nosotros reflexionamos sobre la legitimidad última de las escalas de valores que orientan la conducta social y las consecuencias que aquéllas tendrán para la nación, el entorno natural y los pueblos con que compartimos el planeta. La racionalidad que reivindicamos, pues, no es únicamente una racionalidad instrumental, relativa a los medios, sino también una racionalidad de los fines. La pregunta que cabe hacer a partir de esta idea es, entonces: ¿sobré que valores puede construirse una sociedad verdaderamente democrática? Consideramos que este valor sólo puede ser la “verdad racional”.

La palabra "verdad" (ética), de esta manera formalmente definida por oposición a lo “verdadero" (ciencia), expresa:

(a) un principio normativo, porque, como veremos, el simple respeto de una ética fundada en la verdad racional que prohibiera la mentira haría imposibles los fenómenos de descomposición social que se critican en el presente manifiesto;

(b) un principio metodológico e interpretativo de los hechos que se exponen, es decir, el hilo conductor que nos permite recorrer escenarios aparentemente dispersos o inconexos y tomar decisiones políticas coherentes;

(c) un objeto de análisis, porque la verdad, en occidente, trasciende el ámbito subjetivo de la ética y del conocimiento científico desde el que se emplaza el investigador u observador; constituye una realidad objetiva (el Geist hegeliano) de la cual dependen el resto de las formas sociales de vida, singularmente las instituciones políticas (democracia parlamentaria) y económicas (tecnociencia). De ahí que la defraudación de la verdad en la esfera privada, en forma de inflación utilitaria, con la publicidad como correlato discursivo de una hegemónica pauta de conducta mercantilista, se haya traducido en el deterioro grave de los ámbitos públicos de actuación.

El manifiesto fija las directrices básicas para una crítica exhaustiva del liberalismo triunfante, expresión ideológica contemporánea de la sociedad capitalista burguesa que derrotó, en el siglo pasado, a sus adversarios comunistas y fascistas, imponiéndose así en todo el planeta como pensamiento único. Dicha crítica, ya lo hemos visto, se despliega desde una determinada posición de valores, a saber, la verdad racional, ilustrada y científica. Pero también el liberalismo se quiere a su vez fundamentado desde el punto de vista moral. Ahora bien, ¿cuáles son los valores de la sociedad burguesa que sustentan la doctrina liberal? Los propios filósofos cimeros del liberalismo se han expresado con harta claridad. Por ejemplo, el más representativo, Adam Smith: "Todas las instituciones de la sociedad (...) deben juzgarse únicamente según el grado en que tienden a promover la felicidad de quienes viven bajo su jurisdicción. Ésa es la única utilidad y el único fin."  y Jeremy Bentham: "Puede afirmarse que el hombre es partidario del principio de utilidad cuando la aprobación (o desaprobación) que manifiesta frente a una acción o una medida está determinada por (y es proporcional a) la tendencia que ésta tiene -según él- a aumentar o disminuir la felicidad de la comunidad."  Será el mismo Bentham quien perfile todavía con mayor exactitud la elección moral básica del liberalismo al reconocer de forma explícita que cuando habla de felicidad se refiere concretamente al placer. Placer y dolor serían, en efecto, los amos soberanos del hombre pues “sólo ellos indican lo que debemos hacer y determinan lo que haremos” (J. Bentham). La crítica del liberalismo debe, por tanto, articularse en primerísimo lugar como crítica de los valores burgueses. Un cuestionamiento de la doctrina liberal que omita sus raíces axiológicas constituye un engaño que deja intacta la sustancia humana de la "sociedad de consumo". Se trata de un montaje electoral que sustituye una opción ideológica burguesa por otra de distinto empaque intelectual pero idéntico contenido moral-existencial.

La subordinación de los valores a la verdad racional no significa que se “niegue” la “felicidad” o cosa por el estilo. Aquello que se cuestiona es que, en el ámbito político y administrativo público, los intereses de los individuos, de los grupos e incluso de la society mercantil, se conviertan en coartadas para negar la realidad o mentir a los ciudadanos, es decir, para manipular a la comunidad nacional; y recházase también que la educación pública fomente otros valores prioritarios que los valores comunes posibilitadores de la convivencia civilizada, a saber, los valores racionales y, por tanto, la verdad. Pero la felicidad continúa siendo un valor, aunque no, desde luego, el "valor supremo", el fin último o el criterio inapelable de las decisiones políticas.

La auténtica izquierda nacional abandona de buen grado al ámbito privado las opciones de valores subjetivas, estéticas y doctrinales, incluidas las “creencias religiosas”, siempre que no entren en conflicto con los legítimos intereses racionales del Estado. Frente a esta postura, el liberalismo, en primer lugar, ha convertido los valores burgueses en un contenido moral de obligado cumplimiento, cuyas plasmaciones históricas son la "sociedad de consumo", es decir, el “paraíso” o “reino de Dios” secularizado -y con él la compulsión oficial a ser "felices"-; y, en segundo lugar, ha impuesto por ley el "antifascismo", religión cívica mundial que eleva el Holocausto a la categoría de infierno secularizado, al tiempo que ignora, hasta hacerlos desaparecer del relato histórico oficial, el exterminio masivo de cientos de millones de personas en el altar de los valores hedonistas: unos en el gulag y la checa, otros como consecuencia de la hambruna provocada por el saqueo despiadado y sin límites que sufre el Tercer Mundo a manos del capitalismo financiero. Este contexto irracional, que trata de legitimar como algo “no comparable” al Holocausto estos crímenes brutales, explica la caza de brujas que caracteriza el creciente ejercicio inquisitorial de lo "políticamente correcto". Trátase no sólo de un tema político, sino de una honda directriz sometedora que gira en torno a los valores, es decir, que pretende imponer a los ciudadanos, mediante la propaganda y la coacción legal, la respuesta a la cuestión siempre más importante para las personas: el sentido de la existencia humana.

La evidencia de que la clase política dirigente actual, responsable última del crack de 2008, no pretende enmendarse, sino sólo adherir parches superficiales a profundísimas fisuras morales que penetran en los fundamentos mismos del sistema y que, por este motivo, requerirían en realidad cambios estructurales en nuestro modo de vida, plantea, en primer lugar, la exigencia de una ruptura con el actual modelo de régimen político hacia una mayor democratización, participación ciudadana y transparencia de las administraciones públicas.

La implementación de este auténtico “impulso democrático” no puede limitarse, empero, a meras medidas legislativas, sino que reclama un compromiso personal que sólo puede provenir de un movimiento político inspirado por la pasión ética y, más concretamente, por el amor a la verdad. Los miembros y, singularmente, los dirigentes de la izquierda nacional de los trabajadores, habrán de experimentar una conversión de valores que los perfile como referentes morales ante la comunidad del pueblo. Y el valor central de esa mutación espiritual deberá ser la veracidad o, lo que es lo mismo, la prohibición taxativa de la mentira y de la manipulación informativa.

La palabra "izquierda nacional", antes que un “partido”, mienta primordialmente el proyecto del movimiento que hará suya esta exigencia y la llevará a la práctica más allá de las declaraciones verbales. ¿Cómo? Aplicando el principio asambleario en su estructura organizativa y garantizando la efectividad disciplinaria de un código deontológico. Éste puede llegar a afectar al político defraudador aunque se trate del mismísimo dirigente de la izquierda nacional.

Hemos de ser conscientes, en este sentido, de que la mera alternancia electoral derecha-izquierda no va a traer como tal nada nuevo. El propio modelo burgués de “partido”, en cuanto presunto mecanismo institucional de recodificación de la soberanía popular en términos de decisiones políticas concretas, está agotado y sólo sirve, y ha servido siempre, a las oligarquías que lo financian y sostienen. La gravedad de la coyuntura reclama una refundación moral de las instituciones que vaya más allá de las palabras grandilocuentes y concrete las medidas de todo tipo susceptibles de atajar la corrupción de la clase política, cuyos representantes actuales, sin excepción, deberán abandonar la vida pública en su totalidad. Actuar de forma responsable significa, dicho brevemente, analizar la crisis en todas sus dimensiones, además de la económica, detectar sus causas últimas y acuñar las posibles alternativas.

Ningún programa partidista a cuatro años vista será capaz por sí sólo de afrontar unas contradicciones que afectan a lo más granado del ideario liberal de oriundez anglosajona y, singularmente, norteamericana (american way of life) vigente en Europa. En consecuencia, los europeos debemos arriesgarnos a navegar hacia mares desconocidos como antaño lo hicieran nuestros valientes antepasados, siendo así que pronto, muy pronto, ya nada tendremos que perder. Las circunstancias nos fuerzan a dar por muerto y finiquitado el proyecto de una sociedad individualista, materialista y relativista de consumo que ha puesto de manifiesto su fracaso integral y que, en estos momentos, amenaza seriamente con demoler los genuinos pilares, milenarios y profundísimos, de la civilización europeo-occidental. Conviene empezar a caminar por la senda de un proyecto político que construya los pilares de un nuevo concepto de desarrollo moral, cultural y espiritual de la sociedad desligado del dinero, pero vacunado al mismo tiempo de las habituales fantasías que nutren las utopías humanistas. La respuesta a este enigma es la verdad como principio ético e institución científica.

En este contexto dramático, bajo el impacto de la inmigración extra europea, masiva y descontrolada, de las últimas décadas, con centenares de miles de familias sin trabajo, el inminente colapso ecológico (cambio climático global), los cotidianos escándalos de corrupción política, acompañados de intentos de secesión y disolución de la nación, que se añaden a la amenaza del terrorismo exterior o interior, no parece descabellado afirmar que es necesario movilizar a la ciudadanía. Por este motivo, un grupo de trabajadores hemos decidido redactar y hacer público el presente manifiesto, que se ha concebido partiendo de los postulados axiológicos o de valores expuestos hasta aquí. 

http://izquierdanacionaltrabajadores.blogspot.com/2010/05/preambulo-al-manifiesto-por-una.html

IZQUIERDA NACIONAL DE LOS TRABAJADORES (INTRA)