lunes, mayo 29, 2017

¿PARA QUÉ SIRVE DONALD J. TRUMP? EL CANDIDATO ANTISISTEMA FABRICADO POR EL SISTEMA

Donald J. Trump en el Muro de las Lamentaciones.












¿Candidato del pueblo trabajador o candidato de la oligarquía financiera? Respuesta: candidato de la oligarquía financiera para quemar las ideas de un potencial candidato del pueblo trabajador. La duda fundamental sobre Donald J. Trump se podía haber aclarado por sí sola cuando manifestó sus posturas relativas al Estado de Israel. Por ejemplo, al sugerir el traslado de la capital a Jerusalén o la anulación del pacto con Irán recién firmado por Obama. El hecho de que su hija Ivanka hubiérase convertido al judaísmo y casado con un hebreo sionista de la élite financiera era ya un indicio significativo. Hacía bastante sospechosa e increíble su cultivada imagen "grosera" de presunto anti-sistema. No se puede ser anti-sistema y pro-Israel porque Israel es el juguete preferido de los oligarcas transnacionales.

LA EVIDENCIA ILUMINADORA DEL SIONISMO TRUMPISTA

Sabemos, en efecto, que la AIPAC, el lobby israelí que ha controlado las elecciones de los presidenciables estadounidenses desde hace décadas -expulsando de la carrera mediante campañas de difamación a quienes no fueran lacayos de Israel- encarna la esencia misma del sistema oligárquico. Pues bien, Trump se plegó a ese poderosísimo grupo de presión.

Todos nosotros nos quisimos engañar porque necesitábamos una esperanza, algo en lo que creer, pero la evidencia estaba ahí desde el principio tan clara como la luz del sol. En efecto, a pesar de sus "ideas" y de la turbia reputación de algunos de sus colaboradores, Trump procedía sociológicamente de la oligarquía. Ahora bien, si Trump no era, como pretendía, el candidato contra la oligarquía, que es judía o sionista, sólo podía ser otro candidato, pero tapado, de la propia oligarquía. No existe tercera opción. También lo era Hillary Clinton, pero la estrategia de Trump consistió en intentar aglutinar el mayoritario e indignado voto antisistema en beneficio del sistema. Y, a la postre, lo consiguió, no por méritos, sino porque los medios y la casta política le dejaron muy fácil la jugada.

Los ataques de la prensa corporativa, que fueron orquestados y casi unánimes, las burlas e insultos, las deliberadas y muy estudiadas payasadas del candidato, las manifestaciones populares de "progresistas" frente al "fascista", el terror -ridículo- ante un presunto retorno de Adolf Hitler, todo ello no eran más que señuelos circenses para atraer a los millones de votantes de la clase media blanca más perjudicada por la globalización y deseosa de vengarse del establishment. Pero éste la engañó.

La élite, en efecto, fue como siempre más lista que el pueblo. Y le puso un burdo anzuelo envenenado. Los desesperados por la crisis picaron inocentemente el sabroso cebo de odio cocinado en los think-thanks de la misma oligarquía que iba a ser supuestamente derrocada por Trump. Y ahí sigue Goldman Sachs. Es sabido que "contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano" (Isaac Asimov), pero, ¿tenían los trabajadores blancos otra opción que agarrarse a la esperanza del impostor? 

QUEMAR LAS IDEAS NACIONALISTAS ASOCIÁNDOLAS A UN PERSONAJE NEFASTO

Ciertamente, Trump ha propuesto ideas que son incompatibles con las directrices mundialistas de la élite financiera: proteccionismo, retorno al país de las empresas deslocalizadas, aislacionismo, cierre de fronteras a la inmigración, etcétera. Defendía Trump justamente lo contrario de aquéllo que había sido hasta entonces la política estadounidense desde el asalto de los neocon -judíos en su inmensa mayoría- a la administración federal en los años ochenta del siglo pasado. Pues bien, a nuestro entender, el sentido de la elección de Trump no es otro que desacreditar definitivamente dichas ideas nacionalistas asociándolas a un personaje infame. Porque la gran masa de la gente no analiza las ideas en abstracto y desde un punto de vista lógico, sino que necesita vincularlas a alguien que las represente, coloree y aromatice con rasgos visibles y palpables de una personalidad. Si ese "alguien" es un individuo prepotente, machista, racista, ignorante, agresivo... -y todos los defectos que le querramos añadir-, "sus" ideas mismas quedarán gravemente afectadas. El sistema ha creado así el monstruo que necesitaba para "quemar" cualquier programa nacionalista. Y la cosa sólo acaba de empezar, porque la gestión de Trump tiene que acabar necesariamente en un auténtico desastre. El objetivo es que cuando en el futuro cualquier trabajador esgrima, por ejemplo, una idea proteccionista, baste con responderle: "¡igual que Trump!" Ya no será menester analizar y ponderar la idea en sí misma: ésta habrá sido deshonrada ad eternum por su vinculación externa con el personaje; y nadie se tomará ya en serio a quien exprese ideas nacionalistas en economía o cualquier otro ámbito de la política.

Pero, ¿e Israel? ¿No sucederá lo mismo con tan esencial doctrina oligárquica? No. Este mecanismo de descrédito nunca afectará a las políticas pro-Israel, que siguen siendo con Trump las mismas que las de sus antecesores en el cargo. Apoyar a Israel no es una idea de Trump y nadie lo percibe así aunque ese apoyo, justamente, vaya a extremarse y provocar situaciones, como una guerra en Oriente Medio, imputables a la mente desequilibrada del energúmeno. De manera que el sionismo no quedará afectado por el legado trumpista, que será ruinoso a todos los efectos y podrá, en cualquier caso, atribuirse a su carácter o a sus ideas según convenga.

Una vez amortizado Trump, las recetas mundialistas y neoliberales retornarán con más fuerza que nunca. Y ya no habrá candidato alguno capaz de detenerlas con las únicas alternativas veraces que en realidad pueden oponérseles, a saber: las ideas nacionalistas, anti-oligárquicas, democráticas y proteccionistas en beneficio de la inmensa mayoría de la población. Habrá llegado incluso la hora de la estocada final oligárquica al sistema democrático, al que se acusará de haber hecho posible la llegada al poder de un "tirano populista" como Donald J. Trump.

Que no te engañen.

Jaume Farrerons
La Marca Hispànica, 29 de mayo de 2017

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