viernes, febrero 14, 2014

Los más grandes filósofos serían genocidas excepto B.-H. Lévy



Bernard-Henry Lévy denuncia a los filósofos como legitimadores de la barbarie. Todos menos, precisamente, aquéllos que beben de las puras y prístinas fuentes morales del Antiguo Testamento.

Voilà, pues, una excepción: el propio Bernard-Henri Lévy, la primera pluma filosófica de Francia. ¿O mejor decir "la primera pluma abrahamánica"?

En efecto, B.-H. Lévy, cuando piensa, fúndase de forma expresa en la Biblia hebraica. Véase, para zanjar cualquier discrepancia en este punto, la obra El testamento de Dios (1979). Por ejemplo, BHL razonaría siempre al hilo de delicatessen como el Libro de Josué; entre otros centenares de casos que ilustran la doctrina de la Torah, cuyos dulces pasajes "pacifistas" sobre el anatema (=exterminio) de Jericó y de diversos pueblos autóctonos de Palestina ennoblecen el alma...

Toda una lección, pues, de "derechos humanos" y "democracia".

En definitiva: la misma hipocresía que J. P. Sartre con el Gulag, pero ahora al servicio de la Nakba y del más bochornoso imperialismo oligárquico occidental.

La patria de Voltaire lobotomizada.

Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
15 de febrero de 2014


DOCUMENTACIÓN ANEXA

http://www.vnavarro.org/?p=10239

http://www.vnavarro.org/wp-content/uploads/2013/12/23-12-13-donde-esta-bernard-henri-levy-v0202-vdef-261113-edit.pdf

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 27 de noviembre de 2013.
 
Este artículo critica la selectividad de Bernard-Henri Lévy en sus posturas pro derechos humanos, que siempre coinciden con la política internacional promovida por el gobierno federal de EEUU y la Unión Europea. El artículo también indica el gran silencio de este autor sobre la situación de Libia, que él contribuyó a crear.

Bernard-Henri Lévy tiene muy buena prensa en España, apareciendo con gran frecuencia en las páginas de El País predicando la moralidad de sus causas, que requieren con gran frecuencia intervenciones militares, lo cual explica que algunos intelectuales de la izquierda estadounidense lo califiquen como el moralizador de las guerras, en general, contra el Islam (ver Ramzy Baroud “France’s Sham Philosopher” en CounterPunch, 20.11.13). Presentado frecuentemente en los medios españoles como “el filósofo de Francia”, articula siempre posturas promovidas por el establishment político francés, rodeado siempre de grandes cajas de resonancia que explican su gran visibilidad mediática.
La última gran hazaña de este señor fue su liderazgo (que El País definió como moral) para que la OTAN interviniera en Libia para deponer al coronel Gadafi (basándose en una interpretación tergiversada y manipulada de la famosa Resolución 1973 de Naciones Unidas del 17 de marzo de 2011, que no permitía dicha intervención). Esta intervención se justificó por el supuesto apoyo de los Estados intervencionistas por vía militar (que incluyó desde bombardeos que afectaron a poblaciones civiles, hasta la transferencia de armas) para deponer a un dictador y sustituirlo por fuerzas democráticas que deseaban instaurar una democracia. Considerando la enorme evidencia que existe mostrando el apoyo de tales Estados (EEUU y Francia incluidos) a dictaduras casi medievales en la misma región, esta justificación carecía de credibilidad. Pero ello no inhibió ni frenó al filósofo de Francia en la utilización de dicha justificación. Y lo que es notorio es que repitió constantemente tal justificación con toda seriedad y contundencia, apelando a la moralidad democrática que según él debe caracterizar el comportamiento de las naciones civilizadas. Bernard-Henri Lévy (BHL) utiliza una narrativa llena de imágenes altisonantes, preñadas de gran pomposidad, como corresponde a uno de los intelectuales franceses más galardonados en Francia. El poder es siempre muy cariñoso y agradecido con sus sirvientes. Al servicio de su causa, BHL se trasladó a Libia con todo el aparato mediático y parafernalia teatral “en defensa de las fuerzas democráticas”. Y la intervención militar derrotó al dictador Gadafi.
¿Y qué ha pasado en Libia desde entonces? Gadafi fue un dictador como muchos de los dictadores que hoy existen en aquella parte del mundo, donde la democracia no existe ni siquiera a nivel de ensayo. Pero comparado con Arabia Saudí, Qatar y otros regímenes feudales, Gadafi no era, definitivamente, peor que los gangster que dominan aquellos otros países. La diferencia era que los últimos son fieles sirvientes de EEUU y de la UE, y Gadafi no lo era. Ni que decir tiene que el gran filósofo moralista BHL no prestaba atención a tales detalles, considerados insignificantes en la lucha entre el bien (que él representaba) y el mal (que eran todos los demás).
Pero analizaremos ahora lo que ocurre en Libia. Cualquier observador mínimamente objetivo debe concluir que Libia no es, en absoluto, una democracia, y que la situación actual es un desastre, con unos conflictos entre distintas facciones, entre las cuales están fuerzas de Al Qaeda, que se ha convertido en una de las fuerzas determinantes de los quehaceres de aquel país. Bandas armadas, sin ningún tipo de control democrático, gobiernan los distintos territorios, con asesinatos políticos y con una represión brutal hacia las voces y manifestaciones en contra de la dictadura de esas milicias armadas. Solo en un día (15 de noviembre) 31 personas fueron asesinadas y 235 heridas en una represión contra una manifestación en la ciudad de Trípoli que protestaba contra este régimen de taifas controlado por bandas armadas que atemorizan a la población a fin de defender sus propios intereses.
Y mientras todo esto está ocurriendo, el gran filósofo de Francia (y de El País) permanece callado. En realidad, y tal como señala Ramzy Baroud, lo más parecido a este filósofo son los intelectuales neocons de EEUU, que siempre alientan y exigen intervenciones militares “para defender la democracia”, detrás de cuyo noble objetivo hay intereses financieros y energéticos muy concretos que pronto aparecen, mostrándose como lo que son. Lo cual no inhibe a estos intelectuales a continuar moralizando sobre el deber de los países democráticos de ayudar a las fuerzas democráticas alrededor del mundo, cuando la realidad es precisamente lo contrario de lo que predican. Los mal llamados “gobiernos democráticos” han sido históricamente, y continúan siéndolo, los mayores soportes de los regímenes más dictatoriales existentes en el mundo.
La incoherencia de tales intelectuales, incluyendo “el filósofo de Francia” aparece con toda su crudeza no solo en el caso de Libia, sino también en el caso de Israel. BHL es un gran admirador de las fuerzas armadas de Israel, a las que clasifica como las más morales y democráticas existentes hoy en el mundo, apoyando siempre sus intervenciones militares. Es extraordinario que estas declaraciones se hicieran después de una de las intervenciones militares más sangrientas e inmorales (de las muchas que han hecho tales fuerzas armadas) en la zona de Gaza en los años 2008-2009 y 2012. La ceguera moral e incoherencia intelectual de Bernard-Henri Lévy no tiene límites, lo cual no es obstáculo para que BHL aparezca, una vez más en El País, moralizando sobre la necesidad de intervenir militarmente en algún lugar del mundo árabe para “defender la democracia”.

  
BERNARD-HENRI LÉVY Y LA IZQUIERDA ZOMBI

Diane Johnstone

El último libro de Bernard-Henri Lévy ha sido el más comentado en los medios de comunicación desde comienzos de año. Diane Johnstone, que ve en este ensayista a un propagandista encargado de reciclar los tópicos desgastados de la Guerra Fría, no se sorprende de ello en esta época de sarkozismo triunfante. Prefiere desmontar los mecanismos de esta retórica y subrayar su carácter mágico y antipolítico. En definitiva, se divierte en constatar que la hegemonía de este discurso no suple su vacuidad y no logra hacerlo operativo.

 El ensayo político más comentado por los medios de comunicación desde comienzos de año, Ce grand cadavre à la renverse (Ese gran cadáver de espaldas), de Bernard-Henri Lévy (Grasset, Paris, 2007), se presenta al público como una reflexión consagrada a la izquierda francesa. Pero curiosamente, se trata en el fondo de algo muy distinto.

Bernard-Henri Lévy es con mucho el más conocido de la pequeña camarilla de propagandistas que hace unos treinta años, con la etiqueta de «nuevos filósofos», emprendieron una campaña para invertir el sentimiento antiimperialista que se había hecho dominante en el mundo entero, sobre todo en reacción contra la guerra llevada a cabo por Estados Unidos en Vietnam. La guerra había terminado, y la izquierda francesa estaba debilitada por su dispersión sectaria y el hundimiento de sus esperanzas «revolucionarias» poco realistas. Los Jemeres Rojos, que habían tomado el poder en Camboya, tras los bombardeos y el destronamiento de Sihanouk fomentado por los Estados Unidos, cometieron el «baño de sangre» que los estadounidenses habían predicho sin razón para Vietnam. Por su descubrimiento tardío, aunque teatral y fuertemente mediatizado, del gulag soviético más de veinte años después de la muerte de Stalin, y calificando las aberraciones asesinas de los Jemeres Rojos de «golpe fatal... contra la idea misma de revolución» (p. 124), los «nuevos filósofos» trataron de estigmatizar toda aspiración a un cambio social radical como inevitablemente «totalitaria». Contra la omnipresente «amenaza totalitaria», se rehabilitó a Estados Unidos como indispensable salvador de la democracia y defensor de los derechos humanos.

Es difícil medir el verdadero impacto de aquella campaña, que formó parte de una ofensiva general de rehabilitación del imperialismo americano bajo el estandarte de los «derechos humanos». Es cierto que estos publicistas no fueron jamás tomados en serio por los universitarios y los profesores de filosofía, pero ganaron una celebridad inmediata gracias al celo que pusieron los medios de comunicación (empezando por le Nouvel Observateur) en difundir su «nueva» versión «filosófica» de la propaganda de la Guerra Fría.

No obstante, treinta años más tarde, su misión parece cumplida. Aunque no sea filósofo, Nicolás Sarkozy encarna la «nueva» Europa soñada por Rumsfeld al principio de la conquista de Irak, una Europa dispuesta a seguir ciegamente a los Estados Unidos en sus guerras de «civilización».

André Glucksmann, el más histérico del clan, se dio prisa en unirse a Sarkozy como filósofo de corte. Bernard Kouchner, el más mundano de los guerreros humanitarios, esperó a la elección de Sarkozy para unirse a él como ministro de Asuntos Exteriores.

Más astuto que los demás, BHL rechazó perderse entre la multitud victoriosa. Durante la campaña se atribuyó el papel de consejero ideológico de Ségolène Royal. Tras su derrota, prefirió rezagarse en el campo de batalla política para hacerse con el estandarte caído de la izquierda. O bien, como sugiere el título de su última obra, para recuperar su cadáver. Este libro pretende dar lecciones a la izquierda con el fin de reanimarla. BHL querría infundir sus palabras y sus pensamientos al cadáver, transformándolo en una especie de zombi para asustar a Ségolène, y alejarla de Jean-Pierre Chévènement, Noam Chomsky, Michael Moore, Rony Brauman, Alain Badiou, Régis Debray, Harold Pinter y todos los demás adeptos de malas ideas que llevarían la izquierda, según BHL, hacia un nuevo «totalitarismo».

¿Y cuál es este nuevo totalitarismo? El «antiamericanismo», ¡pues claro! Y el antiamericanismo, qué es exactamente? Según BHL (página 265), «el antiamericanismo es una metáfora del antisemitismo». Ajá.

Y claro, «el antisemitismo» es la acusación que hará desaparecer al adversario en una nube de humo, como hace la malvada hechicera en El Mago de Oz. Pero ¿funciona siempre la magia? BHL tiene miedo de estar perdiendo su poder.

El mundo según BHL

Aunque la etiqueta de «filósofo» sea exagerada, el escritor BHL tiene, como todo el mundo, su filosofía personal. De entrada, según él, las ideas son las que gobiernan el mundo, para bien y para mal (p. 402). Sobre todo para mal, aparentemente. Las ideas pueden salir casi de la nada, lo que exige una vigilancia constante. Lo que él llama su fidelidad a la izquierda no tiene nada que ver con las relaciones socioeconómicas, y aún menos con la oposición a la guerra. Se trata más bien de la denuncia de ciertos crímenes: la condena de Dreyfus, Vichy, diversos «genocidios» reales o supuestos. Se basa, como explica con detalle, en su propia galería personal «de imágenes, acontecimientos y reflejos». Nunca en algún tipo de análisis. Avanza como una especie de Isaías que clama en el desierto y no necesita útiles modernos de investigación o de análisis.

En este mundo de ideas, los hechos son secundarios, cuando no superfluos. BHL juega con ellos como juega con estas ideas maleables. Hay que adaptar los hechos a las ideas, no las ideas a los hechos. El concepto de Imperio puede aplicarse a China hoy en día o en el pasado a la URSS, a los turcos, a los árabes, a los aztecas , a los persas o a los incas. Pero es inoperante cuando se trata de una «América cuya línea principal ha sido siempre el aislacionismo y que, contrariamente a las grandes naciones de la vieja Europa, nunca ha colonizado a nadie» (página 281).

Esta afirmación pasmosa sitúa a BHL claramente por encima y al margen de la realidad. En su libro, no se trata tampoco de la política tal como se suele entender. Se trata más bien de enunciar, como dice claramente, al menos con toda la claridad de la que es capaz, una especie de religión sin Dios.

Puede parecer extraño viniendo de una celebridad de la jet set que se da la gran vida pero, para BHL, el modelo a emular no es otro que el profeta del Antiguo Testamento, fustigador de las malas ideas que llevarán al pueblo a su destrucción. Esto se hace explícito hacia el final de su último libro (como también en uno de los primeros, El testamento de Dios). De hecho, si se empieza por el final del libro en vez de por el principio, se puede ver que el verdadero tema no es el partido socialista ni la izquierda, sino una exhortación profética a una especie de guerra de religión.

Al hablar de una «evaluación genealógica» de las ideas de democracia y de derechos humanos, BHL expresa esta nostalgia por una época bíblica. De estas ideas, escribe (página 398): «Se las puede considerar demasiado griegas... Se las puede juzgar demasiado romanas... Se puede lamentar que el universalismo tal como lo entendemos haya pasado con armas y bagajes al lado “ni judío ni griego” paulino y que haya olvidado por el camino el gusto por las singularidades que se podían encontrar todavía entre los judíos y los griegos. Se puede entonces, como Lévinas, querer que se oigan de nuevo esas voces judías, ese aliento profético, que acalló el greco-romano-paulinismo. »

Se refiere al filósofo lituano-franco-israelí Emmanuel Lévinas, cuyas contorsiones metafísicas sobre la culpabilidad y la inocencia llevaron a B-H Lévy y a Alain Finkielkraut a ver en él a su propio profeta contemporáneo. En 2000, con Benny Lévy, que había abandonado la dirección de la Gauche Proletarienne para volver al seno del judaísmo tradicional, fundaron el Institut des Études Lévinassiennes en Jerusalén y en París, consagrado (según palabras textuales de Benny Lévy) al combate «contra la visión política del mundo». Su referencia inagotable es el Talmud.

El estilo profético sobrevuela los hechos para proferir lamentaciones, premoniciones y exhortaciones. Proyecta un ambiente de urgencia moral demasiado apremiante como para perder el tiempo en análisis claros y razonados, fundados en el respeto escrupuloso de los hechos y la honradez en la presentación de los juicios opuestos al suyo.

Para el escritor, esquivar el análisis no es sólo un artificio retórico, sino algo consustancial a su visión del mundo. Es una expresión de rechazo, por parte de ciertos sectores del pensamiento contemporáneo, de todo intento de explicar los acontecimientos históricos a partir de causas materiales o políticas. Este rechazo es central en la actitud religiosa hacia el Holocausto, o la Shoah (es decir, el genocidio de los judíos entendido en términos religiosos). Para los defensores de esta religión contemporánea es inaceptable buscar explicaciones materiales a acontecimientos que deben seguir siendo «incomprensibles» por su enormidad. El menor intento de explicar la ascensión de Hitler por hechos como una reacción contra la humillación de la derrota de 1918, la pérdida de territorios nacionales y la inflación galopante seguida del paro masivo, es rechazada como un intento de «justificarla». Toda explicación distinta del odio eterno a los judíos se arriesga incluso a ser tachada de antisemita.

Esta negativa a analizar los factores materiales subyacentes a los fenómenos ideológicos se extiende a otros acontecimientos. Cuanto intenta explicar la pérdida de velocidad del espíritu europeo, BHL no hace ninguna mención al hecho, sin embargo cada vez más evidente, de que la Unión Europea se haya convertido en el instrumento para imponer una política económica, especialmente la privatización forzosa de los servicios públicos, que el pueblo no ha elegido ni puede cambiar. No, si Europa ha «empezado mal», es a causa del «enorme agujero que es, en toda Europa, el vacío dejado por seis millones de judíos asesinados». Ve la crisis de Europa en «el grito de dolor de una Europa muerta al nacer, o nacida con una parte de sí misma muerta, y que por ello ya sólo sabe vivir de la vida de los espectros» (p. 232).

Esta visión antipolítica de los acontecimientos es comparable a la que se tenía de los brujos antes del desarrollo de la medicina moderna. La mayor preocupación de estos lévinassiens es claramente el antisemitismo, tal como la peste negra era la gran preocupación de los europeos en el siglo XIV. Están incluso obsesionados por la posibilidad de su resurgimiento. Pero su enfoque religioso —incluso si se declaran ateos (p. 405)—, les impide analizar las causas de un modo que ayude a evitar una nueva erupción de esta enfermedad.

Guerra de religión

En su capítulo dedicado al futuro «progresista» del antisemitismo («el neoantisemitismo será progresista o no será»), BHL lo trata como una especie de demonio que merodea a través de la historia con varios disfraces. Es «ese largo grito de odio que, desde hace siglos y siglos, persigue al Pueblo de la Palabra». No hay que preguntar: «¿por qué?». Sólo hay que preguntar: «¿cómo?».

A esta pregunta, BHL le da una respuesta. El antisemitismo hará su próxima aparición inevitable por la vía de la izquierda. Sobre este tema, por el que siente un gran interés, llega a hacer algunas observaciones acertadas. Reconoce implícitamente una realidad que muchos otros rechazan, es decir, que en Europa, hoy en día, la auténtica religión, aquélla cuyo sentido de lo sagrado aún funciona, es la Shoah, el Holocausto. O, como afirma, «la religión de la época» está «cada vez más claramente fundada sobre tres sólidos pilares que son el culto a la víctima, el gusto por la memoria y la reprobación de los malvados (el antifascismo triunfante, el amor por la víctima y el deber de la memoria)». Dicho esto, se inquieta al ver que una cierta competición entre víctimas alienta el resentimiento hacia los judíos, a los que se acusa de haberse «apropiado del capital victimario. Shoah business...».

«“¿Qué hay del genocidio de los indios americanos?” me preguntó un día el jefe indio antisemita Russell Means. “Nada; los judíos americanos lo han tomado todo; se han apropiado hasta de la idea de genocidio”». Sobre esto, BHL hace incluso una insólita mención de los palestinos, cuyo peor enemigo sería «el estrépito que se arma en torno al sufrimiento del pueblo judío, que cubre/acalla su propia voz» (p. 318).

La respuesta de BHL no es otra que insistir de nuevo en que la Shoah es realmente única en la Historia, añadiendo que los musulmanes estuvieron del lado de Hitler y no pueden entonces ser considerados como víctimas inocentes del sionismo. Y que tales quejas no son más que manifestaciones de la nueva oleada de antisemitismo. Todo ello se sigue de la premisa según la cual no puede haber otra explicación del antisemitismo que la propia naturaleza eterna del antisemitismo. Ni puede, sobre todo, haber ninguna causa por la que ciertos judíos, en este caso el Estado de Israel, puedan tener parte de responsabilidad.

En vez de analizar, BHL profetiza. Prevé la próxima oleada de antisemitismo en «la unión del negacionismo, el antisionismo y la competición entre las víctimas». ¿Qué hacer ante este peligro? De nuevo una exhortación y un nuevo enemigo «fascista» a combatir: «el islamofascismo» o, como prefiere llamarlo, el «fascislamismo».

Programación de la Izquierda Zombi

BHL se dirige a la izquierda zombi, a la que pretende inspirar con sus profecías.

Exhortación número uno: ¡dejad de hablar de Israel y de Palestina! Hay que limitar «la referencia obsesiva a Israel». Hablad más bien de Darfur, de Chechenia...

Segunda exhortación: reemplazad el concepto de tolerancia por la laicidad. Es decir, ninguna tolerancia con el «fascislamismo», que llega a divisar incluso en las posiciones relativamente moderadas de un Tariq Ramadán, por ejemplo, por no hablar de las mujeres con velo y de los musulmanes que se enfadan con las caricaturas del Profeta representado como un terrorista.

Tercera exhortación: reconocer en el islamismo una forma de fascismo.

Este zombi programado es finalmente todo lo que BHL ofrece a la izquierda o a los judíos.

¿Con qué resultado posible?

El hecho de que las reseñas pasen de puntillas sobre el judeocentrismo flagrante del libro sugiere que cierta forma de intimidación funciona eficazmente. Pero cabe preguntarse si el hecho de no atreverse a cuestionar ninguna afirmación hecha «en nombre de los judíos» (¡sin pedir su opinión!) es verdaderamente «bueno para los judíos». El propio BHL, al hablar de la «competición de las víctimas», expresa algunas dudas. Pero persiste.

Es evidente que sería mejor para la izquierda, para los judíos, para todo el mundo, superar estas inhibiciones religiosas y mirar de frente la realidad del mundo, incluyendo Israel, Irak –invisible en este libro-, Palestina, Irán y, sí, los Estados Unidos y su desatado complejo militar-industrial que encuentra pretextos para la utilización de su poderío militar en la histeria neoconservadora en torno al «islamofascismo». El modo profético por el que BHL muestra tanta afición no es más que una irracionalidad emotiva, tal como el antisemitismo, diversos delirios religiosos e incluso el “fascismo”. Se trata de una postura ideológica, sin ninguna relación con un concepto sensato de política progresista.



Fuente:

http://www.voltairenet.org/article152881.html

Artículo original publicado el 12 de noviembre de 2007

Traducido para Tlaxcala por Nuria Álvarez Agüí

Nuria Álvarez Agüí es miembro de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.

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