Arcadi Espada, el periodista y la verdad.
Que las democracias liberales de occidente hayan heredado el lenguaje antifascista acuñado por Stalin sin ningún tipo de vergüenza o escrúpulo moral tuvo y tiene sus consecuencias, muy concretas, en la vida cotidiana de las personas, aquí y ahora. No se trata de una mera cuestión política o filosófica, y menos en España, donde hasta hace bien poco una banda terrorista asesinaba a nuestros conciudadanos y apelaba al antifascismo para justificar sus atrocidades. Cuando un hombre ingresa en prisión porque la palabra de la mujer presuntamente maltratada ostenta valor probatorio y ya no es menester investigar o verificar nada más, estamos también ante el antifascismo, en este caso una versión feminista (falofascismo) del mismo código que, salvando las distancias, inspirara en su día las pesadillas utópicas de Pol Pot. Cuando un fiscal de una supuesta "democracia" considera que es menester vigilar de forma continuada a un grupo de ciudadanos caracterizados por su ideario político, a procesarlos incluso por sus meras opiniones ("fascistas", claro), ésta es también una forma maquillada pero letal del antifascismo espiritualmente oriundo de la cheká. Cuando un trabajador, al que el dumping de desleales competidores extranjeros ha privado de su sustento económico, se manifiesta contrario a la política de flujos migratorios liberal y es criminalizado como racista y xenófobo, el antifascismo hace otra vez acto de presencia en nuestro día a día: las colas de la INEM y el silencio asustado de los parados (temerosos de ser acusados de "fascistas" si expresan abiertamente sus ideas al respecto) son "antifascismo". Cuando grupúsculos antisistema -financiados por el ayuntamiento- sabotean un acto electoral legal golpeando e injuriando a sus organizadores y la policía municipal observa impasible o pretende incluso cachear a las víctimas por si esconden una pistola (basado en hechos reales), el "antifascismo" nos ha hecho una visita. Cuando ante las fechorías de los corruptos políticos "democráticos" se nos muestra la imagen de "Auschwitz" para restar importancia a cualquier delito que éstos puedan cometer, incluidas cosas tan "insignificantes" como la bomba de Hiroshima, estamos también sufriendo las consecuencias estupefacientes, idiotizantes y moralmente embrutecedoras del antifascismo, que nos quiere esclavos sobre todo en la mente, ya sea a nivel emocional, ya a nivel intelectual. El antifascismo es un sistema de valores, lingüísticamente articulado, omnipresente en nuestra sociedad: en el trabajo, en la familia, en la cultura y la educación, en el ocio (películas y documentales constantes sobre el Holocausto)... Sólo hay que saber detectarlo para tomar conciencia de la penosa, repetitiva, machacona realidad virtual de la propaganda comercial, política y cultural "antifascista". Una vez comprendidas las claves simbólicas del lenguaje antifascista, su ubicuidad provocará en nosotros un sentimiento de asfixia y la certeza de vivir encerrados en una prisión ideológica sin muros. El antifascismo es el derecho a amenazar, insultar, desprestigiar, marginar, criminalizar, maltratar, torturar, destruir o asesinar incluso, según los casos, lugares y circunstancias históricas, a una persona tildada de "fascista" por quienes tengan la posibilidad de convertir tal imputación en una fáctica restricción de libertades. El objeto arquetípico de la violencia antifascista de cualquier signo es hogaño, en Cataluña, un varón blanco, adulto, de clase trabajadora, nivel cultural medio (con sentido crítico) y castellanohablante. Detéctase el antifascismo autóctono en las derechas y en las izquierdas, en lo catalán y en lo español: nadie espere hallar refugio alguno dondequiera que pervivan los partidos o instituciones del dispositivo oligárquico de poder mundial cuyo centro es Wall Street; sea cual fuere el lugar "oficial", allí están "ellos"... La veteromodernidad, como judeocristianismo secularizado, se consuma en el antifascismo actual. No avanzamos o "progresamos" hacia el "paraíso", sino que ahondamos en este mundo regimentado, opresivo, bajo el control de una oligarquía filosionista transnacional y transversal de criminales genocidas. Todos nosotros vivimos en la época antifascista y podemos convertirnos -aunque unos más que otros, ciertamente- en sus víctimas a medida que la legislación "políticamente correcta" vaya creciendo, organizándose tanto a escala planetaria cuanto reticular local, e introduciendo sus tentáculos, como un gigantesco pulpo cósmico, en cualesquiera espacios de nuestra existencia, pública o privada.
El lenguaje antifascista en la prensa
Que las democracias liberales de occidente hayan heredado el lenguaje antifascista acuñado por Stalin sin ningún tipo de vergüenza o escrúpulo moral tuvo y tiene sus consecuencias, muy concretas, en la vida cotidiana de las personas, aquí y ahora. No se trata de una mera cuestión política o filosófica, y menos en España, donde hasta hace bien poco una banda terrorista asesinaba a nuestros conciudadanos y apelaba al antifascismo para justificar sus atrocidades. Cuando un hombre ingresa en prisión porque la palabra de la mujer presuntamente maltratada ostenta valor probatorio y ya no es menester investigar o verificar nada más, estamos también ante el antifascismo, en este caso una versión feminista (falofascismo) del mismo código que, salvando las distancias, inspirara en su día las pesadillas utópicas de Pol Pot. Cuando un fiscal de una supuesta "democracia" considera que es menester vigilar de forma continuada a un grupo de ciudadanos caracterizados por su ideario político, a procesarlos incluso por sus meras opiniones ("fascistas", claro), ésta es también una forma maquillada pero letal del antifascismo espiritualmente oriundo de la cheká. Cuando un trabajador, al que el dumping de desleales competidores extranjeros ha privado de su sustento económico, se manifiesta contrario a la política de flujos migratorios liberal y es criminalizado como racista y xenófobo, el antifascismo hace otra vez acto de presencia en nuestro día a día: las colas de la INEM y el silencio asustado de los parados (temerosos de ser acusados de "fascistas" si expresan abiertamente sus ideas al respecto) son "antifascismo". Cuando grupúsculos antisistema -financiados por el ayuntamiento- sabotean un acto electoral legal golpeando e injuriando a sus organizadores y la policía municipal observa impasible o pretende incluso cachear a las víctimas por si esconden una pistola (basado en hechos reales), el "antifascismo" nos ha hecho una visita. Cuando ante las fechorías de los corruptos políticos "democráticos" se nos muestra la imagen de "Auschwitz" para restar importancia a cualquier delito que éstos puedan cometer, incluidas cosas tan "insignificantes" como la bomba de Hiroshima, estamos también sufriendo las consecuencias estupefacientes, idiotizantes y moralmente embrutecedoras del antifascismo, que nos quiere esclavos sobre todo en la mente, ya sea a nivel emocional, ya a nivel intelectual. El antifascismo es un sistema de valores, lingüísticamente articulado, omnipresente en nuestra sociedad: en el trabajo, en la familia, en la cultura y la educación, en el ocio (películas y documentales constantes sobre el Holocausto)... Sólo hay que saber detectarlo para tomar conciencia de la penosa, repetitiva, machacona realidad virtual de la propaganda comercial, política y cultural "antifascista". Una vez comprendidas las claves simbólicas del lenguaje antifascista, su ubicuidad provocará en nosotros un sentimiento de asfixia y la certeza de vivir encerrados en una prisión ideológica sin muros. El antifascismo es el derecho a amenazar, insultar, desprestigiar, marginar, criminalizar, maltratar, torturar, destruir o asesinar incluso, según los casos, lugares y circunstancias históricas, a una persona tildada de "fascista" por quienes tengan la posibilidad de convertir tal imputación en una fáctica restricción de libertades. El objeto arquetípico de la violencia antifascista de cualquier signo es hogaño, en Cataluña, un varón blanco, adulto, de clase trabajadora, nivel cultural medio (con sentido crítico) y castellanohablante. Detéctase el antifascismo autóctono en las derechas y en las izquierdas, en lo catalán y en lo español: nadie espere hallar refugio alguno dondequiera que pervivan los partidos o instituciones del dispositivo oligárquico de poder mundial cuyo centro es Wall Street; sea cual fuere el lugar "oficial", allí están "ellos"... La veteromodernidad, como judeocristianismo secularizado, se consuma en el antifascismo actual. No avanzamos o "progresamos" hacia el "paraíso", sino que ahondamos en este mundo regimentado, opresivo, bajo el control de una oligarquía filosionista transnacional y transversal de criminales genocidas. Todos nosotros vivimos en la época antifascista y podemos convertirnos -aunque unos más que otros, ciertamente- en sus víctimas a medida que la legislación "políticamente correcta" vaya creciendo, organizándose tanto a escala planetaria cuanto reticular local, e introduciendo sus tentáculos, como un gigantesco pulpo cósmico, en cualesquiera espacios de nuestra existencia, pública o privada.
El lenguaje antifascista en la prensa
En su ensayo Diarios (2003), Arcadi Espada analiza el lenguaje de la prensa que informaba sobre los antentados de ETA. Aunque Espada no llega a comprender nunca que el lenguaje utilizado por los periodistas no es más que una variante gremial del código simbólico que, como demostraremos, el sistema oligárquico en su conjunto y, por ende, el propio Espada volis nolis, utilizan para "interpretar" y manipular la realidad, el simple hecho de poner la lupa sobre determinados artículos de prensa y sajar las preposiciones, los pronombres, la sintaxis y la semántica de cada línea, con paciencia de artesano textual, es un ejemplo de lo que podríamos denominar "filosofía crítica aplicada", y una contribución o complemento "analítico" a discursos críticos más "sintéticos" o globales -en los que hemos abundado en este blog- sobre el significado de la ideología antifascista.
Veamos a continuación cuál es el método de Espada, porque así aprenderemos a hacerlo "nosotros solos" en contextos distintos a los del terrorismo etarra (pues que, afortunadamente, ETA ha dejado de matar, como poco de forma provisional, pero sigue ahí como una llaga abierta que plantea infinidad de interrogantes a nuestra sociedad).
Así, según Espada, en la prensa de la democracia española los terroristas de ETA eran identificados siempre con términos como "jóvenes, agresores, autores, un grupo armado. Nunca terroristas ni asesinos" (op. cit., p. 169). Se podían encontrar titulares del tenor siguiente: "dos certeros disparos acaban con la vida...". Parece asombroso pero los periodistas antifascistas (o sea, casi todos) redactaron frases que implicaban valoraciones elogiosas como la buena puntería de los etarras; o se preocupaban por el estado de salud de un terrorista tiroteado por subhumanos ultraderechistas: "sigue la mejoría de Peixoto. (...) es posible que salve la vista" (op. cit., p. 170).
Pero la cosa no terminaba aquí. Los periodistas antifascistas concibieron sus artículos de manera que los crímenes de ETA quedaran justificados por las excelentes y convincentes razones que siempre ha esgrimido el antifascismo, a saber, la defensa de alguna utopía paradisíaca de amor, fraternidad, felicidad, dicha y hasta orgasmos constantes asegurados (Wilhelm Reich, Herbert Marcuse). En efecto, tras una hazaña etarra eran frecuentes apreciaciones como la siguiente: "la víctima estaba considerada, en algunos sectores del pueblo, como confidente de la Guardia Civil" (op. cit., p. 171). El fragmento citado procede de un artículo del 28 de enero de 1979, fecha en la que ya existía la "democracia" en España, al menos para los políticos o, por ejemplo, los directores de diarios (incluso si habían colaborado con el franquismo, como era el caso de Polanco), pero no, por ejemplo, para los guardia civiles, policías o funcionarios de prisiones, los cuales podían seguir siendo considerados "fascistas" y, por tanto, razonablemente liquidados en nombre del "libertad humana".
Según Arcadi Espada, la legitimación del asesinato era un "estrambote" periodístico que nunca podía faltar en esos casos. Y añade: "funciona muy bien como tiro de gracia" (op. cit., p. 171). La víctima de los etarras era rematada "moralmente" por el periodista "demócrata". Para los terroristas, este tipo de información o deformación fue durante décadas una suculenta y gratuita mina de propaganda cuya naturaleza antifascista no puede poderse en duda a poco que analicemos de cerca, fragmento a fragmento, las canalladas que llegaron a escribirse in illo tempore.
Se refiere Arcadi Espada, en este sentido, al "círculo" del que los periodistas obtenían la información "justificadora" del asesinato, del sacrificio ritual cotidiano del "fascista" ante el altar de la Felicidad Colectiva. Esos círculos eran, ex hiphotesi, los del entorno abertzale, es decir, los cómplices políticos (y no sólo políticos, como sabemos hoy a ciencia cierta) del "grupo armado". No obstante, la obscenidad del hecho era sistemáticamente ocultada, u obviada, por el periodista, quien consideraba fuente legítima de información dichos círculos a pesar de que se tratara, en pocas palabras, de voces oficiosas de los propios terroristas.
Casi no vale la pena ocuparse de círculos. Aparece en todos los periódicos, en todas las muertes. Apesta. ¿Quiénes los formaban, los círculos? ¿Cómo se hablaba con ellos? ¿Qué crédito tenían? (op. cit., p. 173).
El 29 de abril de 1979 la prensa "informa" de otro atentado: "en círculos políticos de Durango se le consideraba confidente o amigo de miembros de la Guardia Civil" (op. cit., p. 174). Si eras "amigo" de un guardia civil, eras "fascista" por contacto estigmatizador con el paria subhumano y se te podía matar. Estaba justificado por la utopía que ETA y PRISA compartieron en indecente revolcón (como Roosevelt y Churchill con Stalin, no lo olvidemos). Le han "ejecutado", ¿por qué? Por "fascista". ¿Cómo? Era "amigo" de un fascista, es decir, de un guardia civil.
El 29 de abril de 1979 la prensa "informa" de otro atentado: "en círculos políticos de Durango se le consideraba confidente o amigo de miembros de la Guardia Civil" (op. cit., p. 174). Si eras "amigo" de un guardia civil, eras "fascista" por contacto estigmatizador con el paria subhumano y se te podía matar. Estaba justificado por la utopía que ETA y PRISA compartieron en indecente revolcón (como Roosevelt y Churchill con Stalin, no lo olvidemos). Le han "ejecutado", ¿por qué? Por "fascista". ¿Cómo? Era "amigo" de un fascista, es decir, de un guardia civil.
Los "fascistas" respondían a veces. Fue el caso de un atentado en un bar frecuentado por abertzales. El 12 de junio de 1979 la prensa "informa": "pocas personas dudan en Zarauz en atribuir el atentado a bandas fascistas". Observa Espada que cuando la prensa habla de ETA la identifica formalmente como grupo armado. Pero si los "fascistas" (=las víctimas) se revuelven y matan a su vez, estamos ante "bandas". La palabra, el término, co-implica ya todo un sistema de valores: "Es notorio que por el momento solo se lo aplican a los fascistas" (op. cit., p. 174).
Los terroristas atentan contra una central nuclear y "fallece" un trabajador. ETA puede emitir su nota de prensa y publicar su versión, que es reconocida por el diario como cosa evidente y comprensible de suyo (algo que, añadimos nosotros, dificilmente se aceptaría en el caso de Pedro Varela, encarcelado por vender libros): "la muerte del trabajador se debio a motivos imprevisibles" (op. cit., p. 175). Comenta Espada:
Ese periodismo permite que alguien ponga una bomba en un edificio, mate a un trabajador y diga que la muerte se debió a motivos imprevisibles. (...) El viaje al eufemismo es fascinante: acción armada, expresión muy utilizada por los periodistas de la época, me parece hoy a mí, una atenuación visible de asesinato.
Pero quizá la más significativa contribución de Espada al análisis del antifascismo en el texto periodístico es su teoría de la perspectiva, es decir, la incapacidad del periodista antifascista de ver las cosas desde el lado de la víctima, de quien era ejecutado en calidad de "fascista", o sea, por ser X o Y, algo que vulnera todos los principios del derecho liberal. Así, en el caso del comerciante chileno Héctor Abraham, leemos en la prensa el 20 de junio de 1979: "Herido de muerte... trató de refugiarse detrás del mostrador, por lo que fue rematado por los agresores" (op. cit., p. 176). Espada no se sorprende en esta ocasión ante las múltiples exoneraciones doctrinales con que el diario "explica" el "fallecimiento" del fascista en una "certera" "acción armada" perpetrada por "jóvenes", sino sólo ante una preposición, la preposición por en la frase "por lo que fue rematado por los agresores". Espada dixit:
Por lo que fue rematado, Héctor Abraham. !Encima quería escapar! "Donde fue rematado". Esto es lo que escribiríamos los que quisiéramos haber escapado con él. Es la diferencia entre escribir desde el lugar del verdugo o desde el lugar de la víctima. El verdugo busca causas: Pinochet, o la amistad con guardias civiles, o la intolerable búsqueda de refugio. La víctima expone los hechos. No comprendo cómo les resulta tan difícil a algunos decidir el lugar donde trabaja el periodista (op. cit., p. 177).
Pues nosotros sí lo comprendemos, señor Espada. Y usted debería también comprenderlo. Mas en ese caso, comprenderá usted también que hay 100 millones de personas exterminadas en el siglo XX acusadas de "fascistas" y que lo definitorio de la "democracia" es su incapacidad (reflejada sólo sutilmente en los artículos de prensa citados) de colocarse en la perspectiva de las víctimas, pues una víctima fascista no puede existir, el término designa una contradictio in adjectio (como "círculo cuadrado") que hace estallar desde su interior el código simbólico antifascista.
No seguiré con los ejemplos. Recomiendo simplemente la lectura del excelente libro de Espada.
Me interesa, a continuación, poner la lupa no ya sobre los textos periodísticos que Espada analiza, sino sobre el propio discurso de Espada, para demostrar que la cosa del terror anida ya en él mismo y el crítico ni siquiera se da cuenta, siendo así que el antifascismo se desliza silenciosamente, como hemos visto ya en otras ocasiones, hasta el fondo del alma y apodérase de ella sin que ésta sea ya consciente de su servitud. Espada ha detectado la preposición por como significativa identificación sígnica de una perspectiva delatora, yo me basaré en una determinada construcción sintáctica que responde, en el interior de la propia crítica de Espada, a la pregunta planteada más arriba: "no comprendo cómo les resulta tan difícil a algunos decidir el lugar donde trabaja el periodista". Pues sí, es muy difícil, visto que incluso Espada sigue viendo las cosas desde el lado de los verdugos, aunque no lo sepa, aunque no sea consciente de ello o no quiera serlo, que de las distintas capas de la cebolla de eso que Sartre denominaba "conciencia" ha hablado mucho Heidegger, y con provecho.
También Espada
En efecto, en la página 172 de su ensayo, y a propósito de una noticia del 7 de marzo de 1979, confiésase a la postre el Espada antifascista:
Llevo más de dos meses de crímenes. Aún no he encontrado que a sus autores los llamen terroristas. Todas las crónicas insisten en autores, jóvenes, comando, agresores y otros del mismo tipo. Veinte años después es difícil entenderlo. El terrorismo y los terroristas se han convertido en sujetos tan objetivables que casi los propios terroristas admitirían ser llamados así. Entonces no, es evidente. Entonces se gritaba Vosotros, fascistas, sois los terroristas, con lo que se pretendía librar de la carga ignominiosa al resto de los criminales.
Mi microscopio filosófico se colocará encima de una palabra que da sentido políticamente correcto -pero falso y criminógeno- a la última frase, a saber, el sustantivo "resto". Tal como está construida la oración, existirían unos criminales, los fascistas todos, y el resto, es decir, los criminales que no son fascistas. Aquello que queda claro por el texto es que los fascistas son criminales per definitionem. Por ejemplo, un joven de 18 años que se afilíe a la Falange, aunque no cometa ningún delito, es ya un criminal en el mismo momento en que firma su ficha de inscripción. Hete aquí la respuesta a la pregunta planteada por el propio Espada. Pues visto que la categoría "fascista" es tan flexible que cabe aplicarla a cualquiera que resulte así designado por los antifascistas y, en general, a personas que no han cometido formalmente crimen alguno (las cuales pasan a ser ipso facto delincuentes en tanto que "fascistas"), ETA podía creerse autorizada a ejecutar a quien "la sociedad" calificara de fascista empleando esa sinonimia (fascista=criminal) que el mismo Espada admite como legítima e incorporada al lenguaje común, natural, cotidiano...
La vulneración del derecho por donde comienzan todos los terrorismos y totalitarismos hunde sus raíces en ciertas definiciones y connotaciones semánticas. Si aceptamos las de Espada, partidos legales como las falanges y todos aquellos que el poder de turno -verbi gratia, el fiscal Aguilar- quiera calificar de fascistas, están formados por presuntos "criminales sin delito", es decir, por víctimas potenciales de todos los abusos imaginables. Pero el derecho penal garantista, del que emana el significado ilustrado y racional de la transgresión punible, no acepta criminalidades genéricas, sino sólo a título individual y por actos efectivamente cometidos. Nadie puede ser criminal simplemente por identificarse con una determinada ideología política, ni por caracterización alguna de su ser. Cuando se acepta semejante ofensa del sentido jurídico inherente concepto democrático de criminalidad, una banda terrorista puede arrogarse todas las impunidades simbólicas con el aplauso de la "opinión pública" fabricada por los Polancos de turno. De hecho, esa complicidad de la sociedad antifascista con los verdugos, mil veces probada en el caso del comunismo y del sionismo, es la golosina que atrae a los antifascistas, quienes acarician, en su sueño más recurrente, una gozosa situación donde puedan atormentar y exterminar gratis a los chivos expiatorios de sus frustraciones personales y, al mismo tiempo, no sólo sentirse justificados ante el totem hedonista moderno, sino elevados a la categoría de héroes. Que el propio Arcadi Espada incurra en la cifra semántica de aquello que critica a lo largo de decenas de páginas de su ensayo no nos debe, empero, extrañar demasiado. Sólo documenta la profundidad en que recala el significado de la ideología antifascista, seña de identidad del hombre contemporáneo, del mezquino habitante secular -tan orgulloso de sí mismo- en cuyo nombre se han perpetrado los mayores genocidios de la historia humana, sin que ello haya motivado, no ya una reacción punitiva contra los responsables penales del horrendo factum, sino ni siquiera la más mínima reflexión honesta de los "profesionales" del pensamiento.
La Marca Hispànica
28 de diciembre de 2012
Nota. Se ha utilizado la edición de Diarios "corregida con postdata" de 2003, pero la obra fue publicada un año antes y galardonada con el Premio Espasa de Ensayo 2002.
Enhorabuena, Jaume.
ResponderEliminarAcertado tu análisis, como siempre. Tu voz es un oasis de sensatez en este inmenso desierto mediático donde los "perrodistas" siguen la voz de su amo.
Si algo caracteriza a eso que llamamos "postmodernidad", es la ingeniería semántica, y los conceptos de "democracia" y de "antifascismo", tal como están hoy planteados, son un buen ejemplo de ello.
La postmodernidad empezó, de forma "oficial", precisamente con una revisión de los procesos del lenguaje --así como de la relación de éste con el sujeto y con el objeto-- de la mano de Foucault, Derrida, Lyotard et alii, aunque tal revisión ya tenía su precursor en Wittgenstein, por ejemplo. No sé si te suenan esos filósofos (supongo que sí, ya que tú lo eres); pero pienso --tal vez no acierte-- que la postmodernidad y la modernidad son lo mismo, o casi, en el fondo, aunque diferentes en la manera de expresar sus discursos, y prueba de ello está justamente en el hecho de que se sigue manipulando el lenguaje según el discurso dominante.
Y a propósito del discurso, la formulación de la teoría del discurso sí es un rasgo de la postmodernidad. Pero lo que parece que los postmodernos se resisten a admitir es que un discurso puede tener un origen ideológico; en este caso, el antifascismo, que, como muy bien has dicho en otras entradas, es una ideología per se, con unos postulados bien definidos con el objeto de legitimar ciertas actitudes represivas hacia los disidentes de la verdad oficial (otra contradicción de la postmodernidad, que en teoría postula diferentes puntos de vista --la subjetividad-- frente al punto de vista único --la objetividad-- de la modernidad).
¿Y qué decir de la "democracia"? Pues que, hablando en sentido figurado, viene a ser el contragrafismo del antifascismo, es decir, que éste y aquélla se complementan mutuamente para formar la figura. Ha llegado un momento en que la "democracia" ya no es, como el propio origen etimológico de esta palabra indica, el "gobierno del pueblo", sino una ideología en sí misma y, como tal, con unos valores definidos, independientemente de que el pueblo los acepte o no. Si el antifascismo remarca lo negativo (de ahí el prefijo "anti"), la "democracia" (en el sentido referido) remarca lo (supuestamente) positivo.
Tal vez me haya equivocado en algo en mi comentario, tal vez no haya matizado bien algún concepto... No he estudiado la carrera de Filosofía, soy licenciado en Bellas Artes; pero, como sí he estudiado la postmodernidad (entre otros temas), se me ha ocurrido que unas cosas podrían tener relación con otras.
Por cierto, ¿hasta qué punto podría considerarse que Derrida es heideggeriano? Es cierto que a Heidegger se lo considera un precursor de la postmodernidad; pero ¿no es más racional en sus análisis, frente a la "deconstrucción" de Derrida?
Un saludo.
Tan acertado es tu comentario que merecería una entrada de este blog, algo que no es la primera vez que nos sucede aquí: nuestra bitácora, me enorgullezco de decirlo, es visitada por gente de mucha valía e independencia de criterio.
ResponderEliminarComparto, por otro lado, todo lo que dices. El postmodernismo estético y filosófico no es más que la consumación relativista y banal, en el ámbito de "lo cultural", de una modernidad que se quiso ilustrada pero fue sólo hedonista; y que sacrificó la heroica veracidad al interés de un pequeño déspota: el "individuo" menesteroso de "ser feliz".
Patética masonería.
Derrida forma legión con los muchos impostores "intelectuales" que han utilizado a Heidegger para una causa que es, punto por punto, la negación del pro-yecto heideggeriano de una "verdad del ser".
Para los posmodernistas no hay verdad y, por tanto, tampoco puede existir algo así como una auctoritas. Por ende, no hay tampoco "constitución", ni nación, ni genuina política... Sólo queda el mercado, hacerse rico (aunque sea saqueando las arcas públicas) y "gozar", ese dios (=Das Kapital) para el que dichos referentes culturales trabajan; el mercado impone sus pautas de conducta triviales en medio de un enorme fornicadero planetario.
Heidegger no aparece en tal escenario ni en broma. O sólo aparece cuando Faye (y otros) le acusa de "fascista", aunque por razones harto distintas a las expuestas por dicho comisario político neoestalinista.
El (anti)fascismo es, en definitiva, el signo de los tiempos.
Hemos intentado explicarlo de la forma más sencilla posible en el libro "La manipulación de los indignados".
Saludos y gracias por tu magnífica intervención.
Pues mira, estaría bien que algún día expusieras, siquiera sea de forma breve, tu punto de vista sobre la postmodernidad en relación con el tema central del blog, es decir, la filosofía crítica respecto al (anti)fascismo. Porque no creo que sea casualidad que los abanderados de esa postmodernidad, es decir, los postestructuralistas (Foucault y otros que ya he mencionado en mi entrada) militaran en el neomarxismo, aunque luego se apartaran (en teoría) de él. Y es que ¿no es el postestructuralismo sino la continuación y, a la vez, la revisión (o la "deconstrucción") del estructuralismo? ¿Y acaso no es el estructuralismo una derivación del neomarxismo (o marxismo cultural)?
ResponderEliminarEs que, verdaderamente, hay una confusión tremenda con eso de la postmodernidad (sobre todo entre los estudiantes universitarios, a los que adoctrinan en el marxismo cultural, y de ello doy testimonio, que también fui estudiante en la universidad): cada uno te dice una cosa diferente, y lo peor es que no pocos creen que es una "renovación", el principio del fin del capitalismo (identificado éste con la modernidad) y el principio de una nueva era, cuando en realidad es justamente lo contrario: el colofón de la decadencia de la modernidad, como tú mismo has descrito ("consumación relativista y banal, en el ámbito de 'lo cultural', de una modernidad que se quiso ilustrada pero fue sólo hedonista", etcétera).
He leído la entrada sobre La manipulación de los indignados, y me ha parecido muy reveladora, aunque tal manipulación ya se sospechaba desde el principio del movimiento "15-M". Podría decirse que los tentáculos de la Escuela de Frankfurt (máximo exponente del marxismo cultural, como me imagino que ya sabrás) son muy largos.
Saludos, y gracias a ti, a ENSPO en general y a todos los que hacéis posible este blog.
Muy buen texto ENSPO, refleja claramente la manipulación del lenguaje y lo absurdo del antifascismo, una herramienta del sistema para atacar a quien realmente se le opone, como es obvio esta herramienta de la oligarquía político-financiera nunca atacará a los partidos del sistema y nunca atacará al origen del mal, defienden el neoliberalismo en su más pura esencia.
ResponderEliminarMuchas gracias, Frel. Saludos.
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