lunes, abril 09, 2012

Günther Grass: lo que hay que decir (2)

Quisiera concluir esta entrada sobre el poema de Grass con algunas consideraciones, que se desprenden de lo dicho y cuyo alcance nadie interpretará, tanto si comparte cuanto si disiente de la postura del escritor, como algo banal. La verdadera significación del poema es la de señalar, cual hito en el tiempo histórico, el comienzo de una nueva época: indicio, discreto pero cargado de futuro, de aquello que se avecina, a saber, la radicalización del nacionalismo judío de extrema derecha, el desenmascaramiento del Estado de Israel y el despotismo desvergonzado del poder oligárquico. Éste, empero -y tal fenómeno forma parte también del inequívoco signo de los tiempos-  va a ser contestado masivamente en todo el mundo, incluso en Alemania. De manera que, por primera vez, se pondrá en cuestión, con clamor creciente, el relato historiográfico académico en que se legitima la plutocracia transnacional enquistada en los gobiernos occidentales desde 1945. Y será así aunque Grass termine retractándose, desenlace que no podemos descartar. En estos momentos el escritor alemán estará sufriendo, a buen seguro, presiones tremendas para arrodillarse ante Tel Aviv y, como Marlon Brandopedir perdón a la sinagoga. Quizá el affaire no haya terminado, pues, y algunos de nosotros nos llevemos una decepción. Pero, cualquiera que sea la postrera actitud de Grass , el sentido de los hechos, de los actos y de las reacciones, incluye, cuando menos, lo siguiente:

1/ Grass acaba de salir en defensa de un régimen que niega el holocausto. En circunstancias "normales", este simple estigma -el negacionismo- bastaría para ignorar y desmentir toda pretensión, válida o no, procedente de Teherán, a lo que se añade que Grass no es negacionista. Recordemos que, en materia de "fascismo", el sistema oligárquico funciona no obstante mediante el mecanismo del contagio simbólico: si usted conoce a un "nazi" (=criminal) y le saluda por las mañanas en la panadería, usted es sospechoso de nazismo. A un "nazi" hay que hacerle el "vacío", acuar así es lo obligado y políticamente correcto. Podría sacar aquí a colación un caso, que he sufrido en mis propias carnes y guarda una analogía con el imaginario que acabo de poner como ejemplo, pero no lo voy a hacer porque involucra a terceras personas. A escala internacional, estas compulsiones a la contaminación simbólica o propagación del estigma son, por supuesto, de mayor calado, de dimensiones, por así decir, colosales. Recordemos el caso Kurt Waldheim o las amenazas a Austria, por parte de la Unión Europea, si Haider conseguía la presidencia de la nación (!democráticamente!): todo el país iba a ser objeto de exclusión estigmatizante. El tema del holocausto es "sagrado", literalmente, para el sistema. La Shoah se ha erigido en religión de la oligarquía asesina que nos gobierna y quizá uno de los últimos coletazos del dogma consistirá -algún día- en modificar la cronología histórica para colocar a Auschwitz, en lugar del nacimiento de Cristo, como año cero de nuestra era. Pasaremos, con toda lógica, del judío hijo de Dios crucificado a la "crucificada" etnia judía como tal en tanto que "pueblo divino". No obstante lo cual, Grass "le ha dado la razón a Irán". ¿Y quiés es Grass? Por una parte, un Premio Nobel, que no puede en cuanto tal ser desautorizado tan fácilmente, a pesar de los insultos; por otra, un alemán miembro, convicto y confeso, de las Waffen SS. El destino parece haberse conjurado para poner en evidencia a los impostores, a quienes ahora se les complica un poco más la tarea -cada día menos ociosa- de mantener intacta la dogmática supremacista judía. Algo se ha roto en el decorado propagandístico, la tramoya se desmoronó -!sólo por un instante!- y todos hemos podido constatar que los cielos permanecían silenciosos; habrá, en definitiva, un antes y un después del blasfemo poema de Günther Grass - alemán, SS, Premio Nobel e... inocente de todo crimen-.

Deir Yassin (1948): el Plan Dalet  y la Nakba en imágenes.
                                                                    
2/ El caso Grass ilustra que pudiérase haber militado en la SS sin devenir, al mismo tiempo, necesariamente, un criminal. Ahora bien, en el juicio de Nüremberg la SS en su conjunto fue declarada organización delictiva: todos sus miembros, de forma automática, pasaban a ser, por tanto, reos penales independientemente de su actuación individual concreta. Sabemos que Grass, como otras decenas de miles de SS, no cometió crimen alguno, excepto luchar por su país en una guerra declarada a Alemania por Inglaterra y Francia. En una guerra provocada por Inglaterra y Francia. Pero la inocencia de Grass, además de su reconocido talento como escritor, cuestiona uno de los pilares de la farsa pseudo judicial con que se quiso enterrar para siempre cualquier resquicio de validez de la ideología nacionalsocialista. Los SS eran hombres como nosotros, no demonios: en Grass tenemos la prueba, la escandalosa evidencia de la irracionalidad del estigma. Al final del conflicto se acusó de crimen nada menos que a todo el pueblo alemán, castigado expresa y abiertamente con un genocidio que, como poco, exterminó a 8 millones de personas: no se trataba sólo de condenar al régimen hitleriano, sino de suprimir para siempre a los alemanes como tales. Y esta decisión -fruto de una secular germanofobia occidental- no sólo se tomó y puso en marcha sin que hubiérase levantado un solo edificio concentracionario en una localidad de Polonia denominada  Auschwitz, sino que (y con ello resumo la principal aportación del blog Filosofía Crítica a la reflexión sobre este tema decisivo) desencadenó el pogrom denominado "holocausto" (en la media en que existió una realidad remotamente parecida, insisto en ello una vez más, a aquéllo que Hollywood relata sobre la Shoah):

Plan Kaufman: "eliminación total de la raza germánica".
La población de Alemania, con exclusión de los territorios conquistados o anexionados, es de unos 70.000.000 de habitantes, repartidos a partes iguales entre machos y hembras. Para llevar a término el proyecto de eliminación total de la raza germánica sólo habría que esterilizar a unos 48.000.000 de personas, cifra que excluye, en virtud de su limitado poder de procreación, a los hombres de más de 60 años y a las mujeres de más de 45. / Desde luego, después de la completa esterilización, cesará la tasa de nacimientos en Alemania. Con una tasa normal de defunciones del 2% anual, la vida alemana disminuiría en 1.500.000 vidas anualmente. Por consiguiente, en un lapso de tiempo de dos generaciones, la eliminación del germanismo y sus portadores, habrá sido un hecho consumado (Alemania debe perecer, [Germany must perish], Kaufman, T. N., inscrito en la Biblioteca del Congreso de EEUU el 28 de febrero de 1941).

Esta era un percepción compartida, antes de que se pudiera hablar siquiera de holocausto, por estadistas como Churchill, quienes durante y una vez ya terminada la Primera Guerra Mundial (!el nazismo no existía!), pusieron en práctica el método de la masacre civil masiva mediante bloqueo naval y hambruna, con millones de víctimas civiles alemanas. El arma del hambre, más que la esterilización (aunque las autoridades de ocupación también esterilizaron a ciudadanos alemanes, según hemos podido saber por familiares nuestros de esa nacionalidad), fue asimismo el sistema utilizado tras la Segunda Guerra Mundial para exterminar a millones de civiles y prisioneros desarmados. Tanto el nacimiento del nazismo como el holocausto son inseparables de estos facta previos, de la misma manera que el fascismo en general, como fenómeno reactivo, constituye la consecuencia, y no la causa, de las atrocidades del comunismo en Rusia. Con los años, se ha ido estableciendo, por la misma lógica de las cosas, una distinción entre alemanes y nazis que, alarmada la judería militante, el libro de Daniel J. Goldhagen Los verdugos voluntarios de Hitler intentó difuminar de nuevo, pues si todos los alemanes no eran asesinos, entonces los enormes crímenes contra la humanidad perpetrados contra ese pueblo pasaban a ser delitos en toda regla, merecedores de un juicio equivalente al de Nüremberg. Culpabilidad colectiva alemana e impunidad del genocidio alemán son dos caras de la misma moneda. Quienes deberían ser imputados y condenados serían ahora los vencedores. Por no hablar del Estado de Israel el día en que se admitiera "oficialmente" la realidad de la Nakba. Sin embargo, sólo de forma muy tímida parecía estarse dando la siguiente vuelta de tuerca en el avance de la tozuda verdad: que no todos los nazis eran antisemitas furibundos, que incluso hablando de cuerpos de élite del régimen como las SS, se podían encontrar decenas de miles de militares que no habían cometido ningún delito. Ejemplo: Günther Grass. El escritor encarnaba ya la negación del dogma con su misma existencia. Hogaño, gracias al poema de marras, este implícito elemento explosivo, que ha permanecido latente a lo largo de años, explota de forma imprevista y nos muestra la realidad tanto tiempo ocultada. Un alemán, un ex SS, se solidariza con un régimen amenazado por Israel y, además, por si fuera poco, con un régimen que niega el holocausto. Toda la Alemania del plan Morgenthau, las fosas del sionismo y del antifascismo repletas de cadáveres olvidados que ningún juez-payaso Garzón pretendería exhumar, hablan a través de Grass; y, con Grass, habla también a la postre la entera humanidad oprimida, humillada, pisoteada por la oligarquía, por esa insultante pretensión del pueblo elegido -objetivada en la Nakba- en tanto que raza supuestamente superior.

Dresden (1945), el plan de exterminio
germanofóbico otra vez en marcha desde 1941.
3/ La tercera cuestión que se nos plantea es la extremada dependencia del régimen oligárquico transnacional respecto de la narración oficial del holocausto. Es un tema al que ya me he referido en otras ocasiones en este blog pero que escándalos como el poema de Grass ilustran a la perfección. La pregunta sería la siguiente: ¿podría resistir la oligarquía una deslegitimación de su "relato mítico fundacional"? En mi opinión, la existencia de leyes que persiguen la libre investigación de la historia en perfecta contradicción con todos los principios de libertad de expresión, de producción científica y de difusión de información, demuestra que no. Por este motivo, cuando (me) preguntan cómo se puede derrotar a la oligarquía y alguien sugiere que el camino no puede ser otro que la violencia, tengo que, en mi opinión, corregirlo. Ninguna fuerza material puede derrotar a la oligarquía: en estos momentos el abismo tecnológico que separa la mera suma física de todos los habitantes del planeta (y esto en el mejor de los casos) de la capacidad de destrucción de los gobiernos oligárquicos, es tan enorme, que queda descartada la noción clásica de revolución. No obstante, el poder oligárquico no domina por la fuerza, excepto en las periferias y en casos contados de asesinatos selectivos: su opresión, que lo distingue de los totalitarismos del siglo XX, se basa en mecanismos sutiles de manipulación informativa, de "saturación simbólica", que hacen imposible el cuestionamiento del "antifascismo". De ahí que, si a pesar de dichas técnicas psicológicas, que someten el alma antes lograr, por defecto, la pasividad cómplice del cuerpo de los explotados, aparecen casos como el de Grass, los revisionistas, Heidegger y de los miles de bitácoras en todo el mundo que ponen en peligro el relato oficial del holocausto, deba el régimen recurrir a mecanismos represivos propios del totalitarismo, mecanismos policiales, judiciales, carcelarios, etc., cada vez más descarados.

¿La hora de Irán?
Este es el síntoma de una debilidad y nos marca el sentido de la auténtica revolución, que deberá ser democrática, pacífica, simbólica: un movimiento de masas que apele, como Solzhenitsyn, a la libertad, un derecho a buscar y encontrar la verdad sin coacciones. Basta con eso: derribar leyes antirrevisionistas que van mucho más allá del control policial del discurso historiográfico. Grass ha aportado, en nuestros días, un ejemplo de desafío puramente "sígnico" al sistema oligárquico. Creo, como ya he sugerido -pero es sólo una suposición- que Grass ha venido sufriendo una lenta conversión espiritual que se ha acelerado con la proximidad de la muerte. Es la finitud la que le fuerza a pronunciarse, siendo así que no puede abandonar este mundo como un hipócrita mentiroso. Nosotros debemos, salvando las distancias, hacernos las mismas preguntas. Sabemos y hemos demostrado ya aquí, en esta misma bitácora Filosofía Crítica, que la narración oficial del holocausto es un fraude, una impostura al servicio del racismo y del estamento político más criminal que la historia registra -hecho que, por otro lado, no abona la validez del fascismo-. Tenemos que avanzar por ese camino. Tal vez podremos, algún día, sentar en el banquillo de los acusados a los genocidas que nos gobiernan (y quizá lo hagamos, además, sin disparar un solo tiro).

¿Culpa alemana?

Volvamos ahora al fragmento del opúsculo de Grass Escribir después de Auschwitz (1999) que hemos transcrito en la entrada anterior. Aceptaba Grass en dicho texto, de forma lacayuna, la "culpa alemana", aunque en la filosofía del derecho penal y la doctrina jurídica sólo pueda hablarse de dolo o culpa en relación con individuos concretos, y además responsables de sus actos (está por ver si en una cadena de mando militar y durante una guerra total en que, por las dos partes, se recurre al exterminio, puede postularse tal responsabilidad, que se define por la capacidad objetiva de desobedecer sin poner en riesgo la propia vida, en el caso de un soldado o mando intermedio sometido por definición a dicha cadena de acuerdo con el principio jurídico de "sujección especial"). Grass parece estar, vistas sus actuaciones posteriores, saldando cuentas con las fuerzas que de alguna manera le compelieron a reproducir los mantras de "el Holocuasto" y le convirtieron en uno de los sacerdotes-intelectuales de esa religión, precisamente en Alemania, país poblado por la "raza perpetradora" (Daniel J. Goldhagen); en la sede, en una palabra, del mal absoluto. País "sagrado" pero a la inversa, en términos demonológicos, Alemania produce sus propios flagelantes y penitentes a sueldo, intelectuales orgánicos de Sión, estómagos agradecidos y lacayos la casta política y económica nacional encargados de "culpabilizar" a su propio pueblo.

Propaganda antialemana occidental.
Grass formaba parte de ellos. Ahora ya no. Ha transgredido el dogma, pero sólo, claro, de forma parcial: en el poema "Lo que hay que decir" parece seguir insistiendo en la posición singular de Alemania a la hora de proporcionarle a Israel los medios tecnológicos que le permitirán usar, con fines militares, su arsenal nuclear ilegal. Esas armas de destrucción masiva de que pocos hablan porque, a fin de cuentas, son como el reverso militar de "el Holocausto": el derecho de Israel a erigirse en sujeto de una capacidad aniquiladora apocalíptica en aras de evitar que "Auschwitz vuelva a repetirse" (aunque los resultados sean mucho peores que Auschwitz, como Hiroshima/Nagasaki permiten presumir). La cuestión de la culpa alemana se traduce así, paradójicamente, en el deber, para Alemania, de implicarse en una conflagración mundial, de apoyar a un país que, en calidad de víctima absoluta "con derecho a atacar primero", podría convertir a Alemania, otra vez, en el personaje malvado de la narración histórica oficial. Las paradojas de la ideología del Holocausto son las mismas que arrastran al resto de las ideologías humanistas y antifascistas del bienestar y de la felicidad. El historiador israelí Benny Morris las resumió en una frase antológica referida a las raíces criminales de los Estados Unidos de América:

Tampoco la gran democracia estadounidense se podría haber creado sin la aniquilación de los indios. Hay casos en que el buen fin general justifica los actos implacables y crueles que se cometen en el curso de la historia (Morris, B., entrevista al diario "Haaretz", enero de 2004).

Otro tanto cabría decir, según Morris, de Israel y sus víctimas, los palestinos. No estamos, en el caso de Morris, ante comunistas tipo Marx, Zinoviev, Trostky o Lenin, quienes pronunciaron sentencias similares condensándolas, además, en sangre "realmente vertida" y emblemas o símbolos de la barbarie roja, sino ante un supuesto liberal adscrito a la ideología  occidental de Samuel Ph. Huntington, autor de El choque de las civilizaciones (1996):

Occidente no conquistó al mundo por la superioridad de sus ideas, valores o religión, sino por la superioridad en aplicar la violencia organizada. Los occidentales suelen olvidarse de este hecho, los no-occidentales nunca lo olvidan.

En la actualidad, cuando está tan de moda meter "fascismo" y "comunismo" en el mismo saco contraponiéndoles un liberalismo presuntamente angélico, convendría recordar que los crímenes genocidas del capitalismo liberal anteceden los de los regímenes marxista-leninistas y, por último, los del nazismo (que no del fascismo), reacción ideológica y política de tercer grado frente al totalitarismo bolchevique (segundo grado). Se ha invertido, en efecto, la serie y colocado el "fascismo" al principio en calidad de desencadenante causal. Osténtase así la contribución moscovita a la destrucción del Tercer Reich como una justificación de cualesquiera crímenes que los "revolucionarios", hasta Stalin y Mao, hayan podido cometer, concluyendo la feliz fabulación hollywoodiense con el  advenimiento del liberalismo en tanto que "alternativa" "democrática" frente a ambos "totalitarismos" (rojo  y negro). Esta es la gran hipocresía del abominable pensamiento único: la historia no conduciría cronológicamente del colonialismo y La situación de la clase obrera en Inglaterra (descrita por Engels en su famoso libro) a la delirante violencia escatológica marxista-leninista, para luego pasar de ésta a la respuesta "fascista" (que intenta una "revolución no genocida"), sino que el fascismo, consecuencia de todas las consecuencias, pasa a identificarse por arte de birlibirloque con el primer eslabón de la cadena. El comunismo, mero instrumento para detener a las "hordas nazis", obtiene a renglón seguido una provisional "suspensión de condena", condicionada a su antifascismo. Finalmente, desenbocamos en el presente, la butaca del cine, sentados a la en espera de los nuevos y maravillosos tiempos liberal-capitalistas que han de llegar. El liberalismo capitalista se ha esfumado del inicio, no cuenta como factor causal del desastre totalitario, sino que aparece al final, cual esperanza utópica, soteriológica, de paz y abundancia ("sociedad de consumo"). Pues bien, ya han llegado los tiempos neo-liberales y, con ellos, por fin, la ciudadanía empieza a entender por qué hubo una época de la historia en que las gentes humildes se alzaban en armas contra la explotación capitalista y los burgueses eran liquidados sin compasión. Falta todavía que entiendan, estos ciudadanos indignados, cuáles fueron los sangrientos resultados de tal "revolución marxista-leninista" ahíta de odio, en virtud de los cuales el fascismo de la primera hora pretendió oponérsele  por la fuerza -aunque traicionase su inicial empeño social-, reivindicando un socialismo que preservara tanto la justicia del trabajo como las conquistas culturales "burguesas" de la civilización occidental (familia, propiedad, estado, nación).
  
Grass quizá ha empezado a despertar del gran sueño liberal de manipulación histórica que comienza con la Comisión Peel en la Primera Guerra Mundial: tiene que hacerlo porque le queda poco tiempo. Abrir los ojos implica, en la situación de Grass, rememorar aquellos lejanos tiempos en que lució el uniforme de las Waffen SS, atreverse a romper el silencio cómplice que abona a los canallas de Wall Street y cuestionar el relato de una mera "maldad absoluta" del fascismo o presunta culpa colectiva ontológicamente inherente a la nacionalidad alemana; entender, en definitiva, las circunstancias que llevaron a muchos alemanes a dar sus vidas por una tercera vía social entre el capitalismo liberal y la "barbarie comunista", haz y envés de una misma concepción del mundo materialista, hedonista y progresista. Sólo por ese camino se puede llegar a la comprensión de que la culpa alemana no existió, de que no ha existido nunca más que en la propaganda occidental germanofóbica, muy anterior al holocausto; de que el surgimiento del fascismo europeo genérico tiene su "causa" en el holodomor, la cheka y el gulag, mientras que éstos, a su vez, remiten a los horrores del capitalismo liberal y del colonialismo; de  que las causas del holocausto hay que buscarlas tanto en el judeobolchevismo cuanto en el plan de exterminio del pueblo alemán diseñado por las potencias occidentales filosionistas aliadas al genocida Stalin. El asesinato colectivo, por parte de EEUU, de los pueblos indios americanos no es el copo del alud que conduce a las Waffen SS (los alemanes como "indios" que no quisieron dejarse avasallar por occidente), el proceso es mucho más complejo, pero de lo que no cabe la menor duda es de que Alemania no puede ser declarada culpable mientras Inglaterra y EEUU conservan su honor sin mancilla y los genocidios comunistas se arrinconan en ese limbo de las maldades atenuadas en tanto que insoslayables imperativos al servicio del "buen fin general" (=los negocios de la bolsa y el racismo de la extrema derecha hebrea). Grass ha llegado a ese punto de libertad que da la edad en la que ya poco puede perderse. Todavía tienen menos que perder los que están siendo condenados a la ruina por los amos del dinero. En Grecia se suicidan los jubilados acusando al "fascismo" (¿qué otra cosa pueden hacer estos indignados programados por Stéphane Hessel?), pero poco tardarán en llevarse por delante a algún banquero o político a fin de no tener que visitar solos el "otro barrio". Si cada víctima de eso que Benny Morris denomina "el buen fin general" decide que se acabó el fraude buenista y que quienes, seres de carne y hueso como nosotros, provocan la destrucción (en nombre del "bien", de su bien), merecen a su vez ser destruidos, entonces tenemos las Waffen SS o su equivalente otra vez en circulación:

(...) 6 millones e de judíos fueron muertos y echados al vertedero de Europa por ser lo que eran: judíos de dinero... Los alemanes eran antisemitas y es por ello que ahora sostienen a la Fracción Armada del Ejército Rojo. No lo han reconocido todavía porque no han sido aún absueltos del fascismo y del asesinato de los judíos. Y no se les ha dicho todavía que el antisemitismo era en realidad el odio al capitalismo  (Meinhof, Ulrike, "Gaceta General de Frankfurt", 15 de diciembre de 1972).

No detecto por ningún lado, pese a que nunca he dejado de buscarlo, ese bellocino de oro filosófico (que podía haberme hecho rico):  la culpa alemana. Culpables serán quienes, de forma concreta e individual, asesinaron a civiles indefensos (de unos y otros haylos en ambos bandos), pero un soldado alemán que cumple con su deber en una guerra de exterminio contra su patria, en una guerra que fuera "la justificada aniquilación de los indios" (en este caso, de los "hunos"), no comete por ello delito alguno. Tampoco considero culpable a quien ejecute a un político responsable de "asesinatos selectivos", por poner un ejemplo. Aquél que atente contra el presidente Barack Obama puede alegar que cumple con un deber cívico y moral. Obama es un Premio Nobel criminal que ha ordenado y asistido en tiempo real, desde un cómodo sillón, al asesinato de un hombre que nunca fue juzgado ni declarado culpable. El derecho natural autoriza al ajusticiamiento del tirano cuando las instituciones legales han sido pervertidas por el poder, como es el caso. Otro tanto cabe afirmar de Netanyahu: ¿no ha asesinado Israel a físicos nucleares iraníes con total impunidad? Casi todos los políticos de la casta occidental, abyectos lacayos de la oligarquía transnacional, son cómplices, por activa o por pasiva, ya sea como responsables directos, ya en términos de banalización, justificación después del acto o enaltecimiento, de delitos imprescriptibles de genocidio. Son, además, responsables directos de la crisis económica, que pretenden hacer pagar a los ciudadanos. Pero si, además, estos políticos provocan la ruina de tu familia o te generan una enfermedad mortal como resultado de la miseria y el malvivir, ¿serás culpable al responderles llevando la justicia a sus propias casas como ellos han llevado el sufrimiento a la tuya? Dejo la respuesta en el aire...

En definitiva, hablemos de "culpa alemana", a ver qué sucede. La Waffen SS no cayó del cielo. Fue efecto, no causa. Obra del occidente liberal capitalista, de las plutocracias de Londres, París y Nueva York; resultado de las ideas y pautas de conducta de jaurías de fariseos hipócritas y biempensantes asesinos de la misma calaña que los Morris, Obama, Huntington, Netahyahu, Bush, Aznar, Blair... Nosotros no negamos el holocausto, por mucho que se hayan exagerado las dimensiones, características y presunta "singularidad" del hecho, mitificado por la propaganda: se trata de explicar quiénes abrieron la caja de Pandora del horror genocida. Y no fueron los alemanes, precisamente. Si se buscan responsables, "culpables", etc., quizá nos topemos con algunas sorpresas utilizando de modo imprudente pero creativo ciertas categorías del derecho como culpa, dolo, responsabilidad... Grass lo sabe ya. Ha dicho muy poco, comparado con lo que podría decir y, tal vez, quisiera decir pero calla. Somos nosotros, los lectores del poema, quienes hemos de cotejar aquello que escribiera Grass en 1999 con lo que ha escrito en 2012. El entero proceso de desvelamiento de la verdad que el decurso de la crisis ha significado para algunas de las propias mentes pensantes del sistema es un acto de conversión espiritual que no puede limitarse al orden de las creencias o conceptos puramente teóricos. Donde hay sangre y dolor, las palabras, en ocasiones, devienen ociosas. O elígese lo poético, esa protopalabra que vale como un gesto y se coloca en el plano de los hechos consumados. Es menester luchar contra la casta oligárquica con todas nuestras fuerzas; responder, golpe por golpe, a sus tropelías. El poema representa, adoptando el paradigma resistencial de Solzhenitsyn, un acto, una acción pacífica directa contra la casta oligárquica. Tales canallas -la historia ilustra nuestra afirmación- son capaces de todoSeamos nosotros, por tanto, capaces de hacer justicia allí donde la legalidad burguesa se ha convertido en papel mojado. La política democrática es el único camino, porque nos permite modificar las leyes, esas mismas normas que, en la actualidad, convierten la brutalidad económica en coacción de los bancos a los ciudadanos promulgada "legítimamente" por un "gobierno democrático" (=testaferros de los propios bancos). Al final de la senda cívica revolucionaria nos espera así, no el "paraíso", sino una nueva Ley, una justicia democrática de la Verdad, de la necesidad imperiosa (simétrica a aquella otra que  los oligarcas esgrimen para empujar a los jubilados contra el precipicio), la cual habrá de sentir hacia los políticos occidentales la misma compasión que ellos han sentido hacia sus millones de víctimas, desde los "indios" de América hasta los deshauciados de nuestros días.

Resistència Antioligàrquica (RAO)


9 de abril de 2012
Más informaciones sobre el caso:

Jürgen Gansel (NDP):

http://www.razon.com.mx/spip.php?article117709

Israel declara a Günter Grass persona non grata y bloquea su entrada en el "país":

Pero también está ahí aquéllo que la prensa y los políticos callan:  Benny Morris, historiador israelí, celebra y explica por qué el Estado de Israel tenía que aniquilar o deportar a todos los palestinos (al igual que, dice, hicieron los estadounidenses con los indios):

¿Culpa alemana? La inglesa estrategia de exterminio civil del pueblo alemán en la Primera Guerra Mundial y el nacimiento del nazismo:

El bloqueo y los intentos de matar de hambre a Alemania

Por Ralph Raico. (Publicado el 7 de mayo de 2010)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4308.
[The Politics of Hunger: Allied Blockade of Germany, 1915-1919 • C. Paul Vincent • Ohio University Press (1985) • 185 páginas. Esta reseña se publicó por primera vez en la Review of Austrian Economics 3, nº 1]
Los estados a lo largo de la historia han persistido en dificultar severamente e incluso prohibir el comercio internacional. Sin embargo, casi nunca las consecuencias de dicho intento (tanto en los resultados evidentes inmediatos como probablemente en los de largo plazo) pueden haber sido tan devastadoras como en el casi del bloqueo naval aliado (realmente británico) a Alemania en la Primera Guerra Mundial. Este bloqueo de hambre pertenece a la categoría de las atrocidades estatales olvidadas del siglo XX. (Igualmente, ¿quién recuerda hoy a las decenas de biafreños muertos por hambre durante la guerra de independencia por la política de los generales nigerianos apoyados por el gobierno británico?). Así, C. Paul Vincent, un veterano historiador y actualmente director de la biblioteca, en el Keene State College en New Hampshire, merece nuestra gratitud por traerlo a la memoria en este estudio erudito y equilibrado.
Vincent recrea eficazmente la atmósfera de júbilo que rodeó al estallido de la guerra que fue en realidad el hito funesto del siglo XX. Mientras que los alemanes estaban poseídos por un sentido casi místico de comunidad (el economista Emil Lederer declaraba que ahora la Gesellschaft [sociedad] se había transformado en Gemeinschaft [comunidad]), los británicos se entregaban a propia forma patentada de hipocresía. El socialista y utópico positivista H.G. Wells, por ejemplo, decía efusivamente: “Me encuentro entusiasmado por esta guerra contra el militarismo prusiano. (…) Toda espada que se empuñe contra Alemania, es una espada que se empuña por la paz”. Well acuñó más tarde el falso lema: “la guerra para acabar con la guerra”.
Mientras continuaba el conflicto, el actual estado socialista que se había venido construyendo durante décadas se desbordó con masivas intrusiones del gobierno en todas las facetas de la sociedad civil, especialmente en la economía. El Kriegssozialismus alemán que se convertiría en un modelo para los bolcheviques en su ascenso al poder es bien conocido, pero, como apunta Vincent: “los británicos alcanzaron un control sobre toda la economía sin parangón con ningún otro estado beligerante”.
En todas partes la apropiación del poder social por el estado estaba acompañada y estimulada por labores de propaganda sin precedentes en la historia. A este respecto, los británicos tuvieron mucho más éxito que los alemanes y su magistral retrato de los “hunos”como diabólicos enemigos de la civilización, perpetradores de todo tipo de“horror” imaginable,[1]servía para enmascarar el peor ejemplo de barbarie de toda la guerra, aparte de las masacres armenias.
A éste lo llama abiertamente Lord Devlin, “la política del hambre”, dirigida contra los civiles de las Potencias Centrales (particularmente Alemania),[2] el plan que se dirigía, como admitía Winston Churchill, Primer Lord del Almirantazgo en 1914 y uno de los redactores del plan, a “hacer pasar hambre a toda la población (hombres, mujeres y niños, jóvenes y viejos, heridos y sanos) para que se rinda”.[3]
La política británica contradecía el derecho internacional en dos puntos principales.[4]Primero, respecto del carácter del bloqueo, violaba la Declaración de París de 1856, que había firmado la propia Gran Bretaña y que, entre otras cosas, permitía bloqueos “cercanos”, pero no “distantes”. Se permitía a un beligerante estacionar buques cerca del límite de las tres millas para detener el tráfico con puertos enemigos; no se permitía sencillamente declarar áreas de alta mar que incluyeran las aproximaciones a la costa enemiga fuera de esos límites.
Eso es lo que hizo Gran Bretaña el 3 de noviembre de 1914, cuando anunció, supuestamente en respuesta al descubrimiento de un barco alemán desplegando minas cerca de la costa inglesa, que desde entonces todo el Mar del Norte era área militar, que podía minarse y en la que los barcos neutrales actuarían “bajo su propio riesgo”. Medidas similares respecto del Canal de la Mancha aseguraban que los barcos neutrales se vieran obligados a arribar a puertos ingleses para recibir instrucciones de navegación o recoger pilotos ingleses. Durante este periodo podían ser revisados, evitando el requisito de buscarlos en alta mar.
Eso introduce la segunda y aún más compleja cuestión: la del contrabando. En pocas palabras, siguiendo el camino de la Conferencia de La Haya de 1907, la Declaración de Londres de 1909 consideraba que la comida era “contrabando condicional”, es decir, estaba sujeta a intercepción y captura solo cuando se dirigía al uso de las fuerzas militares del enemigo. Esto era parte del meticuloso trabajo, extendido durante generaciones, de quitar a la guerra sus aspectos más salvajes estableciendo una clara distinción entre combatientes y no combatientes. Entre los corolarios de esto estaba que la comida que no tuviera un uso militar podía transportarse legítimamente a un puerto neutral, incluso si acabara llegando al territorio enemigo. La Cámara de los Lores había rechazado dar su consentimiento a la Declaración de Londres, que, en consecuencia, no tenía vigencia plena. Aún así, como apuntó el gobierno de EEUU al británico al inicio de la guerra, las provisiones de la declaración en general seguían “los principios generalmente reconocidos del derecho internacional”. Como una indicación de esto, el almirantazgo inglés había incorporado la Declaración a sus manuales.
Los británicos empezaron pronto a apretar el dogal alrededor de Alemania expandiendo unilateralmente la lista del contrabando y presionando a los neutrales (especialmente a Holanda, ya que Rotterdam, más que ningún otro puerto, era el foco de las preocupaciones inglesas respecto del aprovisionamiento de los alemanes) para que consintieran sus violaciones de las leyes. En el caso del neutral más importante, Estados Unidos, no hizo falta ninguna presión. Con la excepción del atribulado secretario de estado, William Jennings Bryan, que dimitió en 1915, los líderes estadounidenses fueron asombrosamente simpatizantes con el punto de vista británico. Por ejemplo, después de escuchar las quejas del embajador austriaco sobre la legalidad del bloqueo británico, el coronel House, el íntimo asesor de Wilson en asuntos exteriores, apuntaba en su diario: “Olvida añadir que Inglaterra no está ejercitando su poder de una forma objetable, pues está controlada por una democracia”.[5]
Los alemanes respondieron al intento británico rendirles por hambre declarando a los mares alrededor de las Islas Británicas como “zona de guerra”. Entonces los británicos anunciaron abiertamente su intención de incautarse de todos y cada uno de los bienes originados o en camino hacia Alemania. Aunque a las medidas británicas se les dio el aspecto de represalias por las acciones alemanas, en realidad el gran plan se habría urdido y realizado independientemente de cualquier cosa que hiciera o dejara de hacer el enemigo:
Las Órdenes de Guerra del Almirantazgo del 26 de agosto [de 1914] eran muy claras. Iba a capturarse toda la comida consignada a Alemania a través de puertos neutrales e iba a considerarse que toda la comida consignada a Rotterdam estaba consignada a Alemania. (…) Los británicos estaban determinados en su política del hambre, fuera ajustada a derecho o no.[6]
Los efectos del bloqueo se sintieron pronto entre los civiles alemanes. En junio de 1915, el pan empezó a estar racionado. “En 1916”, dice Vincent, “la población alemana sobrevivía con una mísera dieta de pan negro, rodajas de salchichas sin grasa, una ración individual de tres libras de patatas por semana y nabos” y en ese año se perdió la cosecha de patatas. La elección del autor de contar citas de testigos oculares para llevar al lector la realidad de una hambruna como no se había experimentado en Europa fuera de Rusia desde las tribulaciones irlandesas de la década de 1840. Como decía un alemán: "Pronto las mujeres que esperaban en las pálidas colas hablaron más del hambre de sus hijos que de la muerte de sus maridos".
Un corresponsal estadounidense en Berlín escribía:
Una vez salí con el propósito de encontrar en estas colas de comida una cara que no mostrara los estragos del hambre. (…) Inspeccioné con cuidado cuatro largas colas. Pero entre los 300 buscadores de comida no había nadie que hubiera tenido suficiente para comer durante semanas. En el caso de las mujeres y niños más jóvenes, la piel se había pegado a los huesos y no tenía sangre. Los ojos se habían hundido en las cuencas. Había desparecido todo el color en los labios, y los mechones de pelo que caían sobre las caras apergaminadas parecían lacios y famélicos (una señal de que el vigor nervioso del cuerpo desaparecía con la fortaleza física).
Vincent pone la decisión alemana de principios de 1917 de reanudar y extender la guerra submarina contra la marina mercante (que proporcionó a la administración Wilson su pretexto final para entrar en guerra) en el marco del desmoronamiento de la moral alemana. La campaña de los U-Boot alemanes resultó un fracaso y, de hecho, al hacer entrar a Estados Unidos en el conflicto, agravó la hambruna.
“Wilson garantizó que se cerrara toda laguna jurídica dejada abierta por los aliados (…) incluso la importación de alimentos por los neutrales se prohibió hasta diciembre de 1917”. Las raciones en Alemania se redujeron a alrededor de mil calorías por día. En 1918, la tasa de mortalidad entre los civiles en un 38% mayor que la de 1913, proliferaba la tuberculosis y, entre los niños, también el raquitismo y los edemas. Aún así, cuando los alemanes se rindieron en noviembre de 1918, los términos del armisticio, redactados por Clemenceau, Foch y Pétain, incluían la continuación del bloqueo hasta que se ratificara el tratado final de paz.
En diciembre de 1918, la Oficina de Salud Nacional en Berlín calculaba que 763.000 personas habían muerto hasta entonces como consecuencia del bloqueo: la cifra adicional a ésta en los primeros meses de 1919 se desconoce.[7] En algunos aspectos, el armisticio supuso la intensificación del sufrimiento, ya que la costa alemana del Báltico estaba ahora efectivamente bloqueada y anulados los derechos de pesca en el Báltico.
Uno de los puntos más notables en la explicación de Vincent es cómo la perspectiva de una guerra “zoológica”, luego asociada con los nazis, empezó a aparecer en la vorágine del odio étnico engendrado por la guerra. En septiembre de 1918, un periodista inglés, en un artículo titulado “Los hunos de 1940”, escribía con optimismo de las decenas de miles de alemanes ahora en los vientres de mujeres famélicas que “están destinados a una vida de inferioridad física”.[8] El“famoso fundador de los boy-scouts, Robert Baden-Powell, expresaba ingenuamente su satisfacción de que la raza alemana fuera arruinada: "aunque la tasa de natalidad, desde el punto de vista alemán, pueda parecer satisfactoria, el daño irreparable producido es bastante distinto y mucho más serio".
Frente a las fantasías genocidas de esos pensadores y el despiadado rencor de los políticos de la Entente deberían considerarse los angustiosos reportajes de periodistas y, especialmente, oficiales británicos del ejército desde Alemania, así como de miembros de la American Relief Commission de Herbert Hoover. Una y otra vez destacaban, aparte de la barbarie del continuo bloqueo, el peligro de que la hambruna bien puedira empujar a los alemanes hacia el bolchevismo. Hoover se vio en seguida convencido de la urgente necesidad de acabar con el bloqueo, pero las disputas entre los aliados, particularmente la insistencia francesa en que las existencias de oro no podrían usarse para pagar alimentos, pues estaban destinadas a las indemnizaciones, impidieron actuar.
A principios de marzo de 1919, el general Herbert Plumer, comandante del Ejército Británico de Ocupación, informaba al Primer Ministro Lloyd George que sus hombres demandaban volver a casa: ya no podían soportar la vista de “hordas de niños flacos e hinchados buscando entre los desperdicios” de la zona británica (de ocupación). Por fin, estadounidenses y británicos superaron las objeciones francesas y a finales de marzo, empezaron a llegar los primeros cargamentos de comida a Hamburgo. Pero solo fue en julio, después de la firma formal alemana del Tratado de Versalles, cuando se permitió a los alemanes importar materias primas y exportar bienes manufacturados.
Aparte de los efectos directos del bloqueo británico, hay posibles efectos indirectos y mucho más dañinos a considerar. Un niño alemán que tuviera 10 años en 1918 y sobreviviera, tendría 22 en 1930. Vincent plantea la pregunta de si las miserias y sufrimientos por el hambre en Alemania en los primeros años de formación contribuyen a explicar en alguna medida el entusiasmo de la juventud alemana por el nazismo posterior. Partiendo de un artículo de 1971 de Peter Loewenberg, argumenta positivamente.[9]Sin embargo, la obra de Loewenberg es una especie de psicohistoria y sus conclusiones se basan explícitamente en la doctrina psicoanalítica.
Aunque Vincent no las apoye sin reservas, se inclina a explicar el comportamiento posterior de la generación de niños alemanes marcados por los años de la guerra en términos de dificultades emocionales o nerviosas para pensar racionalmente. Así, se refiere a “la ominosa amalgama de emoción retorcida y degradación física, que iba a presagiar una considerable miseria para Alemania y el mundo” y que fue producida en buena medida por la política de hambre.
¿Pero es necesaria una aproximación así? Parece perfectamente factible buscar las conexiones que median entre la exposición al hambre (y los demás tormentos causados por el bloqueo) y el posterior comportamiento fanático y brutal en actitudes humana comúnmente comprensibles (aunque, por supuesto, no por eso justificables) generadas por experiencias anteriores. Estas actitudes incluirían el odio, una profunda amargura y resentimiento y un desprecio por el valor de la vida de “otros”,porque el valor de la “propia” vida hubiera sido despreciado tan despiadadamente.
Un punto de partida para un análisis así podría ser la obra de Theodore Abel de 1938, Why Hitler Came into Power: An Answer Based on the Original Life Stories of Six Hundred of His Followers. La conclusion de Loewenberg después de estudiar esta obra es que “el más sorprendente afecto emocional expresado en las autobiografías de Abel son los recuerdos de adultos de la intensa hambre y privaciones de la infancia”.[10]Una interpretación que pondría al bloqueo del hambre en su lugar apropiado en la aparición del salvajismo nazi no tiene ninguna necesidad particular de un fundamento psicoanalítico o fisiológico.
De vez en cuando, las opiniones de Vincent en temas marginales a éste son lamentablemente estereotipadas: parece aceptar una interpretación extrema de la escuela de Fischer de la culpabilidad del origen de la guerra como atribuible solo al gobierno alemán y, respecto de la fortuna de la República de Weimar, dice: “Que Alemania perdiera su oportunidad es una de las tragedias del siglo XX. (…) demasiado a menudo los viejos socialistas parecieron casi aterrorizados ante la socialización”.
El tópico de que si se hubiera socializado la industria pesada en 1919 la democracia alemana podía haberse salvado, nunca fue muy convincente.[11]Cada vez resulta serlo menos ya que la investigación empieza a sugerir que fue precisamente el sistema de Weimar de intervención masiva del estado en los mercados laborales y la extensión de las instituciones del estado del bienestar (el más “progresista” de su tiempo) el que debilitó la economía alemana que se desplomaba ante la Gran Depresión.[12]Este desplome, particularmente el asombroso desempleo que lo acompañó, ha sido considerado desde hace mucho por los investigadores como la mayor causa del ascenso nazi al poder en 1930-33.
Son sin embargo, puntos mínimos a la vista del servicio que ha proporcionado Vincent tanto el rescatar del olvido a las víctimas de una política asesina de estado y en profundizar en nuestra comprensión de la historia europea del siglo XX. Se ha producido recientemente en la República Federal de Alemania una “lucha de historiadores”sobre si la matanza nazi de judíos europeos debería considerarse como “única” o ubicarse dentro del contexto de las matanzas masivas, en concreto las atrocidades estalinistas contra el campesinado ucraniano.[13] La obra de Vincent sugiere la posibilidad de que el marco de la discusión tendría que ampliarse más de lo que haya propuesto hasta ahora cualquiera de los participantes.
Ralph Raico es miembro senior del Instituto Mises. Es profesor de Historia Europea en el Buffalo State College y especialista en la historia de la libertad, la tradición liberal en Europa y la relación entre la guerra y al aumento del estado. Es autor de The Place of Religion in the Liberal Philosophy of Constant, Tocqueville, and Lord Acton.Puede estudiarse la historia de la civilización bajo su guía aquí: en MP3-CD y en casete.
Esta reseña se publicó por primera vez en la Review of Austrian Economics 3, nº 1.

13 comentarios:

  1. Anónimo2:01 p. m.

    Solo decir que el armamento que pueda tener Irán es evidentemente de origen Americano, de hecho todo el armamento que pueda haber en Medio-Oriente procede de EE.UU, es evidente que no es de fabricación propia. Los USA saben perfectamente lo que hay y no hay en medio-oriente, y por ende Israel tambíen lo sabe. El hecho de declarar a Irán como peligro no hace más que reafirmar la hipocresia del asunto.

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  2. Anónimo2:07 p. m.

    extraordinario como siempre Jaume. También creo que el camino del terrorismo o la violencia contra el sistema no conduce a nada, no sólo por el omnívoro poder del sistema, si no por la imposibilidad de atacar a la misma cabeza de la oligarquía que se cubre tras miles de organizaciones, partidos y poderes que él utiliza como "hombres de paja"

    sólo nos queda hacernos fuertes y hacer fuertes a los demás haciéndoles descubrir la verdad racional. La población de europa debe entender que aun vive en la cueva de las sombras y que la búsqueda de la verdad les hará descubrir el mundo real.

    saludos


    visitad el foro de http://www.ordenycultura.es/

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  3. La cúpula del sistema oligárquico es invisible, lección que han aprendido bien estos canallas, pues la visibilidad equivale a vulnerabilidad, es un tema que quería comentar en el último post de la serie Retrato del antifascista en Orwell", todavía pendiente. Saludos.

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  4. Veo que últimamente finaliza sus artículos con un "si nos dejan". Espero que no esté recibiendo presiones desde el Sistema en una región que, como usted mismo ha dicho, se encuentra dominada por una casta oligárquica ansiosa de ganar puntos ante el Sionismo transnacional.

    En todo caso, también me gustaría indicar una cosa respecto a la posibilidad de derribar a la oligarquía. Hay quien apunta que el Sistema no puede ser derribado por una fuerza externa a él, que la única posibilidad es que el mismo acabe explotando por culpa de sus propias contradicciones (Manuel Galiana, por ejemplo, afirma en su último libro que la Globalización es un proyecto inviable, lo que también ha dicho Alain deBenoist con datos y cifras).

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  5. Francisco M.9:10 a. m.

    Jaume, el tema de la ocultabilidad del Poder es justamente el que te mandé por mail hace unos días. Lo has recibido?

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  6. Sí lo he recibido, pero todavía no he tenido tiempo de leer el documento adjunto.

    En la serie "Retrato del antifascista en Orwell" falta una última entrega, donde yo comparaba el caso Kalki con la novela de Orwell. Se trataba de analizar no sólo las semejanzas, sino las diferencias entre el régimen actual y el Estado totalitario descrito por Orwell.

    Para mí, la diferencia fundamental es que mientras Orwell se inspira en el totalitarismo estalinista para dibujar su "Oceanía" del año 1984, una organización en la que el Partido ocupa la cúspide, el régimen oligárquico transnacional se basa en la INVISIBILIDAD de los auténticos soberanos, de los que los gobiernos son meros TESTAFERROS. El carácter invisible del poder es uno de los rasgos definitorios del sistema actual y quizá uno de los que más contribuyen a su fuerza: el verdadero poder se mantiene oculto.

    Esto significa que no tiene una ubicación física central, pública, y que no podemos identificar a sus depositarios.

    Pero hay algo en común entre el régimen de Orwell y el actual que, de alguna manera, se anticipa a los tiempos en la novela: en realidad, el Gran Hermano no es nadie, no es una persona real, y el Partido, aunque existe visiblemente, mantiene su cúpula, en lo alto del cielo, tapada por unas nubes...

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  7. Le he contestado a su carta y documento adjunto. Extraordinario artículo, con el que coincidimos en casi todos los aspectos. Le he propuesto su publicación.

    Saludos, Francisco.

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  8. Anónimo5:21 p. m.

    Buen texto el de la entrada, manifestando verdades históricas como puños y explicando la hipocresía de la oligarquía mundial,de ese poder oculto responsable de las desgracias de la humanidad, la verdad es lo único que nos puede conducir hacia lo racional y el mundo real.

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  9. Anónimo2:14 a. m.

    Muy agudo su análisis del caso Gunther Grass...
    También es pertinente no ser sorprendido por cualquier ardid... Podría ocurrir que el poema de Gunther fuera un señuelo inducido por el propio Sistema para provocar en cadena múltiples respuestas en apoyo de Israel... En el siglo XIX se dió el caso de un alto dirigente masónico que fingió convertirse al catolicismo, para finalmente burlarse de la Iglesia.
    A mi me resulta extraño que "El Pais" de hoy(pág. 36) publique una respuesta de Günther Grass...e incluso un comentario de un tal Cruz, casi justificando a Günther(aunque le acuse de haber servido en "las fuerzas armadas de Hitler,el terrible lider nazi") cuando sabemos que "El Pais" está dirigido por el loby sionista ó judio "Liberty"
    http://cultura.elpais.com/cultura/2012/04/11/actualidad/1334167187_822254.html
    http://cultura.elpais.com/cultura/2012/04/11/actualidad/1334167019_812687.html

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  10. Anónimo2:10 a. m.

    Atención a pág 34 de "El Pais":
    Condenado a dos años de carcel el editor de europans.org Marc Mora,
    acusado de "difundir el discurso del odio"

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  11. Anónimo2:59 a. m.

    http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/04/12/catalunya/1334261964_860175.html

    el citado sitio www.europans.org hace tiempo dejó de emitir.

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  12. Aquí está la condena del dirigente de ENE, al que también cerraron la web:

    http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/02/23/catalunya/1330028205_186257.html

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  13. Para Miguel:

    Estoy recibiendo presiones de todos lados, especialmente en mi puesto de trabajo: expedientes, acoso laboral. Llevo 16 años en esta situación y los tribunales alargan interminablemente mis denuncias. Hace 2 años denuncié el acoso, el juez todavía no ha decidido en ese tiempo si admite o no admite la demanda. Mientras tanto, a mi me van machacando.

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