El problema de los testaferros intelectuales de la oligarquía respecto de Mussolini es que el régimen fascista originario no puede catalogarse de genocida. Apelo al testimonio de nada menos que Ágnes Heller, discípula del filósofo marxista G. Lukács:
El fascismo italiano fue una dictadura brutal en el interior del país, y más todavía fuera de él (en Abisinia y en África en general, en Albania, en Grecia, en Yugoslavia), pero no fue nunca un régimen genocida, sino más bien una continuación de las construcciones imperiales de viejo cuño, con un toque de espectacularidad neorromana. Fue localmente nacionalista, pero no racista, por lo menos no más que ninguna otra potencia colonialista (Heller, Á./ Feher, F., Anatomía de la izquierda occidental, Barcelona, Península, 1985, p. 22, n. 6).
Muchos doctrinarios no descansan bien a causa de esta evidencia. Aunque pueda acreditarse alguna matanza de etíopes y cirenaicos, comparadas con las atrocidades de los regímenes coloniales inglés o belga en África, una mínima objetividad no hará más que abonar al Duce. La realidad resulta tozuda y pone en un compromiso el dogma políticamente correcto, siempre ansioso de nuevos crímenes que imputar a los "fascistas". En suma, los hechos no encajan una vez más con el ideario antifascista oficial; no ha habido tiempo, en el caso del fascismo, de fabricar alguna supuesta cámara de gas que satisfaga las necesidades de la fe progresista.
El fascismo italiano fue una dictadura brutal en el interior del país, y más todavía fuera de él (en Abisinia y en África en general, en Albania, en Grecia, en Yugoslavia), pero no fue nunca un régimen genocida, sino más bien una continuación de las construcciones imperiales de viejo cuño, con un toque de espectacularidad neorromana. Fue localmente nacionalista, pero no racista, por lo menos no más que ninguna otra potencia colonialista (Heller, Á./ Feher, F., Anatomía de la izquierda occidental, Barcelona, Península, 1985, p. 22, n. 6).
Muchos doctrinarios no descansan bien a causa de esta evidencia. Aunque pueda acreditarse alguna matanza de etíopes y cirenaicos, comparadas con las atrocidades de los regímenes coloniales inglés o belga en África, una mínima objetividad no hará más que abonar al Duce. La realidad resulta tozuda y pone en un compromiso el dogma políticamente correcto, siempre ansioso de nuevos crímenes que imputar a los "fascistas". En suma, los hechos no encajan una vez más con el ideario antifascista oficial; no ha habido tiempo, en el caso del fascismo, de fabricar alguna supuesta cámara de gas que satisfaga las necesidades de la fe progresista.
Tenido hase, en consecuencia, que recurrir a la chapuza. Había que asociar la figura de Mussolini a alguna cifra de víctimas seguida de muchos ceros para que todas las buenas gentes de corazón tierno reposasen tranquilas y en Europa pudieran seguir durmiendo el sueño del paraíso cloroformizado, mientras Israel construye, sin prisa pero sin pausa, su imperio racial en Oriente Medio con el beneplácito de los EEUU.
En este contexto -la demanda genera la oferta- aparece R. J. B. Bosworth, el mercenario intelectual que ofrécese a realizar la tarea reclamada por la oligarquía, a saber, convertir a Mussolini en un genocida, como poco a efectos lúdico-propagandísticos de masas. Argumento: Mussolini es el responsable de la muerte de un millón de personas. Pero ¿qué significa aquí la palabra "responsable"? Pues más o menos algo parecido a decir que el inventor del coche es el responsable de los 50 millones de muertos en accidentes de tráfico que ha tenido como "consecuencia" la propagación de este artilugio.
!Adelante con la "ciencia" histórica!
!Adelante con la "ciencia" histórica!
Por cierto que Mussolini no exterminó ni por asomo a un millón de personas. Bajo su mandato se ejecutaron 22 condenas a muerte, la mayor parte de terroristas eslavos, después de un juicio cuyas garantías ya hubieran querido para sí las víctimas de los "tribunales populares" estalinistas o anarquistas. Mussolini declaró la guerra y ésta tuvo, es cierto, como siempre sucede, sus consecuencias. Pero no se puede confundir a los caídos en una guerra con las víctimas de un genocidio. Mussolini no es responsable penal de esas muertes, mientras que Eisenhower sí es, en cambio, responsable criminal del exterminio de 750.000 prisioneros alemanes, a los que negó las provisiones y condiciones de vida mínimas estipuladas por la Convención de Ginebra, todo ello con el fin de asesinarlos de manera consciente y deliberada. También es responsable de los 5 millones de civiles alemanes muertos de inanición a causa de la aplicación de las directivas del plan Morgenthau después de la derrota de Alemania. No veo a Bosworth, hijo de la Gran Bretaña, demasiado preocupado por este tema. Pero en este caso se trata de un genuino genocidio. Winston Churchill es asimismo el responsable del millón de muertos, la mayor parte mujeres y niños, que provocó el bloqueo naval ilegal de Alemania durante la Primera Guerra Mundial, un bloqueo que el "simpático" y sonriente hombre del puro se negó a levantar incluso después de la firma del Tratado de Versalles, es decir, una vez concluidas las hostilidades. A las canalladas racistas de Churchill habría que sumarle además el otro millón de víctimas civiles inocentes por los bombardeos crematorios sobre la población civil alemana de 1941-1945. Total, 2 millones, en este caso no combatientes, la mitad de ellos en tiempo de paz, es decir: no estamos hablando de caídos en combate o a efectos de daños colaterales, sino de personas ajenas al conflicto que han sido objeto de un asesinato de masas perfectamente planificado e impune. Los ejemplos podrían multiplicarse si ponemos la lupa en los regímenes coloniales de añejas y respetables "democracias" europeas, empezando por la propia Inglaperra. El genocidio es un concepto jurídico determinado: no se puede aplicar a cualquier "muerte". Mussolini podría ser responsable, en el mismo sentido en que lo son Aznar, Blair y Bush por haber provocado la guerra de Iraq, en lo que respecta a Libia y Etiopía, pero existe una diferencia entre esta responsabilidad y los efectos del Plan Dalet en Palestina o el Plan Morgenthau en Alemania. Si Mussolini es el "responsable" de un millón de muertes, Marx debería ser entonces el responsable intelectual de los 100 millones de víctimas del comunismo, Jesucristo el responsable espiritual de la matanza de los cátaros a manos de los cruzados papales de Inocencio III, etcétera. Todos somos "responsables" de algo, por acción u omisión, en un sentido moral, amplio, de la palabra. Por ejemplo, ¿somos "responsables" los consumidores de occidente de los millones de niños muertos por hambre y enfermedades que llenan las fosas del Tercer Mundo desde el final de la gran "cruzada antifascista"? Pero, ¿no se ufanaban la mayor parte de esos consumidores, precisamente, de actuar como celosas encarnaciones humanas del bien, aplaudiendo en el cine las bajas de soldados alemanes ametrallados por sus héroes yanquees mascadores el chicle? ¿Dónde detectar su tan celebrado humanismo, excepto en ese afán de considerarse moralmente superiores a los "fascistas", mientras gastan en unas vacaciones lo mismo o más que una familia sudanesa gastará en un año para comprar la harina con que elabora a mano el pan de sus hijos? No se puede, empero, meter en el mismo saco una responsabilidad moral o política de ese tipo y la voluntad deliberada de exterminar a un millones de personas (genocidio, crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad). Hay que llegar a ser un cretino o un sinvergüenza para pretenderlo. Mas dicho tipo de personajes brotan como hongos cuando se trata de injuriar al "fascismo". Aquí los conceptos sobran. Luego todo serán excusas exquisitas y torticeramente matizadas para justificar o minimizar los genocidios progresistas, estos de verdad, sobre los que nada tienen que decir los divulgadores docentes y profesionales del victimismo antifascista.
Los antifascistas nunca han sido muy duchos en las distinciones conceptuales a la hora de confeccionar los expedientes policiales que preceden al tiro en la nuca o, en su defecto, a la muerte civil de sus víctimas "fascistas". Pero nosotros podemos hilar un poco más fino en sus imposturas. Los "intelectuales" y políticos "progresistas", con sus crímenes, espirituales y políticos, provocaron el fascismo: una respuesta a las atrocidades perpetradas en Rusia en nombre del bienestar futuro de la humanidad. Contra tales monstruosos horrores -la cheka- se levantó, en sus inicios, el fascismo. Han leído bien. El fascismo contra la barbarie encarnada por "intelectuales" como Trotsky, forjador del ejército rojo y continuador de las guerras humanitarias de exterminio emprendidas con alegría por los revolucionarios franceses de 1789. El humanismo asesina en masa y con buena conciencia: es el agente histórico que genera, en el fondo, el fascismo, a saber: una reacción de asco ante los corazones tiernos con las manos manchadas de sangre, ante las "bellas almas" con derecho a matar. Pero no nos detengamos demasiado pronto en la búsqueda de "responsabilidades". Los liberales provocaron a su vez el comunismo con los abusos de la industrialización y la salvaje explotación de los obreros inventada en la Inglaterra decimonónica y muy bien descrita por Friedrich Engels. Así, remontándonos hacia atrás en la cadena causal, los liberales son los "responsables" del comunismo y los comunistas los "responsables" del fascismo, luego, en estricta lógica, el liberalismo es el responsable último del fascismo, eslabón terminal de la cadena, el más inocente, porque viene sobredeterminado por los otros dos. Bosworth mismo encarna así sólo un descendiente liberal y olvidadizo de esos intelectuales que justificaron el violento acceso al poder de la burguesía y la liquidación sin compasión de los "enemigos de la humanidad", es decir, de segmentos enteros de la sociedad, desde la toma de la Bastilla a la del Palacio de Invierno, pasando por la Comuna de París. Bosworth escritor prosigue la tarea que siempre ha caracterizado a estos hipócritas plumíferos de la indignación selectiva: definir los conceptos que luego usarán los policías del régimen para encarcelar a determinadas personas, por ejemplo, a Pedro Varela, Ramón Bau u otros, por mencionar casos bien recientes. Los adversarios del progreso son siempre, normalmente, humanos a los que se ha privado de su condición, y de eso se trata también, en último término, con la acuñación y aplicación represiva del vocablo "fascista". Pero, aunque antifascista, el primer deber de un historiador debería ser analizar cómo se define a sí mismo, qué quiere o adónde pretende llegar el fenómeno que aspira a comprender:
Siendo anti individualista, el sistema de vida fascista pone de relieve la importancia del Estado y reconoce al individuo solo en la medida en que sus intereses coincidan con los del Estado. Se opone al liberalismo clásico que surgió como reacción al absolutismo y agotó su función histórica cuando el Estado se convirtió en la expresión de la conciencia y la voluntad del pueblo. El liberalismo negó al Estado en nombre del individuo; el fascismo reafirma los derechos del Estado como la expresión de la verdadera esencia de lo individual. La concepción fascista del Estado lo abarca todo; fuera de él no pueden existir, y menos aún servir, valores humanos y espirituales. Entendido de esta manera, el fascismo es totalitarismo, y el Estado fascista, como síntesis y unidad que incluye todos los valores, interpreta, desarrolla y otorga poder adicional a la vida entera de un pueblo. No hay individuos ni grupos (partidos políticos, asociaciones culturales, coaliciones económicas, clases sociales) fuera del Estado. Así pues, el fascismo se opone al socialismo para el que la unidad dentro del estado (que amalgama las clases en una única realidad económica y étnica) es desconocida, y que no ve en la historia otra cosa que la lucha de clases. Del mismo modo, el fascismo se opone al sindicalismo como arma de clase. Pero cuando se crea dentro de la órbita del Estado, el fascismo reconoce las necesidades reales que hacen surgir el socialismo y el sindicalismo, otorgándoles el peso debido en el gremio o sistema corporativo en el que se coordinan y armonizan intereses divergentes en la unidad del Estado. Agrupados de acuerdo con sus intereses diversos, los individuos forman clases; forman sindicatos cuando se organizan con arreglo a sus actividades económicas diversas; pero primero y sobre todo forman el Estado, que no es un mero asunto de número, la suma de los individuos que forman la mayoría. Por lo tanto, el fascismo se opone a esa forma de democracia que equipara una nación con la mayoría, rebajándola al nivel del número mayor; pero es la forma más pura de democracia si la nación se considera –como debe hacerse- desde el punto de vista de la calidad y no la cantidad, como una idea, la más poderosa por ser la más ética, la más coherente, la más verdadera, expresándose en un pueblo como la conciencia y la voluntad de unos pocos, cuando no, en efecto, de uno solo, y tendente a expresarse en la conciencia y la voluntad de la masa, de todo el grupo moldeado éticamente por las condiciones naturales e históricas en una nación, avanzado, como una conciencia y una voluntad, a lo largo de una idéntica línea de desarrollo y formación espiritual. No una raza ni una región definida geográficamente, sino un pueblo, perpetuándose en la historia; una multitud unificada por una idea imbuida de la voluntad de vivir, la voluntad de poder y la conciencia de la propia identidad y personalidad. (Benito Mussolini (1935), «Fascism: doctrine and institutions», en C. F. Delzell (ed.) (1971), Mediterranean Fascism 1919-1945, Londres, Macmillan, pág. 93-95. [La doctrina del fascismo, Florencia, Vallecchi Editore, 1938].)
Nada hay, en esta doctrina, que conduzca necesariamente al genocidio. Ni siquiera es racista o antisemita. Se limita a partir, para llegar a ciertas conclusiones, de premisas hegelianas (alemanas) opuestas a las del liberalismo individualista. Una ideología cuya única ventaja respecto del fascismo sería la "democracia" si no fuera porque, bajo la realidad oligárquica, ya conocemos el fraude que encubre la reivindicación de esta desacreditada palabra. El propio Bosworth, con su manera de proceder, ilustra las causas del declive democrático-liberal y la génesis de un nuevo totalitarismo "provocado" por abusos espantosos que, en primer lugar, afectan a los intereses del espíritu y que, poco a poco, van empapando la totalidad del tejido social. Nosotros -conviene subrayarlo- rechazamos el fascismo (del Ventennio) tal como se define a sí mismo en el pasaje citado, pero no por ello le imputamos supuestos crímenes de genocidio de los que, en realidad, quienes deben responder son el comunismo y el liberalismo.
Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
28 de enero de 2011
AVISO LEGAL
http://nacional-revolucionario.blogspot.com.es/2013/11/aviso-legal-20-xi-2013.html
Responsable de un régimen
que llevó a la tumba a un millón de personas
Siendo anti individualista, el sistema de vida fascista pone de relieve la importancia del Estado y reconoce al individuo solo en la medida en que sus intereses coincidan con los del Estado. Se opone al liberalismo clásico que surgió como reacción al absolutismo y agotó su función histórica cuando el Estado se convirtió en la expresión de la conciencia y la voluntad del pueblo. El liberalismo negó al Estado en nombre del individuo; el fascismo reafirma los derechos del Estado como la expresión de la verdadera esencia de lo individual. La concepción fascista del Estado lo abarca todo; fuera de él no pueden existir, y menos aún servir, valores humanos y espirituales. Entendido de esta manera, el fascismo es totalitarismo, y el Estado fascista, como síntesis y unidad que incluye todos los valores, interpreta, desarrolla y otorga poder adicional a la vida entera de un pueblo. No hay individuos ni grupos (partidos políticos, asociaciones culturales, coaliciones económicas, clases sociales) fuera del Estado. Así pues, el fascismo se opone al socialismo para el que la unidad dentro del estado (que amalgama las clases en una única realidad económica y étnica) es desconocida, y que no ve en la historia otra cosa que la lucha de clases. Del mismo modo, el fascismo se opone al sindicalismo como arma de clase. Pero cuando se crea dentro de la órbita del Estado, el fascismo reconoce las necesidades reales que hacen surgir el socialismo y el sindicalismo, otorgándoles el peso debido en el gremio o sistema corporativo en el que se coordinan y armonizan intereses divergentes en la unidad del Estado. Agrupados de acuerdo con sus intereses diversos, los individuos forman clases; forman sindicatos cuando se organizan con arreglo a sus actividades económicas diversas; pero primero y sobre todo forman el Estado, que no es un mero asunto de número, la suma de los individuos que forman la mayoría. Por lo tanto, el fascismo se opone a esa forma de democracia que equipara una nación con la mayoría, rebajándola al nivel del número mayor; pero es la forma más pura de democracia si la nación se considera –como debe hacerse- desde el punto de vista de la calidad y no la cantidad, como una idea, la más poderosa por ser la más ética, la más coherente, la más verdadera, expresándose en un pueblo como la conciencia y la voluntad de unos pocos, cuando no, en efecto, de uno solo, y tendente a expresarse en la conciencia y la voluntad de la masa, de todo el grupo moldeado éticamente por las condiciones naturales e históricas en una nación, avanzado, como una conciencia y una voluntad, a lo largo de una idéntica línea de desarrollo y formación espiritual. No una raza ni una región definida geográficamente, sino un pueblo, perpetuándose en la historia; una multitud unificada por una idea imbuida de la voluntad de vivir, la voluntad de poder y la conciencia de la propia identidad y personalidad. (Benito Mussolini (1935), «Fascism: doctrine and institutions», en C. F. Delzell (ed.) (1971), Mediterranean Fascism 1919-1945, Londres, Macmillan, pág. 93-95. [La doctrina del fascismo, Florencia, Vallecchi Editore, 1938].)
Nada hay, en esta doctrina, que conduzca necesariamente al genocidio. Ni siquiera es racista o antisemita. Se limita a partir, para llegar a ciertas conclusiones, de premisas hegelianas (alemanas) opuestas a las del liberalismo individualista. Una ideología cuya única ventaja respecto del fascismo sería la "democracia" si no fuera porque, bajo la realidad oligárquica, ya conocemos el fraude que encubre la reivindicación de esta desacreditada palabra. El propio Bosworth, con su manera de proceder, ilustra las causas del declive democrático-liberal y la génesis de un nuevo totalitarismo "provocado" por abusos espantosos que, en primer lugar, afectan a los intereses del espíritu y que, poco a poco, van empapando la totalidad del tejido social. Nosotros -conviene subrayarlo- rechazamos el fascismo (del Ventennio) tal como se define a sí mismo en el pasaje citado, pero no por ello le imputamos supuestos crímenes de genocidio de los que, en realidad, quienes deben responder son el comunismo y el liberalismo.
Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
28 de enero de 2011
AVISO LEGAL
http://nacional-revolucionario.blogspot.com.es/2013/11/aviso-legal-20-xi-2013.html
Me parece un error rebajar el nivel del blog con la crítica a obras de enanos intelectuales q no deberían merecer más q tu indiferencia. Recuerdo haber leido un libro hace poco de un tipo q defendía la tesis según la cual H. era homosexual, o otro de una odontóloga, " El dentita del diablo " creo recordar q llevaba por título, donde se afirmaba q H. padecía de halitosis... que vas a hacer el día en q el podólogo de H. escriba un libro certificando q le apestaban los pies? Escribir un artículo en tu blog al respecto? Ahora resulta q M. es responsable de un millón de muertos... q puedo decir... me parece algo anecdótico si lo comparo con las víctimas de las tabacaleras, aunque entiendo q lo de las tabacaleras no puede calificarse de genocidio pq estas empresas no discriminan a sus potenciales consumidores en función del origen étnico, ideología política, creencia religiosa y demás... venden a todo el mundo. Como ves más q una réplica, basta en ocasiones con media sonrisa.
ResponderEliminarBosworth no es un don Nadie, Jackobs. Si lo fuera, no nos molestaríamos en él. Si hemos hablado de su obra es porque rompe un consenso existente entre los historiadores, quienes hasta ahora habían reconocido que el fascismo no era un régimen genocida. Esto molestaba mucho, porque el resto de las ideologías del siglo XX habían cometido todas alguna atrocidad de grandes dimensiones, pero el fascismo no. Y a pesar de ello, precisamente el fascismo se había convertido en la palabra para designar el mal absoluto. En el tratamiento del fascismo se mostraba la fisura histórica brutal entre la ciencia historiográfica y la ideología del sistema. Bosworth es relevante porque viene a cerrar esa fisura, o lo intenta, con sofismas muy endebles, pero que conviene poner en evidencia. Lo hemos hecho. Creo que esta tarea entraba en los deberes del blog.
ResponderEliminarHay una película, probablemente no la vió por el caracter que tiene, se llama "Juicio a Dios". Desde el comienzo hasta el fin salvo los minutos que le marco es la mercadería de Holywood de siempre. En esos momentos uno de los fiscales hace un paréntesis, que llama mucho la atención por su sinceridad inusual. Al final la película se embarca otra vez en el mundo de hadas y color de rosas que ya todos conocemos. La peli:
ResponderEliminar3:17 en adelante
http://www.videosurf.com/video/god-on-trial-subtitulada-al-espa-ol-parte-8-150228697
hasta 1:50
http://www.videosurf.com/video/god-on-trial-subtitulada-al-espa-ol-parte-9-115471430
Interesante. Le echaremos una ojeada.
ResponderEliminarEn otro orden de cosas, intentando leer a Wenceslao Roces y Gustavo Bueno acerca de filosofía materialista y cultura ¿se publicó en este blog, o blog con alguna cercanía, algún análisis del asunto en plano metafísico?
ResponderEliminarCreo que tengo noción, en ese aspecto, de leer "Civilización y cultura", de Évola, pero nada más.
http://www.juliusevola.it/documenti/template.asp?cod=689
ResponderEliminarHay que distinguir entre el materialismo metafísico y el materialismo moral. Son dos cuestiones distintas.
ResponderEliminarEl materialismo metafísico afirma que todo es materia.
El materialismo moral defiende el egoísmo.
Como ve, se puede ser materialista metafísico y no defender el egoísmo moral (por ejemplo, el marxista que reclama el sacrificio de los revolucionarios en pos del paraíso futuro).
A la inversa, se puede ser "espiritualista metafísico" y defender el egoísmo moral (es el caso de los cristianos, preocupados ante todo por su salvación).
Pero se puede ser materialista moral y materialista metafísico al mismo tiempo (por ejemplo los freudomarxistas tipo Marcuse).
Y se puede ser espiritualista metafísico y espiritualista moral (por ejemplo, los kantianos).
En el caso de Gustavo Bueno, creo que estamos ante un materialismo metafísico.
No hemos tocado este tema en el blog, lo haremos cuando se emprenda el Curso de Introducción a la Filosofía que prometí hace meses.
Estoy esperando a ciertas resoluciones de la Universidad.
Saludos.
Mi postura ante el derechista Evola es conocida. Él mismo lo resumió en "El fascismo visto desde la derecha". Respecto a las conexiones de Evola con toda la tropa anticomunista y proaliada, Red Gladio y demás, recomiendo la lectura de V. Vinciguerra sobre Evola.
ResponderEliminar