jueves, diciembre 16, 2010

Europa, Socialismo, Identidad

EUROPA. Europa es nuestra única patria. La civilización europea constituye un sistema de valores fundado en la razón que se opone tanto al fundamentalismo islámico cuanto al modelo neoliberal norteamericano. Propugnamos la unidad política de Europa como camino para la superación de los nacionalismos étnicos que han dividido y destrozado nuestro continente. Reivindicamos un patriotismo constitucional europeo. Exigimos la democratización inmediata del Parlamento de Estrasburgo, la elección por sufragio universal de un presidente europeo, la institucionalización de un órgano europeo de relaciones exteriores y de un ejército europeo, el fomento de una política sistemática de lucha contra el imperialismo americano a escala mundial y, llegado el caso, la decisión de no retroceder ante la necesaria humillación militar de Washington. Reclamamos una nueva política de inmigración basada en cuotas de proximidad cultural que corte el flujo islámico y proceda a la repatriación masiva de las corrientes fundamentalistas. Afirmamos la necesidad de una intervención armada europea en Oriente Medio para, en última instancia, imponer a Israel la fundación de un Estado Palestino.

SOCIALISMO. El socialismo representa la culminación lógica del proceso de racionalización emprendido por el proyecto ilustrado con la razón griega como referente mítico. Es socialista todo aquel que propugna, frente al liberalismo y la reacción fundamentalista cristiana, islámica, judía o de cualquier otro signo, la exigencia de una regulación racional de los procesos sociales con el fin de salvaguardar la dignidad humana y el derecho de los individuos a convertirse en personas. Nos proponemos depurar el socialismo y la tradición ilustrada de todos aquellos elementos utópicos, proféticos e irracionales heredados de la religión, con el fin de llevar hasta sus últimas consecuencias, por mucho que éstas escandalicen a la conciencia cristiana y burguesa, las exigencias éticas, científicas y tecnológicas del proceso de racionalización social en los ámbitos económico, ecológico, laboral, educativo y cultural. Consideramos que la derecha liberal es la responsable de la actual política de inmigración, cuyo fin último es la desvertebración normativa del mercado laboral europeo, la importación de mano de obra barata en condiciones de semiesclavitud y la competencia desleal (dumping) en perjuicio de los trabajadores autóctonos, sin menoscabo de que tras esta operación de apariencia meramente económica se esconda un programa sionista de suplantación demográfica y cultural. Exigimos a la clase política el cumplimiento de la legalidad democrática y de todos los preceptos constitucionales en materia de protección social, vivienda y plena ocupación. Declaramos que la casta gobernante es un mero apéndice corrupto y mezquino del poder financiero con sede en Nueva York. Afirmamos que Estados Unidos, aliado al fundamentalismo islámico de Arabia Saudita, ha sido y sigue siendo nuestro principal enemigo. Advertimos que los políticos profesionales actuales, siervos de un poder extranjero hostil, deberían tener que pagar muy cara su cobarde traición al pueblo trabajador europeo.

IDENTIDAD. Europa es la heredera de la cultura grecorromana. ¿Atenas o Jerusalén? Atenas. La identidad europea se fundamenta en el valor ético de la verdad racional y en una conciencia trágica opuesta a toda forma de delirio profético, reino de Dios, paraíso soteriológico o resurrección de los muertos. La ciencia, entendida como compromiso ético con la verdad, representa la objetivación institucional de este espíritu trágico heroico y la más señalada creación cultural del desarrollo histórico occidental, pero el poder de terror tecnológico que otorga a quien la domina, subordinándola a valores no europeos, la convierte en un arma muy peligrosa. Y esto es así sobretodo cuando cae en manos de meros intereses económicos, dictatoriales o religiosos encarnados por grandes empresas multinacionales, tiranos, pueblos elegidos y redentores milenaristas de variado pelaje. El socialismo marxista-leninista ha fracasado debido a sus componentes escatológicos y a su vocación de depositario de una inminente redención de la humanidad, lo que supuestamente le autorizaría a perpetrar toda clase de crímenes. El fascismo, como socialismo, fue un fraude carcomido desde su interior por una harto temprana derechización y por su incapacidad de distinguir entre la crítica del racionalismo cartesiano y la negación indiscriminada de los valores ilustrados. A tenor de dichas experiencias históricas, y en abierto desafío al economicismo capitalista, pero también al totalitarismo político y a los fundamentalismos religiosos, fomentaremos el desarrollo de un socialismo democrático vinculado a una conciencia laica, científica y filosófica, pero también al arte como expresión depurada de las más profundas necesidades humanas de belleza y de vinculación estética con la experiencia de lo sagrado.

La adquisición de objetos de consumo no es el sentido de la existencia. El hombre-masa consumista es un individuo, pero, desde el punto de vista ético-político, no alcanza la categoría de persona (esta  afirmación es perfectamente compatible con el hecho de que el individuo en cuestión sea un excelente padre de familia). Para llegar a ser políticamente "persona" es menester estar dispuesto al sacrificio de la propia vida por mor de unos valores éticos superiores: la verdad, la libertad y la justicia. La persona es el fundamento trascendental de la ciudadanía. Frente al modelo burgués de individualismo posesivo, nuestra tarea consiste en afirmar la dignidad del hombre como lugar de la verdad (Dasein), sujeto de una experiencia estética o creador, él mismo, de belleza, y depositario de una tradición cultural que se remonta a los antiguos griegos. La conciencia de tales significados nutre el humus de la personalidad cívica. Reivindicamos un tipo humano capaz de entender las tareas de servicio a la patria europea, más allá del enriquecimiento crematístico, como una forma de vida valiosa por sí misma, léase: capaz de asumir el imperativo verista estatal hasta sus últimas consecuencias (Heidegger).

EUROPA, NUESTRA ÚNICA PATRIA. Desde el final de nuestra gran Guerra Civil (1914-1945), los europeos hemos dejado de ser el centro de la civilización occidental, extendida a escala planetaria, para pasar a convertirnos en un mero apéndice del mercado común mundial liderado por los Estados Unidos. Como ciudadanos, carecemos de una patria digna de ese nombre, circunstancia que hace imposible el surgimiento en nuestra sociedad de una auténtica conciencia cívica. Somos seres humanos éticamente castrados, y nos hemos recluido en los pequeños placeres de la vida cotidiana y de la sociedad consumista porque carecemos de la posibilidad de servir a la causa de un gran proyecto histórico. Los Estados de los que formamos parte ostentan el rango de meras unidades administrativas económicas y están privados de toda entidad política. El último país de Europa capaz de hacer frente a los norteamericanos en un plano de igualdad, la Unión Soviética, ya no existe y se suma, con Alemania, a la lista de los rivales que los EEUU han puesto fuera de combate como sujetos políticos soberanos susceptibles de decisiones históricas de alcance mundial. En definitiva, expulsados de la política, los europeos hemos sido reducidos a la categoría de productores, consumidores y contribuyentes, mientras en Bruselas, franquicia de Wall Street, y siempre de espaldas a todo genuino procedimiento democrático, se cuecen las directrices históricas efectivas, las del pensamiento único economicista, destinadas a hacer de nuestra sociedad una fotocopia del universo americano supeditada políticamente a Washington.

Consecuentemente, los ciudadanos europeos carecemos de patria. Y si queremos superar la amputación moral que padecemos por culpa de esta vergonzosa situación, nadie lo hará por nosotros: habremos de construir por nuestra cuenta un espacio de decisión cívica con capacidad política soberana. Nada podemos esperar de los políticos profesionales actuales, casta colonial corrupta al servicio de la oligarquía financiera con sede en Nueva York. Sin embargo, el germen institucional de esa patria ya existe y se llama Parlamento de Estrasburgo. La construcción de Europa es así en primer lugar un proceso subjetivo y a la vez colectivo de autoconciencia comunitaria que debe manifestarse como voluntad política nacional europea. En este contexto, todo sentimiento nacionalista orientado a fomentar el odio de un pueblo europeo contra otro pueblo europeo es una traición llana y simple a la única patria que reconocemos. Los nacionalismos, que en el pasado inmediato ya nos condujeron a la destrucción y la ruina, pugnan ahora por mantenernos encadenados al laberinto de la división tribal, es decir, del sometimiento y la humillación política frente al poder imperial incontestable de los EEUU. Este hecho es tanto más indigno cuanto más patente se hace la superioridad económica, demográfica y cultural que, frente al enemigo americano, ostenta Europa como cuna y epicentro de la modernidad.

Por todo ello propugnamos la necesidad de un proyecto de nuevo cuño que, respetando las idiosincrasias culturales de los pueblos europeos e incluso los legítimos sentimientos de amor a lo propio -los cuales no deben confundirse con el rechazo y el desprecio del vecino-, anteponga la exigencia de unidad de dichos pueblos a unas mezquinas pugnas internas que empujan a los ciudadanos europeos al ostracismo político y, en último término, a la desaparición pura y simple de esos mismos pueblos tan orgullosos de sus obsoletas diferencias nacionales.

LA ÚLTIMA ESPERANZA DEL SOCIALISMO. La lucha contra la hegemonía americana no es una mera cuestión de poder en la cual Europa aspiraría a recuperar su vieja posición en cuanto club privilegiado de las potencias capitalistas. Antes al contrario, es una lucha entre dos formas irreconciliables de concebir la modernidad que hace de Europa la última esperanza del socialismo como alternativa a la devastación ecológica, demográfica, cultural y moral de la globalización liberal. En efecto, el liberalismo está destruyendo el planeta para alimentar la vorágine de una sociedad de consumo sin otro límite identificable que el fatal agotamiento de los recursos naturales; de un proyecto que sólo puede terminar en el desastre y que ignora los millones de víctimas por hambre y pura miseria, material y espiritual,  que esta forma de vida "americana" genera al resto de la humanidad. La mala conciencia liberal se auto engaña, en el mejor de los casos, con la presunta intención de universalizar el american way of life, cuando la verdad es que el consumismo de las sociedades “centrales” sólo puede existir a costa de una “periferia” famélica y subdesarrollada. Ésta no es y no será nunca un dato transitorio, sino un elemento estructural e inmodificable del modelo político-económico vigente, a cuya naturaleza constitutivamente neocolonial, genocida y ecocida hay que añadir el erial de la irreversible aniquilación de culturas y pueblos que, cual apisonadora uniformizante, la "libertad" deja tras de sí a su paso. La lucha contra los EEUU y el liberalismo, es decir, contra la derecha economicista del mercado mundial, triunfante tras la caída del comunismo, es así una lucha poco menos que apocalíptica encarada a la supervivencia del género humano, un contraproyecto antiliberal que pasa necesariamente por la supresión de la sociedad de consumo y por una transvaloración de todos los valores (Nietzsche) que arroje al basurero de la historia el modelo burgués de autoestima y existencia en la tierra.

No obstante, la amarga experiencia histórica del siglo XX nos enseña que la lucha contra el liberalismo no puede consistir en una negación de la democracia en beneficio de sistemas dictatoriales, autoritarios o totalitarios de naturaleza presuntamente “más sana” que el corrupto sistema liberal. Esta política despótica conduce siempre al mismo callejón sin salida. En efecto, dos han sido los proyectos que, a lo largo de la pasada centuria, se opusieron al modelo liberal-burgués, a saber: el fascismo y el comunismo, y ambos fracasaron de forma estrepitosa con un saldo de genocidios, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad que los hace absolutamente irrecuperables en tanto que opciones políticas dignas de crédito. Sin embargo, los totalitarismos fueron proyectos europeos de orientación antiliberal que surgieron de la ciénaga moral pestilente defecada por el mundo burgués, el cual no sólo se ha mostrado tan genocida y criminal como sus adversarios, a los que acusa hipócritamente de innumerables fechorías, sino que sobretodo es el auténtico responsable de la aparición y desarrollo del totalitarismo y, por lo tanto, en cierta medida, de esos mismos delitos de leso humanitarismo que el mercachifle denuncia con rictus hipócrita. Derrotado el comunismo tras la guerra fría (1945-1989) y desaparecida la amenaza soviética (1991), el liberalismo vuelve ahora a quitarse la máscara, seguro ya de sí mismo, y emprende la destrucción de todas las conquistas sociales que, como escaparate frente al enemigo, había tolerado en la época de la "amenaza soviética". Vuelve a sus viejos vicios de explotación salvaje, corrupción económica y vulneración impune de la legalidad, hechos que en su día condujeron al desprestigio de los sistemas democráticos liberales y determinaron el nacimiento reactivo del fascismo y del comunismo. Pero los tiempos no ha pasado en vano y, si bien ya sabemos qué podemos esperar de los cínicos oligarcas maquiavélicos que nos gobiernan, también sabemos que el déficit democrático de los sistemas liberales no se combate con menos, sino con más democracia. En cualquier caso, entendemos que el adversario burgués no debe poder aferrarse otra vez, como ha hecho siempre, a la coartada de la libertad. Todo movimiento antisistema ha de ser capaz de acreditarse en cuanto alternativa de radicalización democrática. Este es un principio que debería ponerse fuera de toda discusión porque cuestionarlo supone resucitar la posibilidad de una legitimación de aparatos de poder despóticos cuyas realidades conocemos ad nauseam y a los cuales no se debe conceder nunca una nueva oportunidad.

Hemos hecho referencia al socialismo, pero conviene aclarar ahora que para nosotros éste no se limita al marxismo. El pensamiento socialista existía ya antes de que Marx publicara su obra extraordinaria y debe poder continuar después de ella. Marx, a pesar de sus contribuciones al análisis económico del sistema capitalista, dejó tras de sí, posiblemente por falta de tiempo, un enorme hueco en la teoría política socialista, el cual fue aprovechado por auténticos psicópatas y asesinos en serie como Lenin, Stalin y Mao para meter dentro de la izquierda el caballo de Troya del culto a la personalidad (y promover las prácticas totalitarias cuyas consecuencias genocidas nadie discute, pero que no creemos puedan achacarse íntegramente a la filosofía de Marx ni, mucho menos, al socialismo en cuanto tal). Por todo ello, entendemos que se abre ante nosotros un período de análisis político del concepto de socialismo, el cual tendrá mucho más que ver con el ejercicio del poder democrático por parte de la ciudadanía que con la “colectivización de los medios de producción” propugnada por Marx, estadio éste del proyecto socialista sólo accesible por el camino de la libertad, lo que es tanto como decir: previa conceptualización de la democracia en cuanto fenómeno diferenciado del liberalismo e independiente de los sistemas económicos de mercado, algo que Marx reconoce y saluda pero nunca fundamenta. La teoría socialista debe concebirse hoy pues, ante todo, como una teoría de la radicalización democrática y una crítica del liberalismo burgués como negación oligárquica de facto de los valores democráticos. Ahora bien, la concepción del socialismo democrático no puede ser obra de una mente privilegiada que saque de su cabeza ideas geniales al margen del ejercicio real de la política, sino una praxis que, a partir de los principios de la ética del diálogo (Apel, Habermas), se despliegue progresivamente en el seno de la entidad política (ens político) depositaria del proyecto de racionalización socialista, el cual sólo se plasmará en las instituciones cuando él mismo anticipe y encarne el modelo de ejercicio del poder que propone al resto de la sociedad. Todo lo contrario del diseño leninista de partido, donde de forma cínica se niega verbalmente la evidencia del horror que les espera al conjunto de los ciudadanos (incluidos los propios militantes) en el momento en que el terrorismo de los métodos, las estrategias y las tácticas se transforme, con la conquista del poder, en el despotismo de las instituciones.

Por tanto, reivindicamos un socialismo democrático que, además de la ruptura con la sociedad de consumo y la alternativa de valores humanos que este gigantesco giro histórico comporta, saque las últimas consecuencias de las exigencias de democratización inscritas en todas las constituciones liberales pero siempre incumplidas por los políticos burgueses. Esta acción política se fundamenta en un concepto de democracia contrapuesto sistema político-económico liberal y capaz de romper el hechizo que parece ensuciar con el lodo infecto de la tiranía política la faz de todos los adversarios del dispositivo oligárquico economicista. 

LA IDENTIDAD DE LOS VALORES ÉTICOS ILUSTRADOS. Europa no es sólo una cultura. Hablar de cultura común a flamencos, polacos, ingleses, catalanes y búlgaros requiere sutiles distinciones conceptuales. La obra de Goethe, por ejemplo, es alemana y europea a la vez, pero el flamenco representa un fenómeno específico del pueblo andaluz. El estrato común de la cultura europea, oriundo de Grecia, se encuentra enterrado bajo el laberinto étnico y nacional de un espacio antropológico diferenciado (los pueblos indogermánicos) de pasado milenario. En cambio, sí existe ostensiblemente una civilización occidental, cuyas raíces culturales grecorromanas conviene identificar y salvaguardar. “Civilización” procede de cives, ciudad, y hace mención de los valores de la ilustración que la burguesía reivindicó al tomar el poder durante la Revolución Francesa pero que, hasta la fecha, nunca han llegado a realizarse. La cultura étnica, völkisch en alemán, está en cambio en la raíz de los grandes nacionalismos que asolan nuestro continente y que han tenido como finalidad, en el mejor de los casos, imponer la unidad europea a partir de la victoria militar de alguna de las naciones hegemónicas. España, Francia, Alemania y Rusia han representado sucesivamente el papel de candidatos a potencia unificadora bajo discursos legitimadores universalistas de distinto signo: católico (Carlos V), ilustrado (Napoleón), cientificista-biológico (Hitler) y cientificista-sociológico (Stalin), pero siempre en contradicción con la fuente particularista que se escondía tras las coartadas pseudo racionales de cada uno de estos proyectos. Ahora bien, las culturas europeas representan un bagaje histórico que conviene proteger y preservar en tanto que cordón umbilical que nos une críticamente a nuestra historia y tradición, pero sin adularlas hasta alimentar las ínfulas supremacistas de sus respectivos grupúsculos xenófobos. La defensa de las identidades culturales es una tarea común de la civilización europea: piensen los señores nacionalistas que casi ninguna de las identidades que dicen querer proteger tienen posibilidades de sobrevivir solas ante la avalancha de la globalización y del mercado mundial. En consecuencia, no consideramos que los sentimientos nacionales deban ser contemplados como algo negativo per se, siempre y cuando pueda evitarse su deriva hacia delirios etnocéntricos basados en el odio al pueblo, estado o nación vecinos, algo que parece inherente a los planteamientos nacionalistas tal y como han existido hasta épocas bien recientes (véase la sangrienta descomposición del Estado yugoslavo y el proceso análogo ya iniciado en el Estado español). En este sentido, el nacionalismo radical de base racista constituye una lacra contra la que hemos de luchar con todas nuestras fuerzas: la hipertrofia nacionalista de los legítimos sentimientos nacionales y su inversión de polaridad moral (de sentimientos de devoción a lo propio a sentimientos de odio a lo ajeno) son los factores determinantes que han llevado al conjunto de los ciudadanos europeos a la actual coyuntura de postración e impotencia políticas.

Los valores de la ilustración europea, que no hay que confundir con su teorización expresa porque ya antes de ser objetivados por los filósofos operaban socialmente en forma de instituciones (es lo que Hegel denomina el “espíritu objetivo”), han hecho posibles los tres procesos históricos inacabados que definen la modernidad y, por ende, el espacio social donde se despliega la civilización occidental, cuyo epicentro cultural se encuentra en Europa, a saber: 1) el proceso de industrialización y racionalización económica, ligado al libre mercado y a la empresa capitalista, 2) el proceso de democratización política, vinculado al estado de derecho y a la transformación de los súbditos en ciudadanos; y 3) el proceso de racionalización científica y cultural, inseparable de la filosofía y de las disciplinas empíricas fundadas en la matemática y el dispositivo tecnológico. Los fenómenos mencionados, que empezaron a perfilarse entre los siglos XVII y XVIII, produjeron en Europa convulsiones tan importantes como la Revolución Francesa, la Revolución Industrial y la Revolución Científica, las cuales arremetieron contra las formas de vida social, las instituciones políticas y los discursos legitimadores de la soberanía medieval, de raíz religiosa, que habían fijado los pilares del Antiguo Régimen. En este sentido, hablamos de proceso de racionalización social para referirnos al conjunto de los fenómenos dinámicos que, en cada ámbito funcional de la sociedad y profundamente relacionados entre sí, han generado la modernidad europea.

Sin embargo, a pesar de lo que nos quieren hacer creer las élites financieras que controlan la pseudo política de los Estados a través de organismos económicos internacionales, el proceso de racionalización social emprendido por la ilustración no ha llegado a su conclusión. Al contrario, la modernidad sólo se encuentra en sus inicios, por mucho que la lógica científico-filosófica despojada de toda magia (el “desencantamiento del mundo”, del que hablaba Max Weber) haya atemorizado a la burguesía, incapaz de deshacerse de la tradición religiosa y de otros hábitos de vida que, en los siglos de protocapitalismo, heredaron de una nobleza decadente y que nada tienen que ver con los valores ilustrados. Así, justificando con la coartada de la fidelidad a viejas instituciones la preservación de sus intereses grupales y siempre a costa del verdadero progreso ligado a la verdad y al conocimiento (no a la "felicidad"), la clase burguesa norteamericana se aferra al fundamentalismo cristiano y promueve en la sombra los fundamentalismos judío (Israel) e islámico (Arabia Saudita), siempre con el único objetivo de allanar Europa en cuanto última plataforma histórica capaz de consumar el proyecto ilustrado. En efecto, poderosas fuerzas se habían opuesto ya durante décadas al desarrollo de la modernidad, la cual, desde mediados del siglo XX, permanecía estancada como objeto de críticas e iras irracionalistas, para pasar a una situación de franco retroceso tras la caída del muro de Berlín (1989). El hundimiento del marxismo en los países del Este, con el que toca fondo el desprestigio de las alternativas racionales a la society mercantil, fue la señal para iniciar el desmantelamiento de la identidad europea y la conversión de nuestro espacio social en una excrecencia insignificante del liberalismo y del multiculturalismo norteamericano, con una fuerte implantación de comunidades islámicas e inmigración africana cuyo objeto es debilitar al máximo el peso demográfico de la clase trabajadora europea y hacer imposible su actuación conjunta como entidad política orientada al socialismo.

En consecuencia, propugnamos la defensa de una identidad axiológica europea frente a la tenaza islámico-judeoamericana que amenaza con aniquilarnos como forma de vida fundada en la razón y pretende sumergir el mundo en una nueva edad media de corporaciones multinacionales. Nuestra meta en cuanto proyecto político no puede ser otra que revertir el proceso de reacción fundamentalista reconstruyendo la izquierda radical rupturista a partir de una crítica del modelo burgués de ilustración (basado en la abierta secularización de valores religiosos) y de la refundación del proceso de racionalización más allá de todos los mitos utópicos cristianos de cuya raíz ha brotado la sociedad de consumo como "reino de Dios" o paraíso secularizado opuesto a las exigencias éticas de la razón.

Barcelona, 1º de enero de 2006

http://www.adecaf.com/propis/nova/nova/europa.htm

Texto original revisado y corregido el 17 de diciembre de 2010.

2 comentarios:

  1. Anónimo4:29 a. m.

    Creo que usted iba a publicar un libro teórico dentro de poco.

    ¿Podría dar información al respecto sobre cuando está proyectada su publicación?

    Muchas gracias por su respuesta.

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  2. Mi libro se basa en una tesis doctoral que ha su vez remite a un trabajo de investigación de posgrado presentado del año 2007 y calificado con matrícula de honor por un tribunal académico de la Universidad de Barcelona.

    La tesis doctoral tenía que presentarse hace ya un año, pero, lamentablemente, mi director de tesis, un catedrático de la Facultad de Filosofía, me plagiaba, como ha sido ya reconocido en resolución del rector de 9 de julio de 2010.

    La vía administrativa del procedimiento de denuncia emprendido por mí en septiembre de 2009 está a punto de concluir, momento en el cual informaré sobre los hechos de manera exhaustiva no sólo en este blog, sino en los medios de comunicación, antes de emprender una demanda civil contra el plagiador.

    Mientras tanto, estoy a la espera de que se nombre un nuevo director de tesis para concluir la investigación y presentarla ante la autoridad académica. Sólo a partir de entonces podrá editarse en forma de libro, cosa que espero poder hacer sin problemas, puesto que cuento ya con un editor interesado en mi trabajo.

    Ahora bien, si no se resuelve la cuestión del doctorado a lo largo de próximo año, empezaré a publicar sin esperar ya ningún tipo de reconocimiento académico.

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