Texto de la conferencia impartida en Madrid el 7 de noviembre de 2008.
http://www.youtube.com/watch?v=i2S8En79JUI
http://www.youtube.com/watch?v=X5BGEemxm0Q
http://www.youtube.com/watch?v=eQU68iB6vzU
http://www.youtube.com/watch?v=tvdoDZLdGC8
http://www.youtube.com/watch?v=SfbMhPeZYsI
Por qué somos de izquierdas
La respuesta a la pregunta explícita de si los nacional-revolucionarios proponemos una alternativa de izquierdas y por qué, necesitaría más tiempo, me he limitado a resumirla de forma asaz simplificada por lo que respecta al plano estratégico, que es el que depende de la filosofía y la ideología (niveles A y B) del discurso o texto. Pasemos, por tanto, a las conclusiones.
Hemos visto, en efecto, que:
a/ desde el punto de vista de los valores, es decir, el filosófico o nivel A, el sistema, nuestro enemigo político, se define por el antifascismo, el imaginario simbólico del holocausto, la herencia religiosa judeocristiana, secularizada o explícita, y el sionismo; pero dado que la determinación filosófica última, léase: el estrato más profundo del discurso imperante, es el sionismo, podemos identificar a nuestro enemigo con la extrema derecha judía, racista, supremacista, irracionalista, religiosa y reaccionaria, en todos los sentidos que se aplican habitualmente a las doctrinas, organizaciones y consignas de esta familia política: la ultraderecha;
b/ desde el punto de vista ideológico, nivel B del discurso o texto, el sistema deja en segundo plano el sionismo, forma un bloque con los elementos simbólicos universalistas del antifascismo/holocausto y se define como liberal; la presencia del sionismo es por así decir indirecta y se infiere del trato especial dado a los judíos como víctimas, de la negativa a juzgar otros genocidios y crímenes contra la humanidad con el mismo rasero supuestamente universal de los derechos humanos, del relato oficial, totalmente manipulado, de la persecución nazi de los judíos, que en su versión penalmente impuesta comporta una declarada falsificación de la historia, etcétera. En este plano, los elementos proféticos se manifiestan también de forma indirecta, y el fascismo aparece como infierno secularizado en exacta simetría con el proyecto de mercado mundial en cuanto heredero de las utopías de izquierda, a su vez inspiradas en el concepto escatológico de final de la historia. Pero también la derecha aparece en el nivel ideológico, porque, como hemos dicho, el liberalismo económico y la democracia liberal no son más que un fraude al servicio de oligarquías financieras mundiales y de sub-oligarquías locales dependientes de los centros de poder radicados en Estados Unidos. No se trata de personas o grupos distintos de los anteriores, sino de un aspecto determinado de idéntico dispositivo de dominación. Son las oligarquías liberales las que promueven el proyecto de mercado mundial, y son esas mismas oligarquías las que sostienen la idea cristiana del final de la historia, oriunda del judaísmo. En este sentido, todas las oligarquías trabajan, conscientemente o no, para la oligarquía central sionista que controla los Estados Unidos, brazo político, propagandístico y militar de la ideología del holocausto y del Estado de Israel.
c/ Desde el punto de vista estratégico y táctico, el sistema se manifiesta en la política liberal de inmigración, que se presenta como una consecuencia técnica más del proyecto de liberalización mundial del mercado en cuanto exigencia de la libre circulación de la mano de obra, pero que, en realidad, viene cargada de los correspondientes propósitos ideológicos y filosóficos subyacentes, motivo por el cual el sistema, encarnado por las agencias nacionales y locales que deben gestionar un mandato doctrinal que viene de muy lejos, están dispuestas a soportar el desgaste político y electoral que sea necesario para realizar el programa multicultural, ignorando las protestas de la población europea y sometiendo a los individuos a un constante lavado de cerebro que consiste en: 1/ identificar todo rechazo de la inmigración con la extrema derecha, dando visibilidad mediática a ciertas siglas de este sector para que la previsión se cumpla y los ciudadanos más activos y revoltosos queden estigmatizados por "contacto" con tales organizaciones, las cuales, por su parte, deben aceptar a cambio de dicha publicidad gratuita que se les imputen auténticos delitos, como el del racismo y xenofobia, de manera que operen como válvulas de seguridad para aliviar la presión popular, pero con un techo electoral preestablecido por la propia naturaleza de la etiqueta ultra, a saber, un estigma que implica que la crítica a la política de inmigración equivale a reivindicar a la ultraderecha, al racismo/xenofobia, al nazismo, a Auschwitz, al infierno secularizado y por tanto al mal absoluto; 2/ desarrollar una constante campaña de sensibilización, con imágenes de muertos en las pateras, de la dureza de la vida en África, de la bondad del inmigrante, el cual, y es cierto, sólo viene a trabajar y a ser feliz, como nosotros mismos haríamos, etcétera. El esfuerzo propagandístico dedicado a tales temas en los medios de comunicación públicos y privados se puede medir con el reloj en la mano y alcanza más del 75% del tiempo de emisión en forma de noticias, documentales, películas, entrevistas, etcétera. La finalidad de esta campaña inagotable de lloriqueo humanitario (promovida por auténticas bestias asesinas sin ninguna clase de sensibilidad moral, como hemos visto), complementaria con la campaña de difamación comentada en el punto anterior, es desarmar moralmente a los trabajadores, principales perjudicados por la actual política de inmigración, usando contra ellos de los símbolos y consignas solidarias que la tradición europea de lucha obrera y sindical ha forjado a lo largo de dos siglos. La oligarquía desprecia esos símbolos y valores cuando se trata de expoliar a los obreros europeos, pero fuerza, mediante la coerción y el lavado de cerebro mediático, a que los obreros no tomen nota y hagan otro tanto en su relación con los inmigrantes, es decir, en perjuicio propio.
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El título de la presente conferencia es una pregunta, pero el simple hecho de que tengamos que plantearla representa ya un indicio de la situación de desconcierto general de los que todavía nos consideramos nacional-revolucionarios. Es cierto, el sistema parece ceder terreno en algunos enclaves, pero no ante opciones NR, sino de forma estratégica, asignando una función de válvula de seguridad a partidos de derecha populista xenófoba, tan hostiles a la inmigración, al islam y a la izquierda como mudos por lo que respecta a las fechorías de los EE UU o Israel. ¿Derechas o izquierdas? Ningún partido u organización política se interroga sobre semejantes cuestiones básicas, sino que, instintivamente, ocupa su espacio en el espectro político actuando de una determinada manera y, en primer lugar, identificando a su enemigo y la contradicción principal del mismo, o sea, la fisura por donde atacarle. De dicha identificación, que no es tan fácil, pues en ella se cifra el acierto o desacierto de una política, ya se desprende en buena lógica el lugar que ocupa cada uno. Harina de otro costal es que se pretenda cuestionar la validez misma de tal repertorio conceptual, pero ése no es un tema político, sino teórico. Podemos, en efecto, sostener legítimamente, en una reflexión todo lo profunda que se quiera, que desde el punto de vista ideológico ya no existen derechas ni izquierdas, sino, por una parte, partidos u organizaciones del sistema y, por otra, proyectos antisistema. Podemos, sin mentir, afirmar que todos los partidos del sistema son iguales, hacen lo mismo y sólo se distinguen, en el mejor de los casos, por las recetas técnicas que adoptan para alcanzar idénticos fines al servicio de un único ideario liberal; en el peor de los casos, ni siquiera se detectan tales diferencias fundamentales de gestión administrativa: esto es ya un tópico, sin duda fundado, pero en el que no voy a abundar. No les traigo aquí, en efecto, para explicarles lo que ya saben, sino que aspiro a mostrarles a los presentes algunas cuestiones a mi entender enteramente novedosas y que juzgo importantes. Así, en la teoría resulta que los NR estamos por encima de las derechas y las izquierdas, pero a la hora de la verdad, es necesario reconocer que nosotros no establecemos las reglas del juego ni los conceptos imperantes en la cultura política y que, en consecuencia, por mucho que rechacemos la panoplia derecha/centro/izquierda, los ciudadanos, los electores, los medios de comunicación van a etiquetarnos, van a forzarnos a elegir campo e incluso a imponernos una posición respecto de algo que, en realidad, es más importante de lo que parece y va más allá de las meras palabras.
Con esta digresión previa pretendía llegar a un punto de partida que se puede resumir en los siguientes términos: a/ los conceptos derecha/centro/izquierda carecen de contenido ideológico y filosófico, pero no porque todos los partidos del sistema sean iguales, o no sólo, sino porque, por definición, tales conceptos son relativos a la situación histórica y funcionan como cajas vacías que los tiempos van llenando de contenidos distintos; b/ los conceptos derecha/centro/izquierda entrañan un sentido estratégico y táctico, y como tales hay que emplearlos.
Volvamos ahora a nuestra pregunta: en cuanto proyecto político nacional-revolucionario, ¿debemos situarnos a la izquierda? Queda descartada de antemano la opción de derechas, que para un NR no cabe ya ni siquiera tomar en consideración (aunque, paradójicamente, resulta que la mayoría de los NR militan en organizaciones tildadas de ultraderechistas), pero algunos nacional-revolucionarios sostienen todavía, como eludiendo la cuestión, el llamado ninismo (ni derechas, ni izquierdas), y todavía otros creen que lo más oportuno es situarse en el centro, un enclave cuya presunta ambigüedad nos permitiría acceder a todos los espacios sociológicos que compartieran ciertos valores éticos, como si los partidos fueran asociaciones culturales donde se ofertaran modelos existenciales y no programas políticos concretos. Ya hemos tenido, mal que bien, cierto debate sobre el asunto y se han tomado algunas decisiones, así que es mejor poner las cartas boca arriba. En definitiva, ustedes querrán saber, para empezar, si la respuesta que voy a darles a la pregunta que plantea esta conferencia es afirmativa, de manera que, para los que tengan prisa, les adelanto que sí: creo que el proyecto político nacional-revolucionario es una alternativa de izquierdas a la sociedad de consumo liberal que el sistema pretende implantar en todo el mundo como "final de la historia". No sólo eso, entiendo que, si las cosas hubieran ido como tenían que ir desde que en los años ochenta se empezó a plantear el tema de la ideología NR como algo distinto del cajón de sastre de la extrema derecha, el título de la conferencia de hoy no sería ya si somos o no de izquierdas, sino si somos de centroizquierda o de extrema izquierda, y yo afirmaría entonces que nuestro espacio político es la izquierda radical porque nuestro enemigo fundamental es la extrema derecha judía, es decir, el sionismo, una ideología racista y supremacista, religiosa, fundamentalista, imperialista, retrógrada y criminal, verdadera potencia hegemónica a escala planetaria.
Este es el punto de llegada que les anticipo. Ahora se trata de reconstruir los pasos que nos han llevado hasta él. A tal efecto tendremos que empezar por el principio e ir por partes, aunque esquematizando mucho porque el tiempo es limitado y no puedo extenderme todo lo que quisiera en cada punto.
Conceptos básicos
Aunque pueda parecer ocioso y hasta cargante, considero que hay que principiar aclarando algunos conceptos básicos que eviten los habituales fallos de comunicación e impidan al receptor agarrarse a cosas que el emisor no ha dicho ni diría nunca. Así, yo sostengo que los NR somos, hablando franca y campechanamente "de izquierdas", e incluso de izquierda radical, pero con ello no pretendo sugerir que se nos pueda asimilar desde el punto de vista ideológico al comunismo o al anarquismo. Ya he subrayado que la dicotomía derechas/izquierdas pertenece al plano estratégico y táctico, no sólo para los NR, sino para todos los movimientos y organizaciones políticas; les pido que en todo momento mantengan esta aclaración en sus mentes o no comprenderán nada de lo que voy a exponer a continuación.
Aunque pueda parecer ocioso y hasta cargante, considero que hay que principiar aclarando algunos conceptos básicos que eviten los habituales fallos de comunicación e impidan al receptor agarrarse a cosas que el emisor no ha dicho ni diría nunca. Así, yo sostengo que los NR somos, hablando franca y campechanamente "de izquierdas", e incluso de izquierda radical, pero con ello no pretendo sugerir que se nos pueda asimilar desde el punto de vista ideológico al comunismo o al anarquismo. Ya he subrayado que la dicotomía derechas/izquierdas pertenece al plano estratégico y táctico, no sólo para los NR, sino para todos los movimientos y organizaciones políticas; les pido que en todo momento mantengan esta aclaración en sus mentes o no comprenderán nada de lo que voy a exponer a continuación.
En efecto, lo primero que hay que distinguir en el proyecto NR y en la política en general son tres niveles del discurso o del texto, que valen singularmente para todos los proyectos políticos que se conciban como una alternativa de civilización, no otro es nuestro caso, y no como una mera receta administrativa y de gestión técnica bajo el marco doctrinal antifascista vigente aceptado sin excepciones por los partidos del sistema. Esos tres niveles son el filosófico, el ideológico y el programático o político, que denominaremos niveles A, B y C. Para un partido del sistema sólo existe el discurso programático o de nivel C, porque los otros dos se dan por supuestos y son compartidos por todas las organizaciones políticas, sindicales, culturales, y no digamos ya por las instituciones públicas, que imponen los niveles A y B del discurso del sistema como evidencias comprensibles de suyo y emanadas de la propia sociedad, es decir, no sujetas siquiera a debate excepto en foros especializados de filosofía, y aun ahí con graves dificultades. En consecuencia, nosotros, los NR, en cuanto alternativa al sistema como tal y no a un determinado partido gobernante, no podemos esgrimir sólo un programa (nivel C). El motivo es que si embutimos en el programa los considerandos ideológicos y filosóficos in extenso, dicho programa será inoperante, el elector medio no lo va a entender, y si no disponemos de discursos propios de niveles A y B, dejamos ipso facto de ser nacional-revolucionarios y nos convertimos en piezas, por lo demás bastante marginales, del dispositivo liberal.
Todo el mundo entiende lo que es un discurso o texto de nivel C, a saber, programático-político. Su tema es la estrategia y la táctica, y por tanto la cuestión que nos ocupa. Pero quizá no esté tan clara su distinción frente un nivel ideológico y, mucho menos, frente a un nivel filosófico. Para aclararlo, pondré una serie de ejemplos. Nosotros, los NR, queremos promover un nuevo tipo humano. Cuestionamos no sólo las políticas actuales, en términos de una eficacia de medios, sino los valores y fines últimos en que se fundamentan tales políticas. Y cuando un proyecto político esgrime un modelo antropológico, axiológico y existencial propio, resulta que va más allá, no sólo del programa, sino incluso de la ideología. El marxismo es una ideología, no un mero programa político, pero su modelo antropológico es idéntico al de la ideología liberal. Liberalismo y marxismo o comunismo son dos ideologías diferentes, pero fundadas en idénticos valores, lo que explica algunas cosas aparentemente extrañas que sucedieron en la Segunda Guerra Mundial. Pues bien, el proyecto nacional-revolucionario no es sólo una ideología distinta del comunismo marxista y del liberalismo burgués, sino que, en primer lugar, emana de un sistema de valores o axiología diametralmente opuestos a los del humanismo moderno, sea cual fuere su plasmación concreta. En la actualidad el marxismo ha desaparecido como fuerza política, impera en solitario la ideología liberal, pero los valores que inspiraban al marxismo, su filosofía, que eran idénticos a los valores de los liberales, siguen vivos y han hecho aportaciones decisivas al imaginario simbólico vigente, el antifascismo, de procedencia estalinista pero asimilado vorazmente por Hollywood sin excesivos problemas de digestión. En consecuencia, el proyecto nacional-revolucionario requiere de un nivel A, filosófico, para existir como opción determinada y autosuficiente. No sólo eso, ese nivel, el filosófico, representa su fundamento último y su seña de identidad, como veremos, por encima de la ideología y de los programas actuales o de los que haya podido pergeñar a lo largo de su historia. Detectar cuáles son los valores, es decir, el nivel filosófico, del proyecto y del discurso o texto NR, es una tarea políticamente crucial para nuestras aspiraciones y a la que por este motivo he dedicado toda mi vida (y que pronto, espero, se concretará en un primer libro editado por Ediciones Nueva República).
Que la izquierda no es una ideología queda claro porque la socialdemocracia, el comunismo y el anarquismo son ideologías bien distintas que caen, sin embargo, dentro de lo que hasta ahora se consideraba el espacio de la izquierda. De hecho la socialdemocracia, como el laborismo británico, sería una mera variante de la ideología liberal, mientras que anarquismo y comunismo designan ideologías totalmente opuestas al liberalismo, aunque compartan con éste, como ya hemos subrayado, unos valores y una antropología de carácter relativista, individualista y hedonista en el plano filosófico o nivel A del discurso/texto.
La segunda pregunta que podemos hacernos tiene que ver con la determinación del nivel ideológico frente al filosófico y al programático. Un programa es un discurso o texto que propone medidas políticas concretas aplicables en un plazo relativamente breve de tiempo, que puede ir de los de 4 a los 10 años. En cambio, lo que a veces se ha denominado "programa máximo" sería en realidad el compendio o esquema de una ideología, que se basa en una concepción de la sociedad, del estado y de la economía, y tiene vigencia para un largo período histórico, pero también fecha de caducidad. A mi juicio, mientras que un programa se renueva como poco cada década, una ideología tiene vigencia a lo sumo para un siglo, pero no más. En cambio, el nivel filosófico es intocable, porque define los principios, los valores, la concepción del hombre. Si se modifica ese nivel, cambia todo, el proyecto político X pasa a ser el proyecto político Y, es decir, otro distinto. No así en el caso de la ideología.
El sistema se definía antes la de la caída del comunismo por su unidad a nivel filosófico, mas no ideológico, pues de otra forma la Guerra Fría resultaría inexplicable. Pero desde 1989, el sistema ha devenido un bloque formado por la filosofía hedonista, individualista y relativista, y por la ideología liberal. A ese bloque lo denominamos "ideología del sistema" impropiamente, siendo así que incluye los niveles filosóficos y propiamente ideológicos, pero la etiqueta sirve para entendernos hecha esa salvedad. La extrema izquierda se ha quedado sin ideología, sin concepción del estado, la economía y la sociedad, lo que era en su día el marxismo, pero no se considera muerta, porque sigue aferrada a unos valores, aunque para su sorpresa tal axiología negativa, que se reduce ya al antifascismo, la coloque en la práctica en el mismo bando que el liberalismo. Y todos sabemos que, aunque no quieran reconocerlo, los extremistas rojos ya no son más que la partida de la porra del capital, que les concede las migajas para que sigan ocupando ese espacio y hagan en las calles el trabajo sucio que la policía democrática no se puede a veces permitir por cuestiones de imagen.
El sistema se definía antes la de la caída del comunismo por su unidad a nivel filosófico, mas no ideológico, pues de otra forma la Guerra Fría resultaría inexplicable. Pero desde 1989, el sistema ha devenido un bloque formado por la filosofía hedonista, individualista y relativista, y por la ideología liberal. A ese bloque lo denominamos "ideología del sistema" impropiamente, siendo así que incluye los niveles filosóficos y propiamente ideológicos, pero la etiqueta sirve para entendernos hecha esa salvedad. La extrema izquierda se ha quedado sin ideología, sin concepción del estado, la economía y la sociedad, lo que era en su día el marxismo, pero no se considera muerta, porque sigue aferrada a unos valores, aunque para su sorpresa tal axiología negativa, que se reduce ya al antifascismo, la coloque en la práctica en el mismo bando que el liberalismo. Y todos sabemos que, aunque no quieran reconocerlo, los extremistas rojos ya no son más que la partida de la porra del capital, que les concede las migajas para que sigan ocupando ese espacio y hagan en las calles el trabajo sucio que la policía democrática no se puede a veces permitir por cuestiones de imagen.
Por lo que respecta a los nacional-revolucionarios, conviene decir muy claro y alto en este apartado que si a nadie se le ocurriría intentar aplicar en la actualidad el programa político jonsista de los años 30, sí parece que algunos consideran vigentes las ideologías de la época, cuando todas ellas, sin excepción, están caducas, toda vez que nuestra sociedad ya no tiene nada que ver con la que contemplaron personajes como Georges Sorel, Drieu la Rochelle, Ernst Niekisch, Nicola Bombacci, Gregor Strasser o Ramiro Ledesma. La identidad del proyecto NR está actualmente en sus valores, es decir, en el discurso o texto filosófico, el nivel A, y es a partir de éste que hemos de reconstruir la ideología NR del siglo XXI (nivel B) como fundamento de programas políticos NR (nivel C). Por este motivo considero ociosas las discusiones ideológicas basadas en argumentos historicistas, es decir, en intentos de legitimar la ideología NR del siglo XXI a partir de la ideología NR del siglo XX. Ése no es el camino: no se trata de recrear la ideología actual en el caldo de cultivo de una ideología ya obsoleta, sino de fundamentar la ideología NR en los valores NR, es decir, en la concepción antropológica y existencial del tipo humano que nosotros oponemos al homo oeconomicus del liberalismo (que también lo era del marxismo).
Finalmente, y para cerrar este apartado, quisiera hacer una referencia a las instituciones que se corresponden con los distintos niveles de discurso o texto. Una vez más, parece evidente que la institución que se corresponde con el programa político es el partido, pero ¿qué institución se corresponde con la ideología? Sin entrar en detalles que por el momento no vienen al caso a pesar de su innegable importancia, el discurso o texto ideológico tiene como referente a un movimiento social formado no sólo por uno a varios partidos políticos (la idea de que el partido debe ser uno y sólo uno es una de las causas de la tremenda esterilidad que venimos sufriendo en la práctica política), sino por sindicatos, asociaciones culturales, juveniles, centros de estudio, etcétera. El movimiento es una microsociedad que, enquistada en el seno de la sociedad liberal, anticipa la alternativa del nuevo tipo humano que proponemos.
Por otra parte, está la gran pregunta, que venimos haciendo desde los años ochenta, a saber, qué institución se corresponde con el discurso o texto de nivel A. Es evidente, o debería serlo, que dicha institución tiene que existir para garantizar la identidad y la continuidad del proyecto NR, incluso la memoria central de sus proyectos fallidos y de sus errores, para que no puedan repetirse, pero también debería ser evidente que no puede ser un partido político, porque de partidos NR habrá inevitablemente varios y se irán sucediendo en el tiempo, hasta el punto que algunos desaparecerán, como hemos podido comprobar en las últimas décadas. ¿Desaparecerá con ellos la memoria de los valores? Esto es precisamente lo que nos ha sucedido. Por tanto, la permanencia del proyecto NR debe corresponder a una institución o entidad política al margen de todo electoralismo, porque su trabajo es mantener vivos los valores como tales a partir del ejemplo ético encarnado por militantes intachables, ejercer influencia sobre la producción ideológica y garantizar que los principios del movimiento no sean traicionados en nombre del pragmatismo político, como ya ha ocurrido en varias ocasiones a lo largo de nuestra historia.
El tema de la entidad o institución depositaria de los valores es un problema organizativo recurrente de primera magnitud que no ha encontrado todavía solución porque ni siquiera se ha captado su importancia. Sin embargo, si el movimiento NR anticipa de alguna manera, como microsociedad experimental, el tipo humano y social que queremos erigir, deberá dar respuesta a la distinción entre autoridad y poder que marca, en nuestra ideología, el fin del estado y del partido en cuanto instituciones indisolublemente ligadas al mundo burgués.
Fundamentos filosóficos
Según el planteamiento anterior, lo único que queda vigente de la historia política del movimiento NR son los nudos valores fundamentales que conforman una determinada concepción del hombre y de la historia. Lo dicho no significa que deba ignorarse a los ideólogos y políticos NR del pasado, sino que, en sus textos y en su ejemplo personal, debemos intentar separar el grano de la paja, es decir, lo coyuntural, lo accidental, lo que pertenece a la época y por lo tanto está ya caduco, de lo esencial, aquello que es inherente al discurso o texto de nivel A. Pero, ¿cómo podemos hacerlo? La única respuesta posible a esta pregunta es apuntar a los pensadores que inspiraron la ideología NR, a quienes la analizaron y, en tercer lugar, a los filósofos que a su vez leyeron el texto filosófico que motivó al movimiento NR del siglo XX para fundamentarlo metodológicamente y darle consistencia científica.
Fundamentos filosóficos
Según el planteamiento anterior, lo único que queda vigente de la historia política del movimiento NR son los nudos valores fundamentales que conforman una determinada concepción del hombre y de la historia. Lo dicho no significa que deba ignorarse a los ideólogos y políticos NR del pasado, sino que, en sus textos y en su ejemplo personal, debemos intentar separar el grano de la paja, es decir, lo coyuntural, lo accidental, lo que pertenece a la época y por lo tanto está ya caduco, de lo esencial, aquello que es inherente al discurso o texto de nivel A. Pero, ¿cómo podemos hacerlo? La única respuesta posible a esta pregunta es apuntar a los pensadores que inspiraron la ideología NR, a quienes la analizaron y, en tercer lugar, a los filósofos que a su vez leyeron el texto filosófico que motivó al movimiento NR del siglo XX para fundamentarlo metodológicamente y darle consistencia científica.
Debo reconocer que esta metodología supone un esfuerzo y una paciencia que muchos no están dispuestos a hacer suya, sobretodo cuando aprieta la prisa por organizar la acción política. Pero han sido precisamente esas pueriles impaciencias y esa incapacidad de desarrollar en silencio un penoso trabajo previo de elaboración, análisis y organización, lo que nos ha llevado a casi treinta años de fracasos, que son los que yo conozco, tras decenas de siglas y partidos que, con contadas excepciones, siempre terminan igual, a saber, absortos en el mundillo de la extrema derecha, un campo político que no tiene nada que ver con nosotros pero que, precisamente por nuestra falta de radicalidad en el análisis teórico, no deja de devorar una y otra vez nuestros esfuerzos políticos. Deberíamos preguntarnos de una vez el porqué y empezar a actuar en consecuencia.
Algunos de los presentes se preguntarán de qué filósofos estoy hablando cuando me refiero a los depositarios de los valores del proyecto NR. Sobre este tema no existen dudas desde el punto de vista historiográfico. El filósofo que funda el espacio de valores donde brotará el movimiento NR es el alemán Friedrich Nietzsche, y el principal intérprete de la filosofía nietzscheana es el también alemán Martin Heidegger, el filósofo más importante del siglo XX que, además, fue militante del partido nacionalsocialista y nunca renegó del fascismo en general a pesar de su posición crítica respecto de la ideología oficial del régimen.
El tema histórico del fascismo es fundamental a la hora de fijar los valores nacional-revolucionarios, porque el fascismo entendido en un sentido genérico es una manifestación política del proyecto NR, pero el proyecto NR no se puede reducir al fascismo y no todo lo que aparece en el fascismo puede ser asumido como NR, porque proviene en muchos casos de la derecha. Lo que sí cabe afirmar es que la parte más original y genuina del fascismo es precisamente el componente filosófico NR, pero, para empezar, no existe una ideología fascista genérica, sino que nacionalsocialismo y fascismo son ideologías distintas, como lo son comunismo y anarquismo en el campo de la izquierda humanista. Otro tanto cabe afirmar respecto del nacionalsindicalismo y hay que concluir que, por la configuración de Europa en los inicios del siglo pasado, a cada nación le corresponde una ideología fascista histórica irreductible a cualesquiera otra de la misma familia. El parecido familiar de los fascismos remite al nivel A, el filosófico, y es en ese punto -y sólo en éste- donde el fascismo genérico coincide con el proyecto NR.
¿Existieron proyectos NR diferenciados del fascismo? La verdad es que en sus orígenes, casi todos los fascismos son NR, pero a medida que los distintos movimientos se desarrollan, se observa un proceso de derechización que tiende a convertir a los NR en una corriente, fenómeno que conduce en algunos casos al ostracismo y a la resistencia interna, y en otros a su eliminación, en ocasiones sangrienta. El brazo ejecutor de esta reacción es siempre la derecha en alguna de sus variantes, pero normalmente una derecha inespecífica agrupada frente a la amenaza bolchevique y utilizando el fascismo como mero dique de contención. Por este motivo los NR hemos de aprender la lección e identificar al enemigo: el enemigo del NR no es sólo el marxista anti-nacional, lo es también el derechista liberal, el nacionalista no revolucionario y el tradicionalista reaccionario. Y quizá éstos en mayor medida, precisamente por las coincidencias en aspectos ideológicos comunes de carácter patriótico, los cuales tienden a disolver las diferencias filosóficas de base y a destruir la esencia del proyecto NR, usufructuando los símbolos externos y consignas -la famosa coreografía de camisas azules- para mayor escarnio de la causa que defendemos.
No puedo terminar este apartado sin hacer alguna referencia de contenido, aunque sea rapsódica, a los valores NR. Desde luego, no es éste el sitio de tocar tema tan complejo y delicado de manera fugaz y grosera, menos todavía cuando estoy intentando definir un marco de referencia y eludiendo precisamente los contenidos, pero ya que se ha nombrado a Nietzsche y a Heidegger, y que hay cuestiones formales que difícilmente se pueden plantear de manera puramente abstracta, no eludiré el problema con justificaciones que pueden sonar a excusas.
Para identificar los valores nacional-revolucionarios o propios del socialismo nacional, es menester distinguir muy a grosso modo entre tres grandes familias de proyectos políticos.
El primero agrupa a todos aquéllos que pretenden reconstruir el modo de vida anterior a la revolución francesa de 1789 y se oponen a los procesos de racionalización social que caracterizan la modernidad y, más en general, al tipo de sociedad en que vivimos, lo que excluye también, de paso, la revolución científica y la revolución industrial (la sanidad y la educación públicas, la seguridad social, etc., pertenecen asimismo para ellos al mundo del diablo). Su modelo político es el antiguo régimen, la monarquía y la aristocracia, y su ideología la religión cristiana en cualquiera de sus formas y variantes, pero singularmente la católica. Por lo que respecta al modelo sociológico, se basa en una jerarquía, pero hereditaria e incompatible con el reconocimiento social del mérito real de las personas. Es el espacio de la extrema derecha, la derecha autoritaria y el tradicionalismo reaccionario.
El segundo grupo es el que se vincula, por contra, a la modernidad, configurada ésta de acuerdo con determinados valores, oriundos de la ilustración, tal como quedan reflejados, por ejemplo, en la constitución americana, que habla de algo así como del "derecho a la búsqueda de la felicidad" y planteamientos individualistas similares que acuñan la conciencia del ciudadano occidental contemporáneo. La meta última de esta filosofía es el igualitarismo sin jerarquías y el bienestar material en un universo social optimista, pacificado y apolítico. Este grupo incluye a todos los movimientos e ideologías modernas, excepción hecha del fascismo: el liberalismo, el anarquismo, el comunismo y la socialdemocracia pertenecen a tal categoría. El suyo es pues el mundo que todos conocemos, excepto en el caso anarquista, cuya utopía, más allá de algunos conatos, harto sanguinarios por cierto, durante la guerra civil española o en lo que hemos denominado subcultura de la transgresión lumpen, nunca ha llegado a controlar, a diferencia del marxismo, el liberalismo o la socialdemocracia, las instituciones públicas.
El tercer grupo está formado, en solitario, precisamente por los valores nacional-revolucionarios. Este grupo de ideologías abarca los fascismos originarios, el nacionalsocialismo hasta 1934, el fascismo (hasta 1920 y luego la República Social Italiana), el nacionalsindicalismo (jonsista, pero no el falangista), etcétera. A partir de las fechas señaladas, el fascismo se amalgama con la derecha liberal y reaccionaria para hacer frente al bolchevismo y resulta ya imposible hablar de revolución socialista y nacionalista, porque el nacionalismo simplemente lo devora todo. El fascismo genuino, de carácter NR, ateo y anticlerical, se concibe como una alternativa a la modernidad vigente, pero no como un retorno al antiguo régimen. Su punto de partida y eje filosófico es la crítica interna del proceso de racionalización basado exclusivamente en la racionalidad instrumental. La modernidad humanista representaría así una mera secularización burguesa de los valores cristianos, es decir, precisamente, de la filosofía del antiguo régimen, donde lo que antaño era el "reino de Dios" deviene ahora progreso capitalista y, a la postre, utopía comunista (o consumista), un fenómeno, éste último, anticipado por sectas cristianas como la de los anabaptistas. Por tanto, el NR, surgido en el siglo XX frente a las ideologías del siglo XIX, entiende que la modernidad vigente es una veteromodernidad o modernidad caduca, encadenada axiológicamente al pasado preilustrado. Lo que propone el NR es una neomodernidad o modernidad auténtica, en que el valor último del proyecto político no va a ser ya la felicidad, sino la verdad, fundamento moral de la ciencia y por tanto del desarrollo tecnológico que abre las puertas del futuro. Ese mañana revolucionario no será, empero, un paraíso, rojo o negro, sino la lucidez absoluta de un tipo humano entregado al conocimiento, el arte y el servicio político en el marco de una comunidad nacional. El fascismo NR acepta la jerarquía como valor, lo que le enfrenta a la izquierda humanista, pero conviene subrayar que se trata de una jerarquía de naturaleza meritocrática y por tanto isonómica, es decir, regida por un principio de igualdad formal de los trabajadores e incompatible por ende con el ius sanguis hereditario de la extrema derecha.
La tarea del proyecto NR supone una total descristianización del solar histórico europeo y en este punto fascismo y ultraderecha resultan a la postre irreconciliables. El mencionado proceso de liberación de la peste que viene de oriente reclama no sólo la victoria del pensamiento científico y racional europeo frente a la religión monoteísta asiática (judaísmo, cristianismo, islamismo), sino también frente a las versiones secularizadas del ideal judeocristiano, a saber, el marxismo, el anarquismo y el liberalismo, y la forja de un nuevo tipo humano cuyo sentido existencial será asumir la verdad, esto es, el sentido trágico, como deber y acto heroico de vida afirmativa. Sobre este fundamento axiológico y ético se erige así una estructura política moderna, pero totalmente distinta en cuanto a sus valores a la que conocemos actualmente como estado social y democrático de derecho; es la república del trabajo, dominada por la figura política del Trabajador (der Arbeiter) según Ernst Jünger, del Übermensch o ultrahombre según Nietzsche, del Dasein auténtico o "ser-para-la-muerte" (Sein-zum-Tode) según Heidegger. Sin pretender, ni mucho menos, haber agotado un tema de alcances inmensos y consecuencias devastadoras, nos remitimos, para mayores aclaraciones, a nuestras explicaciones entorno a Nietzsche y Heidegger en ¿Qué significa hoy ser de izquierdas? (I) y (II), publicadas por la revista Nihil Obstat, números 9 y 11 (también pueden consultarse dichos textos en el presente blog).
Definición de la situación
A partir de aquí estamos en condiciones de empezar a entender el sentido de la pregunta por el carácter, izquierdista o no, del proyecto nacional-revolucionario europeo. En los tiempos que siguieron a la revolución francesa, la palabra izquierda señalaba fuerzas políticas vinculadas a la burguesía más radical, mientras que la derecha, según el caso, se identificaba con los moderados y todo el amplio espectro de aristócratas, monárquicos, legitimistas, etcétera. La sociedad industrial, por su parte, coloca a esa misma burguesía, que para la aristocracia era izquierda, en la derecha y frente al proletariado. Vemos así que lales términos (derechas-centro-izquierdas) son relativos y no responden a contenido ideológico alguno. Se es de izquierdas o de derechas según la situación histórica, sociológica y político-estratégica. Hay, por tanto, que determinar esa situación para saber dónde estamos los nacional-revolucionarios. ¿Cómo podría describirse, pues, para nosotros, la coyuntura actual? Ahora vamos a releer algunos hechos harto conocidos, pero desde otra óptica.
A partir de aquí estamos en condiciones de empezar a entender el sentido de la pregunta por el carácter, izquierdista o no, del proyecto nacional-revolucionario europeo. En los tiempos que siguieron a la revolución francesa, la palabra izquierda señalaba fuerzas políticas vinculadas a la burguesía más radical, mientras que la derecha, según el caso, se identificaba con los moderados y todo el amplio espectro de aristócratas, monárquicos, legitimistas, etcétera. La sociedad industrial, por su parte, coloca a esa misma burguesía, que para la aristocracia era izquierda, en la derecha y frente al proletariado. Vemos así que lales términos (derechas-centro-izquierdas) son relativos y no responden a contenido ideológico alguno. Se es de izquierdas o de derechas según la situación histórica, sociológica y político-estratégica. Hay, por tanto, que determinar esa situación para saber dónde estamos los nacional-revolucionarios. ¿Cómo podría describirse, pues, para nosotros, la coyuntura actual? Ahora vamos a releer algunos hechos harto conocidos, pero desde otra óptica.
Desde la caída del muro de Berlín, el descrédito del comunismo, la llamada "muerte de Marx", ha dejado el campo ideológico en manos del liberalismo. Sin embargo, el imaginario simbólico oficial, como ya he señalado, sigue siendo el antifascismo, clave de bóveda en la que se condensaban los elementos filosóficos y de valores de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Tenemos, así, una ideología oficial que es liberal y liberales son los actuales partidos de izquierda y los de derecha. Con ello, la situación norteamericana y europea se asemejan cada vez más. En términos literales, si antes la derecha era el liberalismo y la izquierda el marxismo, socialdemócrata o comunista, ahora todo pasa a ser derecha. No dejan de existir grupúsculos de extrema izquierda, leninistas o anarquistas, pero carecen de operatividad política real, excepto como usufructuarios de un espacio que conviene mantener paralizado y como auxiliares violentos del dogma humanista. La izquierda es también liberalismo, y la supuesta "crisis fiscal del Estado" impide hablar ya de socialdemocracia en sentido clásico. Así, puede afirmarse que el antiguo campo de la izquierda ha sido ocupado por una suerte de centrismo liberal progresista, de manera que se observa un desplazamiento generalizado hacia la derecha del arco parlamentario en todo el mundo occidental. En Estados Unidos, por poner un ejemplo significativo, antiguos trotskystas judíos nutren ahora las fuerzas de los think tanks "neocons". Otro tanto puede decirse de la política internacional, donde el adversario del proyecto liberal de mundialización de la economía de mercado ya no es el comunismo, sino el islamismo, una religión integrista, retrógrada, antidemocrática, que se defiende frente al desarrollo científico esgrimiendo la palabra de Dios. Pero al islam no lo encaran, por el lado de occidente, la razón y la ciencia, sino el fundamentalismo cristiano y, con él, los intereses del lobby sionista al servicio de otro integrismo religioso, a saber, el del Estado de Israel. En consecuencia, la situación ha cambiado. El campo de la izquierda, ocupado durante un siglo por un proyecto revolucionario, está ahora, en realidad, vacío, o sea, vacante. Si para los NR del siglo XX, inspirados en Nietzsche, el marxismo no era más que la secularización de añejos conceptos religiosos, para los nacional-revolucionarios del siglo XXI son esos mismos conceptos religiosos los que vuelven a ocupar la primera línea en el frente de batalla. El Anticristo cobra rabiosa actualidad. El enemigo viene de la derecha. No hay izquierda o, mejor dicho, la única izquierda real tiene carácter virtual y sería aquélla que reivindicara hasta sus últimas consecuencias los procesos que engendraron la modernidad y que, como consecuencia de cien años el marxismo, o sea: de cristianismo secularizado, quedaron encallados, para a renglón seguido precipitarse a una regresión neo medievalista en toda regla. En suma, ese proyecto de izquierdas hemos de encarnarlo los nacional-revolucionarios europeos. Ante nosotros se está construyendo un mundo neofeudal de grandes empresas multinacionales, más poderosas que ciertos estados, impelidas por intereses de política religiosa, sectaria, propia de logias, de grupos de presión, de lobbies que se mantienen más o menos en la sombra. Estamos asistiendo a una auténtica debacle de la racionalidad ilustrada. Hablar de izquierda humanista es, en nuestros días, una burla, a menos que los delirios del LSD o el virus del sida ostenten algún valor progresista. Todo lo que queda en el panorama que responda a ese nombre, izquierda, o somos nosotros o no es más que desecho humano de patéticas sectas estalinistas y subculturales. Resulta ya algo palpable que el fracaso de lo que durante dos siglos ha sido la izquierda obedece a un colapso ideológico. Y tan pronto como el proyecto secular de paraíso o reino de Dios en la tierra se derrumba, vuelven a aflorar las capas freáticas soterradas de donde mana la tradición judeocristiana, con el dios de Abraham como fuente última de todo el dispositivo simbólico. ¿Qué ha sucedido realmente?
Los intentos de construir ese paraíso inmanente, terrestre, material, herencia del cristianismo, la gran secta judía que expande por el mundo los mandatos de Yahvé, han pasado en occidente durante la modernidad por varias fases, que voy a resumir en tres: a/ la primera fase fue la dictadura comunista en los países del Este de Europa y buena parte del mundo, cuyo descrédito obligó a la postre a descartarla como idea viva de la izquierda (no sin antes viajar del "burocratizado" universo soviético a la revolución cultural china, y de ésta a personajes poco menos que míticos como el Che Guevara o la Cuba de Castro); b/ la segunda fase es la sociedad de consumo occidental, promovida por las socialdemocracias durante la larga posguerra que termina en 1989, un proyecto que había de realizar por fin el sueño profético sin pasar, empero, por los horrores de la revolución y el régimen policial, lo que no impidió que la famosa felicidad, ese dios del hombre moderno, se hurtara una vez más a los ciudadanos de occidente, mientras millones de famélicos morían de hambre en el tercer mundo a las puertas de una Europa preocupada por la liberación sexual, el aburrimiento de la rutina consumista y dramas domésticos semejantes, propios de niños mimados pero, lamentablemente, para adultos; el fin de la sociedad de consumo como idea alternativa al paraíso comunista acontece con los hechos de mayo del 68, que desembocan en el ridículo de unos estudiantes supuestamente revolucionarios a los que, empero, los obreros dan la espalda con asco; c/ la tercera fase son las subculturas de la transgresión ácratas, basadas en el consumo de drogas y el uso político sexo como vía de una presunta liberación del trabajo alienante, fenómenos que, desde mayo del 68, crecen como delicadas plantas de decadencia en el tejido enfermo de la sociedad de consumo, oponiéndose a ella pero viviendo de ella, material e ideológicamente, como parásitos. El drogodependiente, el sidoso, el delincuente, el okupa, el marginal e indymedia son así los postreros herederos de la profecía felicitaria judeocristiana de izquierdas.
Sin embargo, la utopía no ha muerto, al contrario, entrando en una cuarta fase de secularización, el ideal profético-utópico adopta nuevas formas en manos de los "neocons" y Obama: ahora se trata de construir el mercado mundial, actualísima promesa de felicidad, renacida fe optimista en el reino de Dios, que viene a ocupar el espacio filosófico e ideológico de las ensoñaciones utópicas, de la dictadura comunista, de la sociedad de consumo socialdemócrata y de la comuna anarquista. Quizá lo único que ha cambiado es que esta quinta alianza con Yahvé, si contamos la estrictamente religiosa como la primera, no esconde sus raíces bíblicas y aparece encarnada por ex alcohólicos como el cristiano renacido Georg Bush. El proyecto neoliberal de mercado mundial es así la reedición de la utopía profética progresista, que toma el relevo de las ideologías de izquierdas y se pavonea desvergonzadamente como "fin de la historia". Ser progresista es ahora ser liberal, antifascista y cristiano sionista. Los izquierdistas posmarxistas atentos al tintineo del dinero y de las prebendas institucionales, se suben al carro: cuanto más renuncian a sus antaño aclamadas consignas socialistas e incluso a las meras políticas fiscales socialdemócratas, más hincapié hacen en la amenaza neofascista, en la bondad del mestizaje, en la lucha contra el racismo y la xenofobia, en la memoria histórica, en las cuotas de igualdad de género, en el matrimonio homosexual, en un progresismo por decir así de imagen y folclore que no osa tocar el sacrosanto sistema liberal capitalista, pero que, como ha de distinguirse ante los electores de la derecha liberal, necesita hacer mucho ruido simbólico y abundar a su manera en la nueva ideología planetaria, promovida por Hollywood, defendida manu militari por el ejército de los EE UU y encarnada simbólicamente por el Estado de Israel, templo secular de la religión laica mundial de la Shoah.
La ideología del sistema
Con lo dicho desembocamos en lo que hemos denominado la ideología del sistema, elemento clave que debe permitirnos identificar al enemigo de los nacional-revolucionarios europeos y, por ende, nuestra ubicación política. Adelantemos que esta ideología, además de un nuevo paraíso de empresas deslocalizadas y sin patria, pide el sacrificio multicultural y multirracial de Europa, cuna del fascismo. Para ello, la mundialización tiene que ir acompañada de la llamada "libre circulación de la mano de obra", lo que significa que nuestro continente debe convertirse en tierra de acogida de los pueblos de África mientras Israel mantiene sus leyes raciales y somete a los palestinos a un verdadero programa de limpieza étnica. Por lo demás, con el hundimiento del comunismo, la sociedad de consumo socialdemócrata ya no es necesaria. La función ha terminado y la derecha liberal desmonta el decorado del bienestar en el stand de la feria de muestras capitalista. Las clases obreras europeas, que en su día apoyaron a los regímenes fascistas y tienen una deuda pendiente con Yahvé, deben pagar la ofensa al pueblo elegido. En cualquier caso, los trabajadores no se van a beneficiar más de las ventajas del estado providencia, fruto de una estrategia pasajera del mismo capital financiero que sufragó los gastos de la cruzada del humanitario Stalin contra la terrible Alemania. Visto que tales grupos sociales constituyen el corazón y la inmensa mayoría de la nación en Europa, la actual política de inmigración es una puñalada que los políticos liberal-progresistas, en nombre del humanismo solidario que vota con el corazón, y los de derechas, en nombre de la libertad del individuo emprendedor, pero todos al servicio del mundialismo, clavan en la carne de sus propios electores, del pueblo trabajador europeo, definitivamente inerme ante el ataque del capital. Estos políticos, de derecha o de izquierda, en realidad todos de derechas y ninguno genuinamente de izquierdas, porque aquello que nos repugna en la izquierda es precisamente lo que ha heredado del cristianismo, es decir, de la derecha, estos políticos son en realidad peones que trabajan en las sucesivas reediciones de un mismo programa de aniquilación cultural. Lo hemos visto, existe un parecido de familia estructural en la totalidad de los proyectos que han regido el mundo occidental desde el momento en que la religión cristiana, oriunda de cierta secta judía, fuera proclamada en Roma dogma oficial del imperio, es decir, de aquélla entidad política cuyo símbolo eran hasta entonces los fasces de la auctoritas. No dejaremos nunca de pagar por ese error. Y el fin de Europa está ya muy cerca si no hacemos nada para impedirlo. Nos hallamos ante la consumación de los tiempos. Esta es la definición de la situación. Y es en función de la misma que tenemos el deber de actuar.
Con lo dicho desembocamos en lo que hemos denominado la ideología del sistema, elemento clave que debe permitirnos identificar al enemigo de los nacional-revolucionarios europeos y, por ende, nuestra ubicación política. Adelantemos que esta ideología, además de un nuevo paraíso de empresas deslocalizadas y sin patria, pide el sacrificio multicultural y multirracial de Europa, cuna del fascismo. Para ello, la mundialización tiene que ir acompañada de la llamada "libre circulación de la mano de obra", lo que significa que nuestro continente debe convertirse en tierra de acogida de los pueblos de África mientras Israel mantiene sus leyes raciales y somete a los palestinos a un verdadero programa de limpieza étnica. Por lo demás, con el hundimiento del comunismo, la sociedad de consumo socialdemócrata ya no es necesaria. La función ha terminado y la derecha liberal desmonta el decorado del bienestar en el stand de la feria de muestras capitalista. Las clases obreras europeas, que en su día apoyaron a los regímenes fascistas y tienen una deuda pendiente con Yahvé, deben pagar la ofensa al pueblo elegido. En cualquier caso, los trabajadores no se van a beneficiar más de las ventajas del estado providencia, fruto de una estrategia pasajera del mismo capital financiero que sufragó los gastos de la cruzada del humanitario Stalin contra la terrible Alemania. Visto que tales grupos sociales constituyen el corazón y la inmensa mayoría de la nación en Europa, la actual política de inmigración es una puñalada que los políticos liberal-progresistas, en nombre del humanismo solidario que vota con el corazón, y los de derechas, en nombre de la libertad del individuo emprendedor, pero todos al servicio del mundialismo, clavan en la carne de sus propios electores, del pueblo trabajador europeo, definitivamente inerme ante el ataque del capital. Estos políticos, de derecha o de izquierda, en realidad todos de derechas y ninguno genuinamente de izquierdas, porque aquello que nos repugna en la izquierda es precisamente lo que ha heredado del cristianismo, es decir, de la derecha, estos políticos son en realidad peones que trabajan en las sucesivas reediciones de un mismo programa de aniquilación cultural. Lo hemos visto, existe un parecido de familia estructural en la totalidad de los proyectos que han regido el mundo occidental desde el momento en que la religión cristiana, oriunda de cierta secta judía, fuera proclamada en Roma dogma oficial del imperio, es decir, de aquélla entidad política cuyo símbolo eran hasta entonces los fasces de la auctoritas. No dejaremos nunca de pagar por ese error. Y el fin de Europa está ya muy cerca si no hacemos nada para impedirlo. Nos hallamos ante la consumación de los tiempos. Esta es la definición de la situación. Y es en función de la misma que tenemos el deber de actuar.
Un movimiento político debe saber identificar cuál es su enemigo. La política no es más que la técnica de derrotar al adversario, pero si no somos capaces ni siquiera de detectar el objeto a combatir, difícilmente podremos hacer nada, ni siquiera aspirar dignamente a la victoria. Por eso he dicho que la respuesta a la pregunta de si somos o no de izquierdas los nacional-revolucionarios se decide en el plano de la estrategia y de la táctica. Ahora hay que añadir que ésta viene condicionada por la identificación del contrario a batir, algo que a su vez depende de los discursos o textos de nivel A y B, filosofía e ideología. Algunos habrán pensado quizá que, por lo que respecta al enemigo, yo me limito a repetir los tópicos del antisemitismo de todas las épocas. Sin embargo, debo dejar claro que no considero enemigo al judío, sino a la extrema derecha judía encarnada por el sionismo y que cuenta entre sus críticos más feroces a muchos intelectuales de raza hebrea. ¿Y qué decir de Bergson, filósofo espiritualista judío que inspiró con Nietzsche a Sorel, el principal ideólogo del fascismo? ¿Qué decir de Husserl, el judío maestro de Heidegger? ¿Qué decir de Chomsky, Finkelstein, Pappé, adversarios declarados del sionismo? ¿Renunciaremos a la obra de Einstein porque era judío? El antisemitismo es una excrecencia cristiana que otorga un lugar especial a los judíos como verdugos de Cristo. El antisemitismo en cuanto fenómeno pertenece al universo bíblico, y como que aquí se trata -por las razones expuestas- de hacer estallar para siempre la burbuja de semejante espacio mental enfermizo y asfixiante, ya fuere en su versión religiosa, ya en la cristiano secularizada, hemos de rechazarlo todo de esa axiología que nos agobia desde hace milenios, en lugar de alimentarla con actuaciones que son, en el fondo, hebreo-céntricas. Por tanto, rechazo tajantemente la idea de una conspiración judía mundial y condeno sin paliativos la estupidez antisemita, tan bien gestionada, en cambio, por los victimistas sionistas al servicio de sus fines racistas. En definitiva, tengo que insistir en ello, no estoy repitiendo nada que se haya dicho antes, mi postura es totalmente novedosa y pido que hagamos un esfuerzo en identificar al enemigo sin caer en los tópicos de siempre. Enemigos son los políticos que, judíos o no, sionistas hebreos o sionistas cristianos -que haberlos, haylos- nos gobiernan desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Con su política de inmigración se han quitado por fin la máscara y trabajan abiertamente contra los pueblos europeos. Esta fisura abierta nos da una oportunidad histórica y hemos de aprovecharla, porque no tendremos otra. Mas para ello tenemos el deber de ocupar el espacio vacío de la izquierda, que el marxismo y el anarquismo han abandonado o sólo ocupan con creciente dificultad (en algunos casos, para mayor irrisión, esgrimen banderas de Israel).
Nuestros políticos profesionales, en efecto, pertenecen o trabajan al servicio de oligarquías que existen en todo el mundo y prostituyen los mecanismos democráticos en beneficio de grupos de familias determinadas, económicamente muy poderosas, que controlan los bancos y los medios de comunicación y, por lo tanto, pueden determinar de antemano el resultado de unas elecciones, siendo así que todos los partidos del sistema son su partido y en realidad un único partido ofertado en forma de siglas distintas para que tengamos la sensación de que al votar decidimos algo libremente. Nuestros políticos y las oligarquías que los sustentan no tienen tampoco patria, son ajenos a toda territorialidad, como no sea ese anti-país sin nombre, los Estados Unidos de América. Su esfera de pertenencia es el poder financiero, que trasciende las fronteras y controla la economía y la política de las naciones. Tales oligarquías, encarnación de la derecha sociológica de siempre, se desnacionalizaron hace décadas, y en Europa especialmente, viven de mostrar su lealtad a un poder mundial y antinacional por esencia como pago por pasados errores y promesa de participación futura en los beneficios de las élites económicas planetarias.
Quienes nos gobiernan son los herederos de los políticos que ganaron la Segunda Guerra Mundial, los mayores impostores que la historia recuerda. Para saber con quiénes estamos tratando, quisiera subrayar que nuestros adversarios políticos, a pesar o precisamente porque se reclaman de los derechos humanos y del antifascismo, agitan la propaganda de Auschwitz, la religión del holocausto, pero resulta que tienen las manos manchadas de sangre y han usado de la violencia, la guerra y el genocidio hasta unos extremos que nos permiten calificarlos, sin retórica alguna, de corruptos, manipuladores, torturadores y asesinos. Las cifras de víctimas, los métodos y los miserables discursos con los que se ha querido dejar en la impunidad tales crímenes contra la humanidad en un mundo repleto de progresistas que dicen luchar contra la opresión, en un mundo que afirma regirse por los derechos humanos, son de sobra conocidos, pero conviene recordarlos.
Cuando en el año 1941 Churchill decide aliarse con Stalin contra la "barbarie nazi", el holocausto aún no ha empezado, ni siquiera si se aceptan las fechas de la cronología oficial. Sin embargo, por esas fechas Lenin y Stalin ya han exterminado a más de doce millones de personas. ¿Qué motivos morales podían entonces impeler a la sacrosanta "democracia liberal británica", ese nido de abyección que es en realidad la City de Londres, a hacer causa común con la peor tiranía de la historia? No los derechos humanos, aunque se nos quiere hacer creer que sí, que no otro pudo ser el motivo de la celebérrima y cínica liberalidad inglesa. Cuando, por las mismas fechas, Inglaterra concibe un plan para bombardear y reducir a cenizas todas las ciudades alemanas importantes, con más de 15 millones de civiles dentro, no sólo no ha empezado el holocausto, sino que Hitler planea trasladar a los judíos a Madagascar, algo que el clásico de la historia oficial del holocausto, Raul Hilberg, reconoce en su obra La destrucción de los judíos europeos (1961). Gracias a la victoria aliada, es decir, al triunfo del supuesto bando de los derechos humanos, las víctimas del comunismo superarán con creces los 100 millones de personas en Rusia, China, Corea, Vietnam, Camboya y media Europa, y no sólo la Polonia indefensa que se quería salvar de Hitler, sino la Europa del Este toda permanecerá sometida a la opresión totalitaria durante medio siglo. No hemos presenciado, empero, ningún juicio contra los responsables de tamañas fechorías. Se habla, corriendo un tupido velo sobre el número de víctimas, un dato que no favorece precisamente a los adalides de la libertad, que lo que condena al nazismo, y por ende al fascismo, no son las cifras de muertos, sino los métodos industriales y las preconcebidas intenciones genocidas, pero la sofisticación de las bombas incendiarias inglesas, diseñadas meticulosamente para quemar al mayor número posible de bebés, niños, mujeres y ancianos alemanes, rebasan con mucho el método del tiro en la cabeza con que los soldados de los Einsatzgruppen ejecutaban a los judíos (visto que, como reconoce nada menos que Daniel Goldhagen, se ha exagerado mucho el papel de las cámaras de gas en el holocausto). Y si revisamos la alta tecnología empleada en la bomba de Hiroshima, el cuento del genocidio industrial organizado por un Estado moderno y demás bla, bla, bla queda reducido al ridículo. Por lo que respecta a las intenciones, Zinoviev, judío marxista del equipo de killers reclutado por Lenin, ya avisa en 1917 de su intención de exterminar a 10 millones de rusos, aunque, como sabemos, esta cifra será superada de largo por los regímenes comunistas en su conjunto. Los judíos eran asesinados, se dice, por ser judíos, sin otro fin, pero la realidad del proyecto Madagascar desmiente la narración hollywoodiense. En cambio, quienes eran asesinados, no por ser esto o aquello, sino simplemente por existir, eran los ciudadanos rusos que debían llenar el cupo de detenidos y deportados al gulag, una cifra fijada de antemano para justificar la existencia de una contrarrevolución y de unos servicios de seguridad destinados a combatirla. Bajo ese concepto cayeron asesinadas millones de personas acusadas de ser "fascistas" y en cambio no veo a escritorzuelo alguno de la liturgia holocáustica dispuesto a narrar el horror de tener que morir por el simple hecho de que una estadística prospectiva haya de cumplirse y un torturador de la NKVD cobrar su sueldo de verdugo burocrático del paraíso. Al final de la Segunda Guerra Mundial, un millón de prisioneros alemanes fueron asesinados en los campos de concentración americanos y franceses, mientras 12 millones de civiles alemanes del este eran deportados y, en el camino, cerca de 3 millones caían exterminados. Con Alemania vencida y desarmada, se aplicó a este pueblo el castigo del hambre, con alrededor de 8 millones de víctimas. En total, unos 25 millones de alemanes fueron objeto de vulneraciones de los derechos humanos por parte de los cruzados de la libertad y de la justicia. Los criminales del bando vencedor no sólo no han sido juzgados y castigados, sino que se emplea con sus atrocidades innombrables el lenguaje de la negación, de la banalización y hasta de la justificación, el mismo que, en el caso de los judíos, aparece tipificado en el código penal y castigado con penas de hasta 5 años de cárcel. La impunidad ha sido muy útil, por el contrario, para continuar con el crimen de masas. Así, gentes que pertenecían al pueblo de las únicas víctimas de genocidio oficialmente reconocidas, los judíos, en calidad de sionistas del naciente Estado de Israel organizaron en 1948, o sea, poco después del juicio de Nüremberg, la limpieza étnica del pueblo palestino, perpetrada ante las autoridades británicas y los observadores de la ONU, los cuales comprobaron cómo se exterminaba sistemáticamente a miles de personas y se expulsaba al resto de sus hogares. Pero no hicieron nada para impedirlo. ¿Qué autoridad moral pueden ostentar tales payasos psicópatas y carniceros, es decir, los políticos liberales y progresistas, para juzgar al fascismo?
Desde el otro lado, el nuestro, el de los nacional revolucionarios europeos, y sin negar que las represalias nazis contra los judíos por los bombardeos incendiarios británicos son indignas de la ética que defendemos y totalmente condenables, entendemos que un crimen no justifica otro crimen, y sobre todo, que no se puede juzgar mil veces un mismo delito para así conseguir el olvido y la exoneración de exterminios masivos iguales o peores que el holocausto, perpetrados además por los propios fiscales, jueces y acusadores de la causa humanitaria. Pero esto es precisamente lo que ha sucedido. Ahora bien, sólo desde una perspectiva y posición de izquierdas podemos poner a los asesinos impunes en el banquillo de los acusados. Toda reivindicación del nazismo -no así del fascismo, que no cometió genocidio alguno- está condenada al fracaso y es inmoral habida cuenta de los errores del régimen que ejecutó también, no lo olvidemos, a Gregor Strasser. En este sentido, los NR tenemos el deber de salvaguardar la dignidad de Europa, que no será restablecida hasta que los vencedores de la Segunda Guerra Mundial reconozcan lo que son en realidad, a saber, los peores criminales que con sus plantas hayan hollado la tierra.
Dicho esto, queda identificado nuestro enemigo político, un inmenso complejo de poder a escala mundial que no responde a criterios de racionalidad, derechos humanos, democracia y progreso, sino que se caracteriza por su obsesión racista de producir una especie mundial de mestizos de la que sólo se diferenciaría la etnia judía, pueblo elegido por dios, raza superior que debe hacer de intermediaria sacerdotal entre ese homo oeconomicus deculturizado, mero productor/consumidor del zoco planetario, y la espantosa divinidad del desierto, el monstruo despótico denominado Jehová de los Ejércitos al que los sionistas adoran con sádico deleite. Un poder antidemocrático que controla las instituciones a través del dinero, que compra y vende escaños, que prostituye los procesos electorales manipulándolos, usando de los medios de comunicación privados que posee en propiedad para mentir y difamar a los opositores y disidentes; un poder que decide el éxito o fracaso de los partidos mediante la trampa de la financiación, en manos de los bancos, y de la visibilidad pública o la muerte civil filtrada por las cadenas televisivas, los periódicos y el llamado mundo de la cultura. Un poder irracional, basado en creencias religiosas, proféticas, sectarias, utópicas, hostil en el fondo a la ciencia y al pensamiento, a pesar de que haga uso de los avances tecnológicos para ampliar y consolidar su dominación sobre la masa de los ciudadanos, adoctrinados por el lavado de cerebro diario que se perpetra en todas las instancias públicas y privadas del llamado mundo desarrollado. Un poder que no conduce a progreso alguno, sino al desastre demográfico, económico, ecológico y moral. Un poder que, lejos de representar el derecho, encarna el genocidio y, por si fuera poco, la impunidad y la continuidad institucionalizada del lenguaje que ha hecho posible ese crimen contra la humanidad, a saber, la retórica antifascista, todavía vigente medio siglo después de Kolymá, Dresde, Palestina e Hiroshima.
Por qué somos de izquierdas
La respuesta a la pregunta explícita de si los nacional-revolucionarios proponemos una alternativa de izquierdas y por qué, necesitaría más tiempo, me he limitado a resumirla de forma asaz simplificada por lo que respecta al plano estratégico, que es el que depende de la filosofía y la ideología (niveles A y B) del discurso o texto. Pasemos, por tanto, a las conclusiones.
Hemos visto, en efecto, que:
a/ desde el punto de vista de los valores, es decir, el filosófico o nivel A, el sistema, nuestro enemigo político, se define por el antifascismo, el imaginario simbólico del holocausto, la herencia religiosa judeocristiana, secularizada o explícita, y el sionismo; pero dado que la determinación filosófica última, léase: el estrato más profundo del discurso imperante, es el sionismo, podemos identificar a nuestro enemigo con la extrema derecha judía, racista, supremacista, irracionalista, religiosa y reaccionaria, en todos los sentidos que se aplican habitualmente a las doctrinas, organizaciones y consignas de esta familia política: la ultraderecha;
b/ desde el punto de vista ideológico, nivel B del discurso o texto, el sistema deja en segundo plano el sionismo, forma un bloque con los elementos simbólicos universalistas del antifascismo/holocausto y se define como liberal; la presencia del sionismo es por así decir indirecta y se infiere del trato especial dado a los judíos como víctimas, de la negativa a juzgar otros genocidios y crímenes contra la humanidad con el mismo rasero supuestamente universal de los derechos humanos, del relato oficial, totalmente manipulado, de la persecución nazi de los judíos, que en su versión penalmente impuesta comporta una declarada falsificación de la historia, etcétera. En este plano, los elementos proféticos se manifiestan también de forma indirecta, y el fascismo aparece como infierno secularizado en exacta simetría con el proyecto de mercado mundial en cuanto heredero de las utopías de izquierda, a su vez inspiradas en el concepto escatológico de final de la historia. Pero también la derecha aparece en el nivel ideológico, porque, como hemos dicho, el liberalismo económico y la democracia liberal no son más que un fraude al servicio de oligarquías financieras mundiales y de sub-oligarquías locales dependientes de los centros de poder radicados en Estados Unidos. No se trata de personas o grupos distintos de los anteriores, sino de un aspecto determinado de idéntico dispositivo de dominación. Son las oligarquías liberales las que promueven el proyecto de mercado mundial, y son esas mismas oligarquías las que sostienen la idea cristiana del final de la historia, oriunda del judaísmo. En este sentido, todas las oligarquías trabajan, conscientemente o no, para la oligarquía central sionista que controla los Estados Unidos, brazo político, propagandístico y militar de la ideología del holocausto y del Estado de Israel.
c/ Desde el punto de vista estratégico y táctico, el sistema se manifiesta en la política liberal de inmigración, que se presenta como una consecuencia técnica más del proyecto de liberalización mundial del mercado en cuanto exigencia de la libre circulación de la mano de obra, pero que, en realidad, viene cargada de los correspondientes propósitos ideológicos y filosóficos subyacentes, motivo por el cual el sistema, encarnado por las agencias nacionales y locales que deben gestionar un mandato doctrinal que viene de muy lejos, están dispuestas a soportar el desgaste político y electoral que sea necesario para realizar el programa multicultural, ignorando las protestas de la población europea y sometiendo a los individuos a un constante lavado de cerebro que consiste en: 1/ identificar todo rechazo de la inmigración con la extrema derecha, dando visibilidad mediática a ciertas siglas de este sector para que la previsión se cumpla y los ciudadanos más activos y revoltosos queden estigmatizados por "contacto" con tales organizaciones, las cuales, por su parte, deben aceptar a cambio de dicha publicidad gratuita que se les imputen auténticos delitos, como el del racismo y xenofobia, de manera que operen como válvulas de seguridad para aliviar la presión popular, pero con un techo electoral preestablecido por la propia naturaleza de la etiqueta ultra, a saber, un estigma que implica que la crítica a la política de inmigración equivale a reivindicar a la ultraderecha, al racismo/xenofobia, al nazismo, a Auschwitz, al infierno secularizado y por tanto al mal absoluto; 2/ desarrollar una constante campaña de sensibilización, con imágenes de muertos en las pateras, de la dureza de la vida en África, de la bondad del inmigrante, el cual, y es cierto, sólo viene a trabajar y a ser feliz, como nosotros mismos haríamos, etcétera. El esfuerzo propagandístico dedicado a tales temas en los medios de comunicación públicos y privados se puede medir con el reloj en la mano y alcanza más del 75% del tiempo de emisión en forma de noticias, documentales, películas, entrevistas, etcétera. La finalidad de esta campaña inagotable de lloriqueo humanitario (promovida por auténticas bestias asesinas sin ninguna clase de sensibilidad moral, como hemos visto), complementaria con la campaña de difamación comentada en el punto anterior, es desarmar moralmente a los trabajadores, principales perjudicados por la actual política de inmigración, usando contra ellos de los símbolos y consignas solidarias que la tradición europea de lucha obrera y sindical ha forjado a lo largo de dos siglos. La oligarquía desprecia esos símbolos y valores cuando se trata de expoliar a los obreros europeos, pero fuerza, mediante la coerción y el lavado de cerebro mediático, a que los obreros no tomen nota y hagan otro tanto en su relación con los inmigrantes, es decir, en perjuicio propio.
En el plano estratégico y táctico del movimiento NR, qué duda cabe que volvemos a toparnos con la derecha. Es, en efecto, la derecha económica y sociológica, de religión cristiana o progresista cristianomorfa mundial, la que ha promovido la entrada masiva de inmigrantes como mano de obra barata en un momento en que las políticas laborales y de vivienda de esa misma derecha habían provocado una caída masiva de la tasas de natalidad, factum que amenazaba con un encarecimiento del precio del trabajo. El hundimiento del comunismo dio el pistoletazo de salida a un ataque generalizado contra los derechos adquiridos de la clase obrera europea, la cual, forzada a competir con gentes que realizan las mismas funciones laborales que ella pero a mitad de precio, tenía que aprender la lección de que su trabajo no valía nada frente a la necesidad del empresario de mantener un tren de vida digno de la oligarquía, es decir, de las personas de verdad, el "pueblo elegido". Por su parte, es la derecha política la que se aprovecha electoralmente del problema que la derecha económica y sociológica ha creado en beneficio propio. La inseguridad ciudadana, generada por la política incontrolada de inmigración, es así el tema preferido de los partidos conservadores. Desde luego, esos partidos, en primera instancia, no analizan las causas de la inseguridad que denuncian, y si, en una segunda instancia, empiezan a pescar en las aguas turbias de la justificada xenofobia popular, nunca reconocen que fueron ellos mismos quienes "importaron" a los inmigrantes para ampliar el margen de beneficios del capital a cosa del nivel de vida de los trabajadores. Por lo demás, ya hemos visto que la ubicación mediática de las organizaciones políticas contrarias a la inmigración en el espacio de la extrema derecha, no sólo permite mantener controladas dichas reivindicaciones supuestamente xenófobas y racistas bajo un determinado techo electoral, sino recuperar esas bolsas de electores, por el lado derecho del espectro, adoptando algunas de las propuestas que unos meses antes habían sido calificadas de nazis e incompatibles con los principios democráticos. Es el efecto Sarkozy, en virtud del cual la derecha se llena primero el bolsillo con el trabajo esclavo, para luego llenar las urnas con votos de trabajadores que no pueden apoyar en conciencia a la izquierda, pues la única opción que se les presenta contra la política globalizadora de inmigración se sitúa en el campo ultraderechista y conservador, es decir, el de sus eternos verdugos sociales.
Nuestro enemigo resume, pues, todos los rasgos de la derecha, que acabo de describir: el racismo, en forma de supremacismo judío y de programa mundial de mestizaje, que también es una forma de racismo, la opresión, la corrupción, la irracionalidad, la involución histórica, la manipulación de la verdad y el genocidio. Quedan por explicar las razones tácticas, con las que concluiré esta conferencia aunque dedicándoles menos espacio, no sea que se nos acuse de reivindicar una izquierda nacional por puro oportunismo. Ya han visto que no es así, porque la estrategia emana directamente de la ideología, la cual marca una divisoria muy clara entre el campo nacional-revolucionario y su enemigo, la derecha burguesa y su tradicional partida de la porra, la extrema derecha. Pero también existen razones tácticas que nos fuerzan a actuar así, pues de ello depende la eficacia social de nuestros ideales éticos.
En efecto, por una vez, la coyuntura histórica permite hermanar estrategia y táctica adoptando el único camino que nos es dado para salvar la civilización europea de la marea de barbarie procedente de los fundamentalismos judeocristianos e islámicos, actuales dueños de la situación en una Europa acosada en dos frentes: el interior, por los políticos traidores al servicio de poderes mundiales depredadores e irracionales; el exterior, por la inmigración islámica que amenaza convertir nuestro continente en un erial religioso que erradicará los estratos grecorromanos e indoeuropeos, hoy soterrados pero aun presentes, de nuestras culturas, definidas precisamente por el compromiso al servicio de la verdad y por la pregunta que interroga por el ser (Heidegger) en cuanto fundamento de la razón.
Es la primera vez en los últimos sesenta años que se dan, pues, unas condiciones sociales objetivas favorables a una política nacional-revolucionaria. Dichas condiciones se han ido configurando a medida que la política de inmigración ha convertido nuestro continente en una inmensa zona de aculturación tercermundista que debe aproximarla lo más posible al modelo social, económico y multicultural norteamericano inspirado por en liberalismo y explotado por el racismo sionista de extrema derecha, que sueña con un mundo homogéneo, sin pueblos diferenciados que, desde una identidad propia considerada tan sagrada como la suya, ofrezcan resistencia al rodillo israelita. Este enemigo ultraderechista y racista ve en Europa, no tanto por su poder político cuanto por su herencia cultural, el principal obstáculo al proyecto de nueva utopía postmarxista a escala planetaria. Ahora bien, el tema de la inmigración ha levantado ampollas entre los principales perjudicados por el fenómeno, que no son las clases medias y altas, sino los trabajadores. He explicado ya en muchos lugares que los conceptos políticos de derecha, centro e izquierda tienen sus correlatos sociológicos en las clases altas, medias y bajas, y que un discurso crítico contra la actual política de inmigración no debe basarse en el racismo, la xenofobia y, en general, en postulados conservadores como la salvaguarda del cristianismo frente al islam. El motivo es que el mensaje crítico va dirigido a los trabajadores, mientras que las clases medias y altas se benefician de la inmigración como mano de obra barata. No podemos construir partidos de centro contra la actual política de inmigración, porque el centro pertenece a las clases medias, y carece de sentido intentar vender un producto donde no se detecta demanda alguna. En este caso, no sólo no hay demanda, sino una clara repulsión de dichos estratos pequeño burgueses hacia unos discursos, !oh, horror! neonazis que, además, privan al profesional liberal de su canguro o de su asistenta o de su criada a bajo precio. Otro tanto cabe decir de la derecha, con mayor razón cuanto que ha sido la derecha la que trafica con los inmigrantes para engrosar el "ejército laboral de reserva" (Marx) de los parados. El capitalista quiere esclavos y ya los tiene, ¿cómo vamos a pedirle que nos apoye y nos dé su voto contra aquéllo que él mismo ha provocado y le reporta tan pingües beneficios? Por tanto, el trabajador es el único destinatario de nuestro mensaje, el trabajador no cualificado o poco cualificado, intercambiable por la carne de cañón inmigrante. El obrero, el empleado, incluso el funcionario, representa a la inmensa mayoría de la nación y por ende encarna la nación misma. Las clases medias y altas se han desterritorializado desde hace décadas, pertenecen, material y espiritualmente, al mundo globalizado que los EEUU están construyendo y su única herencia cultural, el cristianismo, refuerza tales vínculos en lugar de obstaculizarlos. Pero el trabajador es y se considera de izquierdas y, en muchos casos, ateo o no practicante. A nivel táctico no podemos esperar que el trabajador adopte nuestro lenguaje, de carácter ideológico, sino que hemos de ser nosotros quienes hablemos el suyo. Y el suyo no conoce ideologías, sino sólo problemas cotidianos relativos al trabajo, al pago de la hipoteca y a la manutención y educación de los hijos. El trabajador que en estos mismos momentos engrosa las filas del paro, que pronto caerá en una pobreza que afectará al 40% de la población, ese hombre manipulado por todos es, empero, el depositario del futuro de Europa y, cuando la crisis toque fondo, la promesa de un nuevo socialismo. Por este motivo no podemos dudar cuando algún día nos pregunte si somos de izquierdas o derechas, diciéndole que ni una cosa ni otra o que somos de centro. No podemos esperar que de este discurso salga otra cosa que el fracaso de nuestra causa, que es también la suya, aunque quizá todavía no lo sepa.
Gracias por escucharme.
Gracias por escucharme.
Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
La Marca Hispànica
Madrid, 7 de noviembre de 2008
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