viernes, agosto 02, 2013

La fundamentación del "fascismo" (2) . J. Derrida: "no creo que podamos todavía pensar lo que es el nazismo" (I)


Jacques Derrida o "la cosa inmunda": intelectual francés, muy valorado en Estados Unidos, que saqueó la obra de Heidegger para ponerla al servicio del sistema oligárquico.  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 





La tarea, el deber y en verdad la única cosa nueva e interesante, no es acaso el tratar de reconocer las analogías y las posibilidades de ruptura entre lo que se llama el nazismo, ese continente enorme, plural, diferenciado, aún oscuro en sus raíces, y de otra parte un pensamiento heideggeriano también múltiple y que permanecerá por mucho tiempo provocativo, enigmático, todavía por leer. No porque posea en reserva siempre oculta, una buena y tranquilizadora política, un “heideggerianismo de izquierda”, sino porque él no opuso al nazismo de hecho, a la fracción dominante, más que un nazismo más “revolucionario” y más puro.

Non parce qu’elle tiendrait en réserve, toujours cryptée, une bonne et rassurante politique, un «heideggérianisme de gauche», mais parce qu’elle n’a opposé au nazisme de fait, à sa fraction dominante, qu’un nazisme plus «révolutionnaire» et plus pur!
 
(Jacques Derrida)
 
 
Hemos enlazado la entrevista a Jacques Derrida "Heidegger, el infierno de los filósofos", realizada por las mismas fechas en que Victor Farías publicara Heidegger y el nazismo (1987) y desatara el verdadero "escándalo" del Rectorado de 1934, consistente no tanto en el rectorado mismo, cuanto en el hecho de que la cima del pensamiento secular hubiera militado en el partido nacionalsocialista antes y después de su dimisión como rector. Heidegger era, por tanto, un nazi. Hay que comérselo con patatas, señores heideggerianos. !Basta ya de paños calientes! El rectorado no puede seguir tachándose de error ocasional: políticamente, Heidegger se identificó con el Dritte Reich. Heidegger fue, hasta el día de su muerte, un nacionalista y socialista alemán. Su "socialismo nacional" quizá no coincidía con el nacionalsocialismo en todos los aspectos, mucho menos por lo que se refiere al "programa" del partido de Hitler (antisemitismo, racismo), pero sí compartió el enfoque y ciertos conceptos fundamentales de aquello que debe ser considerado, en consecuencia y sólo por esa razón, una opción política digna de rigurosa consideración intelectual. Ya no es suficiente vociferar que los nazis eran unos simples bárbaros analfabetos, fanáticos, iletrados... !Habrá que afinar un poco más el arsenal crítico, muchachos de la cheká! Otro tanto cabe sugerirles a los trepas friedmanitas de "La Ilustración Liberal".
 
Sin embargo, la pregunta más importante, siempre soslayada por temor a las represalias, es decir, al desprestigio, a la ruina de la "carrera" profesional (!en presuntos filósofos!), etcétera, no era aquélla por el vínculo personal de Heidegger, del ciudadano Heidegger, con el "mal absoluto" (=el fascismo), sino esta otra por la existencia, o no, de filosofemas "fascistas". Fascismo y filosofía. O, para decirlo con prístina claridad: la fundamentación del fascismo. Por supuesto, dicha formulación, así, tal como la expresamos en este blog, es completamente novedosa. ¿Quién se atrevería a plantear siquiera la cuestión desde la cátedra de una universidad? Digamos que la cuestión está implícita en la entrevista enlazada. Es el interrogante (Frage) que se desprende de las asombrosas afirmaciones de Derrida. Que alguien como Jacques Derrida, renombrado "intelectual" del  establishment institucional filosionista,  haya "admitido" todo aquello que puede leerse en dicha entrevista y en algunos de sus escritos sobre el affaire Heidegger ya es mucho en los tiempos que corren, pero Derrida nunca osó llegar hasta el final porque no era un auténtico filósofo, sino, en el fondo, un propagandista, uno más, del dispositivo oligárquico de dominación planetaria.

El nivel filosófico de Derrida se encuentra muy por encima del pedestrismo periodístico de un "comisario instructor" de Sión y chequista policial caza-nazis de la "cultura" como Victor Farías, pero la preocupación, el eje central del "pensamiento" derridiano es también, como el de Farías, político y antifascista. Estamos ante un saqueo de la obra de Heidegger con vistas a depurarla y ponerla al servicio de la oligarquía. No obstante, en esta "tarea", que Derrida denomina déconstruction ("deconstrucción") y poco tiene que ver con la heideggeriana Destruktion de la metafísica, han de insinuarse inevitablemente ciertas temáticas impensadas que, por sí solas, abren un agujero negro intelectual, político y moral todavía más inmenso y profundo que el provocado por la simple militancia o el ideario político privado, claramente nazi, del profesor Martin Heidegger.
 
Les rogamos que antes de proseguir le echen, pues, una ojeada a la entrevista. En la siguiente entrada comentaremos las afirmaciones derridianas y algunos de sus textos citados ya aquí.

Jaume Farrerons
La Marca Hispànica
2 de agosto de 2013
 
 
DOCUMENTACIÓN ANEXA

El siguiente texto procede de la página de Horacio Potel DERRIDA EN CASTELLANO.
 
HEIDEGGER, EL INFIERNO DE LOS FILÓSOFOS
Jacques Derrida

Entrevista con Didier Éribon aparecida en Le Nouvel Observateur, Paris, 6-12 noviembre 1987. Recogida en Points de Suspension, Galilée, 1992. Traducción parcial de Carlos Torres en Caronte Filosofía, Año 2, N.º 3, Buenos Aires, Septiembre de 1993.
 
- Sus dos libros aparecieron algunos días después del de Víctor Farías que recuerda con vigor cuáles han sido las posiciones y las actividades políticas de Heidegger. ¿Qué piensa de sus conclusiones?
- Con respecto a lo esencial de los “hechos”, no encontré en esa investigación nada que no fuera conocido desde hace tiempo por aquellos que se interesan seriamente en Heidegger. En cuanto al examen de un cierto archivo, es bueno que los resultados estén disponibles en Francia. Los más sólidos de ellos ya eran accesibles en Alemania, luego del trabajo de Bernd Martin y de Hugo Ott, y que el autor pone ahora ampliamente a disposición. Más allá de ciertos aspectos documentales y de cuestiones factuales, que llaman a la prudencia, discutiría sobre todo -importa que la cuestión quede abierta- la interpretación que relaciona esos “hechos” al “texto”, al “pensamiento” de Heidegger. La lectura propuesta, si es que hay una, es insuficiente o contestable, a veces tan grosera que uno se pregunta si el investigador leyó a Heidegger más de una hora. Se dice que fue su alumno. Son cosas que pasan. Cuando él declara tranquilamente que Heidegger, cito: “traduce un cierto fondo propiamente nacional-socialista” en “formas y en un estilo que ciertamente le pertenecen” señala con el dedo un abismo, más que un abismo, un “debajo” de cada palabra. Pero él no se acerca ni por un momento a lo que deja entrever y no parece incluso sospechar su alcance.
¿Tiene, ese libro, material para causar tal revuelo? No, salvo en los lugares donde se interesan muy poco en trabajos más rigurosos y más difíciles. Pienso en aquellos que, sobre todo en Francia, conocen lo esencial de estos “hechos” y “textos” y condenan sin equívocos el nazismo y el silencio de Heidegger después de la guerra, pero también tratan de pensar más allá de los esquemas confortables o convenientes, y justamente en comprender. ¿Qué? Y bien, lo que sujeta o no un pasaje inmediato según tal o cual modo de la susodicha “traducción” entre el compromiso nazi, bajo tal o cual forma, y lo más esencial y agudo, a veces lo más difícil de una obra que continua y continuará dando que pensar. Pensar inclusive en la política. Recuerdo en primer lugar los trabajos de Lacoue-Labarthe, pero también en ciertos textos, muy diferentes entre sí, de Lévinas, Blanchot, Nancy.
¿Por qué el archivo parece insoportable y fascinante? Precisamente porque nadie ha podido reducir toda la obra pensada de Heidegger a la de una determinada ideología nazi. Ese “dossier” no habría despertado semejante interés de otra manera. Luego de más de medio siglo, ningún filósofo riguroso ha podido hacer la economía de una “explicación” con Heidegger. ¿Cómo negarlo? ¿Por qué negar que tantas obras “revolucionarías”, audaces e inquietantes del siglo XX, en la filosofía y en la literatura, se han arriesgado, incluso comprometido con regiones encantadas que se manifestaban como lo diabólico para una filosofía parapetada en su humanismo liberal, y de izquierda? En lugar de barrer o tratar de olvidar dichas regiones, ¿no sería preciso tratar de dar cuenta de estas experiencias, es decir de nuestro tiempo, sin creer que esto es claro de suyo para nosotros? La tarea, el deber y en verdad la única cosa nueva e interesante, no es acaso el tratar de reconocer las analogías y las posibilidades de ruptura entre lo que se llama el nazismo, ese continente enorme, plural, diferenciado, aún oscuro en sus raíces, y de otra parte un pensamiento heideggeriano también múltiple y que permanecerá por mucho tiempo provocativo, enigmático, todavía por leer. No porque posea en reserva siempre oculto, una buena y tranquilizadora política, un “heideggerianismo de izquierda”, sino porque él no opuso al nazismo de hecho, a la fracción dominante, más que un nazismo más “revolucionario” y más puro.
-Su último libro Del Espíritu habla también del nazismo de Heidegger. Inscribe la problemática política en el corazón mismo del pensamiento.
-Del Espíritu, fue en primer lugar una conferencia pronunciada en la clausura de un coloquio organizado por el Colegio internacional de Filosofía bajo el título “Heidegger, preguntas abiertas”. Las actas aparecerán pronto. La cuestión “política” fue abordada de modo analítico a lo largo de numerosas exposiciones, sin complacencia: ni para Heidegger ni para los arrebatos sentenciosos que, del lado de la “defensa” como de la “acusación”, han logrado tan frecuentemente prohibir leer o pensar que se trata de Heidegger, de su nazismo, o del nazismo en general. Al comienzo del libro y en ciertos textos de Psyché, me expliqué sobre la trayectoria que me condujo a intentar esa lectura después de tantos años. Aunque de un modo primario, busca anudar en torno al nazismo una multiplicidad de motivos en relación a los cuales siempre disentí con Heidegger: las preguntas por lo propio, lo próximo y la patria (Heimat), del punto de partida de Ser y Tiempo, de la técnica y de la ciencia, de la animalidad y de la diferencia sexual, de la voz, de la mano, de la lengua, de la “época” y sobre todo, es el subtítulo de mi libro, la pregunta por la pregunta, casi constantemente privilegiada por Heidegger como la “piedad del pensamiento”. Sobre estos temas mi lectura ha sido siempre, digamos, activamente perpleja. En todas mis referencias a Heidegger, por más lejos que se remonten en el tiempo, señalé mis reservas. Cada uno de los motivos de inquietud, es evidente tienen un rasgo que se puede llamar rápidamente “político”. Pero desde el momento en que uno se explica con Heidegger de modo crítico o deconstructivo, ¿no se debe también reconocer una cierta necesidad de su pensamiento, su carácter inaugural en tantos aspectos y sobre todo lo que tiene de porvenir para nosotros en su desciframiento? Esto es una tarea para el pensamiento, una tarea histórica y una tarea política. Un discurso del nazismo que se exime a sí mismo de pensar permanece dentro de la opinión conformista de una “buena conciencia”.
Desde hace tiempo trato de desarmar la vieja alternativa entre una historia o una sociología “externa”, en general impotente para evaluar los filosofemas que pretende explicar, y, de otra parte, la “competencia” de una lectura “interna” ciega esta vez a la inscripción histórico-política y principalmente a la pragmática del discurso. En el caso de Heidegger la dificultad de articular las dos “perspectivas” es particularmente grave. El problema se presenta en su misma articulación: el nazismo, de anteayer a mañana. Pero también en la medida que el “pensamiento” de Heidegger desestabiliza los fundamentos de la filosofía y de las ciencias del hombre. Busco esclarecer alguna de estas articulaciones faltantes entre una aproximación externa y una interna. Pero esto sólo es pertinente, eficaz, si se tiene en cuenta la desestabilización de la que hablaba recién. Seguí de este modo el tratamiento práctico, “pragmático” del concepto y del léxico del espíritu, tanto en los textos “mayores” como, por ejemplo, en el Discurso del rectorado. Estudié con el mismo detenimiento otros motivos conexos en “La mano de Heidegger” y en otros ensayos agrupados en Psyché.
-Seguramente no dejarán de hacerle la siguiente pregunta: ¿a partir del momento en que se sitúa el nazismo en el corazón mismo del pensamiento de Heidegger, cómo es posible continuar leyendo esta obra?
-La condenación del nazismo, cualquiera fuese el consenso sobre este tema, no es aún un pensamiento del nazismo. No sabemos aún lo que es o lo que ha hecho posible esta cosa inmunda pero sobredeterminada, trabajada por conflictos internos (de ahí las fracciones y las facciones entre las cuales Heidegger se sitúa - y su estrategia retorcida en el uso de la palabra “espíritu” toma un cierto sentido cuando se piensa en la estrategia general del. idioma nazi y en las tendencias biologizantes, estilo Rosenberg, que terminaron por triunfar). En fin el nazismo no ha crecido en Alemania o en Europa como un champiñón...
-¿Del Espíritu es entonces tanto un libro sobre el nazismo como sobre Heidegger?
- Para pensar el nazismo no es necesario solamente interesarse en Heidegger, pero es preciso interesarse también en él. Creer que el discurso europeo puede tener a distancia al nazismo como a un objeto es, en el mejor de los casos, una ingenuidad, en el peor, un oscurantismo y un error político. Es hacer como si el nazismo no hubiera tenido ningún contacto con el resto de Europa, con los otros filósofos, con otros lenguajes políticos o religiosos...
-Lo que sorprende en su libro es la relación que establece entre los textos de Heidegger y los de otros pensadores, como Husserl, Valéry...
-En el momento en que su discurso se pasa de un modo espectacular del lado del nazismo (¿y qué lector exigente creyó que el episodio del rectorado era un hecho aislado y fácilmente delimitable?), Heidegger retorna la palabra “espíritu” que él mismo había recomendado evitar, saca las comillas de donde las había colocado. Limita el movimiento deconstructivo que había comenzado anteriormente. Sostiene un discurso voluntarista y metafísico de los cuales sospechaba. Desde este punto al menos, al celebrar la libertad del espíritu, su elevación se asemeja a los otros discursos europeos (espiritualistas, religiosos, humanistas) que en general se oponen al. nazismo. Madeja compleja e inestable que intente desenredar reconociendo los hilos comunes al nazismo y al antinazismo, la ley de la semejanza, la fatalidad de la perversión. Los efectos de espejo son a veces vertiginosos. Esta especulación la trato al final del libro...
No se trata de mezclarlo todo. Sí de analizar los trazos que prohíben el corte simple entre el discurso heideggeriano y otros discursos europeos, ya sean antiguos o contemporáneos. Entre 1919 y 1940 (¿pero no sucede también hoy?) todo el mundo se preguntaba: “¿en qué se va transformar Europa?” y esto se tradujo siempre del siguiente modo: “¿cómo salvar al espíritu?”. Se proponen frecuentemente diagnósticos análogos sobre la crisis, sobre la decadencia o la “destitución” del espíritu. No nos limitemos a esos discursos y a su horizonte común. El nazismo sólo se ha podido desarrollar con la complicidad diferenciada pero decisiva de otros países, de Estados “democráticos”, instituciones universitarias y religiosas. A través de esa red europea creció y se elevó siempre este himno a la libertad del espíritu que concuerda al menos con el de Heidegger, precisamente en el momento del Discurso del rectorado y en otros textos similares. Intenté recobrar la ley común, terriblemente contaminada, de estos cambios, divisiones, traducciones recíprocas.
 
- Decir que Heidegger lanza su profesión de fe nazi en nombre de la “libertad del espíritu” es una manera bastante mordaz de responder a todos aquellos que recientemente le han atacado en nombre de la “conciencia”, de los “derechos humanos” y que le reprochan su trabajo de deconstrucción del “humanismo” y lo clasifican como...
- Nihilista, anti-humanista... Conozco todos los slogans. Intento, al contrario, definir la deconstrucción como un pensamiento de la afirmación. Porque creo en la necesidad de mostrar, en lo posible sin limitaciones, las adherencias del texto heideggeriano (escritos y actos) a la posibilidad y a la realidad de todos los nazismos, porque creo que no es preciso encasillar la monstruosidad abisal en esquemas pobres y repetidos, encuentro algunas de estas maniobras ridículas y alarmantes a la vez. Son antiguas, pero se las ve reaparecer. Alguna de ellas toman como pretexto el “reciente descubrimiento” para exclamar: 1) “Leer a Heidegger es una vergüenza” 2) “Saquemos la siguiente conclusión - y la escala: todo lo que, especialmente en Francia, se refiere a Heidegger de una manera o de otra, véase la denominada “deconstrucción” es heideggeriano”. La segunda conclusión es estúpida y deshonesta. En la primera se lee la renuncia al pensamiento y la irresponsabilidad política. Por el contrario, es después de una cierta deconstrucción, en todo caso la que a mí me interesa, que podemos hacerle, creo, nuevas preguntas a Heidegger, descifrar su discurso y situar los riesgos políticos, y reconocer en algunas ocasiones los límites de su propia deconstrucción. Un ejemplo, si le parece, de la confusión reinante en este asunto y contra la cual quiero poner en guardia. Se trata del prefacio a la investigación de Farías. Al final de una arenga para uso doméstico (¡es todavía Francia quien habla!) se lee esto: “su pensamiento [el de Heidegger] tiene para numerosos investigadores un efecto de evidencia que ningún filósofo ha podido jamás igualar en Francia, exceptuando al marxismo. La ontología finaliza en una deconstrucción metódica de la metafísica como tal”. ¡Diablos! Si existe un efecto de evidencia sólo se presenta al autor de estos revoltijos. No hay un efecto de evidencia en el texto Heidegger, ni para mí ni para aquellos que he citado continuamente. Y la deconstrucción que intento llevar a cabo no es, si se ha leído un poco al respecto, una “ontología heideggeriana”, ni tampoco una “filosofía de Heidegger”. Y la “deconstrucción” - que no es un “final”- no es de ningún modo un “método”. Ella desarrolla inclusive un discurso bastante complicado sobre el concepto de método. Estando presente la gravedad trágica de estos problemas, ¿esta explotación franco-francesa para no llamarla provincial no parece cómica y siniestra al mismo tiempo?
-Esta confusión se basa posiblemente en la dificultad de la lectura de sus libros. Se dice frecuentemente que para leer a Derrida es necesario haber leído a todo Derrida. Lo que significaría haber tenido que leer a Heidegger, Husserl, Nietzsche...
- ¡Pero esto es cierto también para muchos otros! Es una cuestión de economía. Esto sería pertinente para todos los investigadores científicos. ¿Por qué reprochárselo sólo a los filósofos?
- Esto es particularmente cierto para su obra.
- Para desarrollar lo implícito de tantos discursos sería preciso cada vez, una introducción pedagógica que no es razonable pedir a cada libro. La responsabilidad debe aquí desmultiplicarse, mediatizarse, la lectura hacer su propia obra y la obra su lector.
- Del Espiritu está tomado de una conferencia y su estilo es demostrativo. Pero sus obras precedentes como Parages o Ulysse gramophone se acercan quizás a tentativas literarias sobre textos literarios.
- Me esfuerzo siempre por ser lo más demostrativo posible. Pero es verdad que las demostraciones están prisioneras de formas de escritura que tienen sus propias reglas, a veces nuevas, otras producidas y deducidas. No pueden responder por las normas tradicionales que justamente esos textos interrogan o desplazan.
- Su libro sobre Joyce es incluso un poco desconcertante.
- Se trataba de Joyce. Sería triste en consecuencia escribir en formas que no se dejen afectar por las lenguas de Joyce, por sus invenciones, su ironía, la turbulencia que introduce en el espacio del pensamiento o de la literatura. Si se quiere tener en cuenta el acontecimiento llamado “Joyce” es preciso escribir, contar, demostrar de otro modo, arriesgarse a una aventura formal.
- ¿Adapta su estilo al objeto que analiza?
-Sin mimetismo, pero incorporando en alguna medida la firma del otro. Si hay suerte, un texto diferente hace su aparición, un acontecimiento diferente, irreductible al autor o a la obra, de la cual sin embargo es preciso hablar lo más fielmente posible.
- Entonces sería preciso inventar con cada libro un “tono” nuevo, como diría Robert Pinget?
Sí, lo más difícil es la invención del tono y con el tono que uno puede hacer, que se deja hacer, la pose que uno toma y la que nos toma.
- ¿Se considera un escritor?
- La atención sobre la lengua o sobre la escritura no implica necesariamente “literatura”. Al interrogar sobre los limites de estos espacios, la “literatura” o la-”filosofía”, pregunto si aún es posible ser simplemente un “escritor” o un “filósofo”. Sin duda no soy ni lo uno ni lo otro...
[...]
- En Psyché se encuentra un texto sobre Mandela y el apartheid. Es uno de sus raros textos políticos...
- ¿Y si alguien sostuviera que esos dos libros sobre el alma y el espíritu son también los libros de un militante? ¿Que los ensayos sobre Heidegger y el nazismo, sobre Mandela y el apartheid, sobre el problema nuclear, la institución psicoanalítica y la tortura, la arquitectura y el urbanismo, etc., son “escritos políticos”? Pero tiene razón, no he sido nunca un “militante o un filósofo comprometido en el sentido de la figura sartriana o incluso foucaultiana del intelectual”. ¿Por qué? Pero ya es demasiado tarde, ¿no?
Texto original en francés.
 

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