sábado, mayo 07, 2011

Impostores (4). Roger Griffin


Mil veces he preguntado: si por cada víctima del nazismo acredítanse diez del comunismo, ¿por qué el "fascismo", y precisamente el fascismo, habría de ser el "mal absoluto"?  Que yo sepa, el fascismo italiano no fue un régimen genocida (aunque cometiera crímenes, sin duda) y nadie (con la excepción de Bosworth) ha pretendido que lo sea. !Rara avis en la política del siglo XX! He puesto este tipo de cuestiones sobre el tapete en muchos lugares y nadie ha sido, en el campo antifascista mayoritario, capaz de responderme jamás, abstracción hecha de los habituales gruñidos (insultos, amenazas) o las más burdas excusas retóricas, como que una sola víctima inocente ya es suficiente para condenar una política o una ideología (principio que aplican sólo al fascismo, claro). Después de leer a Griffin, veo que también sería interesante plantear la cuestión de si Lenin, Stalin o Churchill, por citar tres notorios dirigentes políticos, contemporáneos del fascismo, no experimentaron la "embriaguez" de hacer historia. Finalmente, me pregunto y os pregunto si el liberalismo y las sociedades de consumo quieren tal vez "nuestra alma" que, en todo caso, adoctrinan mediante la publicidad comercial y la propaganda más descarada, como la que encarna aquí el libro de Griffin. En el supuesto de que los rasgos con que este autor ha caracterizado el fascismo constituyeran su definición (cosa que dudo), no parecería muy lógico que los encontrásemos, todavía más acentuados, en regímenes o ideologías como la comunista o la liberal. El ensayo de Griffin es un fraude hermenéutico. Según reconociera Derrida "no podemos pensar todavía lo que fue el nazismo", una frase que cabe hacer extensiva al denominado "fascismo genérico". El motivo es que el sistema quiere, precisamente, nuestras almas y la verdad del "fascismo" -de aquello que el sistema entiende por tal- pone en peligro dicha posesión.

La plebe suficientemente cristianizada y humanitaria nunca comprenderá que pueda ser necesario un grado superior del mal para que florezca el superhombre.

(Benito Mussolini, dirigente socialista italiano, Filosofia della forza, 1908)

Aceptado esto, o sea, el precio que hay que pagar para escribir y publicar sobre el fascismo sin ser excomulgado por el nuevo sacerdocio filosionista de la cultura, sí me parecen interesantes dos cuestiones planteadas por Griffin: 1/ la incompatibilidad de fondo entre fascismo y cristianismo; 2/ el carácter modernista del fascismo, que lo diferencia de la extrema derecha (reaccionaria, medievalista). El fascismo no puede, en último término, considerarse "neutral" en materia religiosa, porque la religión es portadora de un sistema de valores completo (o sea, excluyente) y el fascismo se define precisamente como alternativa axiológica, no como mero programa económico, modelo de estado... O cristiano o fascista. Se trata de dos cánones antropológicos irreductibles de iure, aunque de facto puedan convivir en una misma persona, en la medida en que los seres humanos no somos del todo lógicos (especialmente, los cristianos).Y además, el fascismo aspira a la modernización, aunque acuñada en el molde de unos principios éticos opuestos tanto al sistema de valores de las sociedades de consumo actuales cuanto a los de las sociedades tradicionales pre-ilustradas europeas (católicas o, a lo sumo, evangélicas).

Ficha policial del Mussolini socialista.
Pero más importante todavía en el fascismo es todo aquello que precede en él a la política. O sea, no su realidad histórica, sino el uso que los progresistas "humanitarios", padres de los "antifascistas", hicieron y hacen del contenido semántico del término "fascismo". El "significado" del fascismo es anterior al propio factum histórico-político de los movimientos, partidos y estados fascistas. Nunca subrayaré este extremo lo suficiente. Cuando hablo de "fascismo", me refiero menos a Mussolini y a Hitler que a los procesos mentales y culturales que llevaron a convertir ciertos signos lingüísticos en representaciones seculares del diablo. Dicho sentido originario nos ofrece la clave para interpretar la verdad de las sociedades modernas basadas en la secularización del cristianismo. Y, curiosamente, el "fascismo", este "fascismo" metapolítico, designa la máscara deformada del miedo a la razón, a la ciencia, a la verdad, nociones que, no obstante, están inscritas en los códigos mismos de la contemporaneidad burguesa ("Auschwitz"). Pero el fascismo se concibe como irracionalista. ¿Casualidad? ¿Contradicción? Este hombre cristiano que ha dejado de creer en dios porque la ilustración se lo robó, quiere al menos poder seguir creyendo en el amor o en la felicidad como conceptos éticos. La "razón", tout court, se identificará presuntamente con ellos. Más que lo racional, será a la postre lo "razonable" del buen burgués deseoso de bienestar. La siesta filosófica. A este "apaño existencial" llamó Nietzsche precisamente las "ideas modernas" y propuso, sin titubear, su superación en coherencia con un imperativo de veracidad trágica. Mussolini hace suyo el mandato nietzscheano contra el cristiano secularizado cuando todavía es un dirigente socialista. ÉSE SERÍA EL VERDADERO "FASCISMO" QUE TEMEN LOS ANTIFASCISTAS:

(...) no nos olvidemos los modernos de ese monstruo inflado por su propia mediocridad incurable, con un alma incapaz de querer a lo grande; no es suficientemente reaccionaria para defender el pasado feudal, no es lo suficientemente rebelde para llevar la revolución a sus más extremas consecuencias (...) El superhombre no conoce sino la rebelión. Hay que eliminar todo lo que existe" (Mussolini, Benito, La filosofia della forza, 1908, subrayado mío, J.F.).

Ahora bien, en el momento en que Nietzsche distinguiera entre la teología y la moral cristianas, en el instante en que acusó a los modernos de haber renunciado a la Biblia sin empero tener el valor de renunciar a los contenidos axiológicos míticos del Sermón de la Montaña, nació el "fascismo" como posibilidad, como inquietante perfil virtual de un socialismo "sin azúcar" que disparó las alarmas espirituales de "la  Casa de la Pradera" biempensante. El punto de contacto entre las dos series de procesos simbólicos, el filosófico y el político, se produce por primera vez en la mente de Mussolini como leader del PSI, una voluntad férrea acuñada en el molde de Marx, es decir, un izquierdista de tomo y lomo que por si fuera poco puede ostentar pedigrí familiar ácrata (Benito era hijo de un herrador anarquista), pero que no pertenece a la familia cristiano-burguesa. !Milagro! En su alma, la de Mussolini, y en la de Georges Sorel (otro militante de izquierdas) acontece la transición marxiana de Marx a Nietzsche, fenómeno interno, íntimo incluso, de la izquierda. Ambos espíritus, el de Sorel y el de Mussolini, serán como las retortas químico-ideológicas de las que surgirá el fascismo histórico (muy alejado del "fascismo" en tanto que virtualidad doctrinal pura, pero con las ventajas que le confiere el hecho de haber existido realmente), sobre la base de un "fascismo" espiritual anticristiano que, en principio, pertenece sólo a Nietzsche (después, a Heidegger)
La venganza de las
"bellas almas" progresistas.
El fascismo mienta solapadamente la verdad oculta de la vieja izquierda, que odia a la Iglesia pero pretende apropiarse de sus valores, aquéllos que le permitieron controlar cómodamente a las masas mediante la pérfida y alevosa distribución de golosinas espirituales. Los tontos -muchos hay, mercado asegurado- quieren ser felices: toda una demanda que la oferta de los charlatanes de feria del concepto y de la política habrían de cubrir. Esa izquierda judeocristiana se define por su incapacidad para llegar hasta el celiniano "final de la noche" consumando el destino del quehacer ilustrado: la muerte de dios, el rechazo total y definitivo de los cuentos para niños adultos incapaces de madurar (definición del hombre de "fe" cristiano como cobarde existencial). Pretenden hacernos creer que semejante anhelo "fascista" de verdad despiadada conduce a la barbarie, al horror, a la tortura, al infierno... !Auschwitz! En realidad, es el único paso alpino, estrecho y recóndito, que nos conduce al valle metálico, cósmico, imperial, de una nueva civilización ética y tecnológica. El destino de Europa.

¿Tiene esto algo que ver con los fascismos históricos? Por supuesto que sí, pero mucho menos de lo que los antifascistas quisieran. Nuestra tarea es utilizar la palabra "fascismo" como señal indicadora que permite seleccionar a los genuinos críticos y cribar a los oportunistas ansiosos de éxito y "bienestar". Quien no supere la trampa del antifascismo es un oportunista o un idiota. Quien sólo ame del fascismo su realidad histórica, nada ha comprendido y se convertirá tarde o temprano (si no lo es ya) en un vulgar ultra a imagen de Torrente. Quien se plantee la cuestión del "fascismo" como una gran pregunta, como un signo de interrogación sobre el sentido de la edad contemporánea y permanezca impávido ante las consignas intimidatorias del sistema oligárquico, ese estará destinado a erigirse en héroe espiritual y el humus del futuro revolucionario, la izquierda nacional que perfílase ya en el horizonte.

En el nombre del paraíso
Y ahora respondo yo mismo a mi pregunta: aquello que los cristianos y progres (cristiano-secularizados) no perdonan al fascismo no son sus crímenes, su "mal", pues ellos mismos estarían dispuestos a cometer actos mil veces más perversos (como la historia documenta hasta la náusea) al servicio del dios "políticamente correcto", léase: de la salvación, del bienestar, de la felicidad, de la alegría, de la humanidad... (vayan añadiendo azúcar). Pero no perdonan ni consienten las acciones, criminales o no, que honren a un dios opuesto, la verdad escueta, seca, "inhumana" dicen (mientras matan por "amor"), y ni siquiera a un valor que no sea el suyo, en suma: a todo aquéllo que no forme parte del common sense y del equilibrio psíquico del canalla existencial, ese "último hombre" que, según alertara Nietzsche, determinará el sentido del final de la historia si no hacemos algo por impedir semejante afrenta al género humano y a la naturaleza. ¿Habremos sido, los hombres, sólo una plaga?

Jaume Farrerons
La Marca Hispànica

3 comentarios:

Jackobs dijo...

Cual es tu Dios? la búsqueda de la verdad a través de la razón?

Jackobs dijo...

Te ruego q no te vayas a tomar mi anterior pregunta como algo ofensivo, simplemente pido q clarifiques la cuestión. Para mi, y me parece q hablo ya en nombre de más de uno, poder leer tus notas constituye un verdadero placer. Por mi parte creo humildemente q quizá hubiera sido capaz de dar con algunas luces pero la contextualización lógica del relato me hubiera resultado imposible sin tu ayuda.

ENSPO dijo...

No te preocupes Jackobs. Aunque no soy cristiano, a diferencia de muchos cristianos mi punto de partida es la más absoluta falta de soberbia y no veo nada ofensivo en lo que me planteas, es un simple y leal desafío que debo aceptar, que para eso he abierto un blog.

Pero hay en tu planteamiento un supuesto a mi entender cuestionable, a saber, la idea de que los humanos buscamos la verdad.

Mi tesis es diametralmente la opuesta, hete aquí mi única "originalidad":
que todos conocemos la verdad y el "trabajo" (canallesco) del hombre consiste en rehuir esa verdad, en olvidarla, en taparla, en silenciarla, acusando de "locos" a quienes la proclaman abiertamente.

Dado que hablas y lees catalán, te recomiendo la lectura de las siguientes comunicaciones en el congreso de filósofos catalanes que se celebra en Vic cada año:

http://www.filosofia-catalana.com/docs/butlletins/butlletins2/BF-00002.pdf

http://www.filosofia-catalana.com/docs/butlletins/butlletins2/BF-00001.pdf

Ahí he expuesto, hasta el momento sin réplica, mi posición (inédita) sobre el problema de la verdad.

Saludos.